Conocimiento, ética y esperanza desde Kant

[Dr. Agustín Ortega Cabrera] En este tiempo, por su aniversario, se continúa haciendo memoria de I. Kant, uno de los filósofos y pensadores más significativos e influyentes de la historia. Mucho se ha escrito y estudiado e investigado sobre este autor, símbolo de la conocida como Modernidad e Ilustración, del humanismo liberal e ilustrado, iniciador y representante del idealismo alemán junto a su consumador, Hegel. Y ello poniendo de relieve, como en todo autor, una valoración crítica y equilibrada, sus aciertos o límites, lo valioso de su obra o carencias que pudo tener. Así lo vamos a tratar de hacer en este escrito de forma sintética, claro, y mostrando su actualidad o vigencia en diálogo con la fe, con la teología, con la tradición y magisterio de la Iglesia.

El lema kantiano, atrévete a pensar o a saber (conocer) “sapere aude”, es clave en toda formación humanista, filosófica e integral. La razón crítica, ética, universal y orientada al humanismo posibilita liberarnos de fundamentalismos, integrismos, fideísmos o supersticiones; e ir alcanzando un pensamiento y conocimiento adulto, maduro, moral y humanizador. Las denominadas “críticas de la razón”, que nos dejó en su obra, van por esta dirección, tratando de articular las preguntas del conocimiento, de la ética y la esperanza abierta a la trascendencia religiosa. Y que se sintetizan en la cuestión sobre el ser humano, visibilizando el llamado copernicano giro antropológico que el pensador alemán, dando una vuelta de tuerca a este énfasis en la antropología, ha transmitido con su legado. Kant, con el idealismo, ha intentado esta articulación global entre lo material-empírico o concreto e inmanente y lo universal, lo trascendente y espiritual.

La razón teórica y el conocimiento

De ahí que en el campo de la razón pura (más teórica), con su teoría del conocimiento o epistemología, Kant quisiera acoger e integrar las corrientes más significativas de su época, el racionalismo e innatismo con Descartes y el empirismo con Hume o Locke. El conocer abarca tanto los sentidos con los objetos, los contenidos para no encontrarse vacío, como las condiciones del sujeto que conoce, evitando caer en una ceguera o caos, por el que se ordenan estos objetos con estas facultades del conocimiento que el ser humano posee; como son los a priori del espacio y el tiempo. Kant afirma que “los pensamientos sin contenido son vacíos, las intuiciones sin conceptos son ciegas” (A51).

Ciertamente, le faltó mayor unidad e integridad estructural entre los momentos de los sentidos y la inteligencia de la persona como, por ejemplo, luego elaboraría el genio de Zubiri con su inteligencia sentiente. En esta línea, la antropología y conocimiento trascendental kantianos, al poner más el acento en dichas capacidades cognoscitivas del sujeto —y no tanto en el objeto conocido—, corre el riesgo de subjetivismo e idealismo, con la consiguiente perdida de objetividad y realismo.

Además, con su cierto desajuste empirista, Kant no alcanzó a valorar de una forma más adecuada el conocimiento metafísico, que tiene solidez y rigurosidad, para el estudio de las realidades del alma, del mundo y de Dios. Como tan genialmente había hecho, cada uno a su modo, un San Agustín o Santo Tomás de Aquino. Influyó aquí, muy posiblemente, la matriz luterana (protestante) con su pesimismo antropológico y dualismo razón-fe, en palabras de Kant, “tuve, pues, que suprimir el saber para dejar sitio a la fe” (B XXX). Eso sí, aunque según él no se inserta en los conocimientos científicos o académicos, Kant valoró la metafísica como una inquietud propia del ser humano. La persona es un ser metafísico que pregunta, busca y se abre a las cuestiones y trascendencia de lo real, de Dios mismo. Ciertamente, mostró adecuadamente que nuestro conocimiento teórico, filosófico o metafísico tiene límites, mas lo clausuró demasiado, desconfió de él. Sin abrirlo a todas sus capacidades, ensanchando sus posibilidades de trascendencia a ese diálogo más profundo de la razón con la fe que, lejos de oponerse, se complementan y fecundan mutuamente en la línea del Aquinate.

Como afirmara la teoría critica con Adorno, “el pensamiento que no se decapita desemboca en la trascendencia, la luz del conocimiento es la redención”. Es cierto que no podemos agotar el conocimiento del objeto en sí (noúmeno). Aunque, habría que matizarle a Kant, sí lo podemos conocer suficientemente en su esencia y fundamento metafísico, en sí mismo. Y no meramente quedarnos en lo fenoménico, en lo que a-parece para nosotros, en las simples apariencias o subjetivismo. Ello no obsta, como ya apuntamos, que dejemos de reconocer su valiosa pretensión de abarcar e incluir el objeto (lo objetivo) y el sujeto (lo subjetivo), la experiencia a posteriori y la estructura cognoscitiva a priori, lo concreto y lo universal en apertura a lo trascendente.

La razón práctica y la ética

En este sentido, Kant no se limitó a esta razón teórica o pura con sus límites y aporías, siguió avanzando en su itinerario filosófico con la razón práctica a la que da prioridad, como ha mostrado ese maestro del pensamiento kantiano, J. G. Caffarena.  Efectivamente, junto a tu teoría del conocimiento, la mayor repercusión de la obra kantiana es su filosofía moral. En afinidad con su forma de comprender el conocimiento, la ética kantiana es una moral que, aún inspirada en la fe como seguiremos viendo, busca la razonabilidad, la autonomía humana, la universalidad y la humanización. Toda  acción que proviene de la fe, de Dios mismo,  es razonable, buena, justa y humanizadora.

Precisando las éticas eudemonistas y materiales, como las aristotélicas que ponen el foco en la aspiración a la felicidad y contenidos normativos concretos, Kan delinea una ética deontológica y formal. Es una ética basada en el deber moral, guiada por la buena voluntad, que pretende orientar la acción ética concreta con una serie de criterios, para posibilitar que el acto o noma puedan ser considerados morales. Dichos criterios o claves, los conocidos como imperativos categóricos, constan de varias formulaciones.

La primera, la universalización de la acción ética. “Actúa de tal manera que la máxima de tu conducta pueda convertirse en ley universal” (AA IV:421). Una acción que no sea universalizable, que no se pueda extender y llevar a cabo por todo ser humano, como por ejemplo el robo o la mentira, no es moral. Si el mentir o robar es la norma (acción) moral universal, e implantara como estilo de vida en la humanidad, se sembraría el mal y caos por todo el mundo. Por ello, siguiendo este supuesto kantiano, el mismo pensamiento latinoamericano con I. Ellacuría enseña que nuestro modelo productivo y económico, la civilización capitalista global, niega la ética. Y es que a medida que el capitalismo se siga propagando e implantando globalmente, como modelo de vida en todo el mundo, irá destruyendo el planeta tanto a nivel humano o social, con sus desigualdades e injusticias del empobrecimiento, como ecológico por su economicismo y consumismo insostenible. Aquí se va explicitando el principio vida, por el que todo atentado contra el ser-existencia e integridad humana: no es moral por no ser universalizable; impidiendo así que se vaya imponiendo la cultura de la muerte.

La siguiente formulación del imperativo categórico, que funge como un precedente o semilla del pensamiento personalista contemporáneo con su alteridad solidaria, es la dignidad de todo ser humano, que no tiene precio. “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio” (AA IV:429). Como se observa, es un criterio ético básico y esencial, tan actual e importante (imprescindible), que pone las bases de los derechos humanos y una bioética personalista global junto la ecología humana (social e integral), para proteger y cuidar la vida, la dignidad e integridad de toda persona.

Igualmente, se puede convertir en principio sustentador de la opción por los pobres, por las víctimas y excluidos, a los que se les niega esta vida y dignidad. Ellos son tratados, en expresión de Francisco, por la cultura del descarte como simples instrumentos de lucro (enriquecimiento), explotación u opresión y deshechos sobrantes. Tal como se hace con mujeres, trabajadores, pueblos indígenas, niños no nacidos e infancia esclavizada, mayores-ancianos, moribundos o familias. Y es que este imperativo kantiano se ha ido actualizando, concretando, precisando e historizando en el pensamiento moderno o contemporáneo. Ahí tenemos las teorías críticas, con su “liberar de las cadenas de explotación al trabajador, o el pensar y actuar para que Auschwitz​ (símbolo del mal e injusticia contra las víctimas) no se repita”. H. Jonas y su imperativo de la responsabilidad en un horizonte ecológico o bioético, “obra de tal modo, que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra”. A. Etzioni y su regla de oro en clave comunitaria, ​“respeta y apoya el orden moral de la sociedad, como quisieras que la sociedad respetara y apoyara tu autonomía para vivir una vida plena”. Incluyendo, como ya apuntamos, el del propio pensamiento latinoamericano, “libera al pobre”, defendiendo y promoviendo la vida con la ecología integral, el buen vivir y la descolonización de todo poder que oprima.

Existe otra fórmula del imperativo categórico, una posible combinación o síntesis profundizadora de las anteriores, que nos abre a una ética cosmopolita, muy propia de la visión kantiana y jurídica. “Obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de los fines” (AA IV:439). En una lectura de esta enseñanza kantiana, que ahonda en sus perspectivas éticas, debemos promover un orden político y jurídico universal, al servicio de la vida y dignidad de las personas, de los pobres y las víctimas, para que sean tratadas como fines en sí mismas, no como objetos o cosas. Por tanto, respetando al ser (lo humano) con sus derechos y deberes inherentes que están por encima del tener, del poseer y la ganancia. Se ve claramente la inspiración bíblica-cristiana de la ética kantiana con su intrínseco humanismo, en su misma terminología que afirma la sagrada e inviolable vida y dignidad del ser humano. La persona tratada como como fin y sujeto del orden sociopolítico o jurídico, sin cosificarlo e instrumentalizarlo. “El sábado se hizo para el hombre” (Mc 2,27-28), no al contrario. Y que es clave en el Reino de Dios que nos viene a traer Jesús, el proyecto y sueño que tiene para la humanidad, el mundo e historia.

Es la ética cosmopolita que ha de alcanzar la paz perpetua y la justicia permanente entre todos los seres humamos, las sociedades, los pueblos y naciones. Un desarrollo humano mundial e integral con su estado social de derechos como la alimentación, la educación, la sanidad, el trabajo decente, la vivienda digna u otros bienes que han ser universalizados. Tal como impulsa esta ética civil, cívica, global, planetaria con su cosmopolitismo bien arraigado. Y se puede ver en lo más valioso de la ética actual, siguiendo y profundizando los estudios e influjos kantianos, por ejemplo, con A. Cortina o J. Conill.

Filosofía de la religión, esperanza y trascendencia

Aunque, como ya hemos señalado, la filosofía y moral de Kant no pone el foco en la felicidad, para evitar el peligro de una ética hedonista, tampoco la niega. Por consiguiente, dice Kant, “la moral no es propiamente la doctrina de cómo hacernos felices, sino de cómo hacernos dignos de la felicidad”. Aquí se establece un diálogo interesante e importante con la ética aristotélica, incluso con corrientes de psicología actuales como la positiva con Seligman. Para Kant, la auténtica felicidad se va logrando en la realización de la vida ética con sus deberes, imperativos y compromisos morales ya vistos. Lo que sucede, como ya había manifestado la sabiduría bíblica —de modo paradigmático en el Libro de Job—, es que al justo no siempre le va bien, en esta tierra el compromiso moral por la justicia y la felicidad no coinciden.

En otro posible diálogo y similitud con la ética aristotélica o clásica, Kant contempla y valora en su obra la “naturaleza humana», que se encuentra afectada por el «mal radical”. Lo que contrasta o equilibra cierta línea antropológica positiva de su criticismo, denunciando la banalidad de estos diversos optimismos ilustrados, como estudia también Caffarena. Por ahí va, en su diálogo e influencia rousseauniana, su enseñanza sobre la “insociable sociabilidad” del ser humano.

Esto es, esa tensión entre las tendencias egoístas e individualista y violentas que se dan en la vida social e histórica del ser humano, la existencia de este mal e injusticia, y su afrontamiento o respuesta que solo es posible en esta misma existencia sociable con sus pactos, leyes y contratos sociales. Aquí se puede vislumbrar el peligro de un considerable pesimismo antropológico sobre nuestra realidad social. Más allá de establecerse por conveniencias e intereses mediante dichos contratos, la sociabilidad pertenece a la propia naturaleza del ser humano, que se realiza en esta alianza con los otros, debido a nuestra constitutiva condición social. Por todo ello, Kant concertó una “cita secreta” entre la justicia y la felicidad en la otra vida. Desde la ética y la justicia, el pensamiento de Kant se abre a la metafísica, a la misma teología. El ser humano está abierto a la esperanza de la trascendencia, a la vida eterna en donde el mal e injusticia no tengan la última palabra, lo que supone el postulado de la existencia de Dios. El Dios de la vida que nos regala la tierra nueva y los cielos nuevos (Ap 21,1-8).

Conclusión

Como afirma Adorno, el secreto de la filosofía kantiana “es la imposibilidad de pensar la desesperación” y, en esta línea, Unamuno señala que el “hombre Kant no se resigna a morir del todo”. Por eso, Caffarena titula su magno estudio sobre nuestro pensador, “El teísmo moral de Kant”, que condensa muy bien su obra con esos horizontes metafísicos y estéticos, los trascendentales de la verdad, de la belleza y del bien. La plenitud de este horizonte esperanzador del Dios vivo y verdadero, que nos regala la belleza de la eternidad.

Agustín Ortega Cabrera es colaborar de Fronteras CTR e investigador asociado de la Universidad Anáhuac (México).