[Por Lluís Oviedo Torró, OFM – Pontificia Universidad Antonianum, Roma]
Esta puede parecer a muchos una pregunta retórica o incluso una cuestión ociosa, pues la teología normalmente aprende de otras fuentes, sobre todo de la Revelación cristiana en sus distintas formas, y de una larga y rica tradición de pensamiento que se extiende hasta tiempos recientes.
Sin embargo, el Papa Francisco, en una audiencia a los miembros de las Universidades Pontificias de Roma, el pasado 25 de Febrero, invitaba a revisar la situación de estas universidades, en un proceso que – textualmente –
“debe verse como un impulso hacia el futuro, como una invitación a aceptar los desafíos de una nueva era en la historia. La vuestra es una herencia muy rica, que puede promover nueva vida, pero que también puede inhibirla, si se vuelve demasiado autorreferencial, si se convierte en una pieza de museo. Si se quiere que tenga un futuro fructífero, su custodia no puede limitarse al mantenimiento de lo recibido: debe estar abierta a desarrollos valientes y, si es necesario, incluso sin precedentes”.[1]
Esta invitación puede ser objeto de muchas conjeturas en torno a qué se puede entender por “estar abierta a desarrollos valientes”, e incluso “sin precedentes”.
Lo que me parece fuera de duda es que el Papa invita a ampliar la esfera de referencias desde las que se hace la teología, un tema en el que ya insistió hace algunos años en la Veritatis gaudium, y que apunta a la necesidad de conectar con otras áreas del saber que en principio son ajenas a la revelación y a la tradición teológica, pero que se vuelven relevantes para nosotros en la medida que afectan a nuestra comprensión de la fe cristiana y de sus efectos en la vida de las personas en un ambiente muy distinto del que marcó su nacimiento y posterior desarrollo.
En general, el interés de la teología por la IA ha sido de tipo ético, es decir, ha animado una reflexión en torno a los problemas, amenazas o dificultades que dichos desarrollos podrían provocar para la comunidad humana. En mi opinión, no deberíamos conformarnos con ese nivel, pues es demasiado limitado. La teología puede aprender mucho más o aprovechar dichos impulsos para profundizar en algunos temas y actualizar su mensaje de salvación.
Sin ir más lejos, hace dos domingos, siguiendo la sugerencia que oí a una predicadora en una iglesia de Oxford, abrí la plataforma ChatGPT y le pedí – en inglés – que me escribiera una homilía sobre el fragmento del evangelio de Mateo de ese domingo. El sistema respondió con rapidez y me ofreció un sermón breve, bien elaborado, sencillo, y teológicamente impecable. Ciertamente no llegaba ni mucho menos al nivel y calidad de las páginas especializadas con las que suelo preparar mis homilías, como por ejemplo, mi favorita, la de Sermon Writer. De todos modos, estamos hablando de recursos electrónicos y de plataformas en Internet que nos asisten en una tarea pastoral que antes contaba con muchas menos ayudas.
La teología no debería tanto preocuparse por qué puede acabar mal, o buscar sólo el lado oscuro de esas nuevas tecnologías; conviene también aquí aplicar lo que Davidson llamaba “una interpretación caritativa”, es decir una que contempla las afirmaciones de los demás, y en general los acontecimientos, con empatía y menos desde la sospecha.
Probablemente la IA ha sufrido de una mala prensa debido a las películas de ciencia ficción – que todos conocemos – en las que dichos sistemas super inteligentes acaban fuera de control y se vuelven malignos, rebelándose contra sus propios creadores y amenazando la supervivencia del género humano. No es ese el único relato posible, y una búsqueda en los motores de Internet y de los índices de revistas especializadas – otro avance de la IA – nos ayudan a descubrir otras dimensiones.
Más allá de la ética de la IA
Cabe afirmar que seguramente, el mejor contexto para una recepción más positiva de dichos desarrollos no es el de la moral, sino el del diálogo entre fe y ciencia, o entre ciencia y teología, un área disciplinar bastante madura y en constante crecimiento que está ayudando a renovar el pensamiento teológico, y a integrar conocimientos importantes que actualizan el legado cristiano y le dan nuevo significado.
¿Qué podemos descubrir en ese ambiente de diálogo e interacción? Además de las cuestiones negativas, como pueden ser las preocupaciones éticas o los riesgos y amenazas, o bien las ansiedades que ha cultivado la ciencia ficción, otros temas de interés son: el replanteamiento del tema de la “imagen de Dios” que caracteriza la creación de los humanos, y que ahora parece poder extenderse más allá de nosotros mismos; la cuestión también antropológica de la dimensión corporal de la persona y su especificidad; los temas vinculados al transhumanismo; y el impacto de la IA en las creencias religiosas, e incluso el carácter mágico que pueden inspirar tales desarrollos; en ese sentido la IA puede ser percibida como una instancia en competencia con las formas religiosas tradicionales[2].
Los estudios publicados tienen todavía un sentido demasiado crítico y negativo respecto de la IA, en clave a menudo de riesgo y de concurrencia con la fe cristiana. Me pregunto si puede añadirse otra clave de lectura.
En mi opinión, otros tres escenarios pueden ser explorados; ante todo conviene asumir una perspectiva realista capaz de discernir entre lo que la IA puede y no puede hacer, o en qué funciones puede sustituir a los humanos, y que otras están – al menos por ahora – fuera de su alcance. Entiendo que debemos reflexionar en tres campos: el primero, la cuestión del desplazamiento que las nuevas tecnologías provocan para la comprensión de la fe y de la salvación que anuncia; el segundo, sus implicaciones a la hora de comprender mejor algunos procesos cognitivos, sobre todo el de creer; y tercero, la cuestión que surge de la interacción entre humanos y dichos sistemas, así como sus efectos.
La IA y la superación de problemas complejos
En primer lugar, parece claro que los sistemas superinteligentes entrañan en algunos casos la promesa de avanzar en la superación de muchos problemas que todavía tenemos que afrontar los humanos; algunos textos lo proponen de forma un tanto fantástica[3]. Dichos avances pueden ser entendidos en dos claves distintas: de oposición o concurrencia, y de colaboración o complementariedad.
En el primer caso, la IA puede ser percibida como un recurso universal capaz de afrontar y resolver la inmensa mayoría de problemas humanos, y por tanto como un esquema de salvación que vuelve prescindibles las religiones y sus ofertas.
En el segundo, la IA viene concebida como un avance importante que ayuda a resolver problemas y a mejorar la calidad de vida de las personas, pero que no vuelve superflua la propuesta cristiana, simplemente la hace más específica.
En definitiva, se trata de distribuir bien los territorios o zonas en las que se vuelve conveniente y efectiva la aplicación de las tecnologías y de la religión, algo que ya se ha dado en el pasado y que ha requerido un rediseño de la función y prestaciones de lo religioso, no su superación.
No creo que la IA implique una sustitución completa de las funciones religiosas, de su capacidad de afrontamiento, y de contribuir a desarrollar lo mejor de nosotros mismos, además de facilitar una experiencia de transcendencia liberadora y gozosa; más bien podría resaltar dichas funciones.
La IA y la capacidad de creer
El segundo campo es el de un mejor conocimiento de nuestras funciones cognitivas y en especial de nuestra capacidad de creer, con aplicaciones directas a la teología. Estudios recientes han mostrado cómo algunos sistemas de IA contribuyen a verificar la validez de argumentos sobre la existencia de Dios[4].
No es sólo eso, dichos sistemas nos ayudan a comprender los procesos de las creencias, que pueden asumir también formas parecidas al análisis de probabilidades o al aprendizaje a partir de patrones que se repiten; la fe cristiana puede servirse también de dichos procedimientos para mostrar la calidad de sus creencias.
Es más, la teología puede recurrir actualmente a los inmensos recursos bibliográficos y de análisis de datos, textos que ponen a disposición los sistemas inteligentes. La idea de nuevo es la de “asistencia”, no suplantación, y ahí la teología y la fe tienen mucho que ganar, sobre todo cuando los nuevos recursos aprovechan para desarrollar mejores argumentos.
La IA y los procesos sociales y humanos
El tercer campo tiene que ver con las interacciones con la IA y los procesos sociales y humanos que facilita. Dispositivos terapéuticos basados en IA están proveyendo calidad de vida a muchas personas, y en general se perciben los beneficios de dichas aplicaciones en diversos campos, lo que contribuye a modelos de mayor sostenibilidad. Pero también, varias aplicaciones alimentan sospechas sobre su capacidad de manipulación y de violar la privacidad.
Tengo la impresión de que un medio tan potente requiere un continuo ejercicio de discernimiento que impida los abusos y aproveche las ventajas, y en ese contexto posiblemente la teología tenga algo que aportar o puede contribuir a dichas decisiones. Al fin y al cabo, la fe cristiana está hoy muy implicada en la capacidad de resiliencia, la búsqueda de sentido y bienestar, o en el cultivo de una vida plena y virtuosa. Parece que dicho esfuerzo puede justificar su participación en procesos que buscan el bien de todos, la sostenibilidad de la vida humana, implicando también a los sistemas inteligentes.
Se trata, claro está, de un retorno al plano ético, pero también de la posibilidad de conjugar los esfuerzos en el campo religioso en favor de la calidad de vida de todos, y los que provienen de sistemas inteligentes avanzados.
Seguramente estamos ante un escenario muy abierto en el que resulta difícil predecir cómo irán las cosas. La presente reflexión es más bien una apuesta en favor de la superación de visiones negativas, y de formas de concurrencia entre nuevas tecnologías y religiones tradicionales, y de progresar en formas de colaboración en las que resalte el nuevo papel y función que asume la fe cristiana en este nuevo contexto.
La condición es que seamos capaces de seguir de cerca dichos avances y sus aplicaciones, con una mentalidad más abierta.
[1] https://www.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2023/february/documents/20230225-univ-pontificieromane.html
[2]Para un repaso extensivo de dicha literatura, puede verse mi reciente artículo: Oviedo, L. (2022), Artificial Intelligence and Theology: Looking for a Positive—But Not Uncritical—Reception. Zygon, 57-4, 938-952. https://doi.org/10.1111/zygo.12832
[3]Tegmark, Max. 2017. Life 3.0: Being Human in the Age of AI. London: Penguin.
[4]Vestrucci, A. (2022), Artificial Intelligence and in God’s Existence: Connecting Philosophy of Religion and Computation. Zygon, 57: 1000-1018. https://doi.org/10.1111/zygo.12829; Benzmüller, C. (2022), Symbolic AI and Gödel’s Ontological Argument. Zygon, 57: 953-962. https://doi.org/10.1111/zygo.12830