El principio bioético de autonomía

[Miguel Mateu Rubert, Universidad Pontificia Comillas] El principio de autonomía es un principio bioético que está siendo muy cuestionado por la sociedad como consecuencia de las contradicciones a las que está llevando: ¿quién tiene más derecho a ejercer su autonomía? ¿el que pide la eutanasia o el médico que no quiere aplicarla? ¿tienen los estados legitimidad suficiente como para restringir el uso de los dispositivos digitales? ¿tienen los estados de derecho para decretar una vacunación obligatoria?, etc.

Este principio fue formulado por primera vez por Tom L. Beauchamp y James F. Childress, quienes no se centraron en la descripción del agente autónomo, sino en desarrollar cómo se respeta dicha autonomía. De este modo, el respeto por la autonomía implica asumir su derecho a tener opiniones propias, a elegir y a realizar acciones basadas tanto en sus valores como en sus creencias personales. Este respeto debe ser activo, y no simplemente una actitud.

Aunque Beauchamp y Childress afirman que todos los principios son igualmente importantes, el principio bioético de autonomía ocupa, en la práctica, la cúspide de la jerarquía de los principios con los que se opera normalmente en la deliberación bioética. Desde un punto de vista filosófico, los cuatro principios bioéticos — autonomía (respeto de la libertad), no-maleficencia (no actuar en función de un perjuicio ajeno o propio), beneficencia (búsqueda del mayor bien posible) y justicia (distribución equitativa de los bienes en función de las necesidades individuales)— pretenden alcanzar el orden de leyes universales, es decir, de normas básicas para toda práctica humana. Sin embargo, cuando entran en conflicto dos órdenes de valores que se hayan en igualdad de condiciones, este esquema bioético no es capaz de dar una solución.  Por ejemplo, en el caso de alguien que está sufriendo una enfermedad terminal avanzada y pide el suicidio asistido porque no puede hacerlo por sí solo, se parte de la convicción de que el sufrimiento es peor que la muerte. Sin embargo, el médico puede estar convencido de que el cese de la vida es peor que el sufrimiento.

Obsérvese cómo el “quid” de la cuestión no está en orden de la libertad, sino en el orden de valores. Por un lado, el paciente que quiere morir, por otro lado, el médico que considera que perder la vida es peor que vivirla sufriendo. Ambos pueden atenerse al principio de autonomía, pero hay que tomar una decisión. El paciente apela al ideal de la autorrealización, mientras que el médico apela al ideal de la vida. La sociedad de hoy en día aboga por el paciente en pos de la libertad, pero, en realidad, lo que se está tomando en consideración a la hora de elaborar la legislación contemporánea no es, como se suele pensar, una profundización en las libertades individuales, sino una implantación de un sistema moral concreto que concibe la libertad individual por encima de cualquier otro valor, incluso el de la vida.

Bioética: ¿ética de la vida o ética de los derechos?

El término de bioética proviene de la fusión de los motes griegos biós y ethós que significan respectivamente vida y modo de actuar (costumbre, hábito, virtud). Para Jorge José Ferrer, doctor en teología y autor de diversos libros sobre bioética, la bioética es una disciplina filosófica de carácter interdisciplinario que aborda los problemas [morales] atendiendo a la totalidad de la persona y a la totalidad de las personas.

Esta definición parte de una comprensión del ser humano como un ser moral que ya desde pequeño es insertado en un conjunto de códigos. Por tanto, la bioética se nos presenta como una disciplina normativa que pretende resolver los dilemas morales que se pueden dar durante el desarrollo de las ciencias de la salud y de la persona.

Desde un punto de vista histórico, no se vio la necesidad de sacar a la luz cuestiones puramente bioéticas hasta que se produjo una fuerte violación de la vida humana. Después de las atrocidades científicas que se realizaron durante la Segunda Guerra Mundial, tanto la práctica médica como la práctica científica requirieron de un código ético que salvaguardara los derechos fundamentales de los sujetos sometidos a experimentación.

Tras la caída de los regímenes totalitarios se produjo en gran parte del hemisferio norte una reivindicación de derechos individuales. Ya no nos estamos refiriendo a derechos como el de la vida, o el de la propiedad privada, como argumenta Locke en su Segundo tratado sobre la sociedad Civil, sino derechos contemporáneos como la libertad de expresión, el sufragio universal, o el derecho de libre asociación. Derechos puramente contemporáneos que nunca hasta entonces se habían demandado. Desde esta perspectiva histórica cabe preguntarse si la aparición de la bioética responde más a un intento de preservar la vida de los sujetos o, más bien, se corresponde a un cambio de concepción antropológica basada en la aparición del individuo como sujeto de derechos.

Origen y crítica al principio de autonomía

Uno de los primeros autores que habló explícitamente sobre la capacidad autónoma del ser humano fue Rousseau, quien en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres argumenta que el ser humano posee por naturaleza la capacidad de actuación exenta de toda norma exterior. A esta capacidad la denomina libertad autodeterminada. De acuerdo con la tradición moderna, Rousseau parte de la libertad como derecho fundamental del ser humano en donde se fundamenta la dignidad, es decir, aquello que le hace ser un ser único e inigualable. Para el liberalismo la libertad es aquello que nos hace a todos iguales, haciendo que el valor de lo que se elija no sea significativo. Lo importante es elegir.

Por otro lado, la autonomía liberal implica que todo se convierta en un medio para alcanzar el mayor bienestar individual. Al ubicar al individuo y a la libertad como principal móvil de la acción humana ya no hay ningún valor por encima del individuo que limite el obrar humano. Pero, entonces, ¿qué ocurre cuando se contradicen dos bienes individuales? Que es necesario crear un sistema que garantice los derechos fundamentales para preservar la libertad individual frente a los intereses de los poderosos, es decir, el Estado moderno. Para el liberalismo el Estado se convierte en un “inmenso poder tutelar” al que los individuos ceden su soberanía con tal de que les dejen libres para fomentar sus realizaciones personales.

Obsérvese cómo el liberalismo se contradice a sí mismo. En un primer momento, se afirma que la libertad es lo que hace que todos sean iguales, pero, en un segundo momento, la libertad es la responsable de que se rompa dicha igualdad. Según Charles Taylor, la autonomía que surge de esta noción antropológica no es propiamente autonomía sino autorrealización, es decir, la idea de que todo el mundo tiene derecho a desarrollar su propia forma de vida.

No obstante, el concepto de autonomía no se termina con el liberalismo, sino que, como respuesta al pragmatismo individual de la propuesta liberal surgida en el siglo XVII, Kant propuso un sistema moral que se halla a medio camino entre el pragmatismo ético y la rigidez de un sistema moral estricto. Para el pensamiento liberal el único motivo por el cual se mueve el individuo es la búsqueda de una felicidad individual. Las consecuencias son evidentes, la moral, conjunto de principios que rigen el obrar humano, queda totalmente sometida a la búsqueda de esa felicidad. La posibilidad de un proyecto común de convivencia se quedaba muy limitado. Por lo que, ante esta problemática, Kant reintrodujo la moral mediante el concepto de autonomía. Por autonomía entiende la capacidad de regir la propia vida solamente con los principios que brotan de la pura razón, lo cual es posible porque esta se haya sometida al imperativo categórico, es a saber: Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como medio.

De este modo, el principio de autonomía kantiano contradice el concepto de autodeterminación liberal al ubicar por encima del individuo un orden de valores universales regidos por la razón, la cual se define como facultad humana igual a todos los seres humanos.

Estas dos nociones de autonomía serían las que están debajo del principio de autonomía defendido por Beauchamp y Childress.

Conclusión

La autonomía entendida como libre elección no puede ser un fundamento sólido para resolver cuestiones morales. La visión del principio de autonomía entendida como un principio amoral o neutral donde todos los seres humanos pueden verse reconocidos es un tanto falaz. Aunque el liberalismo se nos presente como neutral, amoral, basa su principio esencial en un ideal moral, y al no querer reconocerlo, el ideal desciende al nivel del axioma, algo que no se pone en tela de juicio pero que tampoco se explica. Es decir, nadie reconocerá que la libertad autodeterminada constituye un ideal moral, pero, sin embargo, el actuar libre y autónomamente es considerado como un modo de vida superior.

Por otro lado, el discurso liberal se funda en la necesidad de crear ciudadanos iguales a través de un concepto que esté por encima de todo privilegio y diferencia, es decir, la libertad. No obstante, si la libertad es lo que da valor a las cosas nadie tendría motivo alguno para elegir nada. Cuando elegimos algo siempre lo hacemos porque lo consideramos mejor. En cierta forma, a la vez que nos vemos forzados a otorgar el mismo valor a los distintos modos de ser, para reconocer la igualdad es necesario reconocer la diferencia. Es decir, si elegimos un modo de ser es porque le damos más valor. Los objetos no toman valor por ser elegidos, sino que son elegidos por tener un valor. Por tanto, la igualdad no puede fundamentarse en la supresión de valores objetivos. Si somos capaces de recocer una igualdad en medio de la diferencia es porque existe un valor superior compartido, “un horizonte de significación”.

Tal vez, este horizonte de significación propuesto por Charles Taylor pueda ser una solución a los problemas que el principio de autonomía plantea en la actualidad. Cómo habría de formularse, así como la manera en la que se pudiera aplicarse son cuestiones que en este artículo no se pueden tratar. No obstante, como principio de una nueva vía de investigación bioética basta con haber problematizado y explicado el principio de autonomía.

 

Bibliografía

Beauchamp, Tom L. y Childress, James F. Principios de tica Biomédica. Barcelona: Masson, S.A., 1999.

Ferrer, Jorge J. Para Fundamentar la Bioética: Teorías y paradigmes teóricos en la bioètica contemporanea. Bilbao: Universidad Pontificia Comillas y Editorial Desclée De Brouwer S.A, 2003.

Taylor, Charles. Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna. Barcelona: Paidós, 2006

Rousseau, Jean-Jacques. Del contrato social; Discurso sobre las ciencias y las artes ; Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid: Alianza, 2002