Vida inteligente extraterrestre y cristología en Teilhard de Chardin

[Agustín Udías Vallina, SJ] Desde la antigüedad se ha pensado en la existencia de otros mundos habitados y desde la revolución copernicana se habla de la pluralidad de los mundos. La imagen actual del universo con miles de millones de galaxias y en ellas miles de millones de estrellas, alrededor de las que puede haber sistemas planetarios, hacen muy probable la existencia de vida inteligente extraterrestre, aunque en el presente no hay todavía ningún indicio claro de ella. La teología cristiana no niega la posibilidad y propone varias formas de comprender su situación respecto al pecado, la gracia, la redención y la encarnación. Teilhard de Chardin considera el problema y relaciona su situación en cada caso con la evolución de la vida siguiendo el principio de complejidad-consciencia y su realización final en la unión en el Cristo-Omega. Propone una multiplicidad de encarnaciones del Cristo cósmico, sin excluir del todo la posibilidad de una sola en la tierra válida para todo el universo.

 

  1. El problema actual de la existencia de vida extraterrestre inteligente

 

En muchas de las mitologías antiguas se habla ya de mundos fuera del nuestro y la posibilidad fue considerada por los filósofos griegos con diferentes respuestas. La idea se sigue repitiendo con distintas respuestas. En especial, desde que se aceptó el sistema heliocéntrico, propuesto por Copérnico en 1543, y el sol pasó a ser una estrella, como las otras muchas que vemos en el cielo, y que se extienden por todo un espacio infinito, como ya Thomas Digges propuso en 1576, se empezó a pensar que algunas estrellas podían tener planetas en los que podía haber vida inteligente.

A finales del siglo XVII, Bernard de Fontenelle publicó un popular libro sobre la pluralidad de los mundos (Entretiens sur la pluralité des mondes, 1686) dirigido especialmente a las lectoras femeninas, donde habla de la posibilidad de vida extraterrestre, empezando por los habitantes de la luna con los que dice que algún día podrá establecerse comercio. Afirma también que otros planetas del sistema solar pueden también estar habitados, dando algunas características de sus habitantes, y lo mismo propone para los planetas alrededor de las otras estrellas. En el siglo XIX la idea se hace más popular y tenemos, por ejemplo, desde el punto de vista de la astronomía el libro del astrónomo francés Camille Flamarión, La pluralité des mondes habités (La pluralidad de los mundos habitados, 1862).

Actualmente nuestra imagen del universo con miles de millones de estrellas solo en nuestra galaxia y miles de millones de otras galaxias, (se calcula que puede haber un total de 7 × 1022 estrellas en el universo observable), la edad del universo de 13.800 millones de años por un lado, y nuestro conocimiento de la evolución de la vida sobre la tierra hace difícil pensar que este sea un suceso único solo de nuestro planeta. Es razonable pensar que se den las condiciones necesarias para la aparición de vida y su evolución a una vida inteligente también en otros planetas girando alrededor de alguna estrella, empezando por alguna de las de nuestra galaxia. La aparente contradicción entre la alta probabilidad de que existan en nuestra galaxia otras civilizaciones desarrolladas y el hecho de que no tengamos noticias de ellas, se conoce como la “paradoja de Fermi”, formulada por el famoso físico Enrico Fermi en 1950. En 1961, el astrónomo Frank Drake propuso una ecuación para calcular el número de civilizaciones en nuestra galaxia o en el universo entero, que ha recibido muchas críticas y propuestas alternativas.

Hay que tener en cuenta que todavía no tenemos observaciones directas de los planetas mismos, sino que su existencia, órbita, tamaño, constitución, etcétera, están deducidas de cómo influyen en la observación de la estrella alrededor de la que giran. En algunos de ellos se dan algunas de las condiciones (distancia a la estrella, órbita, constitución, etcétera) para poder albergar vida como en la tierra. Por ejemplo, un sistema de particular importancia es el conocido como Trappist-1, formado por una estrella enana roja, a una distancia de la tierra de 40 años luz, con siete planetas a su alrededor, tres de ellos en los que se considera la “zona habitable”.

En la actualidad hay varios programas de observación en algunos grandes observatorios, como el ELT de Chile y el VLA radio-telescopio de Nuevo Méjico, buscando indicios de vida inteligente fuera de la tierra. La búsqueda se centra en encontrar radiaciones electromagnéticas que por sus características no son naturales, sino producidas por seres inteligentes extraterrestres. El año que viene está previsto el lanzamiento del observatorio orbital James Webb Space Telescope, que se espera puede abrir nuevas posibilidades para la detección de señales provenientes de vida inteligente extraterrestre. La gran dificultad está siempre en las enormes distancias, que se miden en años luz.

  1. Vida inteligente extraterrestre y teología cristiana

 

El astrónomo jesuita Angelo Secchi, director del observatorio del Colegio Romano, en su obra Le soleil (El sol, 1877) no ve dificultad con la fe cristiana considerar habitados los mundos existentes alrededor de las innumerables estrellas que observamos en el cielo. Más bien considera absurdo lo contrario, pensar que esas vastas regiones son desiertos deshabitados y piensa más bien que deben estar poblados de seres inteligentes y racionales, capaces de conocer, honrar y amar a su Creador.

El problema ha preocupado también a los teólogos más recientes. El teólogo jesuita Joaquín Salaverri publicó en esta revista, en 1953, un artículo sobre la vida inteligente extraterrestre y el dogma católico. Salaverri empieza afirmando que el problema se remonta a los autores de la antigüedad y la posibilidad sigue planteándose hoy.

Más recientemente el problema ha sido tratado por el teólogo dominico Thomas F. Después de considerar la posibilidad y probabilidad de la existencia de seres inteligentes y libres en otros planetas y las opiniones de algunos científicos sobre el tema, pasa O’Meara a considerar las posiciones de los teólogos, empezando con Orígenes y Santo Tomás y terminando con los modernos Joseph Pohle (1852-1922) y Karl Rahner (1904-1984).

O’Meara examina con   cuidado la cuestión bíblica, en especial los textos cosmológicos de Colosenses y Efesios. La reflexión teológica vuelve a plantearse, en vista a la existencia de vida extraterrestre, que lo que es importante para el teólogo es su situación respecto a revelación/gracia y mal/pecado. A diferencia de nosotros, criaturas inteligentes, en mundos remotos pueden estar sin gracia, ni revelación y también sin mal, sufrimiento y pecado. Queda abierta la cue tión de si es posible una vida a un nivel puramente natural, sin una especial relación con el Creador a través de una revelación especial, lo mismo que la posibilidad de la ausencia del pecado.

Un problema especial es el de la encarnación. O’Meara afirma que la importancia central de Jesús, como la Palabra de Dios encarnada, no implica su relación con otros seres en otros planetas, aunque el Logos divino es el Señor de todo el universo que ha creado y gobierna. Solo en el caso de que hubiera una sola encarnación, la de Jesús de Nazaret, su relación se extendería a todo el universo. Los creyentes tienen que estar preparados a un horizonte galáctico que puede incluir otras encarnaciones.

 

  1. Teilhard de Chardin y el problema cristológico

 

Teilhard concede que la multiplicidad de “humanidades” extraterrestres no ha sido todavía verificada (no en su tiempo ni todavía en el nuestro), añadiendo que, quizás, no pueda nunca serlo. Trata, sin embargo, de abrir la teología a lo que llama una “eventualidad positiva”. Parte para ello de dos nociones que se cumplirían en cualquier planeta: la primera, el universo es psíquicamente convergente, bajo el efecto del proceso evolutivo de complejidad-conciencia; la segunda, el “Cristo universalizado” como fin de ese proceso. En cada planeta del universo en el que se haya realizado este proceso, llevando a la aparición y evolución de vida inteligente (substancia refleja), para el creyente, encontrará también su “centro” en Cristo, en el que encontrará en consecuencia su centro todo el universo. Si hay, por lo tanto, millones de mundos habitados y para Teilhard esto es lo más probable, es tiempo, como él dice, de revisar un buen número de “representaciones” teológicas y abandonar, lo que él llama el “gemonismo”.

 

  1. ¿Una o muchas encarnaciones?

 

Teilhard añade al final del escrito una nota que encabeza “Hipótesis de J. M.”. No cabe duda que las iniciales se refieren a Jeanne Mortier, fiel colaboradora de Teilhard desde su primer encuentro en 1939, depositaria de sus escritos y encargada de su edición después de su muerte. La nota plantea el problema de si, teniendo en cuenta la multiplicidad de vida inteligente en el universo, la encarnación tiene lugar en cada caso o una sola vez en la tierra, válida para todo el universo.

Teilhard a lo largo del texto ha propuesto que en cada planeta, en el que el proceso evolutivo, siguiendo un camino similar al de la tierra, ha conducido a una vida inteligente (noosfera), su evolución debe continuar a nivel consciente hacia su realización final en la unión en el Punto Omega con el Cristo Cósmico. Esta unión presupone que se habrá hecho presente (encarnado) en cada caso. Es importante recordar que, para Teilhard, el fin de la encarnación no se reduce como en la teología tradicional a la redención del pecado original, sino a la realización final en Cristo, Punto Omega de toda la creación.

Tenemos, por lo tanto, desde la concepción teilhardiana de la presencia del Cristo Cósmico en el mundo, primero como Logos creador y luego Centro y Punto Omega hacia el que tiende por atracción suya la evolución de la substancia pensante (noosfera), que esta se extienda a todas las numerosas criaturas inteligentes existentes en el universo, bien por virtud de una única encarnación realizada en la tierra o por múltiples encarnaciones en cada planeta. Teilhard mismo pensaba que la segunda solución es la más adecuada, debido a las enormes distancias entre los distintos centros posibles de vida extraterrestre en los miles de millones de galaxias y de estrellas con planetas en ellas.

Sin embargo, la idea de una única encarnación válida para todos los seres inteligentes del universo, puede ser más atractiva. Basta que Dios se haya unido en un punto del universo en el hombre Jesús para que todo el universo quede santificado.

 

  1. Conclusión

 

En nuestro universo formado por miles de millones de galaxias formadas cada una por miles de millones de estrellas, en las que se encuentran planetas girando en torno suyo, la probabilidad es muy grande de que en algunos de ellos exista vida inteligente. Aunque se han observado ya muchos exoplanetas girando alrededor de algunas estrellas de nuestra galaxia y se ha intensificado la búsqueda de señales que muestren la existencia de dicha vida, todavía no hay ningún indicio cierto de ello. La teología cristiana tradicionalmente no ha encontrado dificultad en aceptar la posibilidad de que Dios haya creado vida inteligente en otros mundos y se discute sobre la presencia del mal, la redención y la encarnación en ellos. Teilhard de Chardin trata el problema desde el punto de vista evolutivo de forma que toda vida inteligente ha de encontrar finalmente su realización en la unión final con el Cristo cósmico. Esto implica como más probable la existencia de múltiples encarnaciones de un mismo Cristo cósmico en el que se realice la convergencia final del universo entero. Acepta, sin embargo, la posibilidad, de que de alguna manera la encarnación realizada en la tierra sirva para todo el universo.

 

*Extracto de un artículo publicado en Razón y Fe (mayo 2019); el texto completo es accesible en PDF en la web de la revista.