[Simó TORTELLA SBERT] La primera impresión que el lector va a observar al acercarse al libro Tomarse a Dios en serio es que se trata de una obra poco convencional en muchos aspectos. El primero de ellos, tal vez el más obvio, es que pese al título y a ser una obra que pretende hablar de Dios, no es un libro de teología al uso ni su autor, Joan Mesquida Sampol, es teólogo. Sin embargo, este doctor en Derecho se ha atrevido a escribirlo y esa valentía surge de su bien justificada percepción de que hoy se habla poco de Dios en el ámbito creyente y, cuando se hace, surgen grandes discrepancias acerca de sobre qué Dios se está hablando. Para unos se trata de un Dios cercano que parece perdonar todo, otros piensan en un Dios celoso del cumplimiento moral y no faltan aquellos que lo entienden al modo de una energía cósmica nos recuerda a la “fuerza” de Star Wars.
El subtítulo del libro es también indicativo de las intenciones del autor, si bien en este caso el planteamiento que realiza resulta también singular. Aunque analiza las dificultades del sujeto actual para creer en el Dios de la tradición cristiana, lo hace poniendo en evidencia no tanto los obstáculos para llegar a Dios como los recelos y las dificultades que el creyente interpone entre él y el Creador. En definitiva, lo que plantea el autor es que en realidad acaba siendo el creyente el que pone obstáculos a Dios.
Estos obstáculos tienen su origen en tres aspectos que Mesquida identifica a lo largo del libro. El primero de ellos es la reducción de la religión católica a una ética, lo que abre la puerta a la vieja y nunca extinguida del todo herejía pelagiana, en la que el hombre aparece como ser autónomo y autosuficiente a la hora de cumplir con la ley divina y, por tanto, dejar de tener necesidad de la gracia para alcanzar su salvación. El segundo fenómeno tiene que ver con lo que denomina la entronización del individuo y el hecho que haga de la autonomía individual un fin en sí mismo y no un medio para buscar el bien o la belleza. Ese inmanentismo radical le lleva a rechazar a Dios, que solo puede ser visto como un ente opresor que busca limitar esa libertad. El tercero tiene que ver con la forma con la que el sujeto actual se enfrenta al problema del mal. Incluso el más fervoroso de los creyentes siente como los cimientos de su fe se mueven ante el dolor y el sufrimiento del inocente, a la vez que suplica a Dios una respuesta satisfactoria que no suele llegar jamás.
Pero si estos son los obstáculos que de alguna manera el hombre del siglo XXI ha ido construyendo para aislarse de Dios, el autor propone una forma de superarlos que pasa, ante todo, por la recuperación del Dios bíblico para volver a situarlo en el centro de nuestra vida. En definitiva, volver a hablar de Dios para entender al hombre. Para ello, antes de pensar en un Dios que nos resuelva problemas, el autor pide que primero nos dejemos asombrar por el Dios de lo extraordinario. Nos pide, por ejemplo, que abandonemos esa idea tan común hoy de dejar en el olvido los milagros de Jesús y apostemos por su posibilidad real. No se trata de una reivindicación de la historicidad de las curaciones de Jesús o de su propia resurrección, sino de no descartar la posibilidad lógica de que pueda suceder. Como señala él mismo, “si no creemos en la posibilidad de que Dios intervenga en nuestro mundo de forma extraordinaria y rompedora, debemos preguntarnos entonces en qué tipo de dios creemos realmente” (p. 47).
En segundo lugar, recalca el autor la importancia de que cada persona sea consciente de la importancia del amor como elemento singular de su humanidad –“La libertad humana tiene su sentido en el amor, pues amar es el único acto humano que solo puede llevarse a cabo siendo libre” (p. 118)– pero también como elemento de conexión con lo sobrenatural, con Dios mismo: “Dios, y no la biología, explica el amor humano porque nada es más antinatural que el amor. Amando uno renuncia a sí mismo y puede llegar a dejar de lado todo aquello que naturalmente es importante: la propia supervivencia, la reproducción de la especie, la lucha por alimentos o por cobijo. Si el amor fuera natural, el proyecto de la naturaleza sería inviable” (p. 144). Y es por ello por lo que, si el amor es la clave para entender nuestra humanidad, también lo es para comprender que somos participación del amor del creador: “No somos las mascotas de Dios. Él quiere que lo tratemos de tú a tú, que le llamemos Padre, pero ello conlleva una responsabilidad altísima. Tomarnos a Dios en serio es asumir esa filiación divina” (p. 145).
Como puede verse, Tomarse a Dios en serio es un libro denso que empieza hablando de Dios y acaba explicando al ser humano, algo que en estos casos suele ser inevitable. Se trata de un ensayo personal, que se ha deshecho de ataduras académicas y cuenta con un reducido número de notas a pie de página, lo que en algún momento deja en el lector la sensación de que algunas cosas han quedado en el tintero. En cualquier caso, se trata de un libro bien construido en el que en ningún momento el autor ha sacrificado el rigor ni se ha dejado llevar por la superficialidad en sus planteamientos, aunque a veces busque provocar al lector (“No creo ser la primera persona ni la única que se habrá sorprendido, por ejemplo, al escuchar al sacerdote iniciar la bendición final de la misa dominical aludiendo a Dios ‘todo bondadoso’, mención ante la que algunos fieles parecen respirar aliviados mientras otros sencillamente no alcanzan a entender el cambio” p. 48). Aun así, no encontrarán en el texto ninguna subida de tono ni otra pretensión que no sea la de incitar a la reflexión y al cuestionamiento de muchas de las convicciones que comparten hoy creyentes y no creyentes. Al final y al cabo, lo que pretende el autor es algo aparentemente tan sencillo como que volvamos a hablar seria y cotidianamente de Dios.
*Recensión del libro de Joan MESQUIDA SAMPOL: Tomarse a Dios en serio. La dificultad de creer en un Dios que no alcanzamos a comprender, Books on Demand, Alemania 2023; publicada en Razón y Fe, nº 1464.