Por una espiritualidad del cosmos

[Leandro Sequeiros, SJ] En el blog de la Cátedra Hana y Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión, FronterasCTR, con el título “Por una espiritualidad del cosmos” publicamos la recensión del libro de François Euvé.

El jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) está reconocido mundialmente como científico, geólogo y paleontólogo. Ejerció esta profesión hasta el final de su vida, sobre todo en China, aunque también en África. Su obra científica versa principalmente sobre la geología y la paleontología de los mamíferos.

Para Teilhard, este trabajo de investigación no es más que una especie de instrumento apostólico, un medio para llegar a un público que está lejos de la Iglesia y, compartiendo su condición, poder anunciarles el Evangelio. La investigación es un verdadero sacerdocio en la medida en que constituye una participación en la prosecución de la obra creadora.

Teilhard no solo fue un investigador; convirtió la investigación en una actividad fundamental, característica de lo humano, “la más elevada de las funciones humanas” [“L’Esprit de la Terre”, Oeuvres VI, 48. 1931 (9 marzo) El Espíritu de la Tierra. VI, 21-51]. No es un oficio como cualquier otro, sino una especie de vocación, porque, a su modo de ver, el hombre busca el conocimiento por encima incluso del bienestar material.

Defendía que la esencia de la vida humana no consiste en estar mejor, sino en ser más, en superarse superando las apariencias del mundo. La investigación es una búsqueda indefinida, animada por la convicción profunda, “mística”, de que hay una “realidad” que se oculta detrás del envoltorio de las cosas. El investigador no se contenta con lo que las cosas son; desea conocer sus causas últimas. “La tendencia esencial de nuestro pensamiento es intentar penetrar en el corazón del Mundo” [“Science et Christ”, Oeuvres IX, 48 (trad. esp.: Ciencia y Cristo, Taurus, Madrid 1958, Ensayistas de Hoy, n.º 54)].

En la Introducción de este volumen que comentamos, el jesuita François Euvé, profesor del Centro Sèvres de París, director de la revista Études, y profesor de Física y de Teología, parte de una mirada contemplativa a nuestro mundo. Para Euvé “el estado en que se encuentra el planeta es inquietante”. Las amenazas que penden sobre nuestro futuro suscitan un creciente número de llamadas a “salvar el planeta”. El vocabulario de la “salvación” vuelve de manera significativa en las declaraciones que nos invitan a introducir un cambio profundo en nuestro modo de ver el mundo. Cuando se trata de movilizar las conciencias, retornan las referencias religiosas.

¿Será apropiado hablar aquí de “salvación” en un contexto de crisis de civilización? En los tiempos de la modernidad triunfante se hablaba más bien de “progreso”. Esperábamos que el avance del conocimiento científico y las transformaciones tecnológicas nos librasen del mal y nos volvieran más felices. La salvación estaba considerada como una noción religiosa ya superada. Evocaba la idea del fin del mundo bajo la forma de un cataclismo ineludible, “apocalíptico”.

Expresaba asimismo el necesario recurso a una instancia exterior, a un “Dios”, que acudiría en ayuda de una humanidad incapaz de salvarse por sí misma, a fin de abrirle las puertas del “más allá”. En sentido contrario a estas representaciones de otros tiempos, el hombre moderno no debería contar más que con sus propias fuerzas para erradicar las enfermedades, prolongar la duración de su vida, alimentarse cada vez mejor, aliviar su existencia y, con el tiempo, garantizar la paz en el seno de una humanidad finalmente reconciliada.

La noción cristiana de salvación puede volver a recuperar su pertinencia. Ahora bien, no podrá hacerlo más que después de una mutación significativa. En su acepción tradicional, se trataba esencialmente de la salvación de la humanidad e incluso, al menos en su percepción usual, de la salvación del “alma”, como si la dimensión corporal de la existencia no se viera afectada.

Leer a Teilhard no es descubrir un sistema del mundo, iniciarse en una cosmología nueva, adquirir ideas originales, es más bien un “gusto por vivir”, una poderosa esperanza. Cuando el ascenso del mundo hacia el punto “Omega” le parecía “irresistible” no era algo que dependiera de un optimismo fácil, de una especie de voluntarismo superficial, que ignora los dramas a los que se enfrenta la humanidad.

Esta llamada hunde sus raíces en una larga experiencia, iniciada en el frente de la Primera Guerra Mundial y que se vio atravesada por múltiples pruebas. Teilhard hubiera podido abandonar, como muchos otros, el terreno del mundo y refugiarse en una “espiritualidad” ficticia. Sin embargo, prefirió animar a aquellas y aquellos que se esfuerzan por construir un mundo más humano, aprovechando lo que la investigación científica nos enseña sobre el universo y sobre el mundo vivo.

¿Cómo alimentar la esperanza de una salvación cuando se vuelve más palpable la inquietud? Puede hacerlo porque alimenta un gran relato movilizador. Nuestra época atraviesa una crisis de sentido porque no sabemos cómo narrarla. La “posmodernidad” rechaza las grandes narrativas del pasado porque gestaron catástrofes. El gran relato del progreso técnico tal vez sea el último en desaparecer. Con todo, no podemos quedarnos ahí. ¿Cómo vamos a movilizar su acción sin un gran relato? A pesar de sus límites, el gran relato teilhardiano sigue siendo inspirador y nos urge a recuperar ese “gusto por vivir” que es precisamente lo que lo anima.

El autor ha organizado esta densa y sugerente reflexión en siete capítulos que siguen una lógica interna. Tras una clarificadora introducción, en la que ofrece una “composición de lugar” de un mundo fragmentado y roto, ofrece como punto de partida unas referencias sobre la posibilidad de “salvación” del universo, entendiendo esto en sentido esperanzador teilhardiano de convergencia hacia la plenitud del punto Omega.

En el segundo capítulo, presenta a los lectores no muy versados en la figura y la obra de Pierre Teilhard de Chardin una semblanza de este científico y jesuita que, a partir de las ciencias de la Tierra y de la Vida, responde a los grandes retos de una sociedad y de un universo en crisis.

En un tercer capítulo, Euvé sintetiza todo el afán humano y espiritual de Teilhard en una expresión: “Vivir cósmicamente”. ¿Qué podemos entender por “el sentido cósmico” en un mundo en evolución? ¿Es lo humano “la clave del universo”? Esto nos lleva a la plenitud a la que llama “la unión creadora”.

Todo esto converge en el capítulo 4 hacia el Cristo cósmico, la sustancia de la religión de Teilhard, la espiritualidad del cosmos. ¿Significa esto un “panteísmo” cristiano? Desde una perspectiva panenteísta (“Dios en todas las cosas”), Teilhard nos invita a tomar la Encarnación en serio, sentir y gustar el Cristo universal que surge de la persona de Jesús, muerto y resucitado. ¿Está emergiendo un nuevo modo de vivir un nuevo cristianismo?

Pero no todo el mundo es bueno. En este universo imperfecto existe el mal, lo que la teología llama la situación de pecado (no la transgresión sino la dinámica interna del desamor). ¿Es necesario racionalizar el mal?

Una selecta bibliografía (en la que se incluyen muchos textos en castellano) cierra el texto de Euvé. Al mismo, los editores españoles han añadido tres valiosas aportaciones: una detallada relación de fechas hasta el presente relacionadas con Teilhard, una selecta colección de fotos inéditas comentadas y publicadas por ver primera con permiso de la Fundación Teilhard de París, y un apéndice redactado por Agustín Udías con unos textos de oraciones teilhardianas que convierte el final de la lectura en un ejercicio de adoración.

Esta recensión fue publicada en Razón y fe.