La violencia contra la infancia: un desafío complejo para la prevención

La Convención de los Derechos del Niño proclama que todos los menores tienen derecho a crecer libres de cualquier forma de violencia. Sin embargo, la realidad es mucho más dura: cada año, millones de niños son víctimas de malos tratos físicos, psicológicos, abusos sexuales, negligencia o acoso. Pedro Frontera Izquierdo, pediatra con décadas de experiencia en el Hospital Universitario La Fe de Valencia, ofrece un análisis riguroso y muy documentado sobre las dificultades que persisten a la hora de prevenir esta lacra, apoyándose tanto en la evidencia científica como en su experiencia profesional, en su artículo publicado en el último número de Razón y Fe.

 

Una violencia con múltiples rostros y consecuencias profundas

Desde hace más de medio siglo, la investigación ha permitido categorizar las principales formas de violencia infantil: física, sexual, emocional, negligencia en los cuidados, bullying y cyberbullying. Todas tienen efectos devastadores en el desarrollo del niño. La agresión no solo produce un daño inmediato —lesiones, traumatismos, enfermedades de transmisión sexual o embarazos precoces— sino que origina secuelas a largo plazo, como trastornos de ansiedad, depresión, adicciones y un riesgo elevado de suicidio.

Frontera subraya un aspecto especialmente dramático: los niños maltratados suelen perder la confianza en todos los adultos, porque quienes les agreden suelen ocupar posiciones de autoridad y protección. Esta traición de la confianza convierte la violencia en un estrés más intenso que el generado por una catástrofe natural o un accidente.

Las estadísticas son fragmentarias y, en muchos casos, solo revelan la “punta del iceberg”: los casos más graves que llegan a los servicios de salud, a los trabajadores sociales o a los juzgados. En España, por ejemplo, en 2021 se registraron más de 21.000 casos de maltrato infantil, mientras que en Estados Unidos uno de cada ocho menores investigados por sospecha de malos tratos vio confirmada la agresión. La Organización Mundial de la Salud estima que más de mil millones de niños sufren cada año algún tipo de violencia.

Factores de riesgo y el difícil equilibrio entre cultura y derechos

La violencia contra la infancia no responde a una causa única. Con frecuencia se asocia a la pobreza, el desempleo, los problemas de salud mental en los progenitores, la violencia intrafamiliar, el abuso de alcohol o drogas y los entornos sociales hostiles. Pero estos factores interactúan con un componente cultural que no siempre resulta sencillo de desmontar.

En algunas sociedades, por ejemplo, el castigo físico se considera un método legítimo de disciplina. Este aspecto cultural complica las campañas de prevención y genera resistencias en familias y comunidades que no identifican ciertas prácticas como abuso. Además, la violencia tiende a reproducirse de generación en generación: muchos adultos maltratadores fueron niños maltratados.

Frontera aborda también un tema particularmente doloroso: los abusos sexuales cometidos en contextos religiosos. Aproximadamente un 4% de los sacerdotes católicos en activo en Estados Unidos, según una amplia investigación, cometieron abusos a menores, unas cifras similares a las encontradas en Alemania y otros países. Este fenómeno supone no solo un crimen contra la víctima, sino una traición radical a los valores que la Iglesia dice encarnar. La reacción inicial de las autoridades eclesiásticas fue lenta y defensiva, aunque posteriormente se avanzó en el reconocimiento del problema y en propuestas de justicia restaurativa y prevención.

Bullying y cyberbullying: nuevas formas de victimización

El acoso escolar y su versión digital, el cyberbullying, merecen un análisis aparte. Ambos tienen en común que la agresión es repetida y deliberada. Mientras que el bullying tradicional se basa en la superioridad física o psicológica del agresor, el cyberbullying amplifica el daño gracias al anonimato y la disponibilidad constante de la tecnología.

En el bullying, el agresor obtiene poder al contar con testigos o cómplices que refuerzan la agresión. En el mundo digital, ese público puede multiplicarse sin límite, y el niño no siempre es consciente de la magnitud del ataque hasta que ya es muy tarde. Las consecuencias psicológicas son similares: ansiedad, depresión, sensación de humillación y aislamiento.

Para Frontera, los programas educativos pueden ayudar a las víctimas potenciales a identificar riesgos, pero no todos los menores tienen la madurez suficiente para asimilar estos aprendizajes sin desarrollar miedo y desconfianza hacia los adultos protectores.

Estrategias de prevención: niveles y límites

En su propuesta, distingue con claridad entre prevención primaria, secundaria y terciaria:

  • Prevención primaria: actúa sobre toda la sociedad, buscando transformar estructuras que generan violencia (pobreza, desigualdad, marginación) y promover valores que condenen el maltrato. Son cambios lentos, que requieren compromiso político y social.
  • Prevención secundaria: consiste en identificar familias o niños con factores de riesgo mediante la formación de profesionales de la educación, la sanidad y los servicios sociales. Aunque necesaria, su eficacia es limitada: no hay métodos totalmente fiables para predecir el maltrato.
  • Prevención terciaria: se centra en intervenir cuando la violencia ya se ha producido, garantizando la seguridad del niño y ofreciendo recursos de atención médica, psicológica y social.

Frontera insiste en que la respuesta debe ser tanto preventiva como curativa: impedir la agresión y proteger y reparar a la víctima.

Propuestas para un enfoque integral

Prevenir la violencia infantil requiere actuaciones sostenidas y coordinadas. El autor enumera medidas clave:

  1. Aplicar de manera efectiva las leyes antiviolencia, con recursos suficientes y una coordinación real entre administraciones. La Ley Orgánica 8/2021 en España fue un gran avance, pero necesita dotación presupuestaria y desarrollo normativo.
  2. Promover normas y valores protectores en la familia, la escuela y los medios de comunicación.
  3. Apoyar económicamente y socialmente a las familias en riesgo, para reducir tensiones que a menudo derivan en violencia.
  4. Generalizar la educación antiviolencia, que ayude a los niños a reconocer conductas abusivas, siempre adaptada a su edad y capacidad de comprensión.
  5. Fortalecer las relaciones afectivas seguras con adultos protectores, un factor decisivo para que los menores crezcan con confianza y resiliencia.

El autor señala que una buena comunicación entre padres e hijos —“que puedan contarlo todo”— y una supervisión atenta son la mejor barrera frente al abuso sexual y otras formas de violencia.

Una cuestión moral y espiritual

Aunque su enfoque es principalmente científico, las reflexiones de Frontera interpelan la conciencia ética y recuerdan un compromiso ineludible: la defensa de la dignidad sagrada de cada niño. La fe, vivida con autenticidad, no puede cerrar los ojos ante el sufrimiento ni tolerar estructuras de poder que perpetúan el abuso. La ciencia aporta datos y estrategias; la espiritualidad, una motivación última que no se resigna a la indiferencia.

En definitiva, prevenir la violencia contra la infancia es una tarea colectiva que exige transformar culturas, proteger a los más vulnerables y reafirmar que toda acción a favor de los niños es, en el fondo, una afirmación de la humanidad que compartimos.

 

*Resumen a partir del artículo: Frontera Izquierdo, P. (2025). Dificultades en la prevención de la violencia contra los niños. Razón y Fe, 289(1.466), 51–73. https://doi.org/10.14422/ryf.vol289.i1466.y2025.002