Interpretaciones sociológicas de la salud y la salvación, y su relevancia teológica

[Lluís Oviedo, OFM] Nos preguntamos si ha cambiado en los tiempos recientes la interacción entre la idea de salud y la de salvación, de sentido más teológico, y hasta qué punto los cambios percibidos redundan en la posibilidad de replantear las relaciones entre ciencia y fe religiosa. En primer lugar, un repaso a una tendencia en los estudios sobre religión y salud muestra por un lado su gran profusión y los resultados que apuntan a una influencia en general positiva de una variable en la otra. Por otro lado, dichos estudios invitan a repensar algunos análisis en la sociología de la religión, en torno a su función y persistencia en sociedades bastante secularizadas, así como su carácter más decididamente “religioso”. Parece claro que dichos cambios inciden en la relación entre ciencia y fe, que puede reivindicar un discurso mucho más concreto y empírico, es decir, la posibilidad de hablar un lenguaje común.

  1. Introducción: la salvación como algo más concreto

Seguramente no nos sorprende descubrir que existe una subdisciplina en la sociología dedicada al estudio de la salud y la enfermedad, que cuenta incluso con revistas especializadas y una tradición bien asentada en la academia. Tratando de comprender mejor este programa, su esfuerzo se dirige a estudiar mejor las interacciones que tienen lugar entre sociedad y cultura – por un lado – y las dinámicas que emergen entre salud y enfermedad – por otro. Parece evidente que las influencias son mutuas: las condiciones sociales, económicas y culturales determinan las prácticas o comportamientos más o menos saludables; y también la forma en que percibimos la salud y la enfermedad tienen un impacto social, como se vio claramente en estos años de pandemia.

 

  1. Una interacción más rica entre salud y salvación (religiosa): los datos

Asistimos a un proceso de gran interés – no solo sociológico – en torno a la dimensión terapéutica de la salvación religiosa, un fenómeno que cabe registrar también en las cifras de publicaciones especializadas que cubren dicha tendencia. Se puede afirmar – a grandes rasgos – que cada vez más se identifica el sentido de la salvación que ofrecen las religiones como una ayuda que beneficia a la salud física y – sobre todo – mental de las personas creyentes. La dimensión terapéutica de la fe ha sido destacada en varias ocasiones y con distintos motivos.

[Los datos] apuntan a un creciente interés académico por ese tema, es decir por la influencia que tienen las creencias y prácticas religiosas en la salud de personas y poblaciones, una influencia que no es siempre positiva, como se ha observado en algunas actitudes durante la pandemia y en resistencias a la vacunación en estos últimos años; pero es indiscutible que el factor religioso juega un papel importante – en un sentido o en otro – en las dinámicas de salud, a nivel personal y colectivo.

Muchos análisis apuntan a que no son tanto las creencias de por sí, sino las prácticas religiosas las que cuentan o tienen un efecto positivo en esos procesos. En otras palabras, no basta “creer” sino que es necesario vivir y sentir esa fe con mediaciones rituales y conexiones comunitarias.

 

  1. Lectura sociológica de la tendencia apuntada

Cabe preguntarse por el sentido de esta tendencia que va mucho más allá de lo anecdótico, y que puede implicar una forma distinta de percibir y de valorar la fe religiosa. Los datos son bastante claros, y creo que muchos de nosotros podemos aportar experiencias en ese sentido: de personas que se han sentido ayudadas en sus dificultades de salud por especialistas religiosos, o por la oración de intercesión, como un recurso no secundario. La lectura de dichos datos, que revelan una tendencia bastante consistente, ofrece algunas interpretaciones. Una de las más interesantes es que tal fenómeno revela la importancia y significado de la dimensión religiosa por sí misma, e implica un freno a la creciente secularización interna que hemos sufrido estos años en muchas formas religiosas. Se trata de un proceso que ya describió Peter Berger en la década de 1960 y ha sido profundizado por otros muchos con análisis empíricos.

Está claro que – a diferencia de otras causas a las que se suman las instituciones religiosas, de tipo político o social – la de la actividad terapéutica requiere una clara y consciente recuperación de la dimensión más propiamente religiosa, es decir, sólo funciona si se vive una fe fuerte en el Dios que salva y en la intercesión de los santos, algo que es muy difícil de secularizar.

La afirmación anterior no significa que la dimensión terapéutica de la fe cristiana no se combine con otros recursos no cristianos o con terapias profesionales. De hecho, en bastantes casos, la propuesta cristiana recurre también a formas de meditación o de pacificación interior importadas de otras tradiciones culturales y espirituales, esperando no ser acusados de “apropiación cultural”. En muchos casos soy testigo de que no excluyen, sino todo lo contrario, aconsejan, el recurso a los servicios terapéuticos profesionales, sin los que se arriesga caer en prácticas poco convenientes e ineficaces. Se trata de una experiencia personal y convendría recoger más datos para verificarla. Los refuerzos religiosos no suelen sustituir a las terapias seculares especializadas, sino que las complementan, dando lugar a formas de colaboración y de entrelazamiento entre lo religioso y lo secular, e incluso a una superación de esa dualidad.

Estamos ante un momento bastante delicado, pues la cuestión, en términos meramente sociológicos, es si la religión desempeña todavía una función social útil. Sabemos que muchos lo ponen en duda, y más bien apuestan por su completa irrelevancia e incluso desaparición. De forma radical cabe preguntarse si se cerraran todas las iglesias, monasterios y ambientes religiosos, si seguiría todo igual, o incluso mejorarían las cosas. Este planteamiento invita a revisar los escenarios actuales y a evaluar los servicios que prestan las instituciones religiosas en nuestro ambiente, y si todavía cabe hablar de un mercado religioso, lo que exige que persista una cierta demanda, y que la oferta conecte con la misma con un mínimo de calidad.

 

  1. ¿Qué podemos aprender de estos datos y análisis?

En primer lugar, aunque sea duro reconocerlo, la teología no ha prestado demasiada atención a las tendencias aquí descritas. A pesar de los miles de estudios publicados sobre afrontamiento religioso, religión, salud y bienestar, la inmensa mayoría de nuestros colegas no se han dado cuenta o no han prestado atención a todo ese ingente bagaje bibliográfico, ni han sacado conclusiones de algo que podría ser entendido como un “signo de los tiempos”, es decir la profusión de estudios científicos sobre las implicaciones positivas y saludables de la práctica religiosa.

Desde mi punto de vista, la situación analizada permite ante todo replantear el sentido de la fe y de la misión de la Iglesia en sociedades muy secularizadas, en las que muchos sentían que ni la fe ni la Iglesia les aportan nada, algo que está en la raíz de buena parte de la secularización actual. Cuando la credibilidad tiene que ver sobre todo con la utilidad – más que con lo razonable de una propuesta – la posibilidad de mostrar el valor terapéutico de la fe y de la práctica eclesial reviste una importancia capital.

Un segundo tema es más plenamente teológico. Me refiero a la fuerte interacción que observamos en nuestro tiempo entre praxis terapéutica general y los refuerzos o complementos que presta la fe cristiana. Considero que estas experiencias reabren la cuestión de una teología de la encarnación que es capaz de reconocer todo lo bueno en el mundo como obra amorosa de Dios, pero al mismo tiempo puede afirmar la decidida aportación de la gracia en un continuo sin discreción entre lo natural y lo sobrenatural, entre naturaleza y gracia.

La esperanza es que los teólogos seamos capaces de aprovechar todo ese caudal de estudios, propuestas y aplicaciones para desarrollar un discurso más plausible, sólido y abierto a interactuar con otros saberes. En definitiva, entiendo que este programa responde plenamente a la invitación del Papa Francisco a una teología llamada a dialogar en todos los frentes y a salir afuera para enriquecerse y volverse más relevante, en lugar de quedarse ensimismada en su propia tradición.

*Extracto de un artículo publicado en Razón y fe, accesible en PDF en la web de la revista.