[Stefano Santasilia] La cuestión de la verdad resulta algo sencillo sólo en apariencia y, sobre todo, sólo en el momento en que se asume que el único criterio de verdad pueda consistir en el criterio de la adaequatio. Sin embargo, la afirmación de Cristo en los evangelios, mediante la cual él mismo se presenta como la verdad, genera una problemática puesta en cuestión del mismo criterio de reconocimiento de la verdad imponiendo la necesidad de pensar en “otra posibilidad”. En este sentido, la propuesta de Michel Henry se presenta como una interesante posibilidad de detectar otra modalidad, más originaria de la verdad, capaz de estar en sintonía con la presentación que el Cristo hace de sí mismo. En este ensayo se tratará precisamente de mostrar en qué manera se desarrolla esta propuesta tratando de indicar sintéticamente sus puntos problemáticos y sus posibles ventajas.
EL “PROBLEMA” DE LA VERDAD
Enfrentarse con la cuestión de la verdad significa enfrentarse con un problema o, mejor dicho, con una situación problemática, porque cuando se habla de verdad, generalmente pensamos conocer bien lo que estamos tratando y, sin embargo, se podría decir que “hay verdades y verdades”. Si, como en los albores de la modernidad, se pudo pensar que el criterio de la verdad tuviera que descansar en una postura de carácter matemático (Rabouin, 2009), es cierto que la atención que los siglos siguientes han concedido al valor del conocimiento histórico (Tessitore, 1971) y de la dimensión afectiva (Xolocotzi & Orejarena, 2022) ya nos impiden volver a una concepción reduccionista de la verdad, si no imponen un análisis más detallado y atento.
Lo que pone de relieve que la verdad tenga un precio no sólo con relación a sus consecuencias, sino también con respecto al camino necesario para aproximarse a ella o, en el mejor de los casos, alcanzarla (Henaff, 2002). La verdad parece pretender una mirada capaz de aguantar la paciencia y el peso de una búsqueda lenta y atenta, que no teme las frustraciones de los posibles fracasos. Y, sobre todo, que es capaz de aguantar y resistir a la tentación de la solución más fácil, es decir, la relativización de la verdad. El camino que conduce a la posibilidad de indicar lo verdadero pasa obligatoriamente por la elaboración de una idea de verdad, de una posible respuesta a la pregunta exquisitamente filosófica “¿Qué es la verdad?”. Pero es cierto que esta pregunta no pertenece solo a este tipo de narración sino, en un contexto vinculado con la misma propuesta de salvación presentada en los evangelios, se manifiesta en momento crucial de la historia y queda dirigida hacia Jesús precisamente por la persona que, en aquel momento, puede disponer de su vida, es decir, Poncio Pilato.
Como se puede recordar, la narración de la confrontación entre Pilato y Jesús nos indica que es precisamente este último quien introduce en la “confrontación” la dimensión de la verdad: frente a la pregunta, puesta por Pilato, alrededor de la propia condición, Jesús mismo responde “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37). Pero no se trata simplemente de dar testimonio de algo diferente de sí mismo, porque precedentemente él mismo había afirmado su misma identidad con la verdad: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Se trata, entonces, de dar testimonio de una verdad a la cual se puede acceder sólo a través de la misma persona que la atestigua, lo que abre a la posibilidad de una verdad cuya manifestación esté vinculada de una manera específica con una subjetividad particular (Greisch, 2017) que, en realidad, pretende presentarse como la raíz de subjetividad. ¿De qué tipo de verdad está, entonces, hablando Jesús? y ¿en qué relación se encuentra esta verdad con la que generalmente llamamos “verdad” con relación a los hechos y/o acontecimientos? Las afirmaciones contenidas en el evangelio no permiten que un riguroso análisis de corte filosófico logre escaparse frente a estas cuestiones e invoca una profunda reconsideración de la modalidad de manifestación de lo que llamamos verdad. Es precisamente en este sentido que adquiere valor la referencia a la reflexión elaborada por Michel Henry en su C’est moi la verité. Pour une philosophie du christianisme (Henry, 1996), enfocada precisamente en desentrañar el sentido de la verdad que coincide con el Cristo y que, de alguna manera, remite a la posibilidad de una cristología filosófica.
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POSIBLES CONCLUSIONES
A la luz de lo indicado, hay algunas cuestiones que saltan a la vista y que quedan como fundamentales desde el punto de vista de una concepción general de la verdad que trate de considerar la crítica elaborada de Michel Henry y de conjugarla, en el mismo tiempo, con una concepción más general en aras de difuminar la que en Henry puede aparecer – aunque no de manera justificada – como una insoluble oposición entre la verdad del cristianismo y la verdad del mundo. Nos parece posible resumir estas cuestiones en tres puntos específicos.
1) La cuestión de la verdad del cristianismo pone en jaque una definición de verdad meramente lógico (y/o epistemológica) por lo menos a partir de la afirmación evangélica en la cual el Cristo afirma su identificación con la verdad: a pesar de la posibilidad, siempre activa, de eludir el análisis de la respuesta que Cristo dirige a Pilato, el problema que Henry lleva a la luz es la necesidad de considerar una modalidad de la manifestación que presenta rasgos de verdad comprensibles. En este sentido, no se trata simplemente de una opción de fe sino de comprender si de la verdad del Cristo (que corresponde a su misma identificación con la verdad) se pueda tener una “experiencia” (porque con esta misma posibilidad está en juego la validez misma del anuncio cristiano).
2) La condición de jaque puesta en acto por la verdad del cristianismo no establece la falta de validez de la verdad lógica (por Henry definida como “verdad del mundo”) sino más bien su condición de “verdad segunda”, válida pero no fundamental (en el sentido de no poderse constituir como verdad del fundamento). En este sentido adquiere plena claridad el sentido que el pensador francés reconoce a la “inversión fenomenológica” que intentar meter en marcha. La relación entre la verdad del mundo y la verdad del Cristo (asumida como verdad originaria de la vida y, por esto, fundamental) no puede ser pensada como una oposición excluyente sino como una paradójica relación de complementariedad (Canullo, 2022). Paradójica porque se trata de una relación que, a la luz de la configuración de las dos modalidades de la verdad consideradas, no detectable de manera directa, y menos sencilla. El “vacío fundamental” que caracteriza la verdad del mundo no tiene que ver con su íntima constitución sino con su ser considerada autosuficiente: el problema que Henry ve en la verdad del mundo es precisamente lo de su necesario radicarse en la verdad de la vida (según el pensador francés expresada por la verdad del cristianismo).
3) La posibilidad de investigar fenomenológicamente el manifestarse de una verdad más fundamental, que se revela en la inmanencia de la condición patética (de pathos) de la existencia, impone una necesaria ampliación del concepto de verdad. En este sentido hay que considerar con atención el riesgo de caer en una relativización de la verdad vinculada con la dimensión subjetiva. No hay que olvidar que el intento de Henry es lo de mostrar otra dimensión de la verdad que se articule como originaria y básica pero cuyos contenidos individuales no pueden ser universalizados: la verdad patética (del sentir) quiere indicar el necesario reconocimiento de una dimensión de pathos en la cual se funda toda posible verdad (también la verdad del mundo) y sin la cual no habría ninguna posibilidad de verdad. No hay que olvidar que siempre es la vida la base de toda posible captura conceptual lo que permite a Henry el intento de mostrar como la verdad del cristianismo corresponda a la de la vida misma.
Para concluir, lo que desde el punto de vista de una mirada filosófica nos permitimos repetir que lo que parece realmente importante, es la necesidad de asumir el reto de la afirmación evangélica presente en Juan 14, 6 como expresión de una verdad que no se presenta como una posibilidad, sino como el fundamento de todo, en el cual verdad y vida coinciden en perfecta adhesión. Eludir esta provocación significaría dejar de lado una forma de manifestación que sigue provocando el pensamiento y, por esto, implicaría la perdida de sus más profundas posibilidades.
*Extracto del artículo publicado por S. Santasilia (Universidad Autónoma de San Luis Potosí) en la revista Razón y Fe, nº 1465, accesible en este enlace.