[Leandro Sequeiros] El pasado 23 de agosto de 2022 falleció el filósofo tejano Larry Laudan, también considerado como filósofo interdisciplinar de la ciencia. Y en este año 2022 la comunidad científica que agrupa a los epistemólogos ha recordado el nacimiento hace un siglo del también filósofo de la ciencia de origen húngaro, Imre Lakatos (1922-1974). Sus postulados, en los que considera el esfuerzo humano por conocer la realidad como «Programas de Investigación», han calado en algunos ambientes. Y de ellos hemos tratado en otros trabajos en FronterasCTR.
Las personas que tienen un cierto nivel de formación intelectual, por lo general, no han cuidado suficientemente su formación epistemológica. En estos últimos años, dentro de las comunidades internacionales que cultivan el pensamiento humano en sus diferentes facetas están redescubriendo el papel tan crucial que hoy tiene la filosofía de la ciencia. Esta es una herramienta poderosa para valorar qué se entiende por “verdad” y “postverdad”, qué método científico es el más adecuado para la construcción social del conocimiento. Incluso, los dedicados a tender puentes entre ciencia y religión, como Antonio Fernández Rañada, fallecido recientemente, insisten en que el lenguaje de la filosofía es crucial para este encuentro interdisciplinar.
El fallecimiento de Larry Laudan
El reciente fallecimiento de Larry Laudan, que – como en nuestro tiempo – defendió la racionalidad del pensamiento humano y combatió los relativismos y subjetivismos (tan frecuentes en la época de las “posverdades”), es ocasión para recuperar su legado. Las redes sociales han difundido el 31 de agosto la noticia del fallecimiento del filósofo interdisciplinar de la ciencia, Larry Laudan.
Larry Laudan (nacido el 16 de octubre de 1941) fue un reconocido filósofo de la ciencia y epistemólogo. Nació en Austin, Texas, Estados Unidos. Ha sido muy famoso por su crítica de las tradiciones del positivismo, del realismo filosófico y del relativismo, y ha defendido el papel de la ciencia ante los desafíos populares.
En el año de 1962 terminó sus estudios en física en la Universidad de Kansas y al poco tiempo recibió el título de Doctor Philosophiae en la Universidad de Princeton. Su tesis versó en torno a las teorías sobre el método científico.
Laudan, después de compartir sus conocimientos como profesor por varios años, en 1969 se trasladó a la Universidad de Pittsburgh, donde fundó el Departamento de Historia de la Filosofía de la Ciencia. Simultáneamente, fue director del Centro para la Filosofía de la Ciencia. Más tarde enseñó en el Instituto Politécnico de Virginia y en la Universidad de Hawaii. También se ha encargado de redactar algunas obras, por ejemplo: El progreso y sus problemas: Hacia una teoría del crecimiento científico (1977), un texto de consulta obligada para los estudiosos de la filosofía de la ciencia.
Laudan creía firmemente que la ciencia no solo se reduce a la resolución de problemas. Así que emprendió la tarea de invitar a otros intelectuales y académicos, también a sus discípulos, a considerar la repercusión que ese punto de vista tiene para la historia de la ciencia y para su filosofía.
Pensamiento filosófico de Larry Laudan
Larry Laudan se mostró siempre escéptico respecto del empirismo de Karl Popper y el “revolucionismo”, representado especialmente por Thomas Kuhn. Laudan mantiene en El progreso y sus problemas (publicado en 1977) que la ciencia es un proceso evolutivo que va acumulando evidencias validadas a la vez que va resolviendo anomalías conceptuales. La simple acumulación de evidencias o confirmaciones empíricas no constituyen por sí mismas un mecanismo de avance científico; la resolución conceptual y la comparación de soluciones de anomalías, todas estas incluidas en una teoría, hacen parte de la evolución de la ciencia.
Larry Laudan ha manifestado que el concepto ‘pseudociencia’ no tiene significado científico y se usa básicamente para describir una apreciación subjetiva; en su visión estas palabras son simples términos vacíos que sólo tienen impacto a nivel emotivo.
La ciencia y el relativismo (1990)
En 1990, Laudan publica Science and relativism (La ciencia y el relativismo) (Alianza Editorial, 1993. 206 páginas) En el comentario de la editorial leemos: suele decirse que el éxito de Admunsen en la conquista del polo se debió a su experiencia en el ártico y, en concreto, en la utilización de las técnicas de los pueblos que allí vivían. Es decir, que en lugar de considerarse más civilizado que los nativos decidió aprender de los que sabían.
Me gustaría pensar que el relativismo esgrimido por el pensamiento postmoderno tiene la misma fuente, humildad para admitir que no se está en posesión de la verdad, y respeto para todas las culturas del mundo.
Pero nos equivocamos si metemos a la ciencia en el mismo saco que el resto de creencias del mundo occidental. Si existe un mundo externo a nosotros, con reglas que podemos conocer, la ciencia es el mejor mecanismo para averiguar cuáles son. Da igual tu religión, raza, creencias políticas o género. Si acusas a la teoría de la evolución de ciencia degenerada e intentas cultivar tus cosechas de espaldas a la ciencia, te pasará como a Lysenko, y el desastre no tardará en aparecer.
Dado el éxito de la ciencia no sólo en su aspecto tecnológico, sino principalmente en el conocimiento que tenemos del mundo, es difícil imaginar que se pueda defender intelectualmente el relativismo, y el autor de este libro confiesa haberse encontrado en dificultades para defender esa postura.
El libro está organizado como un diálogo a cuatro voces. De un lado, un relativista que encarna la siguiente postura:
El relativismo tiene muchos matices, algunos de ellos los desbrozaré más adelante. Pero en una primera aproximación puede ser definido como la tesis de que el mundo natural y la evidencia que tenemos sobre ese mundo no pone límites o sólo muy pocas restricciones a nuestras creencias. Dicho con una simple expresión, la consigna relativista es «Cómo aceptamos que son las cosas, es bastante independiente de la manera como las cosas son». Esta visión es la que hoy adoptan muchos escritores a partir de su estudio de la filosofía de la ciencia.
Del otro lado, un positivista y un realista, que representan posturas algo encorsetadas de entender la ciencia, y por último un pragmatista, postura con la que se identifica el autor.
Pero a pesar de su afirmación lo cierto es que el relativista que aparece en estas páginas no es ningún pelele. Sus objeciones son fundadas y fundamentadas, porque sí que tiene críticas interesantes que hacer al modo en cómo se construye la ciencia. Se desglosan en los títulos de los capítulos:
- Progreso y acumulación
- Carga teórica e infradeterminación
- Holismo
- Los criterios del éxito
- Inconmensurabilidad
- Los intereses y los determinantes sociales de las creencias
Bajo estos epígrafes se comienzan los debates en los que cada uno de los interlocutores intenta llevar el agua a su molino. No los analizaré con detalle porque, si no, esta entrada se haría larguísima, pero en todos hay mucha tela que cortar.
Visto lo visto, queda patente que hay debilidades ontológicas tanto en la ciencia como en cómo se construye, y que no todas están completamente explicadas. Esto ni es nuevo ni es grave. Desde Hume sabemos que el método fundacional del método científico, la inducción, no es consistente.
Por mucho que siempre que soltemos una manzana esta se dirija al suelo con la misma aceleración, eso no nos garantiza que vaya a ocurrir siempre. Pero ni el relativista más acérrimo utilizaría este argumento para saltar del último piso de un edificio para echarse a volar.
Cuando Zenon presentó sus paradojas para demostrar que el movimiento es imposible, Diógenes se levantó y se puso a andar. Algo parecido pasa con las críticas a la ciencia, y el autor piensa algo parecido cuando afirma lo siguiente:
Pragmatista: Sin embargo, yo empiezo por el otro lado, no mirando a las reglas mismas sino a las elecciones teóricas que ellas han sancionado. Observo que la ciencia es una herramienta muy efectiva y con gran éxito en la generación de expectativas sobre el mundo natural. Observo, lo mismo que tú, que la ciencia también parece ser una actividad controlada por reglas. Y me digo: «Debe haber algo responsable del llamativo éxito de las teorías científicas; si efectivamente esas teorías son seleccionadas mediante determinadas reglas, entonces debe haber algo correcto en las reglas en cuestión, ya que un conjunto de reglas aleatoriamente seleccionado para juzgar las creencias no exhibiría ese llamativo éxito que muestran las teorías de las ciencias naturales». E incluso voy más allá. A menos que las reglas del método científico reflejen algo sobre «los hechos substantivos», la investigación científica no podría ser una actividad con tanto éxito como el que tiene.
Que podríamos resumir así: Si la ciencia tiene éxito algo estará haciendo bien. Pese a que filósofos como Feyerabend afirmen que todo vale, lo cierto es que no existe ninguna alternativa mejor que la ciencia a la hora de encontrar conocimiento válido acerca del mundo.
En el libro también se destaca el detalle de que la izquierda está asociándose con el relativismo, posiblemente por las razones que comentaba al principio (defensa de la igualdad, reconocimiento de las minorías), pero esto acaba siendo un error:
Positivista: No ignoro eso en lo más mínimo. Pero la izquierda particularmente debería ser cuidadosa con esa manera de proceder. La izquierda se ha encontrado normalmente en minoría en la cultura occidental. Se ha consolado con la esperanza de que conseguiría un número mayor de partidarios de sus posiciones informando a las personas sobre cómo permanecen y se mantienen realmente las cosas —si son problemas que dependen de la estructura de clases, del racismo, del sexismo o de otras cosas similares.
Relativista: Pero la izquierda todavía sigue empeñada en tales campañas.
Positivista: Efectivamente. Pero en la medida, y es considerable, en que la nueva izquierda subscribe formas fuertes de relativismo, ha perdido todas las razones teóricas para aquella actividad. Lo que digo es que si el feminismo radical, los contraculturales y otros tuvieran que revalidar en la arena pública sus convicciones teóricas, perderían inmediata y merecidamente a toda la gente que les apoya. Me refiero a convicciones como la de que los textos y las palabras no tienen significado determinado, la de que no está nunca mejor apoyada que sus contrarias ninguna hipótesis sobre la política económica, sobre las relaciones raciales o sobre temas relacionados con el género, o, la de que afirmaciones públicas que claramente hacen referencia a auténticas cuestiones no reflejan para nada la verdad de los hechos. La triste realidad es que el relativismo no puede apoyar a un programa político más de lo que puede hacer por sostener responsablemente a un proyecto científico.
Un libro excelente que presenta una panorámica bastante objetiva del estado de la cuestión. Y que a los seguidores de la Cátedra Hana y Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión puede ser un test para calibrar el valor de nuestras afirmaciones y de nuestras opiniones (a veces encontradas)
Más allá del positivismo y del relativismo
Unos años más tarde, en 1996, Laudan retoma el tema del relativismo confrontado con el positivismo. En su opinión, la postura positivista (como fue la del Círculo de Viena) no tiene como alternativa la postura relativista (“todo vale” porque no existen verdades con valor absoluto)
Para Laudan, es viable el progreso científico cuando disminuyen los datos empíricos y aumenta el nivel de resolución de problemas, este tema es abordado en su libro titulado Más allá del positivismo y del relativismo (publicado en 1996). En este ensayo afirma que el objetivo de la ciencia es asegurar teorías con un alto grado de efectividad. Finalmente, la mejor teoría es aquella que resuelve más problemas conceptuales a la vez que minimiza las anomalías empíricas.
En el 2000, Laudan decidió aceptar una plaza docente en la Universidad Nacional Autónoma de México y se desempeña como investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) trabajando fundamentalmente en epistemología legal.
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Estos planteamientos obligan a una reflexión sobre las relaciones entre ciencia, tecnología y religión. En filosofía de la ciencia, el problema de la demarcación es la cuestión de definir los límites que deben configurar el concepto «ciencia». Las fronteras se suelen establecer entre lo que es conocimiento científico y no científico, entre ciencia y metafísica, entre ciencia y pseudociencia, y entre ciencia y religión. El planteamiento de este problema, conocido como problema generalizado de la demarcación, abarca estos casos. El problema generalizado, en último término, lo que intenta es encontrar criterios para poder decidir, entre dos teorías dadas, cuál de ellas es más «científica».
Tras más de un siglo de diálogo entre filósofos de la ciencia y científicos en diversos campos, y a pesar de un amplio consenso acerca de las bases generales del método científico, los límites que demarcan lo que es ciencia, y lo que no lo es, continúan siendo debatidos.
El problema de la distinción entre lo científico y lo pseudocientífico tiene serias implicaciones éticas y políticas. El Partido Comunista de la URSS declaró (1949) pseudocientífica a la genética mendeliana —por «burguesa y reaccionaria»— y mandó a sus defensores como Vavílov a morir en campos de concentración. Más recientemente, y en el otro extremo del espectro político, empresas y asociaciones de la industria del petróleo, acero y automóviles, entre otras, formaron grupos de presión para negar el origen antropogénico del cambio climático a contramano de la abrumadora mayoría de la comunidad científica.
(continuará en una segunda parte)
Leandro Sequeiros. Presidente de ASINJA (Asociación Interdisciplinar José de Acosta), Colaborador de la Cátedra Hana y Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.