[Agustín Ortega Cabrera] En este tiempo, por su aniversario correspondiente, con diversos actos o actividades se viene haciendo memoria del jesuita José Gómez Caffarena, uno de los filósofos, pensadores e intelectuales más significativos de nuestra época; el profesor, maestro y escritor que (como todo autor) con sus aciertos y límites o carencias nos dejó todo un legado sobre cuestiones y temáticas filosóficas, éticas, culturales y teológicas. Desde su obra unida a su vida, queremos tratar y profundizar sobre las mencionadas cuestiones o tematizaciones como son las experiencias y realidades espirituales, místicas, religiosas y morales.
Efectivamente, como nos muestran asimismo desde su propio ámbito las ciencias sociales y humanas como la psicología, toda experiencia y realidad expresa, comunica y transmite como caudal la búsqueda del sentido de la vida, que constituye al ser humano y su existencia, su realización y felicidad. Sin el sentido de la vida, la persona cae en el vacío existencial, en el nihilismo (en la nada), en el caos, la destrucción y la muerte como se manifiesta hoy (hasta el extremo) con esa auténtica pandemia que es el suicidio.
El ser humano puede vivir en ausencia del placer o del poder, más no sin sentido, lo principal que busca y anhela. La persona es voluntad de sentido, no tanto de placer o de poder como sostenía cierto psicoanálisis, ya que como ser racional y psicoespiritual se plantea las más hondas cuestiones filosóficas, éticas y trascendentes, como nuestra génesis (origen o raíces, de dónde venimos), nuestro conocimiento, nuestro ser y hacer, la acción moral con las realidades del bien o del mal, nuestro destino final, adónde voy, qué puedo esperar…
Somos humanos en la medida en que afrontamos este sentido de la vida y dichas cuestiones mediante su reflexión, contemplación, meditación, experiencia, praxis, acción, etc., especialmente, en los momentos y realidades de sufrimiento, mal, muerte e injusticia. Y es que la persona anhela y se realiza por medio de esta búsqueda del sentido, de la felicidad, de la esperanza y trascendencia que se confronta con toda esta realidad del dolor, de la maldad, del morir y de las injusticias.
Por tanto, como nos indica lo más valioso de toda esta filosofía o pensamiento (con corrientes como las teorías críticas o humanistas como el personalismo), la existencia humana se configura como un enigma ante las citadas cuestiones, en apertura a la esperanza —como nos muestra de forma similar Caffarena—, a la trascendencia, al Misterio, a Dios mismo. La persona es un ser metafísico, que apunta a la metafísica antropológica y fundamental, en dichas cuestiones o realidades de sentido, a una metafísica trascendental o trascendente que se abre compartida y universalmente al Misterio de la existencia, de lo espiritual o Sagrado; y, en este sentido, a una metafísica religiosa abierta o religada al Rostro concreto y personal de Dios, al don de la fe como acontece por la Revelación de Dios en Cristo.
La responsabilidad y el amor con el otro llega a las raíces inseparables del Amor gratuito e incondicional de ese Otro, el Dios vivo y verdadero. El sufrimiento, la injusticia y la muerte se abre a la esperanza, a la trascendencia, a la liberación y a la salvación integral de todo este mal, dolor y muerte que, a su vez, reafirma (sostiene) esa eternidad de la vida y del amor. Como se observa, la experiencia espiritual o religiosa manifiesta todo un humanismo, entrañado en el Don (Gracia) del Amor de Dios, que sustenta y potencia todas las capacidades, las posibilidades, la razón e inteligencias de cada persona.
El ser humano amado por Dios y entregado hacia el amor a los otros, busca el bien más universal, sirviendo a la fe y a la justicia con los pobres, siendo sujeto protagonista de la acción humanizadora, ética y transformadora del mundo. Al ser imagen y semejanza e hijo de Dios, la vida y dignidad de toda persona es sagrada, transcendente e inviolable. El ser humano no es un medio e instrumento, no se puede ofrecer como sacrificio a los ídolos del dinero, de la riqueza-ser rico, del poder, del capital, del estado y de la violencia. Un humanismo que llega a su plenitud en esta fe, en el amor solidario que promueve la justicia y la esperanza de que el mal, la muerte e injusticia no tengan la última palabra.
Esa esperanza y trascendencia de que los enriquecidos, poderosos y opresores no triunfen sobre los pobres, las víctimas y excluidos que esperan memoria, solidaridad, verdad, justicia y vida. En el fondo, la humanidad busca, anhela y espera finalmente la existencia del bien, de la belleza, de la verdad, la justicia, la fraternidad y la vida plena-eterna. La esperanza de la tierra y de los cielos nuevos que termine con todo sufrimiento, llanto, mal y muerte para siempre. Y que encuentra ese verdadero amor que ya no acaba nunca, como es el que nos regala Dios, esa comunión plena y eterna con Dios, con los demás y con todo el cosmos.
Agustín Ortega Cabrera es colaborar de Fronteras CTR e investigador asociado de la Universidad Anáhuac (México).