[Agustín Ortega Cabrera] Estamos celebrando el aniversario de Karl Rahner, jesuita alemán, filósofo y, a su vez, considerado el teólogo católico más significativo de nuestra época. Como suele suceder con los autores, de manera crítica y adecuada, tenemos que valorar sus aportaciones, sus luces, sus límites o carencias. Por este motivo, con base en lo anterior, vamos a exponer y profundizar algunas claves, líneas u otros aspectos de su pensamiento, en especial, subrayando el diálogo de la razón y la ciencia o cultura con la fe, consecuentemente, desde unas perspectivas interdisciplinares. Ya desde su primer estudio e investigación de doctorado u otras obras, en la línea de Santo Tomás de Aquino, Rahner fue desplegando este encuentro entre la fe y la razón, la filosofía y el pensamiento contemporáneo como es el personalismo con sus bases epistemológicas, metafísicas y antropológicas. De manera similar a otros pensadores e influencias como el también jesuita J. Maréchal, nuestro autor trata de acoger, valorar e integrar lo mejor del pensamiento filosófico y teológico clásico con el moderno junto a sus implicaciones científicas, del mismo conocimiento y, en especial, el foco de la antropología.
Humanismo, conocimiento y metafísica
En dicho estudio sobre la obra del Aquinate y su metafísica con una vertiente epistemológica, Rahner muestra al ser humano como “espíritu en el mundo”, encarnado en la historia. Las personas con sus procesos de conocimiento del ser de las cosas u objetos categoriales, de lo real, se preguntan y abren al Ser (supra-categorial), primer “a priori”, que hace que el mundo con su realidad sea, que exista. En el surco tomasiano con su humanismo inspirado en la fe, y de forma análoga a como nos indican ciencias o científicos de nuestro tiempo- incluyendo Premios Nobel como A. Einstein o M. Planck-, los entes tienen al Ser como fondo y sustento o base que posibilita la existencia de lo real, que es su causa u origen último. El orden, armonía, belleza, relaciones e inteligencia que observamos en el universo: apuntan a ese Ser supremo con su Supra-inteligencia, fuente de toda verdad o belleza que dona la existencia. “Todo está conectado”, como seguiremos exponiendo e insiste el Papa Francisco, dialogando con estas indicaciones científicas.
Lo existente y la vida, la realidad con el mismo cosmos en el que ser humano se encuentra, son vías o caminos para conocer y pensar razonablemente al Ser que es la fuente, causa, fundamento y horizonte de todo cuando existe. El Ser subsistente que la filosofía y la experiencia espiritual, con las propias ciencias de las religiones, denominan Dios. El Dios de la vida, el Creador y destino final de la totalidad del universo con su diversidad, complementariedad y conexión de los seres, de todo lo real. Convergiendo en puntos similares con distintos autores, como ese otro jesuita que es P. Teilhard de Chardin, Rahner emprende un diálogo con las ciencias y sus teorías evolutivas del cosmos, de lo real y humano. Ello junto a esa apertura e inquietud antropológica, que espera un desarrollo de la existencia con una vida y madurez plena, trascendente y eterna. Tal como afirma Francisco en Laudato Si’ (LS), citando la aportación de Teilhard de Chardin, “el fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal” (LS 83).
Filosofía y teología de la esperanza, el horizonte escatológico
Como luego profundizará su discípulo y colaborador más cercano, J. B. Metz e igualmente dialogando con teorías y ciencias sociales críticas, en Rahner se delinea así una filosofía (metafísica) y teología de la esperanza, radicada en esa naturaleza abierta a la trascendencia escatológica del ser humano y de toda lo realidad. Ese anhelo, dinamismo y realización humanizadora hacia el fututo que culmina en el Don (Gracia) del amor fraterno y la comunión solidaria, unida a la justicia, vencedoras del mal, de la muerte e injusticias que padecen las víctimas de la historia. Por esto, en dicha apertura radical al Ser, la persona está a la escucha y espera del Dios de la Vida, es “oyente de su Palabra”, con esta vivencia de la Gracia y del Amor revelado en Jesucristo, Dios vivo y verdadero que nos sale al encuentro personal, comunitario e histórico. Y ello, desde esta donación de Dios, posibilita una real experiencia mística del creyente adulto, maduro y del futuro.
En Rahner la unidad cristológica inseparable con su centralidad de la encarnación, sin disociar la pascua de la vida del Señor Jesús Crucificado-Resucitado, es el quicio y sentido pleno de esta esperanza (utopía real) para la humanidad, para todo el cosmos. Siendo solidariamente asumidos por el Hijo, Verbo Encarnado, máxima unión entre lo divino y humano. Cristo es el “Alfa y Omega” de todo el universo y de la realidad histórica que, mediante esta encarnación solidaria junto a su pascua, nos regala la comunión de todo, trayendo pues la salvación y liberación integral de esta maldad, del pecado, muerte e injusticia que sufren estos crucificados de la historia. En Jesucristo, verdadero Dios y hombre (humano), la naturaleza y la Gracia —lo trascendente e histórico—, lejos de oponerse, encuentran su unión plena. La creación e historia de la humanidad y de la salvación, con su futuro trascendente escatológico, forman una unidad inseparable, acogiendo y culminado todo lo razonable, lo humano, lo bueno, lo verdadero, bello, justo y liberador que trae un auténtico progreso (desarrollo) integral.
Antropología y teología
A este respecto, en este diálogo con las ciencias, Rahner dice que “si la historia de la materia y del espíritu —en la unidad que ambos constituyen— es la historia de un proceso siempre nuevo de autotrascendencia progresiva, entonces la autotrascendencia suprema, última y escatológica será aquella en la que el mundo se abre libremente a la autocomunicación de Dios mismo como Ser y Misterio absolutos, y en virtud de esta autocomunicación de Dios mismo la acepta. Si las dos aceptaciones realizadas en esa autocomunicación —la aceptación del mundo por parte de Dios y la de Dios por parte del mundo— se manifiestan históricamente en una unidad, y si además, esta manifestación alcanza su punto culminante irreversible, en el que ambas aceptaciones se hacen definitivas e irrevocables (aunque continúe la historia salvífica general), entonces se da exactamente lo que llamamos la encarnación del Logos divino, como Mediador de salvación absoluto”. Esta “autotrascendencia activa” de la que nos habla Rahner supone, por tanto, ese proceso evolutivo del cosmos y de humanización que se enraíza, se transciende y tiene como fin a Dios en Cristo con su Espíritu. Como remarcan los escritos paulinos y el propio Vaticano II, con su antropología teológica (GS 22).
La Gracia de Dios, que nos regala su salvación liberadora e integral, permea e inter-penetra toda la realidad humana con su historia y la misma creación, baña toda la vida de cada persona envolviéndonos en esta atmósfera del “existencial sobrenatural”. Y esta Gracia se puede acoger con nuestra capacidad e inteligencia espiritual, esa “potencia obediencial”, de apertura a la trascendencia con la que ha sido dotada y equipada nuestra más profunda naturaleza humana, al ser creada a imagen y semejanza de Dios; con esa unión inseparable de cuerpo y alma donados por el Dios Creador, somos espíritu encarnado en la realidad e historia, que conforma la antropología en perspectiva teológica, en ese horizonte del Dios de la vida y Creador fecundo. Efectivamente, esta Gracia de Dios con su amor y comunión fraterna que nos libera integralmente en la historia de la salvación, la “Trinidad económica”, es propia del Ser de nuestro Dios Trinitario, la “Trinidad inmanente”. Esto es, esa fontal u original unidad y relaciones amorosas que nos revela el Misterio de la Trinidad, con las Personas Divinas del Padre, el Hijo y Espíritu Santo.
Diálogo con el pensamiento y la teología en América Latina
Este diálogo interdisciplinar de la filosofía y las ciencias con la fe, que es inseparable de la razón abierta a la teología, Rahner siguió cultivándolo hasta el final de sus días, por ejemplo, de forma intercultural con el aporte filosófico y teológico latinoamericano. Rahner reconoce todo lo bueno, la vitalidad y esperanza de la fe e iglesia iberoamericana: con sus comunidades eclesiales de base, su compromiso y martirio por la justicia social que brota sustancialmente de esta fe en su opción por los pobres, simbolizados en esos testimonios de santidad como Mons. Romero o H. Cámara; o la inherente dimensión social y pública de realidades de esta fe, como es el pecado estructural. Es decir, como nos enseñan desde su propio ámbito las ciencias humanas como la sociología o la antropología, esas estructuras (sociales e históricas) de pecado, inseparables del mal personal, que causan desigualdad, injusticia, empobrecimiento, maldesarrollo, etc.
Todas las virtualidades de la filosofía y teología rahneriana, con su trasfondo o base en la espiritualidad ignaciana como se puede observar, encontró así eco y desarrollo en otras latitudes como América Latina, con algunos de sus discípulos o alumnos jesuitas como I. Ellacuría. En esta dirección, como les transmite Francisco a los integrantes de la Civilta Cattolica, “un tesoro de los jesuitas es precisamente el discernimiento espiritual, que intenta reconocer la presencia del Espíritu de Dios en la realidad humana y cultural, la semilla ya plantada de su presencia en los acontecimientos, en las sensibilidades, en los deseos, en las tensiones profundas de los corazones y de los contextos sociales, culturales y espirituales. Recuerdo algo que decía Rahner: el jesuita es un especialista en el discernimiento en el campo de Dios y también en el campo del diablo. No hay que tener miedo de proseguir en el discernimiento para hallar la verdad. Cuando leí estas observaciones de Rahner, me impresionaron bastante”. Los deseos o afectos con las emociones y sentimientos, enlazados en el amor con su razón cordial, son decisivos en la vida y desarrollo humano integral, como nos transmiten hoy las mismas ciencias humanas o sociales, la psicología y las propias neurociencias.
Cimentada desde esta mística ignaciana de “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, a mayor (“magis”) gloria suya con la “contemplación en la acción”, se realiza este discernimiento de “los signos de los tiempos”. En este sentido, la filosofía y teología latinoamericana, con dichos autores como Ellacuría, fue historizando e inculturando en su realidad contextual los aportes filosóficos y teológicos como los que, por ejemplo, hizo Rahner. De esta forma, el Dios de la vida y del amor opta preferencialmente por las víctimas, por los pobres y los excluidos a los que se les niegan el ser, expropiándoles su misma existencia. La Gracia con el Amor de Dios, por motivo asimismo de la propia esencia del ser humano y de lo real, tiene una constitutiva naturaleza social e histórica, que se encarna transformadoramente en las relaciones y estructuras, como son las económicas o políticas, para ir realizando ya la salvación y liberación integral en la historia. Una fe que se efectúa por la caridad, el amor fraterno hacia a los otros, en esa unidad inseparable del Amor a Dios y a todo ser humano, remarcada por Rahner. Y, de igual modo, la contemplación u oración es indisociable de la inteligencia y acción (praxis) misericordiosa, compasiva y por la justicia con los pueblos crucificados de la historia, signo permanente de los tiempos, para bajarlos de la cruz.
El dinamismo trascendente y su esperanza, que revierte la historia, se realiza en esta opción por los pobres y pueblos crucificados, con sus movimientos históricos, como sujetos de la misión, del desarrollo, de su promoción, liberación y ecología integral que culmina en la vida plena-eterna. “Ese futuro siempre mayor, más allá de los futuros histórico, donde se avizora el Dios salvador, el Dios liberador” (I. Ellacuría). El ordo amoris con los derechos humanos, la civilización del amor unida a la paz y la justicia que trae el Reino de Dios, se historizan en la “civilización del trabajo (decente con un salario justo) y de la pobreza (solidaria)”, frente a la del capital y de la riqueza e idolatrías del poseer (del tener, de la propiedad…). Concluyendo, como afirma Ellacuría citando a su maestro, “esta apertura que en cada hombre es la apertura transcendental elevada de un ‘existencial sobrenatural’ (Rahner), es en la totalidad de la historia la apertura transcendental elevada de una historicidad gratuita”.
Dr. Agustín Ortega Cabrera es colaborador de Fronteras CTR e investigador asociado de la Universidad Anáhuac (México).