[Leandro Sequeiros] Los días 25 y 26 de noviembre de 2022 tuvo lugar dentro del ámbito de la Universidad de Granada el Simposio “Posverdad a debate”, impulsado por la Cátedra Iberoamericana de Filosofía G. W. Leibniz. El Observatorio de la Verdad de la Facultad de Filosofía de Granada (a través del profesor Juan A. Nicolás) es quien organizó este Simposio. Esta reunión interdisciplinar de alto nivel intelectual puede considerarse – según su organizador – “casi el final de un largo proyecto en el que hemos estado implicadas cincuenta personas durante casi dos años, divididos en diez grupos de trabajo. Yo coordinaba el de ‘Educación y Posverdad’, un grupo en el que estaba gente de gran nivel: Ángel Pérez, Silvia Bevilacqua, Tasio Ovejero y Teresa Cabruja”. Sin embargo, el proyecto continúa después de esta fase intentando tender puentes interdisciplinares.
Posverdad (o mentira emotiva) es un neologismo que implica la distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, tal como lo define la Real Academia Española de la Lengua (RAE). Coincide con una percepción de desinformación interesada que, en estos últimos años, parece construir las mimbres de nuestras sociedades occidentales.
En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual) a aquella en la que el debate está enmarcado ya no en apelaciones, sino en las emociones, desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discrepancias en los cuales las réplicas fácticas o hechos, son ignoradas. La posverdad se diferencia de la tradicional disputa y falsificación de la realidad o veracidad, dándole una importancia «secundaria». En resumen, sería la idea según la cual “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.
Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentira (falsedad) o estafa encubiertas con el término políticamente correcto de “posverdad”, expresión que ocultaría la tradicional propaganda política o el uso de las relaciones públicas como instrumento de manipulación. En realidad, la posverdad podría ser interpretada como una elongación de una larga tradición de engaños políticos, manipulaciones mediáticas y propaganda. “No existen hechos, sino interpretaciones de los hechos”, escribió Nietzsche. Y este texto hoy tiene mucha fuerza en muchos ámbitos.
Los que creemos que existen “hechos” y que existen “verdades”, mantenemos también lo que se ha dado en llamar “polimorfismo epistemológico”. Es decir, la aproximación cognoscitiva a la realidad objetiva, a la verdad, la realizamos desde presupuestos metodológicos y axiológicos diferentes. No existe un solo método científico, existen muchos modelos epistemológicos. Lo cual no supone que caigamos en un escepticismo radical. Defendemos que las perspectivas cognoscitivas no son únicas. Pero este intento de llegar a unos saberes comunicables y contrastables suponen unas actitudes éticas que, desgraciadamente, en muchas ocasiones quedan subordinadas a intereses políticos, económicos o de poder que las convierten en posverdades, cuando no en fake news.
El Simposio “Posverdad a debate” (Universidad de Granada)
El Simposio “Posverdad a debate” (25-26 de noviembre de 2022) ha sido una puesta en común de un largo trabajo previo estructurado en 9 grupos de trabajo con marcado signo interdisciplinar dentro del ámbito de la filosofía: Tecnología, Psicología, Comunicación, Economía, Derecho, Politología, Educación, Historia y propiamente la Filosofía. Puede considerarse el final de una primera fase de trabajo, de tipo multidisciplinar. El paso siguiente debería tener un sesgo interdisciplinar, tener puentes para integrar los saberes dispersos en una unidad epistemológicamente superior.
En un denso artículo de opinión (IDEAL de Granada, 15 de noviembre 2022, pág. 23) con el título “Alternativas ante el desafío de la posverdad”, el organizador del Simposio, profesor Juan A. Nicolás, se pregunta: ¿cómo hacer frente al criticado fenómeno de la posverdad? (…) Desde el punto de vista filosófico la pérdida de vigencia eficaz de la verdad exige una (nueva y transformada) concepción de la verdad capaz de hacer frente a la “descapitalización” que ha sufrido este valor.
Para Nicolás, “existe una especie de depósito latente de experiencia de la verdad en virtud del cual hay situaciones en las que de ningún modo estamos dispuestos a renunciar a la exigencia de la verdad”.
Se pueden considerar al menos tres ámbitos que forman parte de ese depósito latente de experiencia básica de la verdad: lo que denomina las situaciones límite (como la muerte), contextos en los que no caben ocultamientos, distorsiones o engaños; el ámbito del trabajo científico, pues este – como diría Popper – intenta la búsqueda desinteresada de la verdad mediante un método de trabajo riguroso; y el tercer ámbito del depósito latente de experiencia básica de la verdad, el que denomina ámbito de la confesión. Y este debe ser explicado: esta se entiende como la declaración y el reconocimiento de una verdad en un contexto libre y voluntario. La confesión, como género literario, como acción religiosa o como declaración jurídica constituye también un ámbito de experiencia de la verdad.
Certeza o aproximación: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ‘la verdad’?
En nuestra sociedad, parece que la cultura dominante mantiene que solo la ciencia da verdades. El viejo lema del Anís del Mono, “Es el mejor, lo dice la ciencia y no se equivoca”, pasa formar parte del imaginario colectivo de la verdad.
Hay muchos científicos que consideran obvio que la ciencia nos proporciona verdades sobre el mundo y se molestan solo con la sugerencia de que podría no ser así. En un sugerente artículo en “El Confidencial”, Certeza o aproximación: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ‘la verdad’? (13/09/2022), el profesor Antonio Diéguez (catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga) afirma que los términos ‘verdad’ y ‘verdadero’ son problemáticos, porque pueden referirse a muchas cosas distintas y porque son interpretados también de diversas maneras. Se habla de la verdad de los hechos, de la verdad de una persona (en el sentido de su autenticidad o de su honestidad), de la verdad de una historia, de una novela, de una obra de arte, de unas opiniones, e incluso los filósofos hablan a veces de la verdad de las cosas o de la “verdad del ser”.
Y prosigue Diéguez: “Aquí interpretaremos el término ‘verdad’ como un predicado se refiere a enunciados o proposiciones, como cuando decimos: el enunciado “La nieve es blanca» es verdadero. Por lo tanto, en la ciencia, la verdad o falsedad será de forma primaria un atributo de los enunciados científicos (por ejemplo, cuando afirmamos que “a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud y sentido contrario” es un enunciado verdadero), aunque de forma derivada puede aplicarse también a las teorías en su globalidad o a los modelos, y así podemos decir que consideramos a la teoría de la relatividad como aproximadamente verdadera o que el modelo Lotka-Volterra del comportamiento de depredadores y presas, siendo estrictamente falso, puede ir aproximándose a la verdad si se van eliminando algunas idealizaciones para acercarlo a los sistemas reales”.
Según Diéguez, el utilizar aquí el adverbio “aproximadamente” es importante, porque nadie pretende que tengamos una verdad definitiva o absoluta sobre nada, ni siquiera en la ciencia. Lo normal es atribuir a nuestros enunciados un cierto grado de aproximación a la verdad o un cierto grado de verosimilitud (un término técnico reivindicado por Karl Popper y sobre el que ha corrido mucha tinta).
Matizaciones sobre la verdad
Si dejamos de lado a los que consideran que la verdad objetiva no existe (posverdad), o que es indefinible, o que es redundante, puesto que no hace más que enfatizar el enunciado del cual se predica, sin añadirle nada a su contenido, encontramos diversas definiciones de verdad que han sido propuestas a lo largo de la historia y que gozan de cierta popularidad.
Un relativista diría que lo verdadero es lo que un determinado individuo, normalmente uno mismo, o una determinada comunidad considera aceptable.
Un coherentista diría que verdadero es aquel enunciado que encaja bien, que es coherente, con el resto de enunciados que aceptamos.
Un pragmatista diría que lo verdadero es aquello que alcanzamos cuando logramos un estado ideal de conocimiento, como, por ejemplo, cuando alcancemos el final de la ciencia (si es que se llegara a él alguna vez), o cuando establezcamos una comunidad ideal de diálogo, capaz de manejar toda la información de forma no sesgada, o cuando estemos en situación de justificar con plenas garantías epistémicas todo lo que sostengamos.
Pero la definición que sigue siendo más popular es la definición clásica, que es la que aceptan los filósofos llamados ‘realistas’. Según esta definición, la verdad consiste en la correspondencia de nuestros enunciados con la realidad. Esta definición no solo recoge el sentido que solemos darle a la verdad en la vida diaria, sino que es la que ha centrado el debate en filosofía de la ciencia, ya sea para asumir que cumple una función importante a la hora de entender el progreso científico o para rechazar tal cosa.
Pretensiones modestas
Hay personas, incluyendo muchos científicos, que consideran obvio que la ciencia nos proporciona verdades sobre el mundo y se molestan solo con la sugerencia de que podría no ser así, como si eso fuera denigrante para la ciencia.
Al fin y al cabo, la ciencia ofrece conocimiento y el conocimiento es una creencia verdadera con justificación. Sin embargo, no es infrecuente escuchar a científicos que dicen que a ellos eso de la verdad les parece muy abstruso y que sus pretensiones son mucho más modestas. Les basta con encontrar alguna respuesta aceptable para los problemas que se les plantean. Les basta también con elaborar hipótesis o modelos que permitan encajar los hechos conocidos e, incluso, si todo va bien, predecir algunos nuevos, pero sin que eso le lleve a comprometerse con la verdad de esas hipótesis más allá de esos hechos.
Complejidad del concepto de “teoría”
Para complicar más el asunto, hay personas que confunden lo que es una teoría científica con el sentido que damos a la palabra ‘teoría’ en muchos contextos cotidianos y que la hace casi sinónima de suposición que se elabora sin demasiado fundamento o incluso sin evidencia alguna, y, que, por lo tanto, es probablemente falsa (e.g. “tengo la teoría de que Trump es extraterrestre”).
En la ciencia, sin embargo, su significado es el contrario. Designa un conjunto de enunciados (o de modelos), algunas veces en forma de leyes, que cuentan con un sólido respaldo en la evidencia empírica, aunque, como todo en la ciencia, puede ser revisable en función de nuevas evidencias que se vayan encontrando. Este es el caso, por cierto, de la teoría de la evolución tanto como lo es de la teoría cuántica.
Ciencia y verdad
La cuestión que entonces plantea Diéguez es: ¿busca la ciencia la verdad? Pues depende. No es una pregunta fácil. Unas veces sí la busca y otras veces no, pero lo interesante es averiguar cuándo y por qué lo hace o no lo hace. Creo que es difícil negar que la verdad juega un papel importante en al menos dos de los objetivos que suelen señalarse a la ciencia: la predicción y la explicación de los fenómenos.
Si una predicción no es verdadera, no la consideramos como aceptable científicamente (de hecho, la podemos utilizar en contra de la teoría de partida) y si consideramos que una explicación no es verdadera, no nos la creemos y solo podemos asumirla como un esbozo de explicación o como una explicación tentativa, pero no como una explicación genuina. En cierto sentido podemos decir que el modelo ptolemaico explicaba el movimiento de retrogradación de los planetas, pero hoy sabemos que esa explicación mediante epiciclos era falsa. Por eso sería más apropiado decir que el modelo ptolemaico trató de explicar el movimiento de retrogradación, pero no consiguió una explicación genuina.
Tecnología y posverdad
Más complejas son las cosas si tomamos en cuenta otros fines de la ciencia, como la comprensión del funcionamiento del mundo o su control tecnológico y práctico. Podemos obtener una buena comprensión de los fenómenos mediante modelos que, debido a su grado de abstracción o idealización, son falsos hablando en sentido estricto (como la ley Boyle-Mariotte sobre los gases, por ejemplo, o la ley del péndulo de Galileo). Asimismo, podemos obtener un alto grado de control sobre los fenómenos (aunque habría que ver cuánto) con hipótesis, modelos o teorías que no consideramos ahora o en su momento como verdaderos. Podría responderse que estos modelos idealizados no son estrictamente falsos, sino aproximadamente verdaderos. Por ejemplo, buena parte de la ingeniería actual se basa en leyes y modelos de la mecánica newtoniana que podríamos considerar como aproximadamente verdaderos en ciertas condiciones.
Y lo mismo valdría para la ley del péndulo de Galileo o de la ley de los gases ideales. Son verdaderas acerca de sistemas ideales que no existen en la realidad, pero son lo suficientemente parecidos a los sistemas reales que nos encontramos habitualmente. Sin embargo, no siempre es así. Hay modelos que solo forzando mucho las cosas podrían considerarse como verdades aproximadas. Así, el modelo ptolemaico fue una buena herramienta para la navegación durante siglos, sin embargo, los epiciclos que postulaba no existen. Además, en ocasiones se aceptan modelos incompatibles para entender ciertos fenómenos y no pueden ser simultáneamente verdaderos.
En mi opinión, -concluye Diéguez- tenía razón el filósofo Larry Laudan, recientemente fallecido, en que el éxito práctico de una teoría no implica su verdad ni la verdad implica necesariamente éxito práctico. No obstante, pese a ello, o precisamente por ello, el realista sostiene algo más modesto. El realista cree que en las ciencias maduras un éxito predictivo y práctico prolongado en el tiempo y aplicado a fenómenos de ámbitos diversos es una buena razón para suponer que la teoría o las hipótesis que lo generan son aproximadamente verdaderas.
En todo caso, cuando el realista sostiene que nuestras mejores teorías científicas actuales son aproximadamente verdaderas y que eso explica en muchos casos su enorme éxito predictivo, explicativo y práctico, no se compromete con la verdad de todos los componentes de una teoría, sino solo con los aspectos que se consideran responsables realmente del éxito de la misma y que presentan una cierta continuidad a lo largo del tiempo. El realista, por ejemplo, puede aceptar la verdad aproximada del electromagnetismo de Maxwell sin comprometerse, como es lógico desde nuestra perspectiva, con la existencia del éter electromagnético que Maxwell utilizó para articular su teoría.
Hemos de aceptar, por otro lado, que, si bien la verdad es un valor epistémico fundamental para la ciencia, no es el único valor epistémico que busca realizar. La idea de que el único valor epistémico que busca la ciencia es la verdad se conoce como veritismo, y no todo realista es un veritista. En la ciencia pueden aceptarse (y aceptar no es creer) modelos que, a pesar de su reconocida falsedad, o a pesar de no poder establecerse su verdad aproximada, son útiles para hacer predicciones, para facilitar los cálculos o para comprender ciertos fenómenos (y en esto tiene razón el instrumentalista).
Es importante tener en cuenta que lo que el realista pretende al defender la centralidad de la verdad es dar una buena explicación del éxito predictivo y práctico de la ciencia. No es una tesis sobre la psicología o las motivaciones de los científicos particulares. A la gran mayoría de los científicos podría traerles sin cuidado en su trabajo cotidiano eso de “buscar la verdad”, podrían estar interesados únicamente en “hacer que las cosas funcionen lo mejor posible por el momento”, y aun así la tesis realista podría seguir siendo correcta. Además, no debe confundirse tampoco la verdad con la certeza. En la ciencia pueden lograrse muchas verdades aproximadas, pero no tantas certezas como se cree. En ella es frecuente tener que bregar con la incertidumbre, cosa que no sucede en las pseudociencias ni en la charlatanería, según parece.
Leandro Sequeiros. Presidente de ASINJA (Asociación Interdisciplinar José de Acosta) y colaborador de la Cátedra Hana y Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión