Todos somos frágiles

[Marta Medina Balguerías] Así como la religión y las ciencias exactas y naturales se han beneficiado del diálogo interdisciplinar y de los retos que se han presentado mutuamente, las ciencias humanas y las tradiciones religiosas tienen mucho terreno que explorar juntas, desde sus perspectivas propias, abiertas también al diálogo. Un caso particular es el caso de la psicología y la psiquiatría, que a nuestro juicio pueden ayudar a comprender más cabalmente a la persona aportando realismo a las concepciones religiosas y viéndose enriquecidas por la apertura a la trascendencia que estas defienden.

Al hilo de esto, presentamos hoy dos novedades editoriales que apuntan en esta dirección. La primera es Todos somos frágiles (también los psiquiatras). Una conversación sobre salud mental (Encuentro, 2024), que es una entrevista que Álvaro Sánchez León realiza a Aquilino Polaino, psiquiatra y Catedrático emérito de la Universidad Complutense que ha ejercido su profesión en España durante 45 años.

La conversación entre ambos es fluida y por ello el libro no tiene capítulos como tales, sino que unos temas y otros se van encadenando al hilo de la propia conversación. Llama la atención el carácter humanista de Polaino y las intuiciones de fondo tan sabias que traslada, como la importancia de no ideologizar su profesión, lo peligrosos que son los prejuicios, la necesidad de enfrentarse a temas a veces tabú como la muerte o el sufrimiento y muchas otras cuestiones que van apareciendo en el diálogo.

De lo compartido por este psiquiatra resaltaríamos tres ideas. En primer lugar, su concepción de la psiquiatría como un quehacer espiritual y no solo técnico, porque trata sobre la persona, que es un misterio en sí misma; de ahí su testimonio de que el contacto con la religión no ha perjudicado su quehacer profesional, sino todo lo contrario, lo ha ayudado a profundizar en temas clave para ejercerlo de manera más humanista.

En segundo lugar, la llamada a asumir la vulnerabilidad como algo que todos los seres humanos compartidos y que vivida adecuadamente es lugar de crecimiento. Polaino muestra humildad, sabiduría y realismo en el modo que aborda las preguntas que se le lanzan.

Finalmente, la apertura a la esperanza. Pese a todos los temas complejos y preocupantes que aparecen en el libro, él sostiene una apuesta de fondo por la libertad y la dignidad humanas y tiene una visión esperanzadora de la humanidad, pero también realista. Por ello indica que la felicidad absoluta no puede darse totalmente en esta tierra, pero, de alguna manera, ya se está dando y por eso queremos más. Un reflejo de la concepción cristiana de la escatología.

La segunda lectura es El demonio que hay en ti. Una mirada compasiva a la crueldad humana desde la psiquiatría forense (Alianza, 2024), una traducción del original inglés The Devil You Know. Encounters in Forensic Psychiatry (2021). Como las autoras señalan al comienzo de la obra, el título inglés procede del dicho “better the devil you know than the devil you don’t” (p. 14) y explican que para poder trabajar con esos demonios interiores es necesario conocerlos, darles nombre.

La obra está escrita a cuatro manos. La psiquiatra forense y psicoterapeuta Gwen Adshead tiene el papel protagonista, ya que el libro está escrito en primera persona por ella y en él da a conocer algunos de los casos más relevantes que ha tenido en su ejercicio profesional, junto con sus reflexiones a raíz de ellos. Eileen Horne tiene una presencia más humilde en el texto, pues no toma voz en primera persona, pero como señala Adshead su coautoría ha sido esencial para transmitir el contenido de la obra de un modo agradable y ameno para los lectores. Horne es productora de programas de TV, escribe ensayos y guiones de radioteatro y tiene experiencia en la escritura creativa.

La doctora Adshead ha ejercido su profesión en instituciones penitenciarias y hospitales de máxima seguridad y en esta obra comparte su interés por comprender los mecanismos psicológicos que originan la violencia para poder rehabilitar y ofrecer atención en entornos seguros a personas convictas. Una imagen con la que intenta sintetizar sus hallazgos es la de la combinación del “candado de bicicleta” (p. 20), donde los dos primeros números de la combinación serían características sociopolíticas (donde los estudios han distinguido factores de riesgo como la masculinidad, la vulnerabilidad o la pobreza); los dos siguientes serían específicos del agresor (por ejemplo, la drogodependencia o adversidades vividas) y el último número que abre definitivamente a la crueldad es intrigante y misterioso. Se trata de algo que hace de detonante, el factor fatídico que solo aparece después de releer cuidadosamente la historia del paciente y que puede ser algo aparentemente trivial.

A lo largo de los 12 casos reales que Adshead relata, explica cómo fue su trato con el paciente, cómo abordó cada caso y cómo fue descubriendo el último número de la combinación. Al igual que Polaino en el libro que comentamos más arriba, Adshead también resalta la importancia de la vulnerabilidad como algo que todos compartimos y que hace que quienes han cometido violencia no sean tan distintos de los demás seres humanos: “la vulnerabilidad es esencial en el proceso de la terapia. Cuanto más se abre alguien, más capaz es de aceptarse a sí mismo y cambiar para mejor” (p. 337).

Con todo, esta mirada compasiva no cae en el buenismo ni en una visión simplista de las cosas. Una de las grandes fortalezas del ensayo es que explica sin justificar la violencia. La doctora británica sostiene una y otra vez que entender y tratar de sanar a quien hizo algo mal no quita su responsabilidad y que su libertad tiene como límite la seguridad de los demás (por ejemplo, en la cuestión de la confidencialidad médico-paciente, que puede ser necesario no respetar al cien por cien cuando está en juego la seguridad de otra persona). También señala que hay muchas personas que sufren situaciones difíciles y que son especialmente vulnerables por diversos motivos y que no han optado por la violencia.

Mientras desgrana todas estas cuestiones, Adshead pone de relieve los prejuicios de los que ella misma partía y cómo la realidad fue resituándolos.

Un último apunte para subrayar es que, a pesar de que se sitúa desde una perspectiva no necesariamente religiosa, Adshead es muy respetuosa con la religiosidad de sus pacientes y en uno de los casos incluso explica cómo la conversión a la religión islámica tuvo una incidencia positiva y determinante en el proceso de sanación de un paciente.

En síntesis, los psiquiatras y los psicólogos que abordan su quehacer profesional con un talante humanista tienen muchos puntos de conexión y diálogo con las perspectivas religiosas. Ambos ponen de relieve la vulnerabilidad humana que todos compartimos y la esperanza de que se puede caminar hacia una forma más sana de vivirla con nosotros mismos y los demás.