El paradigma cuántico y su aplicación interdisciplinar

(Por Nacho Dueñas) El presente artículo constituye la continuación de otro publicado hace unas semanas en FronterasCTR. En este caso se aplica el paradigma cuántico a las realidades concretas de forma interdisciplinar, empezando por la teología y la espiritualidad. Tal como apuntamos, las bases conceptuales de la Modernidad en occidente (el racionalismo, el positivismo, el materialismo, el teísmo antropomorfo, el cientificismo…) parece que van tocando fondo. A las filosofías “de la modernidad”, fundamentadas en la filosofía cartesiana y en la física newtoniana, que cosifica la realidad y objetiviza el proceso epistemológico, les están naciendo paradigmas alternativos, como son los paradigmas emancipatorios y epistémicos. Todo este novedoso paradigma que podemos llamar cuántico, una vez popularizado y aterrizado a nuestra cotidianidad sociológica, puede dar pie a un proceso del despertar de la conciencia de la humanidad, provocando un salto cualitativo semejante al sucedido en el S. VI antes de nuestra era (Vigil, Jaspers).

 

Las bases conceptuales de la Modernidad en el pensamiento de occidente (con la irrupción del racionalismo, del positivismo, del materialismo, del teísmo antropomorfo, del cientificismo…), están fundamentadas en la filosofía cartesiana y en la física newtoniana. De esta manera, se cosifica la realidad y objetiviza el proceso epistemológico. Pero estos planteamientos, para muchos autores de fronteras, van tocando a su fin a partir de la configuración de los novedosos paradigmas emancipatorios y epistémicos.

Cronológica y procedimentalmente hablando, la ciencia ha sido la primera disciplina donde ha emergido el novedoso paradigma, dejándonos una serie de características, ya citadas, que se deben aplicar a las restantes disciplinas, e interrelacionar a éstas entre sí. Cuando esto ocurra, y cuando se genere una transdisciplinariedad (COLLADO-RUANO, Javier, Paradigmas epistemológicos en filosofía, ciencia y educación. Ensayos cosmodernos, Editorial Académica Española, 2016), y ésta se popularice, y se integre en las cotidianidades de la gente de la calle, se habrá dado un gran paso en dirección al nuevo tiempo-eje que está emergiendo, según apuntan algunos autores (Vigil, Panikkar, Arregi…), en referencia al acaecido hace unos 2.600 años (JASPERS, Karl, Origen y meta de la historia, Alianza Editorial, Madrid, 1980).

Es ahora el momento de intentar describir sus implicaciones en otros sectores del conocimiento humano.

 

¿Emerge un novedoso paradigma en la teología?: el posteísmo

(“Un Dios concebible es un Dios inexistente, lo que hay va más allá”, Dietrich Bonhoeffer). 

Según la antropología, los sentimientos religiosos son uno de los elementos constitutivos de nuestra especie, como sostienen Weber y Durkheim. Es decir, las posturas transcendentales son unos de los elementos que nos distinguen del resto de los animales. La humanidad paleolítica siempre vivió una espiritualidad mística e intuitiva, mediante la cual se conectaba con el todo, a veces representado mediante deidades femeninas que simbolizaban la madre tierra, la fertilidad y el amor. Ahora bien, la religión como organización práctico-funcional de la espiritualidad (credos, templos, sacerdocios, textos sagrados, divinidades…), es algo mucho más reciente, ya del neolítico, cuando, gracias a la gestión de los excedentes, surgen las ciudades (y de ahí las civilizaciones), la organización social, el patriarcado, la desigualdad, y la guerra. En ese momento se impone la representación de divinidades masculinas, belicosas, que premian y castigan.

Así, va surgiendo el monoteísmo, a lo largo de un lento proceso de cosificación del objeto de la fe. Se pasa, por tanto, de creer en unos espíritus (el chamanismo) o en unas energías (el taoísmo), que todo lo constituye, impregna y vivifica, a la creencia en varios millones de dioses del el panteón hinduista, hasta acabar en el monoteísmo judeo-cristiano y musulmán. Este proceso de monoteización tiene como principal característica la antropomorfización de lo absoluto y lo transcendente, consistente en cosificarlodándole forma humana. De este modo, Dios es un ser bueno, inteligente, paternal, sentiente, que premia y castiga (DUEÑAS GARCÍA DE POLAVIEJA, Ignacio, Espiritualidad y política para una nueva era,Atrio Llibres, Valencia, 2015). Así es cómo este antropomorfismo monoteísta, base conceptual de las religiones occidentales, ha generado dicho proceso de cosificación, mediante el cual, por inspiración griega, ha implementado toda una suerte de dualismos que han fragmentado y roto la visión unitaria que el hombre primitivo tenía, y que el novedoso paradigma quiere rescatar en función del criterio de lo holográfico y lo inter-relacional. Dicho dualismo (lo santo y lo profano, el creador y la criatura, lo celestial y lo terrenal, el alma y el cuerpo, lo puro y lo impuro), ha surgido como consecuencia de expropiar lo divino a lo material (o separar, por utilizar un término cuántico, la energía de la materia), ignorante de que son dos planos de una misma realidad.

Hemos asistido, mediante la cosificación de la trascendencia, a su falsificación conceptual. Junto a ésta, se encuentra la corrupción moral. Es decir, el hecho de que la religión (no así la espiritualidad, que a diferencia de aquella, es natural, ancestral, universal y espontánea) haya sido utilizada para justificar todo tipo de poder y de opresión. Así, desde la razón de ser del surgimiento del monoteísmo hebreo, como criterio de unificación del Estado frente a sus enemigos externos e internos, y de la teocracia medieval, cuando la Iglesia vivió un régimen pornocrático (CHAMBERLIN, E. R. Los malos papas,Círculo de Lectores, Valencia, 1975),hasta la Santa Sede, pasando por las cruzadas y la inquisición, el monoteísmo en general se ha utilizado para justificar todo tipo de injusticias, o condenar todo intento de practicar la justicia social, al menos hasta el tiempo de la teología de la liberación, momentum en el que Dios cambia de bando.

Ahora, el constructo del teísmo  antropomorfo, piedra angular de la religión y la teología, no es la de los místicos y contemplativos. Ya la Edad Media asumió que Dios era una entidad inconceptualizable, mediante la teología negativa o apofática (JOHNSTON, William, Teología mística. La ciencia del amor, Empresa Editorial Herder, Barcelona, 1997), que sostenía que a la idea de Dios se llegaba no mediante atribuirle atributos que ignoramos, sino restándole los que sí sabemos que no tiene. En ese orden de cosas, ya en siglo XX, el teólogo luterano Bonhoeffer sostuvo que “un Dios asimilable es un Dios inexistente, lo que hay va más allá”. Los místicos operan, sin embargo, no desde la doctrina sino desde la vivencia. Partiendo de la base de la verificación científica de la experiencia mística (RUBIA, Francisco J., La conexión divina, Editorial Crítica, Barcelona, 2003), los místicos no elaboran constructos acerca de la naturaleza de la divinidad, sino que, mediante la experiencia vital, y unas determinadas vías de contemplación para alterar el estado de conciencia (silencio, soledad, canto, castidad, repetición de mantras, ingesta de enteógenos…), suelen perciben a la divinidad no como un ser antropomorfo, sino como una energía que lo abarca todo, y que es ontológicamente sustancial a nuestra esencia. Así, el místico del medievo Gregorio de Palamas se refería Dios como a unas “energías increadas”, recordando a las “emanaciones sustanciales” de Plotino. Teilhard de Chardin dirá, ya en el siglo XX, que Dios y las energías, son una misma cosa, en la línea del peculiar panteísmo del Maestro Ekhart.

Esta visión suprateísta de la divinidad, propia de las minorías místicas, ha sido confirmada por el novedoso paradigma, y por sus elementos principales (relacionalidad, auto-organización, visión holográfica, unicidad…), que poco a poco va tomando peso al interior algunas tradiciones religiosas. Y más aún, cobra peso la teoría que considera que la energía, concepto científico que designa al ente constitutivo de la realidad, y el espíritu, son ontológicamente la misma realidad, la una contemplada desde la ciencia, y el otro desde la religión (DUEÑAS, 2015, ya citado). Así, si todo es energía, todo somos Dios, como afirma el panteísmo y sostienen numerosos místicos. Y toda realidad es a la vez, por tanto, material y espiritual. A ello se refería Pierre Teilhard de Chardin con “el alma del mundo”, o Ernesto Cardenal con “la santidad de la materia”, por lo que “todas las cosas se aman”.

Todo esto es fundamental, porque con la nueva visión de la divinidad, propia de los novedosos paradigmas, se quiebra la suposición de Dios como creación humana (Feuerbach), a partir del constructo utilizado como piedra angular del universo newtoniano (e indirectamente en la cosmovisión de la modernidad, por muy secularizada que ésta fuese). Además, en el nuevo paradigma, el ser humano ya no se interrelaciona con un ser al que ruega, adora y el cual le premia o castiga, sino que interactúa con una realidad, no personal, de la que forma parte (de ahí el panteísmo), y de cuyas capacidades participa, al ser, ontológicamente hablando, esa misma realidad (de ahí la parapsicología).

Por lo demás, si la divinidad está dentro la materia, y no fuera, se quiebran los dualismos, que tanta esquizofrenia conceptual nos ha dejado: ya no hay la separación entre creador y creado, entre el cielo y la tierra, entre lo sagrado y lo profano, en correspondencia con la integración onda-corpúsculo o energía-materia, propias de la cuántica. En este contexto, se entiende la definición que Empédocles, cuatro siglos antes de Cristo, desarrolló: “Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes, y cuya circunferencia no está en ninguna”.

Todo este paradigma ya se está desarrollando en el ámbito de la teología, sobre todo a partir de las interesantísimas concomitancias entre mística y cuántica, enunciadas por Einstein, Bohr y Jung, y ya estudiadas sistemáticamente con posterioridad (CAPRA, Fritjof,  El tao de la física,Editorial Sirio S.A., Málaga, 2001). Así, se está elaborando una teología cuántica (O’MURCHU, Diarmuid, Teología cuántica. Implicaciones espirituales de la nueva física,Editorial Abya-Yala, Quito, 2014), una cristología también cuántica (GRACIA, Félix, Yo soy el camino. La verdad científica de Jesús,Neuquén, Boadilla del Monte, 2002), y una espiritualidad no teísta ni dualista (VIGIL, José María, “El teísmo: un modelo útil, pero no absoluto para “imaginar” a Dios”,Agenda Latinoamericana 2011, Comité Óscar Romero de Aragón, Zaragoza, 2010), a partir de la consideración de la idea del Dios antropomorfo, y de su encarnación, no como realidad, sino como metáfora (HICK, 2004), en la línea de la hipótesis de que Jesús no tuvo autoconciencia divina (VIGIL, José María, Teología del pluralismo religioso. Curso sistemático de teología popular, Editorial Abya Yala, Quito, 2005), ni tan siquiera creencias teístas (SPONG, John Shelby, “Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo”,Agenda Latinoamericana 2011, Comité Óscar Romero de Aragón, Zaragoza, 2010; SPONG, John Shelby, Vida eterna: una nueva visión, Editorial Abya-Yala, Quito, 2014).

Por todo esto, aun en una sociedad secularizada como la nuestra, la ruptura del antropomorfismo, lo cual está sucediendo a marchas forzadas, está eliminando uno de los grandes diques que apuntalan el viejo paradigma, pues tanto el Dios antropomorfo judeo-cristiano, como el Dios newtoniano, constituyen la base de nuestra ética, nuestro derecho, nuestra religión, y nuestro referentes constituyentes de la Modernidad (racionalismo, materialismo, patriarcado…).

 

El novedoso paradigma en la pedagogía: el constructivismo

“Mi educación fue excelente… hasta que me la interrumpió la escuela”, (Jorge Luis Borges).

 El actual sistema pedagógico consiste en la aplicación del taylorismo industrialista al contexto educativo (PÉREZ GÓMEZ, Ángel, Educarse en la era digital,Ediciones Morata, Madrid, 2012). Dicho industrialismo taylorista, o fordista, consistió en la fabricación en serie, de naturaleza mecánica y cuantitativa, de lo que se produjese en la fábrica (unidad industrialista de producción en serie de objetos para su posterior venta y ganancia).

Este esquema es el operado a partir de la Revolución Industrial, proceso de sofisticación científico-técnica, en plena transición del feudalismo al capitalismo, y cuya praxis estaba basada en la ganancia, la productividad y la racionalidad, elementos directamente relacionados con el materialismo, el racionalismo, lo empírico, lo positivista, etc., valores de la Modernidad decimonónica basadas en el iluminismo dieciochesco, cuyo referentes fundamentales, como ya hemos visto, eran el racionalismo de Descartes y la física de Newton.

Cierto que el contexto educativo decimonónico requería un proceso eficaz para erradicar la ignorancia y el analfabetismo, cuyos índices era altísimos, y que el industrialismo no sólo era técnicamente óptimo, sino que además marcaba el paradigma. Incluso, por otra parte, se consideraba al hombre como un ser estrictamente racional, a modo cartesiano (aún no se conocían el subconsciente freudiano, las energías psíquicas jungianas, ni se había reflexionado acerca de la elan vital de Bergson, ni del espíritu dionisíaco de Nietzsche, ni el pathosde Leonardo Boff, en pleno contexto cientificista, racionalista y positivista, de principios del siglo XIX).

Por ello, en la práctica, se impuso el modelo conductista que dura hasta nuestros días. El conductismo es un modelo objetivista y racionalista, consistente en un sistema pedagógico basado en lo individualista, lo teórico, lo memorístico, lo mecánico, lo acrítico y, en la práctica, trata al alumno como si fuese un automóvil, que se construye de modo pasivo, mecánico y repetitivo (Robinson). Todo esto se puede apreciar en las mallas curriculares de los planes de estudio, recorrido por donde transita el alumno, de modo pasivo y frío, reproduciendo de modo lineal, acrítico y memorístico la transferencia de contenidos que la autoridad (el docente) le dicta. Todo esto provoca que el saber se genere y transmita de modo fragmentario, por lo cual, este referente, así como su paradigma inspirador, debe ser transgredido (COLLADO-RUANO, 2016).

Es evidente que el conductismo es el paradigma clásico (o cartesiano-newtoniano) adaptado a la pedagogía: el objetivismo (como delata la ausencia de pensamiento crítico), el racionalismo (que reprime la ternura, lo emocional o el componente entusiasta del alumno), el positivismo (exceso de datos, ausencia de reflexión), el individualismo (mediante el sistema de las oposiciones excluyentes y competitivas), y hasta el capitalismo (pues de facto la finalidad sistémica del sistema educativo consiste en crear productores más o menos cualificados y consumidores de mayor o menor nivel adquisitivo).

El paradigma conductista, cuya persistencia hegemónica hasta nuestros días delata que la nuestra no es una sociedad excesivamente lúcida, ha hecho aguas. No sólo está completamente impugnada y desautorizada por las aportaciones de la pedagogía (Freire, Vigotsky, Illich, Pérez Gómez…), por la neurociencia (Sousa), y por la psicología infantil (Piaget), entre otras disciplinas, sino sobre todo por los resultados extraídos de cualquier análisis serio. Así, en España, el fracaso escolar de secundaria roza el 30% (índice de los alumnos que no acaban  la secundaria), y del resto, la capacidad lectora, argumentativa y de realizar operaciones matemáticas básicas, es cualitativamente deficiente.

Las causas del fracaso no son difíciles de apuntar: el sistema memorístico de exámenes teóricos y clases magistrales es aburrido, y en pocas semanas se olvida el 95% de lo estudiado (PÉREZ GÓMEZ, 2012, ya citado). El excesivo contenido teórico hace que el objeto de estudio sea tedioso, al encontrarse ajeno a los intereses e inquietudes reales del alumno, de igual modo que un sistema mecánico y acrítico, ausente de creatividad y sentido crítico y artístico genera ciudadanos sumisos ante una sociedad capitalista, industrialista, hedonista, consumista y tecnocrática, que se vale del sistema educativo para crear seres humanos repetitivos, acríticos y racionalistas, que “controlen sus pasiones” (esto es, que las repriman), con lo que se genera una sociedad cada vez más robotizada y, por tanto, más infeliz.

Sin embargo, a lo largo de tanto oscurantismo racionalista, no han faltado las apuestas lúcidas y humanistas que, como siempre, han sido reprimidas, ignoradas o calumniadas desde el poder: desde los principios de Pestalozzi y Montessori, hasta la creación de la Institución Libre de Enseñanza, por Sáenz del Río, influido por el krausismo; o las Escuelas Libertarias (recuérdese a Francisco Ferrer y Guardia, fusilado en la España de hace un siglo, por un crimen del que sabían sus jueces que no cometió), que duran hasta nuestros días. Los principios pedagógicos comunes a estas iniciativas son, fundamentalmente, el trabajo en equipo, la experimentación y las prácticas, la investigación, la quiebra del racionalismo, del objetivismo, y de lo memorístico, así como la consideración de la autonomía del alumno con la finalidad de conocer sus intereses e inquietudes, de cara a fomentar una educación más humanista, emocional, solidaria y espiritual.

No han faltado, durante todo este tiempo, teóricos que han apuntado hacia la deconstrucción de la pedagogía tradicional, y a coadyuvar para la emergencia de un novedoso paradigma. Nos referiremos, únicamente, a Iván Illich, que apuntando a valores contraculturales, apostaba por una sociedad desescolarizada (ILLICH, Iván, La sociedad desescolarizada,Godot, Buenos Aires, 2011), a Paulo Freire, cuestionando la educación bancaria, marco de una mentalidad capitalista, excluyente y necrófila (FREIRE, Paulo, Pedagogía del oprimido,2ª Ed. Siglo XXI Ediciones, Madrid, 2012), o  al componente afectivo-emocional (ASSMANN, Hugo, Placer y ternura en la educación. Hacia una sociedad aprendiente,Narcea, Madrid, 2002).

Toda esta efervescencia ha cristalizado en nuevas apuestas teórico-prácticas. Una de las principales es la constructivista, que ya lleva varias décadas de existencia, y que consiste en que el alumno sea objeto y sujeto de su propio proceso, y cuyas características principales son el trabajo grupal (para quebrar la competitividad capitalista), la investigación del alumno para generar su propio marco teórico (para quebrar las tediosas, estériles y autoritarias clases magistrales), el sentido crítico, creativo y responsable (para quebrar el fordismo o el taylorismo mecanicista y memorístico en clase), y una pedagogía basada en al afecto, la calidez y el entusiasmo (en contraste al objetivismo cartesiano robotizador), al entender que  el alumno aprende mejor desde el entusiasmo, y no desde el estricto deber y obligación. A su vez, se implementan ciertas técnicas, ya a mayor nivel de concreción, en este ámbito, como la Lesson Study, el Aula Invertida, o el Conectivismo (PÉREZ GÓMEZ, 2012, ya citado)

Podemos considerar al constructivismo como la aplicación de los novedosos paradigmas a la realidad educativa, si atendemos al implemento de sus ideas principales: la inter-relacionalidad mediante el trabajo por grupos, el carácter holístico mediante la integración teoría-práctica, docencia-discencia y sujeto-objeto; lo cualitativo mediante novedosos sistema de calificación, menos rígidos y mensurables, y más abiertos y flexibles; y lo subjetivo, mediante el fomento del pensamiento crítico y de la creatividad.

Por último, es de tener en cuenta que la actual Revolución Ciudadana del Ecuador, pionera de tantas iniciativas, lo sea también en el ámbito educativo, en sentido humanista, espiritual y solidario, en función de los valores inspirados por el Sumak Kawsay, y recogidos por la Constitución de Montecristi, la Ley Orgánica de Educación Intercultural  y el Plan Nacional del Buen Vivir. Toda esta apuesta presenta un gran nivel de concreción en la creación de la joven UNAE (Universidad Nacional de Educación), que por tanto ha apostado sin reservas por el modelo constructivista, justo en un tiempo en el que el neoliberalismo, con su educación bancaria, está haciendo estragos a lo largo del planeta.

 

El novedoso paradigma en la medicina: la medicina holística

(“Mens sana in corpore sano”, Adagio latino).

La medicina es la disciplina donde se ve con mayor nitidez el contraste entre ambos paradigmas. En la medicina convencional, cuyo paradigma es el cartesiano-newtoniano de la física clásica, el cuerpo es una máquina compleja, compuesta de piezas que se pueden estropear, surgiendo la enfermedad, que se arregla mediante una intervención también mecánica (la cirugía, la farmacología y el trasplante o sustitución). Esta visión obedece al mecanicismo de Newton (cuerpo como maquinaria), al racionalismo cartesiano (enfermedad como algo objetivable, racionalmente hablando), a la dualidad de la modernidad (cuerpo-alma; salud-enfermedad), al positivismo cuantitativo (tratamiento concreto, posología mensurable –tantas pastillas tantas horas del día-). Además, la farmacología y la medicina convencional se han convertido en objetos de compra-venta, de modo que a menudo, no siempre, han transformado al enfermo y a la medicina en medios para un único fin: el lucro. La teóloga benedictina, bióloga y doctora en medicina Teresa Forcades, estudió, de modo documentado, la estafa de algunas empresas farmacéuticas, en cuanto al origen y gestión de la Gripe A hace unos años (FORCADES, Teresa / VIVAS, Esther, Conversación entre Teresa Forcades y Esther Vivas. Sin miedo, Icaria Editorial, Barcelona, 2013).

La medicina que emerge del nuevo paradigma hunde sus raíces en la medicina china, semejante a la propia de las culturas autóctonas aun no occidentalizadas (el chamanismo y su versión más vulgarizada: el curandero). No es de extrañar, si ya hemos apuntado las relaciones entre la cuántica y las místicas milenarias, principalmente el taoísmo chino, del que emergió la medicina tradicional china. Este paradigma parte de la visión integral cuerpo-mente (rompiendo con la dualidad, típicamente cartesiana y judeo-cristiana de cuerpo y alma), ya que considera al ser humano como un todo holístico e integral, como apunta la sofrología, o rama de la medicina holística e integral, que hace hincapié en la interacción mente-cuerpo, para analizar la salud, la enfermedad, y la sanación.

Además, integra al paciente en su contexto social y ecológico (concepto de inter-relacionalidad, en oposición al concepto de cuerpos independientes). Apunta a lo  emocional como fuente de salud y de enfermedad, por lo que quiebra el objetivismo y el mecanicismo racionalista, pues ahora la curación no es considerada como la consecuencia técnica de una terapia farmacológica, sino la reacción a un estado anímico o existencial, lo que apunta a la implicación emocional del paciente, quebrándose la ruptura médico-enfermero, como el del docente-discente en el contexto educativo, lo que nos recuerda a la quiebra de la separación observador-observado, en el Principio de Indeterminación de la Materia, de Heisenberg, uno de los referentes conceptuales del novedoso paradigma.

Por tanto, a nivel de mayor concreción, recordando que nuestra realidad ontológica no es material, sino energética, y que la energía fluye constante a lo largo de la realidad, según el taoísmo, la armonía del cosmos consiste en la constancia de dicho fluido (el tao). Pues bien, el cuerpo humano, dimensión microscópica del cosmos (recuérdese el holograma de Bohm), vive en salud y armonía mientras fluye dicha energía (el ki) a lo largo de los chacras (núcleos energéticos del cuerpo humano) y meridianos (arterias energéticas en el cuerpo humano). La enfermedad tiene como origen el desequilibrio energético, pese a su tendencia contraria (pues recuérdese que todo sistema tiende a auto-organizarse, según Prigogine). Y técnicamente surge dicha enfermedad cuando se cierran los chacras o se bloquean los meridianos, y no fluye la energía, debido a pensamientos negativos, miedos, desadaptaciones sociales o existenciales, estrés, sueño deficiente o alimentación inadecuada, provocando las disfunciones meramente orgánicas, que comúnmente consideramos enfermedad.

Por ello, se comprende la visión reduccionista de occidente frente a la salud y la enfermedad, que apenas atiende a lo preventivo, lo social, lo anímico, lo espiritual y lo existencial. Enfermaríamos, según esta visión, por razones técnicas, y técnicamente sanamos, sufrimos o morimos (obsérvese el carácter newtoniano-cartesiano de este esquema). Por tanto, occidente paga al médico por trabajar, en China por no trabajar, ya que se centra en su carácter integral y preventivo. La medicina china atiende a las causas, y reactiva el fluido de ki mediante prácticas fenomenológicamente constatadas, más allá del efecto placebo, tales como la acupuntura, el reiki y el shiat-su, entre otras.

El paradigma cuántico, como  hemos apuntado, tiene como referente a la medicina china convencional. En este marco, es novedoso el enfoque que, ya en los años 70, llevo a cabo Carl Simonton con respecto al cáncer, enfermedad representativa de occidente. Cuestiona este estudioso el que la capacidad de reproducción tumoral sea virulenta, o el que la capacidad orgánica del paciente sea débil para atajarla (SIMONTON, O. Carl / MATHEW SIMONTON, Sthephanie / CREIGHTON, James, Getting well again,Tarcher, Los Ángeles, 1978). Y apunta a que la causa de la rápida expansión de dicha enfermedad radica en una predisposición psicológica no voluntaria. Así, subconscientemente, para huir de alguna realidad que el paciente no quiere afrontar, busca un modo de colapsarse para no afrontar dicha realidad. Esta hipótesis estaría avalada por el hecho de que determinados pacientes al que se le sospechó tal causa, se dieron cuenta con posterioridad de que lamentaban haber superado el cáncer. Otro elemento fundamental de Simonton era la implicación afectiva del médico en el proceso sanatorio, lo cual, afirma, ha permitido resultados asombrosos.

También es novedoso el tratamiento y la consideración de la esquizofrenia. Esta patología ha sido considerada, una vez más, como un mero problema psíquico y neuronal, y por tanto descontextualizada del proceso emocional, social y ecológico del paciente, recurriendo a la farmacología para su tratamiento (paliativo y no curativo, yendo al efecto y no a la causa). Los estudios y prácticas, tanto de Stanislav Groff como de R. D. Laing, en línea del novedoso paradigma, atienden al paciente en su contexto emocional y social, para afirmar que dicha patología puede ser una respuesta de lucidez individual, frente a una demencia de masas (si bien socialmente aceptada) que constituye un sistema estructuralmente enfermizo, que genera infelicidad, estrés, ansiedad y depresión (GROFF, Stanislav, Realms oh the human unconscious, Dutton, Nueva York, 1976. LAING, R. D, El yo dividido,F.C.E., México, 1978). Así, cuando el pacienteera completamente incapaz de asumir una realidad que le supera, de modo inconsciente disociaba su percepción para no ver, generando la patología como tal, lo cual era una postura lógica (y por tanto no demencial), frente a una realidad demencial (y por tanto ilógica).

En definitiva, la medicina es la disciplina donde más se percibe el contraste entre ambos paradigmas. Y también donde se percibe la pedante autosuficiencia de la física clásica, tan cientificista, tan racional, tan sistemática frente a todo lo pre-moderno. El emerger del novedoso paradigma, que rehabilita a lo pre-moderno, es una llamada de atención a la humildad del saber, y es por ello relativo, aproximativo, y con corazón. Urge intensificar el novedoso paradigma en su aplicación a la medicina.

 

El novedoso paradigma cuántico en la economía: las Economías en Transición y el Decrecimiento

“El mercado es un excelente siervo, pero un pésimo amo”, (Rafael Correa).

La economía es otra de las disciplinas en la que el paradigma newtoniano-cartesiano se ha asentado. De hecho, el capitalismo es el sistema económico que, como alternativa al feudalismo, impuso la Modernidad ilustrada. Así, sus principales autores de principios del siglo XIX (Stuart Mill, David Ricardo, Adam Smith…) sistematizaron dicha aplicación a tal disciplina. Por tanto, la economía hizo suyo los criterios de lo cuantitativo, lo concreto, lo individual, lo medible, lo tangible y, como principio rector de dicha aplicación, el fin unidimensional del lucro por el lucro, a lo que se supeditaría cualquier otro factor (humano, espiritual, ecológico, social, creativo, lúdico) y, por otro lado, impuso el mito del crecimiento ilimitado, sin otro fin que el propio crecimiento (véase la linealidad y la cuantitavidad, propios del antiguo paradigma). Y, por supuesto, carente de flexibilidad, de inter-relacionalidad, y de capacidad de auto-regulación.

A un mayor nivel de abstracción, el capitalismo es el racionalismo y el materialismo elevado a sistema económico, causa y consecuencia del industrialismo. Podemos reconocer a Newton y a Descartes a lo largo de toda esta descripción. Ahora, como es sabido, el gran impulsor del credo del capitalismo fue Adam Smith, quien en un contexto tardo-feudal apostó por la libertad de mercado (es decir, la libre concurrencia entre la oferta y la demanda, sin intervención del Estado, mediante el “laissez faire”). Esta libertad de mercado, si bien en un principio provocaría una gran desigualdad y pobreza, en una etapa posterior, y mediante la esotérica teoría de “la mano invisible de la economía”, de la cual no hay el más mínimo indicio de existencia (ESTEFANÍA, Joaquín, Aquí no puede ocurrir. El nuevo espíritu del capitalismo, Grupo Santillana de Ediciones, Madrid, 2001), aumentaría la productividad sin fin, dejando una realidad próspera para toda la sociedad. Obsérvese cómo la capacidad de auto-regulación (valor cuántico, no clásico) aquí no se cumple, debido a la futilidad de dicha teoría económica, y por la transferencia descontextualizadora del concepto de auto-regulación del marco cuántico al clásico, no cronológica, sino conceptualmente hablando.

El capitalismo llevado a la práctica ha resultado nefasto para la humanidad. Para desarrollarse necesitó del colonialismo (para conseguir mano de obra y mercados), de las espantosas condiciones laborales en las fábricas, ha provocado dos guerras mundiales, un colapso ecológico en ciernes, y una serie de crisis económicas, de las cuales, aún no hemos remontado la última. Y, además, según Manfred Max-Neff, alto funcionario de la ONU, provoca la muerte por hambre de 100.000 personas diarias. Y si reparamos en el hecho de que esta realidad lleva medio siglo de existencia, sin que a nadie le inquiete especialmente, una sencilla operación matemática (100.000 x 365 x 50), nos llevará a la irrefutable conclusión de que el capitalismo es un arma de destrucción masiva, y que ha generado el mayor genocidio de la historia de la humanidad (DUEÑAS, 2015 ya citado).

Como reacción a dicho capitalismo, surgió el marxismo, con todo un paquete de medidas emancipatorias (reforma agraria, nacionalización de la banca, expropiación de los medios de producción…) que redistribuyeran la riqueza,  para acabar con la pobreza, mediante la supresión de la oligarquía burguesa como clase social. Y aunque sus logros sociales y económicos están ahí, junto con los errores de su puesta en práctica, se debe constatar que el marxismo, pese a su carácter revolucionario en sentido anticapitalista, no deja de formar parte de la Modernidad ilustrada, hija del paradigma cartesiano-newtoniano. Es decir, el marxismo, pese a sus logros económico-sociales, no dejó de ser industrialista, racionalista, positivista, cientificista y, por ampliar, machista, militarista, autoritario y verticalista, si bien su aplicación técnica era usada para generar riqueza repartiéndola, a diferencia del capitalismo, que la generaba para concentrarla.

Estos dos sistemas, hijos irreconciliables de la modernidad ilustrada, fueron perdiendo su carácter antagónico, al tender a converger: cuando el marxismo acepta la propiedad privada se transforma en socialdemocracia, y cuando el capitalismo asume el carácter intervencionista del Estado, así como ciertas formas de propiedad pública, surge el keynesianismo.

Sin embargo, a veces los grupos oligárquicos pretenden volver a formas más estrictas de capitalismo, surgiendo hace unas décadas la teoría neoclásica de Rostow, y en nuestros días, el neoliberalismo, ambos basados en una lectura sesgada y descontextualizada de Adam Smith. Como es sabido, la presente crisis económica fue provocada por la aplicación del neoliberalismo de las últimas décadas,  en la que ha quedado clara el fiasco del capitalismo, como el de cada disciplina a la que se aplica el paradigma clásico. Así, el capitalismo es ecocida (destroza el planeta), suicida (se devora a si mismo), homicida (mata a 100.000 personas diarias), y psicocida (genera altos niveles de estrés e infelicidad). (ZERZAN, John, Futuro primitivo,Numa Ediciones, Barcelona, 2001).

Al carácter rígido, inflexible, descontextualizado, unidimensional, objetivista, cientificista, etc., del sistema capitalista (que, recordemos, presenta numerosas características comunes con el marxismo), durante pocas décadas se viene implementando un nuevo referente, teórico-práctico, siguiendo los conceptos e influencias del novedoso paradigma, y que aplicados a la economía, son los siguientes: valor de lo micro, flexibilidad, unidades de producción y consumo a escala humana, variable ecológica, social, lúdica y ética, inter-relacionalidad, consumo responsable, producción en detrimento de especulación, primacía del reparto sobre la ganancia, y de las personas sobre el capital.

En este contexto, hace unas décadas, el economista Schumacher publicó una obra significativamente titulada Lo pequeño es hermoso, donde exponía las líneas fundamentales del novedoso paradigma a impulsar, y que hemos enumerado muy brevemente. A partir de entonces, han aumentado numerosas iniciativas en ese sentido: las eco-aldeas (o pequeñas iniciativas rurales de producción y consumo autosustentables, y dotada de valores ecológicos, sociales y asamblearios), las cooperativas integrales (parecidas a las eco-aldeas, pero de mayor alcance, organización y capacidad de diversificar funciones, pues constan de componentes educativos, de salud, asesoría laboral y jurídica, etc.), la banca ética (o entidades financieras que ni cobran intereses, ni reinvierten en sectores que no sean sociales, ecológicos o cooperativistas), el boicot a las multinacionales y a la banca convencional, el consumo responsable, el anticonsumismo (o vivir sin auto, sin tv, sin celular, sin casa en propiedad, sin objetos superfluos e innecesarios…), el banco del tiempo (o intercambiar servicios no monetarios, utilizando como valor de cambio las unidades de tiempo; es decir, media hora de albañilería por dos horas de cocina, o por tres de horas de clases de idiomas), las tiendas de comercio justo, la moneda social (no especulativa, y dotada de valor social a escala local), todo ello integrado en lo que se llama economías en transición.

Las economías en transición (DEL RÍO, Juan, Guía del movimiento de transición. Cómo transformar tu vida en la ciudad, Los libros de la Catarata, Madrid, 2015) son un movimiento social, surgido hace menos de década y media, y que plantea como superación del capitalismo, no el que los buenos ganen por las urnas o por la armas el poder, para cambiar dese arriba el sistema económico, sino diluir dicho sistema empoderando a la gente, mediante la creación de una red cada vez más tupida de pequeñas iniciativas, como las anteriormente expuestas, que van cambiando desde abajo los hábitos de consumo, y por tanto la evolución de la economía, al variar las relaciones de producción, de generación y reparto de la riqueza, y por ello la estructura de poder, si bien a largo plazo.

Para ello, rompe con la rigidez del economicismo, y le introduce nuevas variables, en nombre de la interdisciplinariedad: variable ecológica, humana, lúdica, social, espiritual, artística, de modo que la creación de la riqueza y aun su reparto son secundarios. Una vez más, vemos la aplicación a la economía de los principales conceptos del novedoso paradigma: interdependencia (pues cada iniciativa se integra en el conjunto de las restantes, y cada individuo en un colectivo), interdisciplinariedad, subjetivismo (al introducir la creatividad, al espiritualidad y lo lúdico), etc.

Ahora, a nivel teórico también hay estudios y teorías que avalan esta realidad: el principal de ellos es el decrecentismo (SURROCA, Joan, “La respuesta a la crisis: el decrecimiento necesario”,Documentos del Ocote Encendido, Nº 63, Comité Óscar Romero de Zaragoza), teoría que disocia desarrollo de crecimiento, o bienestar de creación de riqueza, afirmando que aquel se puede lograr disminuyendo ésta, mediante hábitos sencillos y económicos como reciclar, reutilizar y reducir, al introducir la problemática ecológica en la praxis económica. Por otra parte, hay economistas que, como Vandana Shiva, critican el carácter cuantitativo e irreal del PIB o de la Renta Per Cápita  como mero medidor de creación de riqueza, sin atender a su reparto, para lo cual se han creado nuevos elementos como el IDH (Índice de Desarrollo Humano), que no mide el nivel de vida, sino la calidad de vida, cambiando el criterio cuantitativo por el cualitativo, e integrándolo a otras variables, como la medición del descenso de la pobreza, en términos porcentuales, o el de la disminución de la desigualdad (el Índice de Gini, aplicado por la UNESCO).

Por último, el novedoso paradigma critica el crecimiento por el crecimiento por antiecológico (no hay recursos para depredar el planeta al ritmo de Europa y EEUU), antisocial (genera bolsas de pobreza alrededor de minorías opulentas), y psicocidas (está generando una ciudadanía alienada, tecnologizada, consumista, alienada y estructuralmente infeliz). Fiel reflejo del fracaso del paradigma clásico.

El novedoso paradigma integra la economía en la realidad, reduce el dinero a su dimensión meramente funcional, y supedita la praxis económica a los demás elementos que nos posibilita una vida plena: la espiritualidad la afectividad, la sociabilidad, el arte, el humorismo. Verdaderamente, como escribió el papa Francisco, se apuesta por “una revolución cultural” (Laudato Si). O, lo que es lo mismo, una autentica contracultura.

 

El novedoso paradigma en lo emancipatorio: Ecosocialismo, ecofeminismo y otros referentes

“Es necesario un marxismo con San Juan de la Cruz”, (Roger Garaudy).

Como hemos apuntado con anterioridad, el comunismo marxista, al ser hijo de su época (la Modernidad ilustrada), heredó sus lacras: machismo, verticalismo, militarismo… (GARAUDY, Roger, La alternativa, Editorial Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1973). Así, se trataba de, en nombre de la razón, de la ciencia, y de lo objetivo, de tomar el poder (por las armas o por las urnas), para instaurar la justicia. Sin embargo, la unidimensionalidad de su visión economicista y mecanicista (ALTHUSSER, Louis, Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Practica teórica y lucha ideológica, 2ª Ed. Grupo Editorial Tomo, México, 2014), y por tanto irreal por rígida, ha dejado obsoleto dicho referente.

Dicha obsolescencia también es debido al cambio social y de mentalidad. Puesto que la sociedad y la estructura productiva han cambiado, también necesariamente cambia el referente emancipatorio, que tiende a ser más que revolucionario, contracultural. De este modo, el comunismo marxista sólo apostaba por la liberación estrictamente política, económica y social, en una visión demasiado rígida y reduccionista. Pero el auge del psicoanálisis, de las novedosas espiritualidades, del feminismo, de la ecología, de la alienación del industrialismo y de la hipertrofia de la tecnología, ha hecho surgir la reflexión de que la alienación tiene muchas dimensiones, y la liberación debe operar en todas y cada una de ellas.

De este modo, el referente emancipatorio clásico era la creación de una organización rígida y vertical, y mediante una teoría intelectualista y escolástica, a la vez que una militancia marcial, sistemática y bien organizada, debería tomar el poder y administrar el Estado para implantar la justicia. Los cambios operados en la sociedad y en las mentalidades, nos han debelado, repetimos, que no es el obrero y el campesino el único oprimido, y que la social no es la única forma de opresión, que la liberación no es un proceso mecanicista, y que ella opera no desde el logos, sino desde el pathos, pues es aquí donde el potencial humano se encuentra (BOFF, Leonardo/ HATHAWAY, Mark, El tao de la liberación. Una ecología de la transformación. Editorial Trotta, Madrid, 2014; BOFF, Leonardo, San Francisco de Asís: ternura y vigor.Editorial Sal Terrae, Santander, 1982), algo que el marxismo clásico no tuvo suficientemente en cuenta.

Se va configurando el novedoso paradigma emancipatorio: se descubren otros tipos de opresión (del negro, la mujer, el indígena, el migrante, el planeta, del consumista compulsivo, del estresado por deshumanización, del gay, la lesbiana o el transexual; del niño que padece bulling, del viejo aparcado en un asilo…). A su vez, se toma conciencia de que la liberación no surge de una actitud combativa, sino festiva, que la risa, el humor, la carcajada y la alegría son elementos subversivos por liberadores, pues quien libera es la emoción, no la mera razón. Ya no es el mecanicismo economicista quien libera, sino la ilusión de generar una sociedad más alegre y feliz. En efecto, puesto que libera el corazón, y no la cabeza, se redescubre la espiritualidad, no necesariamente religiosa, como el gran motor emancipatorio.

En ese contexto, el referente se hace flexible: Garaudy apostaba por “un marxismo con San Juan de la Cruz”, en la línea de la teología de la liberación, que superando el antropomorfismo monoteísta va evolucionando hacia un tao de la liberación (BOFF/ HATHAWAY, 2014, ya citados), y se redescubre a su vez el anarquismo, por su lucidez y su radicalidad (TAIBO, Carlos, Repensar la anarquía. Acción directa, autogestión, autonomía,Los Libros de la Catarata, Madrid, 2013). En ese contexto, se reconfigura la estrategia: ya no se toma el poder mediante una organización y una militancia rígida. En su lugar, se genera una red tupida, interrelacionada e integrada de pequeñas iniciativas que en su interior van guardando las semillas de la nueva sociedad a construir (véase el carácter holográfico de este esquema, en el que en cada parte está el todo, y que el todo es más que la suma de las partes, al sumar a lo cuantitativo lo cualitativo), y que ya comentamos en el apartado anterior: redes de consumidores, cooperativas integrales, ateneos libertarios, centros sociales autogestionados, okupas, autoempleo, anticonsumistas, ecoaldeas, medios alternativos de comunicación, banca ética…

Así, los novedosos paradigmas, se van reconfigurando mediante la interdisciplinariedad, que surge del criterio cuántico de la inter-relacionalidad: el marxismo clásico, tras incluir el psicoanálisis (FROMM, Erich, El humanismo como utopía real,Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 2007), integra en nuestros días el criterio ecológico, emergiendo el ecosocialismo (LOWY, Michael, Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista,Ocean Sur, Buenos Aires, 2014), mientras la ecología integral evoluciona del antropocentismo al biocentrismo (Laudato Si), el anarquismo ofrece posturas lúcidas, y operativas en el ámbito micro, como la no-violencia, el pacifismo, el anticonsumismo, el boicot… (TAIBO, 2013, ya citado), a la par que desde el catolicismo, el propio pontífice, apuesta por un “una revolución cultural”, o “un cambio de mentalidad” (Laudato Si), se conecta lo feminista con lo ecológico, surgiendo el ecofeminismo (SHIVA, 2016), y lo ecológico con lo espiritual, emergiendo la eco-espiritualidad (VIGIL, José María, “Cuidado de planeta y eco-espiritualidad”,Agenda Latinoamericana Mundial 2017. Ecología integral. Reconvertirlo todo, Comité Óscar Romero de Aragón, Zaragoza, 2016).

Un excelente aporte a este novedoso paradigma emancipatorio es el del Sumak Kawsay, o saber ancestral andino (ACOSTA, Alberto, Buen vivir-Sumak Kawsay. Una oportunidad para imaginar otros mundos, Ediciones Abya-Yala, Quito, 2012), que integra la armonía integral del individuo, con una armonía social y cósmica, y consiste en una serie de valores místicos, cooperativos y reflexivos, donde se potencia el ser sobre el tener.  Dicho principio ha sido reivindicado, de un modo más o menos superficial o propagandístico por el gobierno ecuatoriano de Rafael Correa, y se le considera como el correlato indigenista y ancestral (y viceversa) de ciertos valores alternativos que los países desarrollados están implementando, tales como el cooperativismo, el ecologismo, el decrecentismo, etc. (UNCETA, Koldo, Desarrollo, postcrecimiento y Buen Vivir: Debates e interrogantes, Ediciones Abya-Yala, Quito, 2014).

  

CONCLUSIÓN: Hacia un inminente tiempo-eje

(“The times are changing”, Bob Dylan)

Todas estas reflexiones exigen una lectura crítica. Forman parte de una perspectiva de la realidad que se ha intentado justificar filosófica y científicamente de forma interdisciplinar. Desde nuestro punto de vista, la historiografía eurocéntrica todavía está sumida en la vieja visión rígida, lineal y sistemática, y entiende el proceso evolutivo de la humanidad según el reduccionismo cartesiano, en sentido objetivista, racionalista y lineal, excluyendo la complejidad en nombre de  la linealidad, e ignorando la dialéctica, la paradoja, el aparente absurdo, o el carácter sinuoso de dicha complejidad. En esta visión, totalmente irreal a poco que se reflexione de modo crítico, el proceso evolutivo se despacha alegremente mediante el esquema Prehistoria Paleolítica – Prehistoria Neolítica – Mesopotamia – China – India – Persia – Egipto – Grecia – Roma – Medievo – Edad Moderna – Edad Contemporánea – Mundo Actual.

Esta visión, que carece de la más mínima rigurosidad, es un reduccionismo eurocéntrico, mediante el cual va presentando al occidente europeo como el culmen de la civilización. Y es falso que Europa sea el epítome de la filosofía, la cultura ni los DDHH, pese a que la academia y la opinión pública así lo crean, contra toda evidencia medianamente crítica y lúcida.

La ignorancia de lo que fue el tiempo-eje es una de sus grandes evidencias. Según Karl Jaspers, en su obra Origen y meta de la historia, la humanidad conoció su momento de mayor esplendor en el denominado tiempo-eje o plano axial (JASPERS, Karl, Origen y meta de la historia,Alianza Editorial, Madrid, 1980). Así, en torno al siglo VI antes de Cristo, dicho momento de esplendor, significativamente, se produjo cuando occidente aún no se había configurado y, y esto es significativo, dos siglos antes del momento de esplendor de la filosofía griega (DUEÑAS, 2015, ya citado). Este tiempo-eje consistió en un gran salto cualitativo en el proceso de desarrollo de grandes hallazgos civilizatorios, como la mística, la lógica, la filosofía, el profetismo, la no violencia y la medicina, así como nuevos referentes espirituales como el budismo, el taoísmo, el confucionismo y el zoroastrismo. Y fue implementado por una serie de sabios, sin conocerse entre sí ni tener conciencia de ello (Lao-Tse, Buda, Confucio, Mahavira, Zoroastro, Isaías, Tales de Mileto, Heráclito…), a lo largo del eje geográfico del mundo entonces conocido (China, India, Persia, Egipto, Israel, Grecia…), del que Europa ocupaba un peso meramente marginal. Lo cierto es que, a despecho de la ignorancia autosuficiente de la mentalidad eurocéntrica, la humanidad de nuestros días todavía es heredera directa de aquel tiempo-eje (SÁNCHEZ DRAGÓ, Fernando, Carta de Jesús al papa,Editorial Planeta, Barcelona, 2001), fenómeno prácticamente ignorado en occidente.

Pues bien, ciertos autores, como los teólogos José María Vigil, José Arregi y Raimon Panikkar, sostienen la hipótesis de que se estaría produciendo, si bien de modo sutil, un nuevo tiempo-eje, habida cuenta de los cambios que la humanidad está viviendo  a todos los niveles (sociales, económicos, epistémicos, ontológicos, anatómicos). Y aunque lo perceptible de dicho cambio se produce en lo meramente tecnológico, numerosos autores apuntan a un despertar de la conciencia. Así, Juan Pablo II hablaba de una primavera del espíritu, y Karl Rahner, entre otros muchos, sostuvo que “el siglo XXI será místico o no será”, parafraseando a Malraux. Por su parte, el psiquiatra Eduardo Punset, en la misma dirección, afirmo que es científicamente constatable  que, a pesar de toda apariencia, la humanidad es hoy más compasiva y menos violenta que en pasado (DUEÑAS, 2015, ya citado).

De este modo, tomaría cuerpo la visión acrítico-teatrera del new age y de la Era Acuario. Lo cierto es que más allá de estas casi imposturas, o cuanto menos, visiones infantiles de la realidad, hay gente seria y lúcida, anteriormente citada, que está apuntando a ciertos emergeres con respecto a nuestra conciencia, y a nuestra felicidad. Nosotros queremos recalcar el que estas sospechas se formulan precisamente cuando se cumplirían algunas profecías no conectadas entre sí, de mayas, chinos, hindúes e indios hopi, según el estudioso Luis Bonilla. Todo esto coincide además con la novedosa conciencia cósmica, mística, femenina y, más que revolucionaria, contracultural, si bien aún embrionaria, justo cuando es técnicamente posible, y socialmente necesario, implantar una humanidad sin pobreza, sin hambre, y sin dolor físico. Otra cosa es que aun la mayoría de la sociedad (y no sólo los poderosos) todavía carezca de voluntad al respecto.

No nos debe asustar el hecho de que sea aún una inmensa minoría la que reflexione y actúe en función de los novedosos paradigmas. Los grandes cambios los han llevado a la práctica inmensas minorías que, gracias a su paciencia y su tesón, lograron sin saber muy bien cómo, provocar un punto de ebullición que movilizase a las masas. La academia en general (y, por qué no, la UNAE en particular), una vez que trascienda cierto burocratismo, elitismo e intelectualismo, bien pudiera ser uno de los núcleos o redes para implementar estos tiempos que, recuérdese a Bob Dylan, están cambiando. No en vano, y como dijo Chesterton, “a cada siglo lo salva la inmensa minoría que se opone a los criterios de la inmensa mayoría”,

 

Ignacio Dueñas García Polavieja es Doctor en Historia de América por la Universidad de Cádiz (España), cantautor, poeta y activista social. Ha sido profesor de secundaria en España y docente universitario en el Ecuador. En la actualidad, investiga los novedosos paradigmas epistémicos y emancipatorios emergidos a partir de la reflexión filosófica aplicada a la física cuántica. Colaborador de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.

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