[Marta Medina Balguerías] Se agradecen los libros que no solo detectan problemas, sino que también proponen soluciones. Quien haya leído la obra anterior de Michel Desmurget La fábrica de cretinos digitales. Los peligros de las pantallas para nuestros hijos (Península, 2020) probablemente se ha quedado con una sensación de desánimo ante todos los problemas que el autor presenta en relación con el uso de las pantallas en el tiempo de ocio y lo acuciantes que resultan dada la cantidad ingente de tiempo que niños y jóvenes dedican a ellas. Sobre todo, porque no son tesis catastrofistas que brotan de la percepción de Desmurget, sino que surgen de los estudios científicos que han investigado diversas vertientes del problema. El interés del autor es divulgar lo que la ciencia dice, y, en este caso, los resultados parecen apuntar unánimemente al efecto nocivo que el uso de las pantallas tiene en el desarrollo, a diversos niveles. Así las cosas, si es cierto que hay que limitar tanto su uso, ¿cómo hacerlo? ¿Qué alternativas presentar?
Esta obra, Más libros y menos pantallas, surge como respuesta a esa inquietud. Para Desmurget hay un antídoto poderoso contra los que denomina “cretinos digitales”: la lectura. De la misma manera que hizo en la obra anterior, el autor presenta de una forma accesible los resultados científicos que han arrojado luz sobre el desarrollo de niños y jóvenes en relación con la lectura. Son tan sorprendentes como los que presentó en el otro libro, solo que esta vez en positivo: leer es muy bueno para el desarrollo lingüístico, intelectual y socioemocional. Basta con media hora al día de lectura para obtener resultados notables, y basta con no leer para observar, por lo general, una incidencia negativa importante en los mismos aspectos.
El libro consta de doce capítulos, repartidos en cinco partes y precedidas de una sugerente introducción: “Leer por placer”. La primera parte, “La lenta agonía de la lectura”, aborda cómo la lectura compartida es algo que los niños disfrutan, así como algunas razones por las que se limita más de lo que sería deseable (cap. 1); cuáles son las prácticas lectoras de los niños y adolescentes hoy (cap. 2) y el impacto desastroso en el rendimiento académico que está teniendo la disminución drástica de la lectura (cap. 3).
La segunda parte se titula “El arte de leer” y explica que nuestro cerebro no está hecho para la lectura (cap. 4) pero que, sin embargo, sí está hecho para aprender (cap. 5) y se vuelve muy eficiente una vez que ha dedicado esfuerzo en este aprendizaje del arte de leer. También explica que, aunque hay que saber descodificar para poder leer, la esencia de la lectura es la comprensión, y la mera descodificación no la asegura. Para aprender a leer… hay que leer mucho.
“Las raíces de la lectura” es el título de la tercera parte, que se divide en dos capítulos: “Preparar al cerebro” (cap. 6) y “Sentar las bases verbales” (cap. 7). En ellos se explican algunas prácticas que se pueden llevar a cabo con los niños para ayudarlos a prepararse para el aprendizaje de la lectura, como juegos de diverso tipo, hablar mucho con ellos y la ya mencionada lectura compartida. Al final de la obra hay además un anexo que ofrece de manera más clara y ordenada los juegos y prácticas que pueden ayudar a preparar a los niños para la lectura.
La cuarta parte es “Un mundo sin libros” y en ella Desmurget reflexiona sobre “Lo que la humanidad debe a los libros” y cómo su destrucción ha estado vinculada con el totalitarismo (cap. 8) y después sobre “El potencial único del libro” (cap. 9) para nuestro desarrollo, por encima de Internet y la lengua oral, y la superioridad del papel sobre la pantalla.
La quinta parte, “Unos beneficios múltiples y duraderos” está compuesta por tres capítulos. En el número 10, “Construir el pensamiento”, el autor explica que leer desarrolla la inteligencia, enriquece el lenguaje, permite absorber conocimiento y estimula la creatividad. El 11 está dedicado al impacto de la lectura en las habilidades emocionales y sociales. El último capítulo, “Construir el futuro”, incide en que la lectura no es hereditaria, sino que hay que cultivarla para que dé fruto. La buena noticia es que es un potente remedio contra el fracaso escolar y siempre tiene una incidencia positiva en quien la practica.
El epílogo, “Convertir al niño en un lector”, recapitula las tesis básicas de fondo y ayuda a hacerse cargo de la propuesta del autor a través de tres puntos en los que este resume lo principal de su obra. El primero es “dar valor a la lectura, es decir, presentarla como una actividad crucial y diferenciadora […]. El objetivo es que el niño incorpore pronto esta realidad a su identidad, hasta que acabe percibiéndose y presentándose a sí mismo como un lector” (p. 389). Para ello, ayuda que los padres también lean individualmente, que haya momentos de lectura compartida en la familia, que haya libros en casa y se acuda a bibliotecas y librerías.
El segundo aspecto es el placer. No debe percibirse la lectura como un medio para un fin, o como un requisito para, por ejemplo, poder ver después la televisión o jugar a la videoconsola. Ha de transmitirse como un fin en sí mismo y ayudar al niño a que lo vea como algo divertido, interesante y que merece la pena. Cuando se lee por placer, se lee más, y cuanto más se lee, mejor se lee; a su vez, cuanto mejor se lee, más se puede aprender y se incrementa la eficacia lectora. Es un círculo virtuoso en el que el placer juega un papel fundamental.
El tercer aspecto es la importancia de limitar el acceso a lo digital. El autor ha mostrado en su obra anterior que antes de los seis años los niños no deben tener acceso a las pantallas y que después de esa edad más de una hora diaria empieza a tener efectos negativos en su desarrollo. Así, resulta crucial limitar el tiempo que los menores pueden acceder a las pantallas lúdicas, fundamentalmente porque es bueno para ellos, pero colateralmente porque les quedará mucho más tiempo libre que podrán emplear en la lectura. Desmurget piensa que no se debe dar al niño la consigna de que, si lee, tendrá más tiempo de pantallas, sino explicarle que el abuso de estas es malo para él a distintos niveles, y fomentar que en el tiempo que le queda libre tras limitarlas pueda dedicarse a actividades mejores para él. El autor asegura que los niños preferirán leer antes que no hacer nada y tener tiempo disponible los empujará más fácilmente a la lectura.
Aunque señala que hay otras prácticas muy importantes para el desarrollo de los niños y jóvenes (la música, el ejercicio, el juego libre simbólico, etc.), Desmurget “se moja” y opina que “en última instancia, ninguna de ellas resulta tan beneficiosa como la lectura, que, desde el punto de vista de la eficacia, es sencillamente insustituible. Se trata de un maestro a la vez invisible y universal. No hay ninguna otra actividad de ocio que, desde el placer, ofrezca un abanico de bondades tan amplio, exhaustivo y heterogéneo” (p. 394).
En suma, se trata de un libro muy recomendable. Se lee muy bien, gracias al estilo ágil del autor y a su ironía sana (menos ácida que en el volumen anterior, sobre las pantallas, ya que este es menos crítico y más propositivo) y se agradece que haya sabido explicar de un modo accesible pero científico (basta ver las numerosas referencias situadas al final para darse cuenta de que el autor sabe de lo que habla) las bondades de la lectura, desmontando también algunos mitos. Quienes, además de lectores empedernidos, somos profesores y padres hemos podido observar en vivo y en directo que Desmurget tiene razón: la lectura es un ingrediente esencial para acabar con los “cretinos” y estimular un crecimiento profundo e integral.
*Recensión del libro de Michel DESMURGET: Más libros y menos pantallas, Península, Barcelona 2024, 492 pp. ISBN: 978-84-1100-226-4.