Cuadernos íntimos (1883-1894)

[Santiago García Mourelo] En el blog de la Cátedra Hana y Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión, FronterasCTR (13 junio 2018), con el título “Cuadernos íntimos (1883-1894)” y escrito por Maurice Blondel.

Una vez más, la editorial Sígueme ofrece una preciosa perla, un tesoro escondido a los lectores hispano-hablantes. “Nobleza obliga” —decían los clásicos—, a reconocer su desinteresado e imprescindible servicio a la cultura, a la Iglesia y a cada cristiano en particular. Quien guste de la espiritualidad, la reflexión filosófica y religiosa, o la mística, encontrará en los Cuadernos íntimos (1883-1894), de Maurice Blondel, una fuente de inspiración e investigación, una topografía de la voluntad y una cartografía del alma y el deseo que, insaciablemente, buscan la unión con el “Único necesario” —como el filósofo de Dijon se refería a Dios, evocando el pasaje de Marta y María en el evangelio de Lucas (cf. Lc 10,38-42)—, en cada decisión y en cada acto.

Con apenas veinte años, Blondel comenzó a escribir sus pensamientos cotidianos como un ejercicio de estilo; también, para vencer las resistencias de la pereza y la superficialidad y, ante todo, para recoger los resultados de sus propios sentimientos, impresiones y actos, considerados como “un laboratorio” (p. 256) en el que experimentar, en el fondo de su voluntad, la radical apertura a lo transcendente, constitutiva del ser humano, que solo se resuelve en Dios, en su Cristo y bajo las insinuaciones del Espíritu.

En el transcurso de las jornadas que se suceden en los Cuadernos íntimos —de forma intermitente, cuando no sistemáticamente omitidas por sus primeros compiladores—, el lector asiste a varios, lentos y oscuros, procesos de gestación, que darían a luz, de forma diversa, en la vida del autor; de ahí el poliédrico interés que pueda suscitar esta traducción, cuyo original fue editado hace más de sesenta años, en 1961, y trató de ser completado en 1965, con mayores insuficiencias, en un segundo volumen. Por ello, animamos y esperamos que la editorial salmantina prosiga el proyecto iniciado.

El primer proceso de gestación de los Cuadernos, posiblemente el más corto, es la base de la gran obra de Blondel: La Acción (1893). Ensayo de una crítica de la vida y de una ciencia de la práctica —inexplicablemente descatalogada por la BAC—. Como se ha indicado, del análisis de su propia vida, el profesor de Aix-en-Provence extrajo la materia que serviría para el estudio más profundo de la voluntad humana realizado en los últimos siglos. Análisis que supo mostrar la natural desproporción humana en cada acto de la voluntad, transida de infinito, a la espera de adherirse, libre y conscientemente, al Único Mediador que pudiera resolver su natural necesidad sobrenatural. Si los primeros críticos de su gran obra hubieran accedido a estos pensamientos germinales, las primeras críticas a las que fue sometido y, por ellas, tristemente silenciado, habrían caído por su propio peso.
Indisolublemente unida a esta cuestión, encontramos las múltiples influencias en su nuevo modo de pensar, abierto y conducente a Dios, en medio de un sentido proceso de secularización, evidente en nuestros días. Aristóteles, Pascal, Descartes, Spinoza, Kant, Maine de Biran, entre otros, emergen como interlocutores de su Filosofía de la acción, pero, sobre todo, grandes exponentes de la mística y la espiritualidad cristiana, como san Agustín, san Bernardo, santa Teresa, san Juan de la Cruz o san Ignacio. Con ellos, se va fraguando una existencia que busca la reciprocidad entre el credo ut intelligam el intelligo ut credam de san Anselmo, mostrando la razonabilidad de la fe según las exigencias de su tiempo y, sobre todo, de la misma voluntad de la condición humana.
Pese a ello, no pensemos que estamos ante una obra filosófica, sino ante el testimonio de un creyente que busca, en cada acto, el querer de Dios, y a Dios en cada acto: “tengamos la virtud de buscar y poner a Dios en cada uno de los detalles” (p. 354). Es singular observar cómo el tono reflexivo de las primeras anotaciones va dando paso al diálogo religioso que llamamos oración. Así, el “yo” se va desplazando en favor del “Tú” que siempre le acompaña y emerge en sí mismo como criatura querida y queriente. La gracia de esa Presencia, siempre huidiza en cada acción, pero leve y humildemente sentida —“los acontecimientos son como la voz de Dios que nos pide responder y actuar” (p. 366)—, solo es posible acogerla desde el desapego y la renuncia a todo lo que no nace de Dios y no le busca a Él.
Sin duda, una propuesta necesaria hoy en día, no solo por el necesario ejercicio intelectual de todo cristiano; también, por las claves ofrecidas para buscar y hallar en todas las cosas a Dios y a todo en Dios, más allá de nuestro propio amor, querer e interés.
Esta recensión fue publicada en Razón y fe.