[Dr. Agustín Ortega Cabrera] En este tiempo que se está haciendo memoria de I. Kant por su aniversario, queremos recoger, profundizar y contrastar críticamente diversas claves o aspectos actuales de su legado. Y ello, siguiendo el mismo espíritu kantiano, con un diálogo y encuentro e integración interdisciplinar entre las ciencias, la filosofía y la teología para continuar promoviendo el pensamiento humanista, crítico, ético, liberador e integral. De forma similar a como se realizan actualmente en los estudios, docencia e investigación universitaria.
Junto a otros autores ya clásicos y significativos de la historia de la filosofía, con sus aciertos y límites o carencias, Kant ha puesto las bases del pensamiento y conocimiento científico con su metodología. Ahí tenemos esas perspectivas y diálogo entre los métodos más empiristas e inductivos, que parten principalmente de lo real u objetos, y los deductivos o racionalistas que comienzan con las teorías e hipótesis, proporcionadas por la razón con sus condiciones cognoscitivas. Kant, con su pregunta y filosofía del conocimiento e implicaciones epistemológicas, trató de articular e integrar estas diversas perspectivas que nos dan los sentidos con los objetos del conocimiento y el sujeto que conoce y sus condiciones, capacidades o posibilidades.
Desde el itinerario filosófico de Kant con sus “críticas” u otras obras, emblema del pensamiento ilustrado e idealismo alemán- unido a otros autores que lo desarrollarán y culminarán-, se abren horizontes de una cosmovisión más global. Esto es, como nos transmite actualmente las propias ciencias junto a al Papa Francisco, que abarque e incluya relacional e integralmente la totalidad de lo real: lo material e inmanente, lo objetivo, lo subjetivo, lo moral, social y el propio cosmos. Dos cosas, afirma Kant en la conclusión de su Crítica de la razón práctica, “llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.
Ciertamente, debido a los límites que señaló en el conocimiento de la realidad mediante la razón más teórica (pura), Kant dio más prioridad o énfasis a esta razón práctica con su teísmo moral, tal como ha estudiado el jesuita y maestro J. G. Caffarena. Una filosofía moral sostenida en la antropología con esas realidades de sabiduría, libertad, relacionalidad, dignidad y trascendencia. Esta antropología con su vida moral en perspectiva kantiana, asimismo, ha sido fuente de inspiración para las mismas ciencias sociales o humanas.
Ahí tenemos al significativo científico, biólogo y epistemólogo J. Piaget, uno de los autores más relevantes en los campos de la psicología o de la pedagogía-educación, que tanto ha aportado al desarrollo evolutivo, cognitivo y moral del ser humano. En sintonía con el pensamiento kantiano, Piaget comprende el desarrollo humano como ese proceso del conocimiento y de la vida ética que va de lo más inmediato o cercano, trascendiendo particularismos e intereses, a lo más racional, autónomo, humano y universal para ir logrando esta madurez cognitiva, reflexiva, moral y social.
Ya más en el campo de la teoría social o sociología en diálogo con la filosofía moral kantiana, e incluso con el mismo Piaget, tenemos a J. Habermas que prosigue igualmente con el conocido como giro lingüístico de la filosofía. Los sistemas económicos con el mercado y los políticos con el estado, como sucede en la realidad e históricamente, no deben colonizar el mundo de la vida. Es decir, esas comunidades de dialogo que buscan la ética comunicativa, la verdad y la justicia. En esta ética dialógica y de la justicia, los imperativos categóricos morales de universalidad se traducen en asumir la participación de todos los afectados por las acciones o decisiones a tomar, y los de dignidad en incluir estas necesidades, derechos y el bien común de dichos afectados participantes.
Se profundizan pues las potencialidades en la obra de Kant, con una ética de la solidaridad, de la justicia y dignidad de la persona, que es fin en sí misma y no medio para cualquier dominación e interés, a cuyo servicio se debe implementar un estado social de derechos; en la línea de otros estudiosos kantianos como A. Cortina o J. Conill. Aunque desde otros autores del pensamiento judío o crítico y latinoamericano, como Reyes Mate o E. Dussel respectivamente, hayan precisado a esta ética kantiana y habermasiana que faltaría subrayar las voces no escuchadas u ocultadas de las víctimas, de los pobres y excluidos.
Ahora, desde la misma tradición liberal humanista e ilustrada que representa Kant y otros autores, la imprescindible libertad que supone la vida moral es inseparable de esta ética solidaria y de la justicia, que pretende la universalización de la dignidad, de los derechos y deberes morales de los seres humanos. Claro que el criticismo kantiano con su ética y antropología, contemplando la real naturaleza humana, experimenta como el mal e injusticia se van imponiendo en la realidad a toda esta vida moral. Mas, como ha sido analizado por autores relevantes como Adorno o Unamuno, Kant no se resigna y se abre a la esperanza de que la felicidad verdadera, fruto de este compromiso moral y social, triunfe sobre la maldad y la muerte.
Kant, que mostró esta inquietud metafísica de apertura a la trascendencia, delinea así una antropología y filosofía moral abierta a la esperanza, donde la existencia honrada y la responsabilidad ética con su caudal de felicidad verdadera: culmina en la vida plena y eterna; postulando, por tanto, la existencia del Dios vivo y verdadero. De ahí, aun con sus acentos propios, es posible el diálogo de la filosofía y teología europea con la latinoamericana. Existe una continuidad que profundiza la experiencia religiosa e ilustrada con su búsqueda del sentido, de la razonabilidad y la trascendencia que se une a la razón práctica. Una praxis de la fe, desde la Gracia, inspiradora de la paz y la justicia liberadora de todo mal, del pecado e injusticia, que promueve la dignidad y la vida de las personas, de los pueblos y de los pobres. Tal como se desprende de la obra de K. Rahner, J. B. Metz, I. Ellacuría con el mismo X. Zubiri u otros pensadores personalistas.
Una filosofía y teología política, pública y liberadora manifestada en el Dios de la vida, de las víctimas y de los pobres que historiza la universalidad de la civilización del amor, del bien común con una ecología integral, de la paz, de los derechos humanos, del trabajo y de la pobreza. Frente a la del capital, de la riqueza e ídolos del tener, del poseer, del poder y la violencia. Ese mal común, el pecado personal y estructural (las estructuras sociales e históricas de pecado), que impiden la vida y dignidad de los pobres, de las víctimas u oprimidos. Y que imposibilitan el verdadero desarrollo humano, sostenible, intercultural e integral con una ética del cuidado y femenina.
Agustín Ortega Cabrera PhD es colaborador de Fronteras CTR e investigador asociado de la Universidad Anáhuac (México).