[Agustín Ortega Cabrera] Ha muerto Fr. Gustavo Gutiérrez OP, presbítero dominico peruano, uno de los más significativos pensadores y teólogos de muestro tiempo, considerado como el padre de la teología latinoamericana liberadora (TL). Gustavo junto a la TL han sido muy estudiados y analizados e investigados con sus virtudes, aciertos, aportaciones, límites o carencias, como todo autor. Todo lo bueno, verdadero y bello de este pensamiento y TL, desarrollada por Gustavo u otros como el maestro jesuita I. Ellacuría, han sido realzados ya por la filosofía, la teología con referentes como Rahner y el magisterio de la Iglesia con los Papas como Francisco. Este artículo constituye un sentido memorial y homenaje a Gustavo, remarcando asimismo su importante horizonte y método interdisciplinar que nos legó con su obra.
En el pensamiento de Gustavo se conjugan admirablemente el diálogo entre la fe y el ejercicio de la razón como es la filosofía, las ciencias y la teología, la espiritualidad y la ética, la mística y la política. De esta forma, hay una interacción fecunda de la teoría con la praxis que emplean estas metodologías y mediaciones interdisciplinares, filosóficas, científicas, sociales e históricas, en especial, la ciencia social, las ciencias humanas, con las que Gustavo hizo aportaciones muy relevantes a la teología y al pensamiento en general.
Desde la obra de Gustavo e inspirado en la fe, el pensamiento se encarna en la realidad humana, social e histórica, en las relaciones culturales, estructurales, políticas y económicas. Efectivamente, como por ejemplo nos muestra el personalismo y el mismo pensamiento latinoamericano con esa referencia que es E. Lévinas, el ser humano siempre se encuentra en esta relación responsable con el otro, con ese rostro del prójimo y del otro desnudo, vulnerable, empobrecido, oprimido y excluido; en términos judíos y bíblicos, con el rostro del huérfano, la viuda y el extranjero, esos grupos sociales e históricos de las víctimas y de los pobres.
Sí, porque en la realidad humana y social e histórica, existen los pobres, los oprimidos y las víctimas, que son los que mueren antes de tiempo, a los que se les niegan su vida, dignidad y derechos como apunta asimismo H. Arendt. La pobreza y el subdesarrollo tienen unas causas personales, éticas, sociales, estructurales, políticas y económicas. En esta línea, existen unas relaciones, grupos y estructuras sociales que generan todas estas desigualdades e injusticias, una violencia estructural, que impide la vida, la dignidad y derechos de las personas, de los pueblos y de los pobres.
Se trata, actualmente, de esa globalización mercantilista del capital, de la guerra y de la destrucción ecológica con sus ídolos del mercado, del beneficio, de la ganancia, de la competitividad, esos falsos dioses de la riqueza-ser rico y del poder. Y que cada vez causan más desigualdades e injusticias sociales, internacionales, históricas, ecológicas, de todo tipo, que dañan y destruyen la vida y dignidad de los pueblos, del sur empobrecido, de los pobres de la tierra y de las víctimas de la historia.
Aquí surge igualmente en esta verdad real, de la realidad, cierta teodicea, esa pregunta filosófica y teológica por el mal e injusticia en relación con Dios. ¿Cómo testimoniarles a los pobres, a estos pueblos del sur empobrecidos, el Amor de Dios, su misma presencia? En este Sur empobrecido, a diferencia de Europa, no se hace filosofía y teología después de Auschwitz, sino en Auschwitz, en Ayacucho, El Mozote…, todos esos lugares simbólicos con su memoria del reverso de la historia, del mal, injusticia y muerte que padecen las víctimas y los pobres. Hay que hablar, pues, de Dios desde el sufrimiento del inocente, de la víctima y del pobre.
Desde todo ello se experiencia la fe con su reflexión teológica y método, que es la propia espiritualidad. Esa praxis de la contemplación u oración, de la caridad, del amor, de la esperanza y de la justicia u opción por los pobres. Cuya entraña es el Dios de la vida, ese Dios encarnado en Jesús, humilde, pobre y crucificado-resucitado al que hay que seguir desde el Espíritu. La opción por los pobres y la memoria de las víctimas, presencias (sacramentos) reales de Cristo pobre-crucificado (Mt 25, 31-46), como sujetos de su desarrollo humano, liberador e integral. Más allá del asistencialismo paternalista o del elitismo/ “liderismo”, hay que beber en su propio pozo y su fuente Divina, en las vidas, culturas y esperanzas de las víctimas y los pobres como protagonistas de la misión, de su promoción y liberación integral.
La liberación estructural y política, para liberarnos todas esas relaciones y estructuras sociales o económicas que generen desigualdades e injusticias, la liberación personal de toda esclavitud o alienación, para ser autores y gestores transformadores de la historia. Y la liberación espiritual del pecado, del mal y de la muerte, esa esperanza de la liberación escatológica que definitivamente nos regala el don del Reino de Dios en Jesús. Estas liberaciones, con un auténtico desarrollo humano integral, se retroalimentan y reclaman mutuamente, sin espiritualismos, inmanentismos u otras ideologías e ideologizaciones de la fe.
La ética y el amor verdaderos son universales, con esa constitutiva dimensión social y pública de la fe, la “macrocaridad” o caridad política que busca la civilización del amor para toda la familia humana, el bien común más universal, la justicia social con el derecho internacional. Los derechos humanos, sociales, culturales e históricos. Tal como de forma pionera, junto a esa cima del humanismo que es la escuela de Salamanca, nos mostró el obispo dominico Bartolomé de Las Casas. Y que un testimonio estudiado por Gustavo, con una magna obra al respecto, un modelo inspirador para nuestro autor, para el pensamiento latinoamericano y la cultura en general.
Este Dios de la vida nos dona un desarrollo y ecología integral, un verdadero buen vivir, uniendo por tanto el sentido y cuidado personal, social, ecológico y espiritual, la justicia social, internacional y ambiental que afronta los gritos de los pobres y los clamores de la tierra. Lo cual supone la bienaventuranza (felicidad) de la pobreza espiritual, que nos regala este Reino de Dios con el seguimiento de Jesucristo. Ese amor fraterno y compasivo (misericordioso) que comparte en solidaridad la vida, los sufrimientos, las persecuciones incluso hasta el martirio (la cruz), los bienes y el compromiso por la paz que exige siempre la justicia con los pobres. Frente a esas idolatrías del dinero, de la riqueza-ser rico, del lujo, de la buena vida (cómoda-mediocre) e indiferencia, del poder y la violencia.
Todo ello desde este Don (Gracia) del Amor de Dios, que actúa en la unidad de la (única) historia, donde la salvación se va realizando ya en estas liberaciones personales, sociales, históricas e integrales. Es la Gracia personal, social y liberadora del pecado, de la muerte e injusticia. Y que culmina en la tierra nueva, en los cielos nuevos, donde esperemos que esté ya Gustavo, junto al Dios de la vida al que le damos las gracias por la obra y legado de nuestro querido pensador peruano.
Agustín Ortega Cabrera PhD es colaborador de Fronteras CTR e investigador asociado de la Universidad Anáhuac (México).