[Arturo Morales Rojas, Universidad Complutense de Madrid] La verdad ha sido, sin duda, una de las grandes preocupaciones de los filósofos, en toda la historia. Por tal motivo, este trabajo tiene como objetivo fundamental llevar a cabo un rastreo hermenéutico aplicado a las percepciones de Agustín de Hipona y Søren Aabye Kierkegaard, quienes, mediante sus disquisiciones filosóficas, emiten una nueva perspectiva acerca de la verdad. Por ello, la novedad estriba en la consideración de la relación, como lugar ontológico y antropológico de la verdad, focalizando la atención en cuestiones relevantes como la interioridad, la elección de sí mismo y el existir-en-la-verdad, como categoría temática clave de sus planteamientos. Asimismo, este trabajo propicia un espacio de diálogo, en el sentido socrático, entre ambos autores, provocando una inserción al lector del artículo en dicha conversación. Agustín, el filósofo de la interioridad en la Antigüedad tardía, y Kierkegaard, el filósofo de la singularidad existencial, exponen sus puntos de vista sobre la noción de verdad, haciendo énfasis, como punto en común, en la relación del yo ante Dios, como lugar para comprenderse como verdad singular.
Introducción
Uno de los grandes problemas que ha concitado y estimulado el desarrollo del pensamiento, a lo largo de la historia, ha sido la verdad. De hecho, muchos y notables pensadores se han atrevido a filosofar acerca de la verdad [veritas], rotulando y escudriñando diversas percepciones con relación al problema que encierra la verdad. Por tal motivo, el nacimiento de la filosofía ha propiciado la posibilidad de una aproximación a la formulación de la pregunta adecuada, en función de comprender las implicaciones y los riesgos inherentes a la cuestión de la verdad.
Nietzsche, por ejemplo, hace alusión a los peligros inherentes que encierra la cuestión de la verdad, en el propósito de establecer posibles respuestas y diversas conjeturas acerca de la verdad: “El amor por la verdad, que nos conducirá hacia muchas peligrosas aventuras, esa famosísima veracidad de la que todos los filósofos han hablado siempre respetuosamente, ¡cuántos problemas nos han planteado ya! ¡Y problemas singulares, malignos y ambiguos!” (Nietzsche, 2013, p.11). Por ello, aquella pregunta emitida por Pilato, en el pretorio: “Qué es la verdad [Quid est veritas]” (cf. Jn 18:38), tiene hoy en día más vigencia que nunca, teniendo en cuenta que la verdad es, por excelencia, una necesidad existencial.
Justamente, el cristianismo a lo largo de la historia ha tenido siempre una actitud especial frente a la cuestión de la verdad, delineando, a partir de sus fundamentos humanísticos y teológicos, un enfoque singular acerca de la misma. Así, la consideración de la verdad abarca, desde los cimientos neotestamentarios hasta las conjeturas de las nociones acuñadas por pensadores cristianos, una serie de aportes ilustrativos acerca del problema de la verdad, imprimiéndole una singular perspectiva de abordar el asunto.
Por ello, Heidegger exige una nueva definición filosófica de la verdad, teniendo en cuenta el enfoque fenomenológico y ontológico que le caracteriza, pues, al adentrarse al análisis de la cuestión, concluye que la verdad requiere entenderse como “ser-descubridor y ser descubierto” (Heidegger, 2003, p. 237). Posteriormente, es sugerente referir la cuestión de la verdad en pensadores como Pascal, quien desglosa una serie de intuiciones valiosas acerca del asunto, expresadas en su obra Pensamientos [Pensées], sobre todo mediante la noción de corazón [cœur] y el espíritu de sutileza [esprit de finesse], refiriendo una vía diferente para llegar a la verdad: “El corazón tiene razones que la razón no conoce ; se ve en mil cosas” (Pascal, 1993, p. 131).
Por otro lado, Nicolás Malebranche, en su obra Acerca de la investigación de la verdad [De la Recherché de la verité], desarrolla ciertas conjeturas ilustrativas acerca de la verdad, subrayando una cuestión esclarecedora en nuestra investigación: la relación. Así lo expresa Malebranche: “[…] Pues la verdad no consiste sino en la relación que dos o más cosas mantienen entre ellas, mientras la bondad consiste en la relación de conveniencia que las cosas tienen entre nosotros” (Malebranche, 2009, p. 48).
En este sentido, este trabajo de investigación pretende, en primer lugar, explorar la cuestión de la verdad en dos pensadores clave: Agustín de Hipona, por un lado, y por el otro, Søren Kierkegaard, quienes han esbozado ciertas tesis plausibles con respecto a las implicaciones y a la amplitud existencial de la verdad, y al modo de comprometerse con la propia existencia, basados en los cimientos de la fe cristiana. En segundo lugar, contrastar ambos enfoques de análisis, identificando posibles puntos de convergencia y divergencia mediante sus obras referentes, a través de los cuales se pueda propiciar un diálogo profundo entre ambos pensadores.
Una de las pretensiones de la filosofía, en su quehacer académico y pragmático, estriba justamente en la búsqueda constante e inacabable de la verdad, procurando comprender los modos, las vías y los límites que delinea una visión holística del problema de la verdad. No obstante, el asunto de la verdad [veritas] adquiere una particular forma de obtención, profundización y comunicación, que, de acuerdo con los lineamientos cristianos, traza un camino singular de ser-en-la-verdad o existir-en-la-verdad, como lo expresa Heidegger, en su obra Ser y tiempo: “Que la diosa de la verdad, que conduce a Parménides, lo ponga ante los dos caminos, vale decir, el del descubrimiento y el del ocultamiento, no significa sino que el Dasein ya está siempre en la verdad y en la no-verdad” (Heidegger, 2003, p. 239).
En contraste con lo anterior, y como consecuencia del pensamiento moderno, la verdad se había asociado a una cuestión de adecuación de la cosa a la mente, o viceversa, convirtiendo, en cierto modo, la reflexión del problema de la verdad en una cuestión científica, situándose en el terreno del pensamiento lógico. Sin embargo, es la comprensión cristiana de la verdad, bajo las categorías relacionales de interioridad y subjetividad, aquella perspectiva que contiene, a diferencia de las perspectivas epistemológicas contemporáneas, una particular manera de interpretar el asunto, otorgando y ampliando la cuestión de la verdad al horizonte de la existencia humana.
Por tal motivo, encontramos en el prolífico trabajo de Agustín de Hipona [Aurelius Augustinus] un sugerente preludio de la reflexión cristiana de la verdad, pues, sin duda, la verdad se constituye en una de las claves hermenéuticas de su existencia, puesto que todo el trazado vital de Agustín delinea un recorrido de búsqueda de la verdad. Por tal motivo, este trabajo pone en consideración las conjeturas agustinas de la verdad, sabiendo que el recorrido geográfico de sus etapas vitales representa, al mismo tiempo, las etapas existenciales de búsqueda, encuentro y servicio (comunicación) de la verdad.
Asimismo, este trabajo pone en consideración el sugerente y perspicaz pensamiento del insigne danés Søren Kierkegaard, quien, mediante sus sutiles y finas reflexiones, ha procurado ahondar en la cuestión de la verdad. En este sentido, Kierkegaard expresa su preocupación por el problema de la verdad a partir de las dos caras de su trabajo filosófico: en primer lugar, la cuestión de la verdad en la obra pseudónima de Kierkegaard, que abarca principalmente al pseudónimo Johannes Climacus, autor de Migajas filosóficas, en 1844, y, dos años después, en 1846, la extensa obra del Post Scriptum no científico y definitivo a las migajas filosóficas.
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La verdad: una verdad existencial
Agustín de Hipona declara en sus Confesiones: “A mí me encontró en una situación realmente crítica, cuando ya desesperaba de dar con la verdad” (Agustín, Confesiones, VI 1.1). De este modo, la verdad cristiana pone en evidencia la condición existencial del ser humano, puesto que pone de relieve la imperativa necesidad de ser curado por la verdad. Este planteamiento deja entrever una visión del hombre sin Dios, es decir, demuestra el estado existencial del hombre: la desesperación y la angustia.
Agustín y Kierkegaard vivieron plenamente este pathós existencial que se constituyó en la ocasión propicia (instante kierkegaardiano) de presentarse, ante Dios y ante sí mismo, su verdad o, más bien, su no-verdad para posteriormente existir-en-la-verdad. Dice Agustín: “Y si trataba de instalar mi alma en Dios para que descansase, se deslizaba en el vacío y volvía a desplomarse sobre mí. Mi alma era para mí un paraje miserable donde no resultaba posible estar, pero de donde tampoco podía evadirme” (Agustín, Confesiones, IV 7.12), manifestando las enfermedades existenciales inherentes a la naturaleza humana.
Ahora bien, la “cura” para dicha “enfermedad mortal” radica en dos aspectos determinantes: la decisión y la fe. Ciertamente, la verdad denota un salto cualitativo, puesto que es uno de los elementos decisivos que Kierkegaard desarrolla en el Post Scriptum y en los que constantemente se basa para lanzar su diatriba a la sociedad moderna, por la falta de decisión. Por tal motivo, la verdad que subrayan estos autores requiere como conditio sine qua non una decisión, que oriente y determine el proceder humano. De hecho, la decisión es la elección radical por unir, ligar al yo ante Dios como el escenario propicio para edificar una existencia singular.
En efecto, la decisión requiere inexorablemente una implicación total de la existencia, puesto que se constituye en el norte de cada existente, en el que el individuo lo apuesta todo, sin escatimar nada, y se lanza a la vida comprometiéndose con su propia integridad y con su propio proyecto vital. Ettore Rocca, un estudioso de Kierkegaard, señala uno de los grandes propósitos de la obra kierkegaardiana: “Esta es la primera toma de conciencia que Kierkegaard quiere provocar con su obra. Una operación mayéutica socrática, que pretende sacudir a la “masa” para encontrar al individuo en sentido religioso” (Rocca, 2020, p. 22).
Por otro lado, se encuentra la fe como unos de los ejes temáticos relevantes de Kierkegaard y de Agustín de Hipona, sabiendo que ambos fueron cristianos, y se hace necesario esbozar el significado de la fe cristiana, puesto que se constituyeron en referentes del cristianismo. En consecuencia, la fe [kristen sandhed] abarca la totalidad de la persona humana e implica, de acuerdo con los planteamientos de Kierkegaard, no un cúmulo de conocimientos objetivos del cristianismo, sino que, sobre todo, implica riesgo, contradicción y paradoja. Rocca afirma, con respecto a la fe:
La fe no es un acto de conocimiento ni un acto de voluntad que dependa de las condiciones del conocer. Es una pasión, aquella gracias a la cual el pensamiento puede chocar con lo otro que el pensamiento, un choque que, sin embargo, no sucede en las condiciones del pensamiento. Es una pasión feliz, porque gracias a ella la paradoja absoluta y el intelecto pueden colisionar en la común comprensión de su diferencia” (Rocca, 2020, p. 177).
En Agustín, por su parte, la fe [fides] adquiere una esencial importancia. De hecho, su labor académica, como consecuencia de la experiencia en el proyecto comunitario de Casiciaco, años después de su conversión y bautismo, tratan permanentemente la fe como una de las soluciones filosóficas frente al escepticismo filosófico. Pero la fe en Cristo tiene un doble componente: un elemento relacional, en el que el existente se relaciona con Cristo, como efecto de un encuentro decisivo con Él, y en el que progresivamente su existencia es transformada por la acción gratuita de la gracia. Así lo expresa Agustín:
¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y amada eternidad! Tú eres mi Dios. Por ti suspiro día y noche. Cuando te conocí por vez primera, tú me acogiste para que viese algo que había de ver y que yo no estaba aún capacitado para ver […] Estas palabras las oí como se oye con el corazón. Ya no había motivos para dudar. Me sería mucho más fácil dudar de mi propia vida que de la existencia de aquella verdad que se hace visible a la inteligencia a través de las cosas creadas (Agustín, Confesiones, VII 10. 16).
El otro componente es la ortodoxia de la fe, como una constante el Agustín cristiano, puesto que su labor apologética es determinante para comprender el papel del amor y la defensa de la fe una época caracterizada por una considerable aparición de corrientes heréticas. De hecho, su papel fue unificador y catequético para todas las iglesias cristianas en la Antigüedad tardía.
Finalmente, este trabajo pretende explorar el enfoque cristiano de la verdad, puesto que aquella pregunta de Pilato, dirigida a Jesús, sobre la verdad, adquiere hoy en día una reflexión permanente. Es necesario considerar, a partir de postulados filosóficos, los problemas que encierra la adhesión a la fe cristiana, esbozando, en lo posible, su altura y su profundidad.
*Extracto del artículo publicado por Arturo Morales Rojas en Razón y Fe, nº 1465, accesible aquí.