¿Qué puede decir la ciencia sobre el (buen) morirse?

[Carlos Fernández Valls; Bárbara Álvarez Moreno; Carmen Valls Sancho] La ciencia es ciega a algunos aspectos de la vida humana, entre ellos, el morir como vivencia personal y comunitaria, ya que no puede ver más allá de la finalización de las funciones vitales. Por ello, las distintas perspectivas filosóficas, humanistas y espirituales deben unirse a las ciencias de la salud para poder convertir el tránsito en un acompañamiento de la persona en sus últimos días y de sus familiares.

Una herramienta privilegiada para ello es el acompañamiento espiritual al final de la vida. Para defender su necesidad y multidisciplinariedad puede ayudar el pensamiento de Habermas y su teoría del interés del conocimiento, así como la Sagrada Escritura, donde encontramos soporte para este acompañamiento espiritual. Este artículo ha sido escrito desde la perspectiva filosófica y teórica, pero también práctica y experiencial (tanto de la medicina como de la enfermería) del acompañamiento en cuidados paliativos.

En la actualidad, la ciencia y la espiritualidad son dos campos que parecen estar en constante conflicto. Sin embargo, en el proceso de morir, ambos pueden unirse para hacer del tránsito un momento de acompañamiento y apoyo para la persona y sus seres queridos. El acompañamiento espiritual al final de la vida es una práctica que ha existido desde tiempos inmemoriales.

En la Sagrada Escritura, se presentan argumentos que justifican esta práctica, como la importancia de la vida después de la muerte y la necesidad de prepararse para ella. Además, la espiritualidad puede ayudar a las personas a encontrar un sentido en su sufrimiento y a aceptar la muerte como parte del ciclo natural de la vida. Por otro lado, la ciencia también tiene un papel importante en el proceso de morir. Los avances médicos han permitido prolongar la vida de las personas, pero también han creado una cultura en la que la muerte se ve como un fracaso. Sin embargo, la ciencia puede ayudar a las personas a tomar decisiones informadas sobre su tratamiento y a aliviar su dolor y sufrimiento. En este sentido, la teoría del interés del conocimiento de Habermas puede ser útil para entender cómo la ciencia y la espiritualidad pueden complementarse. Según esta teoría, existen tres tipos de conocimiento: el técnico, el práctico y el emancipatorio.

El conocimiento técnico se refiere a la ciencia y la tecnología, el conocimiento práctico se refiere a la ética y la moral, y el conocimiento emancipatorio se refiere a la búsqueda de la verdad y la libertad. En el proceso de morir, los tres tipos de conocimiento pueden ser útiles. La ciencia puede proporcionar conocimiento técnico sobre el tratamiento y el alivio del dolor, la ética y la moral pueden proporcionar conocimiento práctico sobre cómo tomar decisiones informadas y cómo acompañar a la persona en su proceso de morir, y la búsqueda de la verdad y la libertad pueden proporcionar un sentido de propósito y significado en el proceso de morir.

El acompañamiento espiritual al final de la vida puede ser una herramienta privilegiada para unir la ciencia y la espiritualidad en el proceso de morir. Este tipo de acompañamiento se enfoca en las necesidades espirituales y emocionales de la persona y sus seres queridos, y puede ser proporcionado por profesionales de la salud, líderes religiosos o voluntarios capacitados. Este acompañamiento  puede ayudar a las personas a encontrar un sentido en su sufrimiento y a aceptar la muerte como parte del ciclo natural de la vida. Además, puede ayudar a las personas a conectarse con su fe o espiritualidad y a encontrar consuelo y esperanza en momentos difíciles.

En el proceso de acompañamiento espiritual al final de la vida, es importante tener en cuenta la importancia de la serenidad y el amor. Al igual que María al pie de la Cruz, el acompañamiento eficaz es aquel que se hace con serenidad y amor, sin reproche, huida o enfado. En las peores situaciones, cuando la realidad nos chafa, nos arrolla y pasa por encima de nosotros, hemos de entender que hay que afrontarla, no podemos huir de ella. Jesús acompaña en estos momentos tan bajos, sufriendo con nosotros como Él sufrió, llorando con nosotros como Él lloró, sin ningún reproche, como lo hacía su madre, y sin ninguna voluntad de apartarse de nuestro lado.

A modo de conclusión, señalaremos tres actitudes necesarias para la colaboración entre los distintos saberes (sanitario, filosófico y religioso) en el acompañamiento espiritual al final de la vida. Estas tres actitudes se proponen como freno a tres errores que lastran esta necesaria colaboración. La primera actitud es el respeto necesario para apreciar el saber de otras disciplinas. Como hemos visto en el trabajo, la muerte puede ser vista como un mero cese de la actividad biológica o como un evento personal y comunitario relevante. Hay diversas aproximaciones y es necesario no cerrarse únicamente a la propia. Por ello, cabe el respeto a los distintos saberes, que no hay que confundir con la mera tolerancia, que permite su existencia mientras no interfieran en la propia labor.

Este respeto se enfrenta a la actitud de superioridad cimentada en el propio conocimiento, que no dialoga ni colabora con quienes no pueden aportar nada reseñable. Como ya hemos mostrado, una de las correcciones necesarias (según Habermas) es el mutuo aprendizaje de la religión y el secularismo. En la dimensión del acompañamiento, las tradiciones religiosas tienen un enorme bagaje que pueden aportar a la práctica clínica, pero también pueden nutrirse de diferentes aspectos de las investigaciones sanitarias.

La segunda actitud necesaria es la interrogación. Con ello nos referimos a clarificar los términos, a preguntar a otros qué entienden, por ejemplo, cuando hablan de religión, de sentido de la vida, de vida digna; pero también de qué consideramos un éxito terapéutico, una buena intervención o un acompañamiento fructuoso.

La necesaria pregunta a otros nos obliga a entrar en la intersubjetividad, en el terreno de la interacción humana, y no es menos necesaria que la evaluación (que todos consideramos imprescindible) de las propias actuaciones, ya que nos adentra en el terreno de la estrategia eficaz. La labor de interrogarse para intentar entenderse, de clarificar mutuamente (y no unilateralmente) el lenguaje nos evita quedarnos en la mera confusión. La actitud de Ruth Benedict, autora de El crisantemo y la espada (un estudio sobre Japón encargado en la II Guerra Mundial), puede servirnos de ejemplo: “Hay algo absurdo en esta imagen. ¿Qué necesitaría saber para entenderla?”.

Finalmente, la última actitud necesaria es la apertura, quizá la más difícil de las tres. Es la actitud que asume que necesitamos efectivamente de otros saberes y otras personas para acercarnos a la polifacética realidad del final de la vida. No es sólo que tengamos limitaciones personales que nos impidan cumplir a solas la labor de acompañar de manera completa, es que ninguna disciplina ni ningún saber posee (ni poseerá) la totalidad de lo humano.

La actitud de apertura nos obliga a enfrentarnos a la cerrazón, en la que ya damos por sentada la respuesta de otro, ya que todo es “más de lo mismo”, cayendo en el infierno de lo igual, donde el otro es mera caja de resonancia de mi propia autorreferencia. Estas actitudes buscan poder propiciar el diálogo y la colaboración, para que el acompañamiento espiritual al final de la vida pueda ser cada vez más ofertado y experimentado como oportunidad, tarea y gracia.

*Extracto de un artículo publicado en Razón y fe (2023). El texto completo es accesible en PDF en la web de la revista.