Jaime Balmes sobre la frenología: Un diálogo entre la fe y la ciencia

[Juan Carlos Aonso Diego] En este artículo se presenta un diálogo entre la fe y la ciencia a través del debate entre Jaime Balmes y Mariano Cubí sobre la frenología en la España del siglo XIX. La frenología es una teoría que sostiene que la personalidad y las habilidades mentales de una persona pueden ser determinadas por la forma de su cráneo. Balmes, un sacerdote y filósofo español, cuestionó la frenología por su falta de base científica y su conflicto con la teología católica. Cubí, por otro lado, defendió la frenología como una prueba de la existencia de Dios y la religión.

La frenología es una disciplina fundada por Franz Joseph Gall (1758-1828) a finales del siglo XVIII. Heredera de la fisiognómica o fisiognomía, que se venía ejerciendo desde la antigüedad, pretende otorgar a esta un estatus científico. Mientras que la fisiognómica consideraba que era posible averiguar el carácter y las inclinaciones de un individuo a partir de la observación cuidadosa de su rostro, Gall pasa a examinar la relación entre la estructura ósea de la cabeza y la conducta, tomando medidas precisas de los cráneos y aumentando la muestra estudiada.

La fisiognómica había permanecido como un saber de segunda, a veces catalogado como metoposcopia y asociado más bien a prácticas adivinatorias, pero hubo pensadores ilustrados que se esforzaron por otorgarle cientificidad. Así había ocurrido con el paso de la alquimia a la química y ocurrirá poco después con la fundación de la biología.

Por extraños avatares del destino, la misma guillotina que había seccionado la cabeza de Lavoisier, desterrando a la química de la naciente república, era la que ofrecía material a la frenología. En sus principios se muestra clara y concisa: Las facultades o potencias del alma son innatas. El cerebro es el órgano del alma o mente. El cerebro es múltiple; esto es, el cerebro es un compuesto o agregado de varios órganos por medio de los cuales manifiesta el alma sus varias facultades. El tamaño de un órgano cerebral, siendo todo lo demás igual, es una medida positiva de su potencia mental. El tamaño y forma del cerebro es, con rara excepción, idéntico al tamaño y forma de la superficie externa de la cabeza. Toda facultad del alma tiene su lenguaje especial; esto es, todo órgano cerebral, cuando se halla predominantemente activo, produce un movimiento, expresión, gesto o actitud, que se llama su lenguaje especial o natural.

Asumiendo esto, los frenólogos estudiaron la morfología de los cráneos y la personalidad de quienes los portaban, extrayendo conclusiones sobre el lugar en que se situaba tal o cual órgano cerebral. Así, por ejemplo, el órgano de la “alimentividad” es el encargado del instinto de apetito y se encontraría en la fosa cigomática (donde empieza la oreja, un poco por debajo de la sien), de modo que, las personas con mayor anchura en esta región son más dadas a los banquetes . Según los autores, el número de facultades identificadas podía oscilar entre las 20 y las 50.
El lector avezado en las cuestiones filosóficas ya habrá empezado a adivinar los puntos flacos de la propuesta, y aquellos en los cuáles los teólogos levantaban la ceja.
Desde sus orígenes, la frenología se vio cuestionada por la doctrina católica. En diciembre de 1801, el emperador Francisco II (1768-1835) prohibió las lecciones públicas que Gall impartía en Viena por ir contra los principios de la moral y la religión . Este destierro provocó que la frenología se expandiera primero por París y poco después por Escocia. Allí fue Spurzheim, el más avezado de los discípulos de Gall, quien consiguió reunir a un grupo de entusiastas que perfilaron la doctrina sobre la relación entre el cráneo y el carácter. En este desarrollo colaboró, como antagonista, el veterano escepticismo de la universidad escocesa, que atacó sin misericordia los postulados de Gall. Estas primeras críticas mezclaban argumentos estrictamente científicos, con otros más filosóficos y teológicos (Cantor, 1975). Los frenólogos escoceses, al margen de la academia, se mantuvieron firmes ante los sucesivos embistes y, de este modo, exportaron a los Estados Unidos una doctrina bastante consolidada.
En España, Pedro María de Olive (1767-1843) parece ser el primero en dar noticia de las innovaciones de Gall. En 1805, él era el editor de la revista de carácter ilustrado Memorial literario y los números 25 y 26, publicados el 10 y el 20 de septiembre, mencionan con escepticismo la gira europea de Gall (de Olive, 1805a y b). Aquel mismo año empezará a publicar Minerva o el Revisor General, y a lo largo de 1806 dedicará no menos de tres artículos a la descripción de la doctrina del doctor Gall, entonces conocida como craniología. Acuña el término encephalocranoscopios para referir a sus seguidores, con apreciaciones cargadas de ironía. En diciembre de este año, da cuenta de la publicación anónima de Exposición de la doctrina del doctor Gall, ó nueva teoría del cerebro considerado como residencia de las facultades intelectuales y morales del alma, comúnmente considerada como la primera traducción española de estas ideas y ofrece un resumen de las tesis que en ella se exponen.
Empleando ya el vocablo frenología, versión castellana del propuesto en 1815 por Thomas Ignatius Maria Forster (1789-1860), la prensa especializada se hace eco de las publicaciones francesas desde 1818 y, con el paso del tiempo, las revistas de divulgación popular se mostrarán entusiasmadas con los descubrimientos de Gall. La frenología española alcanzará su apogeo en los años 40, para decaer progresivamente a lo largo de la década siguiente.
Balmes cuestiona la frenología por su falta de base científica y su conflicto con la teología católica. Argumenta que la frenología reduce al ser humano a un objeto de estudio, ignorando su naturaleza divina. Balmes también critica la frenología por su falta de coherencia interna y su incapacidad para explicar la diversidad de la naturaleza humana.
La sección de reflexión sobre el diálogo entre la fe y la ciencia se centra en la importancia del diálogo constructivo entre ambas para lograr una comprensión más profunda de la naturaleza humana y del mundo en general. Se destaca la importancia de un diálogo constructivo entre la fe y la ciencia para lograr una comprensión más profunda de la naturaleza humana y del mundo en general. Se argumenta que la fe y la ciencia no son incompatibles, sino que pueden complementarse mutuamente.

Se destaca, asimismo, la importancia del diálogo constructivo entre la fe y la ciencia para lograr una comprensión más profunda de la naturaleza humana y del mundo en general. Se argumenta que la fe y la ciencia no son incompatibles, sino que pueden complementarse mutuamente. Se destaca la importancia de la reflexión crítica y el diálogo constructivo para lograr una comprensión más profunda de la naturaleza humana y del mundo en general.

2. Conclusión

Iniciado el siglo XIX, la frenología comienza su expansión por Europa. En Edimburgo encontrará un primer nicho ecológico donde crecer en su pretensión científica. Las instituciones académicas ofrecen no poca resistencia a sus tesis, pero adquiere cierto éxito orientándose hacia las clases populares. De ahí viaja a Estados Unidos y al resto de América. Por esta vía, acaba llegando a España la doctrina frenológica que alcanzó mayor éxito, la promovida por Mariano Cubí. Una vez más, se hizo notar el recelo académico y una de las críticas más dañinas para la naciente ciencia fue la ofrecida por la teología.

Jaime Balmes asumió la responsabilidad de hacer notar los errores en los que caía la frenología. Muchos de ellos ya habían sido señalados en sus primeros desarrollos, en particular la acusación de materialismo, con el fatalismo y ateísmo que le seguían. Balmes, al parecer más formado en disciplinas científicas3, es capaz de percibir aquello que la frenología puede tener de cierto y se lo reconoce. Pero descubre también una deriva que considera muy dañina y contraria a la enseñanza eclesial: el racismo. Las formas que con el tiempo adquirirán las tesis frenológicas dan cuenta de la lucidez de Balmes.

La frenología se ha excedido en sus conclusiones y no deja al ser humano en pie ante la alteridad divina, sino subyugado a la racionalidad fisicista. La convicción cristiana de Balmes le permite oponerse con firmeza ante la obra de Cubí: la antropología de la que parta vuestra doctrina ha de permitir una soteriología cabal, es decir, que incluya la posibilidad de salvación de todos los individuos.

Hoy en día solo se habla de la frenología como un curioso fósil en los estantes de la historia, con lo que podríamos considerar a Balmes como el vencedor de este debate. La realidad siempre es más compleja. Algunas de las tesis craneológicas serán recogidas en sistemas más amplios de pensamiento, y adquirirán mayor fecundidad al contacto con las teorías racistas de Gobineau, el darwinismo social de Spencer, la eugenesia de Dalton y la criminología positivista de Lombroso. Todo ello deriva, como sabemos, en el llamado racismo científico.

*Extracto de un artículo publicado en Razón y fe (2023). El texto completo es accesible en PDF en la web de la revista.