[Jaime Tatay] La necesidad de elaborar una “teología empática” capaz de ponerse en el lugar del otro y de salir del “autismo teológico” que caracteriza al mundo académico es la motivación principal que llevó al teólogo franciscano Lluís Oviedo a escribir un ensayo que busca enfrentar, de forma argumentada y razonable, la crisis de credibilidad de la Iglesia católica. La credibilidad de la propuesta cristiana (Sal Terrae-GCL 2022) como reconoce el profesor de la Pontificia Universidad Antonianum de Roma, puede enmarcarse en un género teológico que hoy resulta lejano a oídos de muchos, pero que para el autor resulta de gran relevancia. Se trata de “‘una nueva apologética’ capaz de revindicar la aportación del cristianismo en el contexto social y cultural de hoy” (p. 127). Con este fin, Oviedo adopta una estrategia pragmática, estableciendo una relación circular entre la utilidad de la fe cristiana y su fundamentación.
Una de las fortalezas de la investigación es su estilo ágil, fresco y accesible, así como su sólida fundamentación en una revisión profunda y extensa de las publicaciones académicas sobre religión de los últimos 30 años, especialmente de aquellas áreas de conocimiento que han prestado más atención al hecho religioso: la biología, la antropología, la sociología, la historia, la ética y la sicología. El libro, por tanto, ampliando los instrumentos de análisis habituales, trata de establecer un diálogo entre la teología fundamental y un amplio abanico de acercamientos disciplinares.
El capítulo introductorio y el largo excurso que le sigue plantean algunos condicionamientos y requisitos básicos que hacen hoy creíble la fe, así como su presentación pública: que sea útil, validable empíricamente, compatible con la visión de las ciencias, moralmente aceptable y capaz de generar consensos. Establecidas las “condiciones de posibilidad” del diálogo, Oviedo invita a la teología a prestar atención y transitar algunas “bases sobre las que la teología reivindica su plausibilidad como disciplina académica y para mantener abierto un diálogo fecundo y constructivo entre fe y razón” (p. 60): prestar atención a la dimensión experiencial, estudiar el “proceso” de las creencias, analizar los sistemas que proyectan sentido y plantear de modo nuevo la relación con las ciencias.
Sobre esta base epistemológica se inicia un diálogo sucesivo con diversas tradiciones de pensamiento. En el capítulo segundo, siguiendo una clave histórica, se estudian las consecuencias del proceso de secularización, la pluralidad de estilos de vida y su impacto sobre la credibilidad de la fe cristiana. A continuación, en el tercer capítulo, Oviedo busca datos y argumentos para fundamentar una opción de vida cristiana, entre los que destacan la capacidad de “afrontar” problemas, la constatable mejora de la calidad de vida y la contribución al sentido de la existencia. Estas evidencias, cuantificables y constatables a nivel empírico, construyen su estrategia de fundamentación práctica de la religión como opción personal. Otras evidencias, en clave más sociológica e histórica, se aportan en el cuarto capítulo cuando se discute la función social de la religión en sentido cultural, “vicario”, o mitigado y como proveedora de “capital religioso” (p. 184).
El capítulo quinto aborda otra fecunda línea de argumentación basada en los estudios filosóficos sobre la universalidad de las creencias. Si, como concluyen diversos investigadores contemporáneos, “creer en sentido amplio no es una opción, sino algo inevitable para nosotros los humanos” (p. 198), incluso en ámbitos científicos aparentemente inmunes a la introducción de cuestiones de valor y de creencias, entonces los “creyentes religiosos no estamos ni mucho menos solos ni somos los únicos que debemos confiar en conjuntos de ideas y expectativas cuyo nivel de evidencia es bastante limitado” (p. 198). Por ello, la fe no solo se torna más “plausible”, sino que puede hacer valer creencias que han sido probadas a lo largo del tiempo. En este sentido la fe religiosa no implica una apuesta por la irracionalidad; al contrario, el creyente puede mostrar “la fecundidad intelectual de los temas centrales de la fe cristiana y su capacidad de inspirar y generar una profundización en los aspectos últimos de la realidad” (p. 199). A esta fecundidad se suman, de nuevo, los aspectos prácticos que gusta subrayar Oviedo: su poder terapéutico y su dimensión ética.
El sexto capítulo retoma una cuestión de tipo epistemológico que ha sido trillada en la investigación académica de las últimas décadas y que no podía faltar en un ensayo de estas características: la confrontación entre la racionalidad religiosa y la científica. Entre la extensa bibliografía disponible hoy bajo la categoría “ciencia-religión”, Oviedo entresaca algunos de los temas clásicos y, tras repasar el interesante debate en torno a los modelos de interacción y delimitación territorial de las diversas áreas de conocimiento, propone una “teología que se adapta a la ciencia”. Una teología capaz de “traducir ciertas categorías y expresiones a un lenguaje que sea más comprensible por aquellos que se mueven en una cultura muy distinta de aquella en la que se acuñaron las expresiones dogmáticas” (pp. 253), sin renunciar a la propia metodología y preservando “zonas de misterio”. Toda una tarea pendiente, neo-apologética, que la teología tiene por delante.
Los últimos dos capítulos abordan el debate en torno a la (post)secularización y la espinosa cuestión de los errores históricos de las iglesias. Respecto a la pregunta abierta por el origen, el desarrollo y la deriva del proceso de secularización, Oviedo parte de los estudios clásicos de Berger y Taylor y retoma algunas cuestiones planteadas ya en el capítulo dos para ir poco a poco diseccionando los vectores o factores que condicionan ese complejo proceso histórico. En primer lugar, los externos: el impacto del pensamiento ilustrado, la emergencia del expresivismo cultural, la radicalización religiosa operada por la Reforma, el proceso de “privatización” de lo religioso y su retirada de múltiples ámbitos culturales cada vez más racionalizados y especializados, la creciente seguridad existencial aportada por las políticas de bienestar y la mejora de las instituciones. En definitiva, la desaparición de las “estructuras de plausibilidad” que hacían posible la religión. Y, en segundo lugar, los internos: el riesgo de descuido eclesial en situaciones de monopolio, la secularización interna de las propias instituciones religiosas centradas en funciones educativas y sociales, los procesos particulares de cada región o país, los errores históricos de las iglesias y los escándalos generados por los numerosos casos de abusos. Este último factor, dada su relevancia en la credibilidad de la propuesta cristiana, es tratado de forma monográfica en el último capítulo.
El libro de Oviedo es de recomendada lectura para toda persona dispuesta a pensar en serio la propuesta de fe cristiana en nuestro contexto cultural. Aunque en ocasiones resulta evidente que la articulación del libro es el resultado de unir reflexiones anteriores, el hilo narrativo le confiere una unidad que facilita la lectura. La abundante y actualizada bibliografía con la que dialoga el autor requerirá un esfuerzo extra para quien no esté familiarizado con el tratamiento que las ciencias sociales hacen de la religión, pero constituye sin duda una de las fortalezas del ensayo al ofrecer un excelente punto de partida para quien quiera seguir profundizando en las cuestiones planteadas. La otra gran contribución de este trabajo es la labor de “mapeo” conceptual que ofrece en un territorio donde no resulta fácil moverse. Ese mapa sirve de diagnóstico y de tratamiento, ofreciendo claves para abordar las tareas pendientes que —tanto el ejercicio académico de la teología como la labor pastoral de la Iglesia— tenemos que acometer para hacer más creíble la propuesta cristiana en nuestro tiempo.
Esta recensión ha sido publicado en la revista Razón y fe, donde se puede descargar en formato PDF.