[Lluís Oviedo Torró OFM] Nos preguntamos en qué medida pueda hablarse de un retorno de Dios en un ambiente cultural muy secularizado. Se dan indicios, algunos de ellos muy explícitos que conviene tener en cuenta a la hora de responder a esa cuestión. Son tres los escenarios principales: las referencias a dicha vuelta de Dios en clave sociológica, junto a las indicaciones sobre el valor terapéutico de la fe; el animado ambiente de los científicos que se convierten y el diálogo ciencia-religión; y las discusiones que ha promovido el llamado ‘nuevo ateísmo’.
Señalar la actualidad que vuelve a tener la cuestión de Dios no refleja simplemente una proyección de nuestras ilusiones para consolarnos ante un panorama cada vez más desolado, sino algo real y que se refleja en distintas manifestaciones en la cultura del momento, aunque no se trate de algo evidente ni de una percepción inmediata y mucho menos tranquilizante.
El panorama en el que nos encontramos sugiere de forma masiva todo lo contrario: la desaparición de lo divino, un gran desinterés religioso, que apenas es sustituido por sucedáneos espirituales o pseudorreligiosos. De hecho, la secularización –que es la clave dominante en las sociedades occidentales– es mucho peor que el ateísmo porque pone de manifiesto la irrelevancia, el desinterés y la fastidiosa ignorancia de toda cuestión referente a Dios, que deja incluso de ser una cuestión.
De todos modos, como ya indicaba mi profesor Marco Olivetti, estamos ante un proceso que seguramente no puede completarse. Él hablaba de la “secularización inacabable” o que no logra terminar su ciclo. Aunque su visión se fundaba en un planteamiento especulativo, la idea tenía sentido: no podemos imaginar un ambiente en el que se termine por anular completamente la cuestión de Dios, o que decida su desaparición, por el simple motivo de que no podemos dejar de pensar en términos de lo absoluto, de lo infinito, o no podemos acallar y frustrar enteramente nuestro deseo y nuestra capacidad de autotrascendencia. Sería como una forma de ‘amputación intelectual’, de sacrificio estéril de la razón, como si decretáramos la inutilidad de imaginar, de desear lo mejor o de proyectar nuestras más grandes esperanzas.
El pensamiento de Dios es mucho más que eso, y Olivetti lo tenía en cuenta a partir de la importancia que en tiempos modernos vuelve a asumir el argumento ontológico, en sus distintas versiones. Una de ellas –la subjetiva– apunta a que pensar a Dios implica elevar nuestro pensamiento a su máximo nivel, a su máxima expresión, y que renunciar a pensarlo significaría recortar el alcance de nuestra reflexión, lo que en definitiva nos volvería menos humanos, mucho más pobres desde un punto de vista cognitivo.
En cualquier caso, estas consideraciones iniciales solo sirven para introducir el tema, es decir, para mostrar que no es normal que Dios deje de aparecer de una forma u otra en una cultura, o que sería un mal síntoma para quienes viven y se expresan en ella, un síntoma de gran empobrecimiento y banalización cultural. Conviene pues localizar los signos, que a menudo muchos quieren disimular o esconder, de la presencia de Dios o, si se prefiere, de su retorno en un ambiente en el que cuesta cada vez más encontrarlo. Son al menos tres los escenarios a los que hay que hacer mención en esta búsqueda de signos o rastros de lo divino:
El primero se refleja en los estudios que afirman explícitamente que ‘Dios ha vuelto’ o que se refieren al fenómeno que se conoce como ‘post-secularización’.
El segundo escenario es el de la actualidad del tema de Dios en ambientes científicos, algo que se denota en el número de conversiones que se registran por parte de conocidos científicos, como en la fecundidad e interés que despiertan los estudios sobre ciencia y religión.
El tercer escenario es también muy conocido: las discusiones que han provocado los llamados ‘nuevos ateos’ y que han tenido el efecto –seguramente no deseado por parte de ellos– de devolver actualidad a la cuestión de Dios.
Estas tendencias afectan también al ambiente cultural interno a la Iglesia e invitan a pensar sobre la posible incidencia de estas en la fe o en su crisis, algo que afecta a muchos de nuestros fieles.
Dios ha vuelto, o al menos eso opinan algunos estudiosos
Si buscamos referencias al tema que nos ocupa, resulta hasta demasiado fácil encontrarlas en los buscadores de Internet. Sin embargo, no se trata de cualquier expresión religiosa, sino de la versión americana, que se combina con un ambiente pluralista y tolerante que favorece la creatividad y la abierta competición entre proveedores de servicios religiosos y que animan muchas iglesias de gran vitalidad en Estados Unidos y en otras partes del mundo.
De todos modos, sigue pendiente la gran cuestión que formulan John Miklethwait y Adrian Wooldridge, autores del libro sobre la vuelta de Dios: si es más útil y conveniente en una sociedad avanzada tener en cuenta a Dios y sentirlo como alguien presente, o si es mejor ignorarlo y hacer como si no existiera, ya que sigue provocando demasiado fanatismo e intolerancia. El que surja la pregunta ya es un signo de que la cuestión de Dios sigue estando viva, y, claro está, todavía más si la respuesta es positiva, y si nos atrevemos a plantear la utilidad de una referencia a Dios en sociedades que buscan progresar de forma armónica, contar con recursos para afrontar sus crisis y problemas mayores, y mantener abierto un horizonte de esperanza en medio de grandes crisis que todavía hoy se perciben entre nosotros.
Ciertamente todos estos testimonios contrastan de forma estridente con las noticias que reflejan abusos y escándalos en el seno de la Iglesia; de hecho, los signos de vida se contraponen con mucha frecuencia a los de muerte; los signos de la presencia de Dios a los que más bien reflejan no tanto su ausencia, sino las actitudes que lo vuelven extraño o incluso poco bienvenido, cuando en su nombre parecen justificarse conductas desdeñables y abusivas.
La ciencia vuelve a hablar de Dios, al menos en cierta medida
El segundo escenario en el que nos fijamos a la hora de percibir la presencia de Dios es el de la ciencia. En este caso cabe señalar algunos fenómenos notables: el primero y más llamativo es el hecho de las conversiones de científicos ateos en cristianos convencidos; el segundo es la persistencia de cierto número de científicos creyentes; y el tercero es la inusitada vitalidad que adquiere hoy en día el diálogo entre ciencia y religión o ciencia y fe.
Hay que partir de un dato que quizás no todos comparten o en el que no se han fijado: el efecto devastador que suele tener la ciencia para la fe cristiana. En breve, cabe recordar que ya el sociólogo alemán Max Weber, a principios del siglo xx, estaba convencido de que la ciencia era un “motor de secularización” con un efecto disolutivo para la fe religiosa. Muchas explicaciones que proveía antes la fe cristiana se ven claramente desautorizadas por las descripciones científicas, que además ofrecen razones más poderosas y plausibles de casi todos los fenómenos naturales.
Todo lo dicho vuelve más sorprendente la difusión de historias que hablan de científicos ateos que se han convertido a la fe cristiana, sin dejar por ello de ser científicos y de trabajar en la investigación. Ahora bien, también hay una parte importante entre ellos que asumen una cierta apertura a la trascendencia o a formas difusas de espiritualidad, aunque no se identifiquen con una expresión religiosa determinada.
Todo ello hace pensar en cierto pluralismo presente en la comunidad científica y en el hecho de que no se pueda excluir en principio la referencia a Dios en un ambiente que más bien invita a prescindir de Él. Eso es al menos lo que se deduce de la aplicación del naturalismo metodológico, es decir, una actitud que en principio no acepta referencias sobrenaturales para explicar los fenómenos del ámbito natural.
El debate en torno al nuevo ateísmo
El tercer ambiente que invita a pensar sobre el retorno de Dios puede resultar para muchos irónico, pues se asocia a los esfuerzos de los llamados ‘nuevos ateos’ para eliminar a Dios de nuestras referencias culturales, y que han tenido incluso el desparpajo de dar a su militancia atea una expresión publicitaria, mediática y popular. Lo irónico es precisamente que quienes querían desterrar a Dios han logrado que se hable de Él.
Lo peor que puede pasar a nuestra fe es que deje de suscitar interés y que el tema de Dios pase completamente desapercibido, o se considere que no merece la pena prestarle atención. Pues bien, hay que agradecer a estos autores que hayan devuelto interés a la cuestión de Dios, y hayan hecho que se hable de Él aunque sea en términos negativos.
Los signos de la vuelta de Dios o de su relevancia cultural en un panorama tan desolado como el que conocemos existen, aunque dicha presencia sigue siendo misteriosa y a menudo a Dios se lo percibe sólo de forma indirecta o se insinúa como un indicio de un proceso más amplio. Ahora bien, seguramente esa es también una marca de la modernidad religiosa, con la que es inevitable hacer las cuentas en nuestros días.
¿Y nosotros qué? ¿Qué tal por aquí?
Aquí en España los signos a los que me he referido brillan bastante menos. De todos modos, mi intención era mostrar un horizonte mucho más amplio del que podemos contemplar desde nuestra propia tierra, también para superar los complejos de inferioridad y las formas de desafección que nos afligen como creyentes. Además, también se registran allí otros signos de vitalidad, algo que se expresa en celebraciones vibrantes y de gran calidad estética y expresiva, y algo de lo que estamos bastante faltos entre nosotros y que quizás sea el principal signo de la vuelta de Dios: que éste pueda ser celebrado con toda la magnificencia y esplendor que merece quien es el Señor de la historia y del mundo creado. Cuando se asiste a dichas celebraciones con abundancia de jóvenes y con gran unción musical, que recurre a distintos estilos clásicos y modernos, creo que podemos decir con más certeza que Dios ha vuelto.
*Extracto de un artículo publicado en Razón y Fe (mayo 2019); el texto completo es accesible en PDF en la web de la revista.