La enseñanza religiosa necesita nuevas representaciones

[Javier Sánchez-Cañizares]. Las representaciones científicas dan forma a la comprensión humana del universo. En la actualidad, no es la Biblia sino la ciencia la que proporciona el lenguaje más aceptado por nuestra sociedad global. Sin embargo, la enseñanza religiosa suele descuidar el marco científico cuando, necesariamente, emplea imágenes para la comunicación de las verdades trascendentales. En el libro Últimas Conversaciones, Benedicto XVI animó a la teología a buscar nuevas representaciones que pudieran ayudar en la catequesis y en la formación religiosa. En mi opinión, resulta perentorio renovar las representaciones en torno a la creación, el origen del hombre y la subsistencia del alma. Dicha renovación pasa necesariamente por una mejor comprensión de la acción del Dios eterno en el devenir del mundo.

Introducción

Nuestra imagen del universo ha cambiado desde la revolución científica. Como señala John H. Brooke, si la Edad Antigua y la Edad Media presentaban la naturaleza llena de poderes personales capaces de influir causalmente, los tiempos modernos han sido testigos de la sustitución de las viejas causas por procesos naturales guiados por leyes impersonales. En consecuencia, la comprensión humana del universo ya no está moldeada por las representaciones antiguas y medievales, sino por las teorías científicas más exitosas. Dichas teorías configuran las representaciones que necesariamente elabora la inteligencia humana en sus diversos intentos de comprensión del mundo.

El desafío teológico

Ante la pregunta acerca de dónde se puede encontrar a Dios hoy, Benedicto XVI asumió hace unos años la visión de la realidad que ofrece la ciencia e invitó a la teología a cambiar su lenguaje: “Es ante todo la teología la que debe ponerse a trabajar más a fondo en estas cuestiones para volver a proporcionar a las personas posibilidades representativas. En este punto, la traducción de la teología y la fe al lenguaje actual presenta todavía enormes deficiencias; es necesario crear esquemas de representación que ayuden a los hombres a entender en la actualidad que no deben buscar a Dios en un lugar concreto” (Últimas Conversaciones, p. 290).

En relación con esta dificultad, resulta patente la inadecuación de muchas de las imágenes empleadas en la enseñanza religiosa contemporánea. Con demasiada frecuencia, dichas imágenes implican una compresión deficiente del acto creador y la acción divina en el mundo y resultan difícilmente conciliables con la cosmovisión científica. Las tres representaciones más nocivas serían, en mi opinión, la identificación de la creación con el Big Bang, un Dios intervencionista que insufla almas en cuerpos y el viaje al más allá de las almas después de la muerte. Incluso si los docentes y los teólogos no pueden aún proporcionar mejores representaciones, deberían evitar muchos de los malentendidos que se derivan de esta situación.

El Big Bang y la creación

Después de algunos siglos en los que la doctrina de la creación y la comprensión científica del universo resultaban enfrentadas, la aparición de la teoría del Big Bang a finales del primer tercio del siglo XX parecía proporcionar un apoyo definitivo a la visión cristiana de un universo finito, con un principio del tiempo. A pesar de las advertencias iniciales del mismo Georges Lemaître para evitar dicha identificación, algunos discursos magisteriales terminaron por caer en la tentación. No sorprende que Stephen Hawking se sintiera especialmente molesto cuando vio en dichos discursos un ataque directo a sus investigaciones.

Sin embargo, la teoría del Big Bang no explica nada sobre la singularidad de la que surge el universo. Se necesita saber más física, particularmente gravedad cuántica, para ir más allá del Big Bang. Pero el riesgo de identificar el acto creativo de Dios con la singularidad del Big Bang durante todos estos años ha resultado enorme. Muchas representaciones cristianas de la creación situán a Dios en el espacio-tiempo, poniendo en marcha la expansión del universo. Pero dichas imágenes olvidan que la creación hace referencia principalmente a una relación fundamental de las criaturas con Dios, que se extiende a lo largo de toda temporalidad. La creación no ha ocurrido en el tiempo. Por ello, las representaciones de la creación deberían buscar otras imágenes como, por ejemplo, la relación de los diferentes elementos de un libro con su autor.

El origen de la vida humana y la creación del alma

En el contexto de la historia natural, muchos cristianos parecen haber hecho las paces con la ciencia a través de un juicio salomónico: admitir la evolución en la medida en que explica el origen del cuerpo humano como procedente de la materia, pero dejando al margen la cuestión del alma. Sin embargo, tal repartición conduce inevitablemente al dualismo, como indica el propio Joseph Ratzinger: “solo a primera vista es una respuesta satisfactoria. Tenemos que continuar la línea de cuestionamiento: ¿Podemos dividir al hombre de esta manera entre teólogos y científicos, el alma para los primeros, el cuerpo para los segundos? ¿No es eso intolerable para ambos? (Creación: la fe en la creación y la teoría de la evolución, p. 38).

Evidentemente, la cuestión de cómo y cuándo se insufla el alma humana en el momento de la concepción se vuelve entonces igualmente problemática. ¿Por qué el Creador no insufla un alma humana en otras configuraciones corporales? La autonomía de la creación preconizada por el Concilio Vaticano II resulta aquí menos fiable. El problema parece tener que ver de nuevo con una concepción defectuosa de la creación, que termina por estropear las representaciones de los creyentes. Es cierto que toda alma espiritual es creada inmediatamente por Dios (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 366), pero si entendemos la creación en el marco de la relacionalidad fundamental de todas las criaturas con Dios, la doctrina sobre la creación directa e inmediata de las almas espirituales subrayará principalmente la relación directa e inmediata de los seres humanos con Dios, en vez de enfangarse en su determinación espacio-temporal.

La muerte y la subsistencia del alma

Las representaciones defectuosas de la creación y el origen del ser humano se extienden igualmente a la subsistencia de las almas sin el cuerpo. Con demasiada frecuencia, en el arte, en la oración o en la predicación religiosa, se ha representado al alma humana migrando al cielo al final de la existencia. Estas representaciones espacio-temporales del paraíso han contribuido durante mucho tiempo a tergiversar la comprensión del estado de las almas separadas. Parece como si la descripción del cielo y del alma finalmente adoptada en el magisterio reciente aún no hubiera producido los efectos deseables para corregir los malentendidos producidos en la enseñanza religiosa. El magisterio contemporáneo evita cuidadosamente la referencia espacio-temporal que suscitaría la imagen del viaje del alma al cielo (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1024, n. 1026). Por el contrario, se habla de un tipo diferente de presencia divina, una inhabitación perfectamente transparente de Dios en las almas.

Si el paraíso es un estado y no un lugar, ¿cómo hacer referencia entonces a la resurrección y al estado de los cuerpos gloriosos? La escatología cristiana considera la transformación de la creación en “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21, 1), de modo que “Dios sea todo para todos” (1Cor 15, 28). Sin embargo, el tiempo concreto y la manera en que se transformarán todas las cosas resultan desconocidos. No obstante, merece la pena recordar, desde un punto de vista puramente científico, que las leyes físicas espacio-temporales pueden evolucionar y que nuevas leyes emergentes pueden aparecer en la evolución futura del cosmos. Específicamente, podría haber tipos de interacciones físicas no necesariamente limitadas por las restricciones de localidad que experimentamos en nuestra temporalidad humana.

Conclusión

El comentario provocador de Benedicto XVI parece alentar, en último término, una nueva comprensión de las relaciones entre la naturaleza y Dios. Aunque la teología cristiana acepta tanto la trascendencia como la inmanencia de Dios en la creación, ha priorizado generalmente el pensamiento desde la trascendencia divina, descuidando la inmanencia con demasiada frecuencia a lo largo de la historia, como lo ilustra la estéril separación entre los órdenes teológicos natural y sobrenatural. Dicha separación cumplió su papel histórico en épocas en que la naturaleza parecía mejor descrita como un orden cerrado en sí, favoreciendo una visión extrínseca de la acción divina. Mas difícilmente lo puede hacer ahora, cuando empezamos a entender la naturaleza como fuente de novedad a la que Dios no puede ser ajeno.

Liberar el concepto de creación y la acción divina de particularizaciones en el espacio y en el tiempo y comprender a Dios como fundamento de la determinación última en la naturaleza y fuente de significado en la evolución del universo, podría ayudar a renovar las representaciones religiosas respetando plenamente los logros científicos. La fe purifica a la razón, ciertamente, pero la fe también puede ser purificada por la razón a través de mejores y más lógicas representaciones: una tarea siempre pendiente para quienes deseen hacer su fe comprensible.

Javier Sánchez-Cañizares

Instituto Cultura y Sociedad y Grupo CRYF. Universidad de Navarra

[1] Este artículo es un resumen de: Sánchez Cañizares, J. (2023). La purificación de las representaciones en el diálogo entre ciencia y fe. Estudios Filosóficos 72(209), 49-65.