[Agustín Ortega Cabrera] Vamos caminando hacia la Pascua, tiempo por excelencia de fe, espiritualidad y trascendencia. Desde sus orígenes, como muestra la historia o la arqueología, el ser humano ha estado inmerso en la experiencia espiritual y religiosa. La persona busca el sentido de la vida y de la trascendencia, de lo Divino-Dios y de la salvación liberadora del caos, del mal y de la muerte. La historia de la filosofía, del pensamiento y de la ciencia así nos los muestra. En la Edad Antigua, la filosofía y el pensamiento oriental u occidental en Persia, Egipto, Israel, Grecia…, con los clásicos como Sócrates, Platón, Aristóteles o San Agustín: nos transmiten esas preguntas e inquietudes espirituales; las cuestiones del origen, significado y finalidad de la existencia que se abren a esta experiencia religiosa y trascendente. Lo cual remite a los motivos primeros, de sentido y últimos de la vida.
La razón e inteligencia cognitiva, emocional y práctica llevan a la apertura de la génesis y trascendencia de la existencia que busca la realización, la felicidad y la liberación integral del mal, de la muerte e injusticia. Lo afirma muy bellamente San Agustín, «nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti». Los grandes maestros medievales con Anselmo, Buenaventura y Tomás de Aquino prosiguen esta apasionante tarea del pensamiento y de la razón o ciencia que, en el diálogo fecundo con la fe, nos posibilitan estas vías hacia los trascendentales. Esto es, la pasión por la verdad, la belleza y el bien que encuentran su realidad primera y última en el Dios de la Vida. Ellos nos muestran una antropología y humanismo integral que afirma a la persona en su diversidad de dimensiones corporales, racionales y espirituales, en la realidad humana, social histórica y trascendente con su sagrada e inviolable dignidad. La existencia, la vida y el ser humano por encima de las cosas, de la riqueza-ser rico y del poder.
Es la existencia y el ser de la persona, lo real, que en su más profunda naturaleza es movida por la razón, los deseos y afectos hacia el amor, la felicidad y el bien común más universal. Este pensamiento y humanismo con la razón e inteligencia crítica, ética y trascendente continúa en la Modernidad con el renacimiento e ilustración, con la escuela de Salamanca, Descartes, Spinoza, Voltaire, Rousseau, Pascal, Leibniz, Kant y Hegel. Todos estos citados autores representativos del pensamiento moderno, que siguen poniendo las bases de la ciencia en continuación con los clásicos ya mencionados, continúan desarrollando toda esta filosofía y pensamiento; con la razón crítica, cordial (sentimental), ética, estética y trascendente abierta a la experiencia espiritual y religiosa. En sus diversas perspectivas, nos siguen remitiendo a las cuestiones del origen, significado y destino de la existencia e historia que llevan a la Sabiduría e Inteligencia Divina, a la creación, orden y sentido del cosmos y del mundo que encuentra su última comprensión trascendente en Dios mismo.
Pasca nos transmite así que «el corazón tiene razones que la razón no entiende… Todas las cosas ocultan algún misterio, todas las cosas son velos que ocultan a Dios». En esta línea argumenta Rousseau, la muerte de Sócrates “fue la más dulce y tranquila que se podía desear: filosofando tranquilamente y rodeado por sus amigos. La muerte de Jesús, por otro lado, fue la más horrible que se podía esperar: injuriado, burlado, escupido, maldecido, golpeado y azotado hasta el cansancio. Jesús, en la cumbre de su agonía, pide perdón por sus verdugos: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Rousseau sigue planteando que «si la vida y la muerte de Sócrates son de un sabio, entonces la vida y la muerte de Jesús son de un Dios… ¡Qué sublimidad en sus máximas! ¡Qué profunda sabiduría en sus discursos! ¡Qué presencia de mente, qué sutileza, qué idoneidad, en sus respuestas! ¡Qué grande el dominio sobre sus pasiones! ¿Dónde está el hombre, dónde el filósofo, que pudiera vivir así y morir así, sin debilidad, y sin ostentación?». El mismo Voltaire por su parte, que comparte toda esta experiencia de fe y espiritual, también nos comunica acerca de San Vicente de Paúl lo siguiente. “El santo al que quiero es Vicente de Paúl. Es el patrón de los fundadores. Ha merecido la apoteosis, tanto por parte de los filósofos como por parte de los cristianos. Dejó más monumentos útiles que su soberano Luis XIII. Era tan humilde de corazón…”
Y Kant con su razón crítica-práctica en el horizonte de su teísmo moral, confrontando por la realidad del mal e injusticia que con la muerte niega la felicidad —la misma vida y experiencia moral de la justicia—, nos cita en la vida trascendente, plena y eterna; con esa apertura al postulado de la existencia de Dios. El secreto de la filosofía kantiana. indica Adorno, “es la imposibilidad de pensar la desesperación”, y Unamuno señala que el “hombre Kant no se resigna a morir del todo”. La razón crítica kantiana desemboca en la afirmación de la vida sobre la muerte, postulando así la misma existencia de Dios. La historia del pensamiento y de la ciencia siguen avanzando con los genios de Kepler, Galileo, Newton y Darwin que continúan uniendo la razón científica y la experiencia religiosa con su fe. En “El origen de las especies”, por ejemplo, Darwin nos remite al Dios Creador y a su creación, o en varias cartas dice que su teoría no está contra el Creador.
Tal como venimos exponiendo, como V. E. Frankl nos recordaba, el mismo Nietzsche comprendió que “quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”. Y en esta línea, sigue reflexionando Nietzsche, “la falta de sentido del sufrimiento, y no este mismo, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad. ¡Y el ideal ascético ofreció a ésta un sentido! Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido”. Ya en la Edad Contemporánea, científicos y premios Nobel tan significativos como Planck, Heisenberg e Einstein siguen fecundando la razón y la ciencia con la religión. Ellos cultivan la apertura a la Sabiduría e Inteligencia de Dios que hace posible la configuración y vida del cosmos, la inseparabilidad entre ciencia y ética que impida el caos destructivo de un supuesto progreso científico-técnico.
Como enseña Einstein, “la ciencia sin religión es coja; la religión sin ciencia es ciega. Dios no juega a los dados… Dios es un misterio. Pero un misterio comprensible. No tengo nada sino admiración cuando observo las leyes de la naturaleza. No hay leyes sin un legislador”. Heisenberg afirma que “la profundidad del conocimiento lleva las mentes de los hombres a la religión… En el fondo del vaso de la ciencia Dios te está esperando.” Y Planck nos señala que «entre Dios y la ciencia no encontramos jamás una contradicción. No se excluyen, como algunos piensan hoy, se complementan y se condicionan mutuamente…Si en algún lugar hay consuelo, es en el Eterno, y considero que es una gracia del cielo que la creencia en el Eterno haya estado arraigada profundamente en mí desde la infancia”.
La filosofía, el humanismo y el pensamiento crítico en esta época contemporánea se van renovando con corrientes tan relevantes como la teoría crítica, el personalismo o el pensamiento latinoamericano. Estas escuelas de pensamiento se abren a la verdad liberadora de la espiritualidad y la religión. Y van desplegando un pensamiento que realza la memoria, la compasión y la justicia con las víctimas de la historia, la promoción del protagonismo y dignidad de la persona, la opción por los pobres como sujetos de su liberación integral. Una filosofía crítica abierta a la trascendencia y esperanza liberadora del mal, injusticia y muerte. En los términos de Horkheimer, es el “anhelo de la justicia universal cumplida y del Totalmente Otro… La esperanza de que la injusticia, que atraviesa la historia, no tenga la última palabra. El anhelo de que el verdugo no triunfe sobre la víctima inocente, el anhelo consciente de que exista un Absoluto distinto de este mundo fenoménico”.
J. Sánchez, especialista de dicha teoría crítica, estudia e investiga al respecto esta “imperiosa pregunta por el futuro de la esperanza truncada de las víctimas. Esa pregunta, que es en definitiva la pregunta por el Absoluto, no se puede acallar. De lo contrario, se cede la última palabra a la injusta realidad existente, al mito de lo que existe, al «sistema cerrado de la inmanencia» como dice Adorno, al continuum de la historia que, como denunció acertadamente W. Benjamín, es la historia de los vencedores. Esa pregunta es, reconoce ahora expresamente Horkheimer, «la pregunta fundamental de la filosofía», la pregunta que, como viera lúcidamente Kant y reconoce igualmente Adorno, hace que la ilusión aceche irremediablemente al pensamiento. Impide que la misma negación se convierta en absoluto, a costa de la esperanza de las víctimas”.
La filosofía junto al pensamiento, por tanto, están en apertura a la utopía y a la esperanza, a la salvación liberadora desde el Dios de la vida y de la justicia con las víctimas, con los pobres y oprimidos. Tal como se nos revela en la Pascua de Cristo Crucificado-Resucitado, en palabras de I. Ellacuría, es “la esperanza escatológica de la fe que se expresa como Reino de Dios y como resurrección de los muertos. Y significa que el Reino, como comunión de los hombres en paz y justicia, no es posible sin un cambio radical de las presentes circunstancias humanas”.
Agustín Ortega Cabrera PhD es colaborador de Fronteras CTR e investigador asociado de la Universidad Anáhuac (México).