El enfrentamiento entre Albert Einstein y Henri Bergson

(Leandro Sequeiros) El 6 de abril de 1922, en París, el físico Albert Einstein y el filósofo Henri Bergson debatieron en un acto público sobre el concepto de “tiempo”. Einstein consideraba que la teoría del tiempo de Bergson (la duración) era una noción psicológica y superficial, irreconciliable con las realidades cuantitativas de la física. Bergson, quien ganó fama como filósofo al argumentar que el tiempo no debe entenderse exclusivamente a través de la lente de la ciencia, criticó la teoría de Einstein por ser una metafísica injertada en la ciencia, una que ignoraba los aspectos intuitivos del tiempo. Un debate en las fronteras de las ciencias, las filosofías y las religiones que enconó aún más la relación entre las ciencias y las humanidades.

 

Los seguidores de FronterasCTR no pueden dejar de lado un debate de carácter científico y humanista – con algunas implicaciones religiosas-  del que recordamos aquí el primer centenario. Como todos sabemos, Albert Einstein (1879-1955), con la Teoría de la Relatividad General de 1915, transformó radicalmente nuestra visión del universo, pero también enfrentó en 1922, hace un siglo, a dos pensadores brillantes: Einstein y Henri Bergson (1859-1941). Este debate agudizó aún más el conflicto entre ciencia y humanidades.

En un extenso, ameno y documentado estudio de la doctora Jimena Canales, El físico y el filósofo. Albert Einstein, Henri Bergson y el debate que cambió nuestra comprensión del tiempo, se describe la polémica entre ambos, los escenarios científicos y filosóficos y la situación actual un siglo más tarde.

La autora, profesora Jimena Canales (Ciudad de México, 1973) es física e historiadora de la ciencia desarrollando su tarea en la universidad de Illinois, en EEUU.

 

El físico y el filósofo, Einstein y Bergson cara a cara

El ensayo de Jimena Canales, El físico y el filósofoanaliza la notable historia de cómo este debate fue explosivo y transformó nuestra comprensión del tiempo, alude al concepto judeocristiano de eternidad e impulsó una brecha entre la ciencia y las humanidades que persiste en la actualidad.

El punto de partida de este libro es este: el 6 de abril de 1922, en París, Albert Einstein y Henri Bergson debatieron públicamente sobre el concepto de “tiempo”. Einstein consideraba que la teoría del tiempo de Bergson (la duración) era una noción psicológica y superficial, irreconciliable con las realidades cuantitativas de la física. Bergson, quien ganó fama como filósofo al argumentar que el tiempo no debe entenderse exclusivamente a través de la lente de la ciencia, criticó la teoría de Einstein por ser una postura metafísica injertada en la ciencia.

A lo largo de la lectura de sus páginas asistimos a las consecuencias cruciales de aquel choque de gigantes. Tras el debate, se dio como vencedor a Einstein, elevando a la ciencia a la posición de privilegio para la comprensión del mundo, relegando a las humanidades a una posición vicaria y avivando un desprecio mutuo que aún perdura. Parece fácil dar hoy por ganador al icónico Einstein en su pelea contra el hoy casi olvidado Bergson y observar con irónica condescendencia las pretensiones de la filosofía en nuestro mundo hiper-tecnológico. Y, sin embargo, la ampliación del conocimiento humano no parece haber aplacado un ápice nuestra búsqueda de sentido.

Un debate que no nos deja indiferentes

Este debate, tal como es descrito en el ensayo de Jimena Canales, no nos deja indiferentes ya quecambió nuestra percepción de una de las características más fundamentales del universo: el “tiempo”. La concepción del tiempo como magnitud que se mide y se cuantifica con un reloj (Einstein), y del tiempo como duración (Bergson) parece irreconciliable. Y Einstein mantuvo la tensión del debate hasta su muerte en 1955. Y con posterioridad otros físicos y filósofos han continuado la reflexión sobre lo que es el “tiempo” desde la ciencia y desde la filosofía sin haber llegado a acuerdos.

Durante su debate con Bergson el 6 de abril de 1922, Einstein defendió su definición de tiempo por tener un claro “sentido objetivo”, en contraste con otras definiciones. “Hay acontecimientos objetivos, independientes de los individuos”, insistió ese día, lo que implicaba que su noción de tiempo era la única opción objetiva. Su teoría no era solo una hipótesis fructífera o una explicación conveniente que podía ser escogida entre muchas otras. “Uno siempre puede elegir la representación científica que quiera, si cree que es más cómoda para una u otra tarea en cuestión, pero eso no tiene ningún sentido objetivo”, aclaró.

El filósofo Bergson habló casi media hora. El físico Einstein respondió en menos de un minuto con una frase devastadora: “El tiempo de los filósofos no existe”. Su antagonista, el filósofo Henri Bergson, había ya abordado con anterioridad ideas sobre el tiempo en algunos de sus libros, como La evolución creadora Materia y memoria. Después de este debate público en París, Bergson no perdonaría nunca a Einstein el comentario y en los próximos años se volvería uno de sus peores enemigos.

Al inicio de este debate de 1922 en París Henri Bergson felicitó al físico Albert Einstein por haber descubierto una teoría impresionante –la famosa teoría de la relatividad–, pero le reprochó que hubiera olvidado todos los demás aspectos del tiempo que, aunque inútiles matemáticamente, permanecen esenciales para nosotros. Se horrorizó al ver una teoría científica que ignoraba por qué unos momentos nos importan más que otros.

El crítico de Einstein esbozó los principios de una cosmología alternativa que no se limitaría a la precisión árida de la ciencia ni se revolcaría en retórica vacía, por más poética que esta fuera. Bergson y sus numerosos seguidores serían aplaudidos por presentar una noción de tiempo “llena de sangre”.

El filósofo Henri Bergson no se dio por vencido y continuó su refutación en un libro, Duración y simultaneidad, publicado ese mismo año 1922.  El físico Einstein, por su parte, se defendió con todas sus energías y recursos. En los años que siguieron, Bergson sería percibido por los científicos y por los filósofos como el perdedor del debate. La noción del científico sobre el tiempo llegó a dominar la mayoría de las discusiones más doctas sobre el tema. No solo la filosofía de Bergson, sino muchos otros enfoques artísticos y literarios serían relegados a una posición secundaria y casi auxiliar.

Para muchos, la derrota de Bergson representó una victoria de la “racionalidad” en contra de la “intuición” y marcó el momento en que se extendió entre los científicos la acusación de que los intelectuales ya no tenían la capacitación necesaria para contribuir a las revoluciones científicas, cada vez más complejas. Por esa razón, algunos argüían que deberían mantenerse al margen de la ciencia y los temas científicos deberían ser tratados exclusivamente por quienes sabían algo al respecto. Así, “bajo el impacto de la relatividad”, comenzó “la historia de la derrota, después de un periodo de un éxito sin precedentes, de la filosofía” de Bergson. Su derrota marcó el momento en que la filosofía empezó a perder influencia respecto a la ciencia.

 

La filosofía de la ciencia oculta bajo un debate

La doctora mexicana Jimena Canales presenta en esta extensa obra las ideas revolucionarias de Einstein y Bergson, su posterior colisión y las repercusiones de este choque. Para los interesados en la filosofía de la ciencia es muy interesante el modo como la autora construye el contexto filosófico y científico del debate entre Einstein y Bergson dentro de las incipientes (entonces) comunidades científicas. Desde nuestro punto de vista es un relato magistral y revelador que muestra cómo se puso a prueba la verdad científica en un siglo dividido, marcado por un nuevo sentido del tiempo.

Cuando, unos meses antes, en 1921, la Academia Sueca otorgó el Premio Nobel a Albert Einstein no lo reconoció por la teoría que lo había hecho famoso, sino “por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico”, un área de la ciencia que no llegó a sacudir la imaginación del público en la medida en que sí lo hizo la relatividad. El presidente del Comité Nobel, Svante Arrhenius, explicó que, aunque “la mayoría de las discusiones [de Einstein y sobre Einstein] giran en torno a su teoría de la relatividad”, esta no merecía el premio. ¿Por qué no? Las razones de esta decisión se comprenden ahora por lo sucedido entre Bergson y Einstein en París en abril de 1922. Y aludimos al comunicado de Arrhenius, “No es un secreto que el famoso filósofo Bergson ha desafiado esa teoría.”

Por tanto, ya al comienzo de los años 20 un filósofo tan prestigioso, como era Henri Bergson, había criticado en repetidas ocasiones la teoría de la relatividad de Einstein, tal como se muestra en el estudio de Jimena Canales.

Bergson –que ganaría el Premio Nobel de Literatura en 1927– había demostrado que determinar la validez de la teoría de Einstein “encumbraba la epistemología” más que la física y, “por lo tanto, ha sido objeto de un intenso debate en los círculos filosóficos”. Sus objeciones en contra de Einstein inspirarían a las próximas generaciones de pensadores, desde Martin Heidegger a Gilles Deleuze. Los años que siguieron a su encuentro en París pueden compararse con una versión incruenta y moderna de las antiguas guerras de religión, pero, en lugar de debatir sobre cómo leer la Biblia, los pensadores discutían cómo leer el despliegue de la naturaleza a través del tiempo.

 

Las razones profundas de un enfrentamiento intelectual

La misma autora del libro, Jimena Canales, se pregunta: ¿qué es lo que llevó a estos dos pensadores brillantes a adoptar posiciones tan opuestas en casi todas las cuestiones pertinentes de su época? ¿Qué causó que un siglo terminara tan dividido? ¿Por qué dos de las mentes más grandes de la era moderna no pudieron ponerse de acuerdo sobre el tiempo, dividiendo comunidades intelectuales en los años por venir?

Henri Bergson era entonces una celebridad mundial, un autor leído por presidentes y primeros ministros, un intelectual comprometido con las causas sociales y políticas de su tiempo. Durante las primeras décadas del siglo XX, su fama, prestigio e influencia superaban considerablemente a la autoridad del físico. Según las crónicas, abarrotaba los salones donde se iban a impartir sus conferencias. Era un gran comunicador.

Por otra parte, la teoría de la relatividad de Albert Einstein (1879-1955) rompió con la física clásica en tres aspectos principales: en primer lugar, redefinió los conceptos de tiempo y espacio al afirmar que ya no eran universales. En segundo lugar, Einstein demostró que el tiempo y el espacio estaban completamente relacionados; y en tercer lugar, acabó con la creencia en la existencia del éter introducida por algunos científicos como hipótesis ad hoc para explicar la constancia en la velocidad de la luz con independencia del observador.

Combinados, estos tres descubrimientos producían un efecto nuevo y sorprendente: la dilatación del tiempo, posibilidad que conmocionó de modo profundo tanto a los científicos como al público en general. En términos coloquiales, los científicos describen la dilatación del tiempo como una ralentización de este a velocidades rápidas y, aún más dramáticamente, como una  manera de detener el tiempo por completo cuando se viaja a velocidades infinitas.

Estos dos hombres dominaron la mayoría de las discusiones sobre el tiempo durante la primera mitad del siglo XX. Gracias a Einstein, el tiempo fue “depuesto de su trono” y arrastrado cuesta abajo desde la alta cumbre de la filosofía para terminar con los pies firmes en la física. Einstein nos liberó de “nuestra creencia en el significado objetivo de la simultaneidad” y se rio de nuestra fe en un tiempo único y absoluto. “El espacio por sí mismo” y el tiempo por sí mismo eran dos conceptos “condenados a desvanecerse en las sombras”.

El profesor Gerald Holton, de la Universidad de Harvard, escribe sobre este obra: «Si los lectores están del lado de la física de Einstein o la filosofía de Bergson no es lo más importante: este libro abre nuevas formas de pensar sobre la relación entre la ciencia y las humanidades que perturban a ambos campos».

Crónica de un debate anunciado

El público francés apostaba fuerte por Henri Bergson. Estaban aún frescas las heridas de la primera guerra mundial (1914-1918) y el hecho de que un científico alemán hubiera sido invitado a debatir con un héroe francés, predisponía al público en una dirección. Por otra parte, Bergson ya tenía 63 años y era un pensador con una larga trayectoria intelectual muy valorada en los ambientes cultos de Francia.

Einstein, por su parte, con solo 43 años no era el gran físico que todo conocerían más tarde cuando le fuera concedido el Premio Nobel. Además de alemán y judío, podríamos decir que era aún una joven promesa, a veces petulante y teatrero.

Ese día “verdaderamente histórico”, Bergson fue incitado a participar en una discusión que él habría preferido evitar. Un colega impertinente, a su vez presionado por el organizador del evento, lo había retado a que hablara. “Somos más einsteinianos que usted, señor Einstein”, dijo Bergson. Sus objeciones resonarían con fuerza. “Para todos nosotros Bergson estaba ya muerto –dijo el escritor y artista Wyndham Lewis–, pero la relatividad, por extraño que parezca a primera vista, lo ha resucitado.”

El filósofo habló casi media hora exponiendo con brillantez su postura sobre el tiempo como duración, una perspectiva psicológica bien conocida y aceptada por el público asistente. El físico Einstein respondió en menos de un minuto con una frase devastadora: Il n’y a donc pas un temps des philosophes, “para los filósofos no existe lo que llamamos ‘tiempo’”.

Las posturas quedaron claras pero el problema restaba sin resolverse. El filósofo Bergson siguió su reflexión y continuó elaborando su refutación en un libro, Duración y simultaneidad. El físico Einstein, por su parte, se defendió con todas sus energías y recursos.

En los años que siguieron, Bergson sería percibido como el perdedor del debate. La noción del científico sobre el tiempo llegó a dominar la mayoría de las discusiones más doctas sobre el tema. No solo la filosofía de Bergson, sino muchos otros enfoques artísticos y literarios serían relegados a una posición secundaria y casi auxiliar.

Para muchos, la derrota de Bergson representó una victoria de la “racionalidad” en contra de la “intuición” y marcó el momento en que se extendió entre los científicos la acusación de que los intelectuales ya no tenían la capacitación necesaria para contribuir a las revoluciones científicas, cada vez más complejas. Por esa razón, algunos argüían que deberían mantenerse al margen de la ciencia y los temas científicos deberían ser tratados exclusivamente por quienes sabían algo al respecto. Así, “bajo el impacto de la relatividad”, comenzó “la historia de la derrota, después de un periodo de un éxito sin precedentes, de la filosofía” de Bergson. Su derrota marcó el momento en que la filosofía empezó a perder influencia respecto a la ciencia.

 

El tiempo (la duración) de Bergson ¿fue depuesto de su trono?

Estos dos hombres dominaron la mayoría de las discusiones sobre el tiempo durante la primera mitad del siglo XX. Gracias a Einstein, el tiempo fue “depuesto de su trono” y arrastrado cuesta abajo desde la alta cumbre de la filosofía para terminar con los pies firmes en la física. Einstein nos liberó de “nuestra creencia en el significado objetivo de la simultaneidad” y se rio de nuestra fe en un tiempo único y absoluto. “El espacio por sí mismo” y el tiempo por sí mismo eran dos conceptos “condenados a desvanecerse en las sombras”.

Einstein y Bergson eran opuestos. La noción mecanicista del físico contrastaba con el vitalismo, la idea de que la vida lo impregna todo; al raciocinio se le oponía la creación; a la uniformidad, la personalidad. Mientras que la filosofía de Bergson se asociaba con la metafísica y el antirracionalismo, Einstein se relacionaba con sus opuestos: la física, la racionalidad y la idea de que el universo (y nuestro conocimiento de este) permanecería igual y existiría a la perfección sin nosotros.

Cada uno representaba un lado de las dicotomías más irreconciliables y sobresalientes que caracterizaron a la modernidad. Este periodo se consolidó en un mundo dividido entre la ciencia y lo demás. Cuando otras áreas de nuestra cultura, como la filosofía y el arte, se comparaban con la ciencia, estas parecían estar de sobra.

La fama de estos dos pensadores era envidiable. Tanto es así, que Sigmund Freud se describió a sí mismo como alguien que no tenía la “pretensión de ser nombrado como uno de los intelectuales soberanos” de su época “al lado de Henri Bergson y Albert Einstein”.

 

El lanzamiento popular de Albert Einstein

La victoria intelectual de Albert Einstein sobre Henri Bergson fue un punto de inflexión decisivo para el filósofo: su fama y prestigio estuvieron en juego por la impetuosa jactancia y presunción de un científico veinte años más joven.

También fue un momento clave donde se vio cómo la autoridad de la ciencia ascendía frente a otras formas de conocimiento. En los años siguientes, el filósofo y el físico tomarían posturas opuestas en casi todos los temas posibles. Algunas de sus diferencias eran abstractas –la naturaleza del tiempo, el papel de la filosofía o el alcance y el poder de la ciencia– y otras más concretas –el papel del gobierno, el lugar de la religión en la sociedad moderna y el destino de la Sociedad de Naciones–. Desde las virtudes del vegetarianismo o las razones que podrían justificar una guerra hasta las características de las diferentes razas humanas y la naturaleza de nuestra fe, nos encontramos con dos hombres que tomaron posturas contrarias en casi todos los debates de su tiempo.

Después del encuentro en París, Einstein insistió en que el filósofo no entendía la física de la relatividad. La mayoría de los defensores de Einstein estuvieron de acuerdo con esta acusación; los de Bergson la resistieron de manera enérgica. Bergson nunca reconocería su derrota. Según el filósofo, fueron Einstein y sus interlocutores quienes no lo entendían.

Una revolución contra Henri Bergson

Como hemos dicho antes, la teoría de la relatividad de Albert Einstein rompió con algunos de los “dogmas” de la física clásica en tres aspectos principales: en primer lugar, la teoría de la relatividad redefinió los conceptos de tiempo y espacio al afirmar que ya no eran universales, estáticos, fijos y eternos. En segundo lugar, la teoría de la relatividad demostró que lo que tradicionalmente se denominaban el tiempo y el espacio estaban completamente relacionados; y en tercer lugar, la teoría de la relatividad de Einstein acabó con el concepto del éter, una sustancia que, se suponía, llenaba el espacio vacío en el cosmos y los científicos consideraban como un fondo estable tanto para el universo como para sus teorías de mecánica clásica.

Combinados, estos tres descubrimientos producían un efecto nuevo y sorprendente: la dilatación del tiempo, uno posibilidad física que conmocionó de modo profundo tanto a los científicos como al público en general. En términos coloquiales, los científicos describen la dilatación del tiempo como una ralentización de este a velocidades rápidas y, aún más dramáticamente, como una manera de detenerlo por completo cuando se viaja a velocidades infinitas.

¿Encontró Einstein una manera de detener el tiempo? Henri Bergson no estaba convencido de ello. Alegando que las conclusiones sensacionales de la teoría del físico no eran tan diferentes de las búsquedas fantásticas de la fuente de la juventud, concluyó: “Tendremos que encontrar otra manera de no envejecer.”

Si dos relojes estacionarios se fijan al mismo tiempo uno con respecto al otro, y si uno de ellos se separa y viaja a una velocidad constante, los dos relojes empezarán a marcar tiempos diferentes, dependiendo de sus velocidades respectivas. Investigadores han calculado la diferencia sorprendente entre el tiempo del primer reloj (t1) cuando se compara con el segundo (t2). ¿Cuál de estos dos tiempos (t1o t2) es el tiempo verdadero? Según Einstein, ambos; es decir, todos los marcos de referencia deben ser tratados como iguales. Ambas cantidades se refieren igualmente al tiempo.

Bergson fue señalado como el hombre que lideraba la “insurgencia contra la razón”, que muchos diagnosticaban como una enfermedad del periodo de entreguerras. En consecuencia, se le acusó de denigrar las “ciencias físicas” a, “en el mejor de los casos, un dispositivo meramente práctico para la manipulación de las cosas muertas”.

Isaiah Berlin lo asoció con “el abandono de estándares críticos rigurosos y su sustitución por respuestas emocionales casuales”. Bertrand Russell lo acusó de ser antintelectual y de albergar una enfermedad peligrosa que afectaba a “las hormigas, las abejas y a Bergson”, donde la intuición dictaminaba sobre la razón.

Otros filósofos y científicos consideraron la Introducción a la metafísica de Bergson como “el Discurso del método del antirracionalismo moderno”. Su quinto libro, La evolución creadora (1907), le trajo fama mundial. Esta celebridad lo acompañó hasta 1922, cuando publicó su “confrontación”, como él mismo describió, con la teoría de Einstein. Pretendía con descaro superarlo al reinterpretar todos los hechos científicos asociados con la teoría de la relatividad. El libro estaba en producción editorial durante la reunión de Einstein y Bergson en París y apareció más tarde ese año. No produjo el efecto esperado por el autor.

El enfrentamiento entre los dos generó polémica porque los implicados creían que debía alcanzarse un acuerdo en asuntos vinculados a la ciencia. En la actualidad el debate histórico entre Bergson y Einstein sobre la teoría de la relatividad se puede considerar un “locus clásico”. En palabras de Paul Valéry, su enfrentamiento fue el grande affaire del siglo XX y puso fin a la “edad de oro anterior al divorcio entre las dos culturas”, la ciencia y las humanidades. Abrió una “caja de Pandora” llena de preguntas y dudas.

Einstein, en esos días, tenía buenas razones para preocuparse de cómo le afectaría el ataque del filósofo. Quería reconocimiento y necesitaba dinero. Le había prometido a su exesposa, como parte de su divorcio, los fondos del Premio Nobel, que él esperaba conseguir pronto. Pero antes de ser galardonado, algunos ya se preguntaban si la crítica de Bergson habría puesto “toda la doctrina de la relatividad” en duda. Einstein estaba decidido a rescatarla de la suspicacia. Algunos de sus seguidores comenzaron a considerar su teoría simplemente irrelevante para nuestras preocupaciones humanas y mundanas. Alain, un autor muy leído que se convertiría en importante escritor antifascista, afirmó que, “desde el punto de vista algebraico, toda [la obra de Einstein] es correcta; pero desde un punto de vista humano, es pueril”.

 

Solo los “acontecimientos objetivospara Albert Einstein

Durante su debate con Henri Bergson en París hace cien años, Albert Einstein defendió su definición de tiempo por tener un claro “sentido objetivo”, en contraste con otras definiciones. “Hay acontecimientos objetivos, independientes de los individuos”, insistió ese día, lo que implicaba que su noción de tiempo era la única opción objetiva. Su teoría no era solo una hipótesis fructífera o una explicación conveniente que podía ser escogida entre muchas otras. “Uno siempre puede elegir la representación científica que quiera, si cree que es más cómoda para una u otra tarea en cuestión, pero eso no tiene ningún sentido objetivo”, aclaró.

A principios del otoño de 1922, el polémico volumen Duración y simultaneidad, la respuesta tardía de Henri Bergson a Einsteinsalió de la imprenta. En el prólogo, Bergson describió el “deber” de defender la filosofía de la invasión de la ciencia. Sus palabras fueron fuertes: “La idea de que la ciencia y la filosofía son disciplinas diferentes destinadas a complementarse entre sí […] despierta el deseo y también nos impone el deber de proceder a una confrontación.” Bergson reprochó a Einstein haber creado una teoría que dejaba “de pertenecer a la física” y se basaba en una filosofía profundamente defectuosa.

Aunque aquel día la simple afirmación de Einstein –“no existe el tiempo de los filósofos”– sirvió como detonador, muchos factores adicionales intensificaron el conflicto entre los dos hombres y sus puntos de vista. Bergson y Einstein pertenecían a comunidades diferentes con herencias culturales e intelectuales distintas.

Einstein buscaba de manera obsesiva la unidad en el universo, defendía la creencia de que la ciencia podía revelar sus leyes inmutables y trataba de describirlo de la manera más sencilla posible. Bergson, por el contrario, afirmaba que la marca del universo era todo lo contrario: nunca acababa de cambiar. Las filosofías que no hacen hincapié en lo fluctuante y contingente de la naturaleza impredecible del universo e ignoran el rol esencial de la conciencia humana en este y su papel central en su conocimiento eran, según él, retrógradas e iletradas. Mientras que Einstein buscaba la coherencia y la sencillez, Bergson subrayaba las inconsistencias y complejidades.

En Duración y simultaneidad, Bergson expone de nuevo su teo­ría de la duración, teoría que es fundamen­tal para el conocimiento de todo su pensa­miento, puesto que después de ésta, y gra­cias a ella, se desarrolló su teoría de la intuición. Durée et simultanéité está, pues, íntimamente ligada al Ensayo sobre los da­tos inmediatos de la conciencia, la tesis de doctorado de Bergson, quien la tomó como punto de partida para sus sucesivas elaboraciones.

Bergson pone de relieve que para la física y la matemática la duración de un fenómeno es algo relativo ya que se reduce a un número determinado de uni­dades de tiempo o de simultaneidades que son invariables; por lo cual, si todos los movimientos del universo (comprendido el que sirve para la medida del tiempo) se acelerasen de improviso en la misma pro­porción, para la ciencia nada cambiaría por­que para ésta existiría siempre el mismo número de simultaneidades. En cambio la vida de la conciencia coincide con un cam­bio efectivo puesto que sus momentos no se yuxtaponen uno a otro sino que se funden y se compenetran en un todo orgánico, en una unidad que es un absoluto devenir, pe­renne enriquecimiento cualitativo, proceso continuo, «duración real», es decir, tal que implica una sucesión irreversible que se sustrae a toda previsión del mismo modo que a toda determinación causal.

El tiempo de las ciencias fisicomatemáticas, el tiem­po homogéneo, no es tiempo alguno, sino un equivalente suyo, una traducción a tér­minos de espacialidad, y por lo tanto sus­ceptible de cálculo y previsión. En Durée et simultanéité Bergson quiere precisar si su concepto de la duración puede ajustarse a la teoría de la relatividad de Einstein, comparando el concepto común de un tiempo universal único con el einsteniano de los tiempos múltiples. Según Bergson este últi­mo fortalece su teoría de la duración, por­que demuestra la necesidad de evitar el uso del espacio para medir y simbolizar el tiempo, y confirma, a pesar de su aspec­to paradójico, la creencia natural de los hombres en un tiempo único y universal.

La confusión no proviene de Einstein ni de su física, sino más bien de aquellos que han querido convertir esta física en filo­sofía. Al tiempo del sentido común, que puede ser siempre convertido en duración psicológica, la teoría de la relatividad opo­ne un tiempo que puede ser convertido en duración psicológica tan sólo en el caso de inmovilidad del sistema: en los demás casos el tiempo no es más que una línea elástica de luz que, alargándose o contrayéndose según la velocidad atribuida al sistema, pro­duce, contemporáneamente unos de otros, los tiempos múltiples, en los cuales la si­multaneidad y sucesión no son más que ca­sos de igualdad o desigualdad entre líneas de luz, cuya recíproca relación cambia se­gún el estado de reposo o de movimiento del sistema.

El Tiempo, con mayúscula, según Bergson

Bergson decidió poner con mayúscula la primera letra de la palabra “Tiempo” en el prólogo a la segunda edición de Duración y simultaneidad. Al escribirlo así, comunicaba a sus lectores que el concepto incluía más que cuando se refería al “tiempo” en minúsculas. De ese modo ponía en claro que su libro no trataba el mismo tema que preocupaba a los físicos.

El “Tiempo” para Bergson y sus seguidores incluía esos aspectos del universo que nunca podrían ser capturados en su totalidad por instrumentos científicos (como relojes o dispositivos de grabación) o por fórmulas matemáticas. Confundir la hora del reloj con el tiempo-en-general y juzgar el segundo por las normas del primero no podía ser más aborrecible, estimaba Bergson. Pero su argumento era tan sutil que muchos lectores no lo comprendieron. Optaron por categorizar al enemigo de Einstein como retrógrado y equivocado en lo fundamental.

La querella entre Einstein y Bergson pronto se enredó con temas más amplios como el ascenso del fascismo en Europa y el papel adecuado de la filosofía y de la ciencia en las sociedades industriales y tecnológicas. Los pensadores volvieron una y otra vez a ese 6 de abril de 1922 en discusiones de alto voltaje entre intelectuales que trabajaban bajo nuevos regímenes nacionalsocialistas o fascistas y los que fueron obligados a emigrar a América. En todos estos contextos, las interpretaciones que se le daban a ese día cambiaban tanto como cambió el mundo en los años que pasaron de la Belle Époque a la Guerra Fría.

La filosofía de Bergson apelaba al corazón y no solo a la mente. Como tal, aspiraba a ser más amplia que el conocimiento científico. Trataba sobre las manos, los ojos y los oídos, inspirando a muchos artistas. Pretendía frenar los excesos de un racionalismo frío y seco legado por René Descartes y su universo mecanicista, y por Auguste Comte con su sistema riguroso de jerarquías del conocimiento. Era un antídoto contra la comprensión puramente matemática y estática del universo, contra una metodología rígida y desalmada que se asociaba con los excesos violentos de la Revolución francesa.

Entre sus trabajos se encontraban lecciones no solo sobre la naturaleza del tiempo, sino tratados completos dedicados a las preocupaciones apremiantes de esos seres de carne y hueso que buscaban escapar a la lógica fría de la ciencia y la escolaridad académica rígida y árida de las universidades. Bergson era un filósofo que estudiaba los recuerdos, los sueños y la risa.

 

CONCLUSIÓN: Levantarse y caer: el ocaso de un pensador

¿Por qué Bergson, que fue tan célebre, es hoy poco conocido? ¿Cómo fue posible borrar de la historia a un personaje alguna vez tan prominente? Cuando Bergson murió el 3 de enero de 1941, muchos ya lo daban por desaparecido. Su debate con Einstein precipitó una caída vertiginosa desde los cielos del conocimiento. Su fama había alcanzado su punto máximo cuando tenía casi cincuenta años y se desplomó con tanta rapidez como había subido. Einstein, al contrario, fue poco conocido por el público hasta que cumplió cuarenta años. Sin embargo, mantuvo con éxito su reputación más allá de la muerte, hasta alcanzar el estatus de ícono.

Durante la ocupación nazi en Francia, el filósofo no utilizó ni su fama ni su reputación para obtener privilegios especiales del gobierno, y se negó a pedir un trato especial durante el régimen de Vichy. Renunció a todos sus puestos oficiales y, un día de diciembre, decidió esperar su turno en la fila de la calle, como cualquiera, para registrarse con otros judíos franceses. La prensa relató que iba vestido con una bata sobre su pijama y pantuflas. Murió poco después. Tenía 81 años. Un obituario escrito por un amigo y ministro de gobierno fue transmitido a través de la radio. En oposición directa contra la política oficial de la ocupación alemana, Francia honró de manera pública la muerte de un pensador tan francés como judío.

“Cuando vinieron a sacar su ataúd –relata Paul Valéry–, dijimos nuestro último adiós al filósofo más importante de nuestra era.”

Determinar el tiempo, Bergson insistió, era una operación compleja. “Para saber qué hora es” no solo advertimos un número dado por un instrumento (el reloj). Saber la hora, según él, requiere cierto juicio sobre el significado de un momento. La importancia de acontecimientos particulares es para nosotros la razón por la cual los relojes “funcionan”, la razón por la cual estos se “fabrican” y el motivo que nos llevaba a “comprarlos”. Si los relojes marcan el tiempo, argüía, era solo porque poseemos una noción más básica del tiempo que nos llevó a inventarlos, construirlos y usarlos.

Sin embargo, estas razones no le interesaban a Einstein, quien creía que el tiempo era exclusivamente lo que los relojes medían. El físico no llegó a explorar las razones por las cuales los relojes fueron inventados en primera instancia. Bergson, por el contrario, quería saber qué nos llevó a vivir una existencia marcada por el reloj y cómo podríamos usar nuestro tiempo para escaparnos de sus garras: “El tiempo es para mí lo que es más real y necesario; es la condición necesaria de la acción: ¿Qué estoy diciendo? Es la acción misma.”

Leandro Sequeiros. Doctor en Ciencias, ha sido Catedrático de Paleontología y profesor de Filosofía de la Facultad de Teología de Granada. Colaborador de la Cátedra Hana y Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.

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