Francisco J. Ayala: Científico, filósofo, humanista y amigo

[Michael T. Clegg] Francisco J. Ayala fue una figura destacada en la biología evolutiva desde mediados del siglo XX hasta las dos primeras décadas del siglo XXI. El propósito de este artículo es intentar situar su obra en el contexto más amplio de la biología evolutiva y considerar brevemente sus importantes contribuciones a la filosofía de la biología, incluida la conciliación de la evolución biológica y la religión y sus escritos sobre la evolución de la ética. Otro propósito más personal es relatar su influencia en mí y en toda una generación de genetistas evolutivos. Para lograr estos dos objetivos, sitúo su obra en un contexto histórico más amplio, centrándome en sus primeros trabajos, que proporcionaron pruebas empíricas rigurosas de la hipótesis de la evolución de los genes neutros en la década de 1970. Intento dar una idea del ser humano que existe detrás de una obra increíble, además de explicar algunas de las influencias en su desarrollo. 

INTRODUCCIÓN 

Francisco J. Ayala contaba con un intelecto excepcional, una notable ética de trabajo y un alto grado de generosidad personal. Su prodigiosa producción científica influyó en tres generaciones de biólogos evolutivos y filósofos, y seguirá haciéndolo en el futuro. En total publicó más de 1200 artículos científicos, capítulos de libros, reseñas de libros y ensayos. También fue autor o editor de 66 libros. Aunque vivió y trabajó en Estados Unidos desde principios de la década de 1960 hasta su muerte en 2023, mantuvo estrechas relaciones con las comunidades científicas de Europa y América Latina y, especialmente, con su España natal. Escribió principalmente en inglés, pero también publicó con frecuencia en español. Fue un auténtico ciudadano del mundo. 

Ayala se licenció en Física por la Universidad Complutense de Madrid en 1955 e ingresó en el seminario poco después. Fue ordenado sacerdote dominico en 1960, pero abandonó el sacerdocio pocos meses después. No obstante, esta experiencia estimuló claramente sus escritos posteriores, que trataban de conciliar la biología evolutiva y la religión. Tuve la suerte de contar con Francisco como amigo durante más de 50 años y, como tal, tuve la oportunidad de observar el desarrollo de su extraordinaria carrera. Recuerdo que una vez le pregunté a Francisco qué le había llevado a estudiar la evolución y me contestó que el libro de Erwin Schrödinger de 1944 ¿Qué es la vida? le había cautivado cuando era estudiante y le había conducido al campo de la biología evolutiva. Esto, a su vez, le llevó a solicitar un permiso de la Orden Dominicana para realizar estudios de biología evolutiva con Theodosius Dobzhansky en la Universidad de Columbia en Nueva York. 

Dobzhansky, refugiado ruso-ucraniano, se había incorporado en 1927 al laboratorio de Thomas Hunt Morgan en la Universidad de Columbia con una beca Rockefeller para estudiar la nueva ciencia de la genética. Dobzhansky se convirtió en una figura destacada de la genética evolutiva, debido a su papel como uno de los principales arquitectos de la “síntesis moderna” de la genética y la evolución y a sus enfoques experimentales pioneros en el estudio de la genética evolutiva. Cuando Ayala se incorporó a su laboratorio, Dobzhansky ya era conocido como uno de los principales pensadores y escritores sobre evolución y sobre temas relacionados con la filosofía de la evolución. En aquella época, el laboratorio de Dobzhansky era un hervidero de actividad intelectual con alumnos y exalumnos tan notables como Bruce Wallace, Tim Prout, Richard Lewontin, Wyatt Anderson, Lee Erhman, Lee van Valen y otros. Ayala encajaba a la perfección en este entorno estimulante y altamente competitivo. 

En los años 50 y 60, las universidades estadounidenses tenían una edad de jubilación obligatoria y cuando Dobzhansky cumplió 65 años tuvo que retirarse de la Universidad de Columbia, pero en lugar de jubilarse simplemente se trasladó a la Universidad Rockefeller. Para entonces, Francisco era profesor adjunto en el Providence College de Providence, Rhode Island, y Dobzhansky se las arregló para que Francisco se uniera a él como profesor adjunto en Rockefeller. Hacia 1970, Dobzhansky se trasladó a UC Davis para ocupar un puesto honorario en la facultad. Parte del acuerdo consistía en que Francisco también se uniría a Dobzhansky en Davis. Yo era estudiante de posgrado en el laboratorio de Robert W. Allard, que dirigía el Departamento de Genética de Davis y que desempeñó un papel decisivo (junto con Ledyard Stebbins) en la contratación de Dobzhansky y Francisco Ayala. En consecuencia, conocí a Francisco en 1970, cuando visitó Davis en relación con la negociación de su contratación, y aún recuerdo vívidamente su impactante presencia y el magistral seminario que impartió en el departamento de genética. 

Francisco se trasladó a Davis en 1971 e inmediatamente estableció un laboratorio muy activo, y varios estudiantes dotados como Martin Tracey, John MacDonald, Dennis Hedgecock y John Avise se unieron rápidamente al laboratorio de Ayala. Yo dejé Davis en 1972 para ocupar un puesto docente en la Universidad de Brown, pero el año de coincidencia me brindó una estimulante oportunidad de interactuar con el laboratorio de Ayala. Francisco se convirtió en una especie de hermano mayor académico para mí y nuestros caminos se cruzaron con frecuencia durante los años siguientes. Finalmente, en 2004, Francisco me reclutó para unirme a él en la UC Irvine, donde tuve la oportunidad de relacionarme con Francisco y Hana de forma regular. Fui beneficiario de sus numerosas atenciones y los conté entre mis amigos más íntimos. 

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FRANCISCO AYALA: UN HOMBRE EXTRAORDINARIO 

Nunca oí a Francisco hablar mal de otra persona. Siempre fue amable y especialmente generoso a la hora de promover las carreras de sus estudiantes y colegas. Me impresionaron profundamente sus continuos esfuerzos por nominar a sus colegas para recibir altos honores. Preparar estas nominaciones requiere un esfuerzo y una reflexión considerables, y Francisco era el primero en dar un paso al frente para asumir estas tareas. Era como si sintiera la obligación de compartir su buena fortuna lo más ampliamente posible. Nos puso el listón muy alto a todos. 

Durante más de sesenta años residió principalmente en Estados Unidos, pero Francisco seguía siendo un caballero europeo en su comportamiento externo. Siempre vestía con elegancia, incluso en ocasiones informales. Era un hombre apuesto, pero con un estilo abierto y amistoso que se relacionaba fácilmente con la gente. Era ingenioso y disfrutaba compartiendo un buen chiste con sus colegas. A pesar de su prominencia, se esforzaba por que los estudiantes se sintieran cómodos en su presencia. Pero también era muy eficiente en el uso del tiempo. Una vez le pregunté cómo se las arreglaba para escribir tanto y me dijo que empezaba a las tres de la mañana y que rara vez dormía más de cuatro horas. Esta férrea disciplina era probablemente una consecuencia de sus días en el seminario, pero la mantuvo durante toda su vida y consiguió hacer más que ningún otro hombre. 

Francisco Ayala ha recibido casi todas las distinciones científicas de su profesión, incluida la Medalla Nacional de la Ciencia en 2002. Formó parte del Consejo de Asesores Científicos del Presidente durante la mayor parte de la administración Clinton y fue elegido Presidente de varias sociedades científicas, entre ellas la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Creía en el servicio y casi siempre aceptaba comisiones y otras tareas.  

Sorprendentemente, Francisco se las arregló para ser un agricultor de éxito además de sus actividades académicas. Poseía una extensión considerable de viñedos en el Valle de San Joaquín (California) y era un gran productor de uva. Tenía administradores de viñedos profesionales, pero planificaba las tareas diarias con ellos por teléfono la mayoría de las mañanas mientras se dirigía a su oficina en la UC Irvine. Estas operaciones produjeron una riqueza considerable y, como era de esperar, Francisco y Hana dedicaron su fortuna a causas filantrópicas, realizando una importante donación a la universidad para la dotación de cátedras y el apoyo a los estudiantes de posgrado y otras generosas donaciones en apoyo de las artes, destacando la destinada a la Pacific Symphony del condado de Orange. 

Francisco reservaba una parte de las uvas de mayor calidad de sus granjas para su vino personal y disfrutaba compartiendo estos maravillosos vinos de cosecha con sus colegas. No en vano, era un charlatán que disfrutaba con la buena comida y la buena conversación. Tengo muchos buenos recuerdos de cenas en los mejores restaurantes locales con Francisco y Hana. Compartíamos uno de los vinos de Francisco mientras disfrutábamos de una comida estupenda y una charla estimulante.  

Al igual que su mentor, Th. Dobzhansky, Francisco tenía talento para escribir en inglés, a pesar de no ser su lengua materna. Me han dicho que escribía con rapidez y que rara vez tenía que editar. Francisco se mantuvo comprometido y ocupado escribiendo casi hasta su muerte, en febrero de 2023. A veces me lo encontraba paseando por nuestro barrio durante este último año y estaba ansioso por hablar de su último proyecto de escritura. Tuvo la suerte de conservar su agudeza mental hasta el final. 

Francisco J. Ayala dejó un legado asombroso. Influyó en el curso de la ciencia al centrarse en la comprobación empírica de las hipótesis evolutivas. Elevó permanentemente el nivel de rigor empírico en genética de poblaciones, ecología de poblaciones, evolución molecular y epidemiología evolutiva. Estos campos alcanzaron un nuevo nivel de madurez gracias a la combinación única que hizo Ayala de ciencia empírica y filosofía. Sus profundas reflexiones sobre la ciencia y la religión, la ética y los fundamentos de la ciencia influyeron decisivamente en el desarrollo de la filosofía de la biología como disciplina académica. 

El legado de una persona se mide por las personas que ha formado, y en este sentido Francisco Ayala también fue excepcional. En total, formó a más de 100 estudiantes de doctorado y posdoctorado. Recibió en su laboratorio a más de 115 visitantes científicos y constituyó un valioso vínculo entre las comunidades científicas de América Latina, Europa y Estados Unidos. Muchos de sus antiguos alumnos y colaboradores son hoy líderes científicos en más de 20 países. Su pensamiento y su enfoque de la ciencia seguirán siendo influyentes en el futuro. Francisco J. Ayala falleció nueve días antes de cumplir 89 años, como un erudito hasta el final. 

*Extracto del artículo publicado por Michael T. Clegg en Razón y Fe, n.º 1464, que puede leerse íntegro en la web de la revista.