[Lluis Oviedo] El campo de la ciencia y la teología se ha esforzado desde sus primeros pasos por caracterizar mejor la relación más adecuada entre ambas áreas disciplinarias. Todo el mundo conoce la tipología acuñada por Ian Barbour que describe distintos grados de distancia y compromiso. Los teólogos como yo estábamos bastante insatisfechos, ya que los modelos dominantes apuntaban bien a la independencia, bien a algún tipo de adecuación de la teología a los puntos de vista científicos dominantes; la sensación resultante era siempre de cierta dependencia y, como resultado, un complejo de inferioridad. Soy bastante consciente de esa impresión: la teología necesitaba inclinarse ante la ciencia, que dominaba la escena cognitiva, que —como mucho— toleraba una versión teológica supeditada al desarrollo científico.
Las cosas están cambiando claramente en los últimos tiempos, ya que la marea de la secularización parece invertirse en varias áreas y lugares, dando lugar a un estado de ánimo diferente, en el que se reconoce el papel positivo de la religión incluso en contextos muy seculares. A este nuevo ambiente contribuye la abundancia de nuevos estudios sobre los efectos saludables de la religión y sus funciones positivas a distintos niveles.
El presente libro puede leerse como un síntoma adicional en esa dirección: la religión y la teología se reivindican como explicaciones útiles que, unidas a las que proporciona la ciencia, ayudan a ofrecer una comprensión más completa y heurísticamente más rica de muchos fenómenos. Esto significa que las explicaciones científicas por sí solas no siempre bastan para comprender mejor estos ámbitos observables, y que la contribución teológica desempeña un papel importante a la hora de aportar sentido y claridad. Este programa está claramente conectado con la evolución reciente de la epistemología científica, que va más allá de los modelos reduccionistas, para dar paso a una pluralidad de explicaciones o enfoques multinivel de la misma realidad, que ahora asume una naturaleza mucho más compleja.
El libro ofrece una buena selección de los casos en los que la explicación conjuntista, o la perspectiva teológica, aparece como más constructiva y satisfactoria. Este punto no siempre es evidente, y en muchos casos las discusiones y las opiniones expuestas reflejan este estado de cosas aún en fase de investigación y mejor evaluación. De hecho, el libro está organizado en torno a 6 “conversaciones”, con dos capítulos cada una sobre grandes temas seleccionados, e invitando a los respectivos autores a responder a los demás. Estos grandes temas son: Explicación en ciencia y religión; Darwinismo proyectivo; Irreductibilidades, materiales y mentales; Causas divinas y creencias divinas; La (im)posibilidad de explicaciones teológicas; y Virtudes explicativas: exploraciones teológicas.
Tras una rica introducción de los editores del volumen, la primera conversación implica a David Glass y Aku Visala. El enfoque es muy amplio, tratando de averiguar “cómo la ciencia y la religión pueden trabajar juntas” (en palabras de Glass). Surgen varios ámbitos en los que ese doble enfoque puede funcionar mejor, todos ellos aparecerán en los próximos capítulos, aunque cabe prever resistencias por ambas partes. Visala se centra en la acción humana como un caso especial para aplicar dicho enfoque. Tras una revisión de los debates actuales, propone un “relato contrastivo-contrafactual de las explicaciones causales”. En resumen, su punto se refiere a las diferencias relevantes que ofrece una explicación causal, ya que se pueden elegir varias líneas, y así las causas y explicaciones naturales y religiosas pueden coexistir fácilmente y ayudar a obtener una visión más amplia. La religiosa ofrece una perspectiva trascendente y significativa, más allá de la puramente naturalista.
La segunda conversación ofrece un intenso y atractivo debate sobre la espinosa cuestión del diseño en la evolución biológica. David Livingston comienza su instructivo capítulo refiriéndose al famoso ejemplo de la cría de palomas y la selección artificial en tiempos de Darwin como metáfora de la selección natural. Al parecer, dicha metáfora ha intrigado a la teoría de la evolución desde entonces, ya que era difícil desligar dicho proceso de una teleología, y, por tanto, del diseño, que siempre ha rondado esa teoría. Se aducen dos casos críticos para abordar dicha dificultad: Las “grúas” de Daniel Dennett y su poco convincente ingeniería inversa; y la feroz denuncia de Jerry Fodor: si admitimos la teleología, y parece ser el caso en muchas visiones de la evolución, entonces no podemos excluir un diseñador. El capítulo concluye que probablemente un enfoque pluralista y conjuntista sería más satisfactorio y podría ayudar a abordar mejor el debate en curso. Rope Kojonen es un colega que ha sido ampliamente reconocido por su reciente ensayo en el que intenta conciliar evolución y diseño. Ahora expone sus argumentos recurriendo a Asa Gray, un teólogo estadounidense contemporáneo de Darwin, que abogó por una comprensión teísta de la obra de Darwin. Tras un atractivo recorrido por numerosos autores, Kojonen distingue entre explicaciones próximas y últimas del mismo proceso natural, para asumir la explicación teísta como legítima en la segunda clase.
La tercera conversación gira en torno a la conciencia y su mejor explicación. El primer artículo, de Joanna Leidenhag, aboga por el panpsiquismo como mejor marco para abordar esa difícil cuestión. Se esfuerza por demostrar que ese modelo puede asumirse perfectamente en un marco teológico, mejor que los modelos dualistas tradicionales, a pesar de sus dificultades intrínsecas, y que la respuesta de Tom McLeish hace más explícitas. Sus argumentos apuntan a cómo ese universo panpsiquista reflejaría mejor lo divino y su gloria, además de ser más fácil de construir de forma conjunta con la ciencia. A Tom McLeish le preocupa más la emergencia y cómo dos casos a nivel físico apuntan decisivamente a la causalidad descendente. El autor afirma que esos niveles irreductibles de causalidad exigen una comprensión y una implicación humanas en la creación, y hacen inevitables las explicaciones conjuntivas.
La cuarta conversación gira en torno a las creencias y el plano mental. En un curioso artículo, Anastassia Scrutton propone un caso de estudio sobre una persona con aparentes experiencias sobrenaturales, pero luego diagnosticada y tratada como un trastorno mental. Este relato ofrece la ocasión de reflexionar sobre esos niveles explicativos aparentemente contrapuestos: el psicopatológico y el religioso o espiritual, invitando a ampliar las miradas que podrían superar los enfoques reductores y casi colonizadores, y de ahí a una estrategia de tipo conjuntivo. A continuación, Andrew Torrance da cuenta de las convicciones de los creyentes, por ejemplo, en materia de milagros, que exigen una explicación teológica más allá de la puramente naturalista. Su argumento es que las explicaciones filosóficas y teológicas ayudan a construir una mejor comprensión más allá de la explicación científica.
La quinta conversación considera el lugar de las explicaciones teológicas cuando las científicas probablemente puedan ofrecer una versión suficiente de las cosas. Gijspert van der Brink expone el caso de la ciencia cognitiva de la religión y su aparente éxito a la hora de explicar la religión por medios naturalistas. La cuestión principal gira en torno a la navaja de Ockham, o a si tales explicaciones hacen superflua la visión teológica. Tras un profundo recorrido crítico en un área muy disputada, el autor concluye que depende de si asumimos un marco mucho más amplio que incluya la provisión de significado y otras funciones que las creencias religiosas pueden proporcionar y resultar más parsimoniosas que otras alternativas que las excluyan. Este enfoque hace que la explicación conjuntista de las creencias religiosas sea una alternativa mejor desde un punto de vista heurístico. David Brown, por su parte, explora cuestiones en torno a la validez del “doble magisterio” de Gould, y sobre la compatibilidad de algunas imágenes tradicionales de lo Divino con las cuestiones que se derivan de un enfoque conjuntivo de la teología con la ciencia.
La sexta y última conversación trata de las virtudes explicativas. El primer capítulo, de Stephen Williams, revisa la obra de John Polkinghorne y su relevancia para las explicaciones conjuntivas. Concluye que la cuestión es más matizada encontrando en Polkinghorne algunos límites a la hora de reconocer la complejidad de la tarea conjuntista, y la necesidad de prestar más atención a los diferentes métodos y a los contextos de su producción. Alister McGrath firma el último ensayo, bajo el significativo título “Un mosaico explicativo”. Su posición se expresa mejor con sus propias palabras. “… nuestro mundo es tan complejo que necesitamos un pluralismo metodológico para abordarlo plena y adecuadamente” (p. 299).
Para concluir mi apretada reseña, quisiera expresar mi gratitud a los editores y autores de este libro singular y muy necesario. Inicia un gran programa que debe proseguirse con más detalle en el esfuerzo por acercar la teología y la ciencia. De hecho, varios puntos merecen más matización y exploración, como los estudios más desarrollados sobre las creencias y el proceso de creer, mientras que otros permanecen relativamente intactos, como el campo en rápido desarrollo de los estudios sobre religión, salud y bienestar, en el que este enfoque conjuntivo parece más adecuado que los reduccionistas o dualistas. El consenso general es que nos percatamos de ámbitos y experiencias en los que la teología puede ofrecer una mejor explicación, especialmente cuando se refiere a la provisión de sentido, como han destacado varios autores. La expectativa es que este modelo relativamente nuevo contribuya a una mejor percepción sobre los esfuerzos que estamos haciendo desde hace muchos años en el diálogo entre ciencia y religión, más allá de algunas versiones insatisfactorias. Aún recuerdo los años en que muchos colegas estaban convencidos de que sólo el naturalismo teológico podía ser la divisa legítima en este campo. El presente libro muestra cuánto han cambiado los tiempos, y cómo esta subdisciplina ha evolucionado para ofrecer una vía más equilibrada, abierta y compleja.
*Lluis OVIEDO OFM pertenece a la Universidad Pontificia Antonianum (Roma) y es colaborador habitual de la Cátedra Fco. J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión. Esta recensión del libro de Diarmid A. Finnegan et al: Conjunctive Explanations in Science and Religion (Routledge, Londres y Nueva York 2023) fue publicada en Razón y fe, nº 1464.