“Madre Tierra”: del mito a la ciencia y la mirada católica

En tiempos de crisis climática y degradación ambiental, la figura simbólica de la “Madre Tierra” está recuperando un lugar central en el debate cultural y espiritual. ¿Es posible conjugar la mirada científica con una sensibilidad que reconozca el valor intrínseco de la naturaleza? El físico y teólogo Eduardo Agosta invita a reflexionar sobre esta pregunta con un enfoque que integra historia, ecología y espiritualidad cristiana, proponiendo un camino de reconciliación y compromiso responsable con nuestra casa común.

Del símbolo ancestral al vacío moderno

En su artículo recientemente publicado en Razón y Fe, Eduardo Agosta Scarel, físico y teólogo carmelita, propone un recorrido apasionante por la figura de la “Madre Tierra”, entendida no solo como un mito ancestral sino como un concepto de enorme vigencia. Para él, la crisis ecológica global que vivimos —alteración del clima, pérdida de biodiversidad, contaminación— no es solo un problema técnico, sino la manifestación de un vacío espiritual.

Durante milenios, las culturas antiguas personificaron la tierra como matriz de vida. En Mesopotamia, Egipto, Grecia o Roma se veneraron deidades femeninas vinculadas a la fertilidad y la fecundidad del suelo. La Pachamama andina o Gaia en el mundo heleno expresan esa conciencia de la interdependencia con un entorno vivo y misterioso. Según Agosta, la modernidad rompió esa visión, imponiendo un paradigma mecanicista que redujo la tierra a un simple recurso y legitimó un dominio sin límite. La tecnociencia y la economía extractiva reforzaron esta mentalidad instrumental, hasta desembocar en la situación actual de deterioro ambiental acelerado.

Frente a este desencantamiento, Agosta propone recuperar la conciencia de pertenencia a un sistema mayor del que dependemos radicalmente. Este retorno simbólico a la Madre Tierra no es, en su planteamiento, una nostalgia romántica, sino una actitud ética que implica humildad, gratitud y responsabilidad.

Ciencia contemporánea y responsabilidad compartida

Una de las contribuciones más sugerentes de su reflexión consiste en tender puentes entre el imaginario antiguo y la ciencia contemporánea. La biología, la física y la climatología confirman que la Tierra funciona como un sistema interdependiente y frágil. El enfoque de los límites planetarios, desarrollado por Rockström y Steffen, define umbrales que no deberíamos traspasar si queremos mantener condiciones de vida estables. La alteración de estos límites —acidificación de los océanos, colapso de ecosistemas, emisiones descontroladas de gases de efecto invernadero— es la señal de que la resiliencia del planeta se está agotando.

Para Agosta, estos datos no deberían leerse solo como advertencias técnicas, sino como una llamada a la conversión cultural. La narrativa dominante del progreso ha asociado la superación de la naturaleza con la emancipación humana. Sin embargo, este desencantamiento ha conducido a nuevas formas de opresión y desigualdad: quienes más sufren la degradación ambiental son los pueblos empobrecidos y las generaciones futuras. Por eso insiste en que la justicia ecológica es inseparable de la justicia social.

En términos prácticos, el autor llama a revisar los patrones de producción y consumo, apostar por economías circulares y regenerativas y fortalecer la educación ambiental desde la infancia. Además, concede gran importancia a las comunidades espirituales como espacios de resistencia frente a la indiferencia y la inercia. La liturgia, la oración y la vida comunitaria pueden cultivar esa conciencia de interdependencia y gratitud indispensable para un cambio profundo.

La aportación cristiana: don, cuidado y alianza

Agosta dedica buena parte de su propuesta a mostrar cómo el pensamiento cristiano puede enriquecer la respuesta a la crisis ecológica. Retoma la encíclica Laudato si’, donde el Papa Francisco denuncia la “cultura del descarte” que convierte todo —incluso las personas— en objetos de consumo. La Tierra, en esta mirada, deja de ser botín y vuelve a ser don. La espiritualidad cristiana reconoce su carácter sacramental: en la creación se transparenta un misterio que merece respeto.

La perspectiva bíblica, según Agosta, invita a entender el relato del Génesis no como legitimación del dominio, sino como llamada a un cuidado activo y responsable. La fractura ecológica refleja la ruptura de la alianza entre el Creador, los seres humanos y la Tierra. Recuperar esta alianza supone una conversión personal y comunitaria que transforme estilos de vida, modelos económicos y prioridades políticas.

El autor también se ocupa de las reservas que algunos plantean frente a la imagen de la Madre Tierra. Reconoce que puede suscitar temores de panteísmo o confusión espiritual. No obstante, defiende que esta metáfora no contradice el monoteísmo bíblico, siempre que se entienda como expresión de interdependencia y no de divinización del planeta. La maternidad de la Tierra, en esta clave, es la afirmación de su dignidad y de nuestra vulnerabilidad compartida.

Una alianza entre ciencia, espiritualidad y compromiso

Finalmente, Agosta subraya que el futuro de la humanidad depende de reencontrar un lenguaje capaz de integrar conocimiento científico, narrativas simbólicas y compromiso ético. Sin ese lenguaje común, la respuesta a la crisis ecológica corre el riesgo de fragmentarse en soluciones parciales e ineficaces.

La figura de la Madre Tierra puede convertirse en un emblema que convoque a creyentes y no creyentes en la tarea de cuidar la casa común. En última instancia, reconocer que la herida infligida a la naturaleza es una herida que nos infligimos a nosotros mismos. Este itinerario invita a superar tanto la reducción de la Tierra a un objeto de cálculo como su idolatría como absoluto. Frente a esas dos tentaciones, Agosta propone una veneración respetuosa que combine razón, afecto y compromiso.

En su propuesta, la espiritualidad cristiana se muestra capaz de dialogar con la ciencia sin renunciar a su horizonte trascendente. Reconocer la Tierra como madre, en este sentido, es redescubrir nuestra vocación de hermanos entre todas las criaturas y asumir la responsabilidad de proteger la vida.

 

*Resumido del artículo: Agosta Scarel, E. (2025). “Madre tierra”: del mito a la ciencia y su entrada en el pensamiento social católico. Razón Y Fe289(1466), 75–98. https://doi.org/10.14422/ryf.vol289.i1466.y2025.003