El 8 de julio de 2021 el pensador Edgar Morin cumple cien años de edad. En efecto, Morin nació en París el 8 julio de 1921. Y por ello es un momento para recuperar su legado. Según los datos de Wikipedia, Edgar Morin (de nacimiento Edgar Nahum), es un filósofo y sociólogo de nacionalidad francesa que ha tenido mucho influencia en muchos campos interdisciplinares. A partir de la década de 1950 ocupó un lugar destacado en la sociología francesa.
Sus padres eran judíos sefarditas procedentes de Salónica, pero de ascendencia italiana lejana. Hijo único, pierde a su madre a los diez años; su padre era comerciante. Con una infancia caracterizada por la enfermedad, Morin es un entusiasta de la lectura y aficionado al estudio, a la aviación y al ciclismo. Comenzó su labor filosófica con la lectura de los diversos autores de la época de la Ilustración del siglo XVIII.
En 1936, durante la guerra civil española, su primer acto político fue unirse a una organización libertaria, «Solidaridad internacional antifascista», para preparar el envío de suministros para el bando republicano. En 1938, se unió a las filas del Partido Frontista, una pequeña formación de izquierda pacifista y antifascista.
En 1942, Morin obtuvo una licencia en historia y geografía y una segunda licenciatura en derecho. En el mismo año, se unió a la Resistencia dentro de las «fuerzas unidas de la juventud patriótica». Más tarde se unió al movimiento de Michel Cailliau, el MRPGD (Movimiento de resistencia para prisioneros de guerra y deportados).
En el año 1943, fue nombrado comandante de las fuerzas combatientes francesas en la Resistencia y homologado como teniente. Su movimiento se fusionó con el de François Mitterrand y se convirtió en el MNPGD (Movimiento nacional de prisioneros de guerra y deportados).
Es en esa época cuando adopta el seudónimo de Morin (la anécdota – confirmada por el propio Edgar Morin durante un programa de radio – consiste en que, durante una reunión de combatientes de la resistencia en Toulouse, el joven Edgar Nahoum se presentó bajo el nombre de Edgar Manin, en referencia al personaje de André Malraux en «La condición humana» (1933); pero un compañero suyo entendió «Morin» y no intentó corregirle).
Participó en la liberación de París (agosto de 1944) y se incorporó al ejército francés. Se casó con Violette Chapellaubeau y se fue a vivir con ella a Landau in der Pfalz, en calidad de teniente del Ejército Francés de Ocupación en Alemania en 1945. Al año siguiente regresa a la capital francesa para darse de baja en su carrera militar y proseguir con sus actividades políticas.
Escribe su primer libro, “Año cero de Alemania”, en el cual narra un cuadro de la Alemania destruida de 1945-1946. Maurice Thorez lo invita a escribir en el semanario «Cartas francesas». Miembro del Partido Comunista Francés desde 1941, se alejó de él en 1949 y fue expulsado en 1952 debido a un artículo publicado en France Observateur. En ese mismo año fue admitido en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), previa recomendación de algunos intelectuales como Maurice Merleau-Ponty, Vladimir Jankélévitch y Pierre George. Formó parte del Centro para Estudios Sociológicos dirigido por Georges Friedmann. Edgar Morin está también en el origen de varias revistas sociológicas: Arguments (1956-1962), la Revue française de sociologie (1960) y Communications .
Al integrarse al CNRS, Morin se inicia en el campo de la temática social en el terreno de la cinematografía, aproximándose al surrealismo, aunque todavía no abandona el socialismo, del cual comparte ideas con Franco Fortini y Roberto Guiducci, así como de Herbert Marcuse y otros filósofos. Funda y dirige la revista Arguments (1956–1962) al tiempo que vive una crisis personal. En 1955, fue uno de los cuatro líderes del Comité contra la Guerra de Argelia (1954–1962).
Al iniciar ladécada de 1960, Morin inicia trabajos y visitas a Latinoamérica y queda impresionado por su cultura. Posteriormente empieza a elaborar un pensamiento que haga complementar el desarrollo del sujeto. Ya en Poulhan, y en compañía de sus colaboradores, desarrolla una investigación de carácter experimental que culmina con la tesis de la transdisciplinariedad,que le genera conflictos con otros académicos.
Durante la revuelta estudiantil del mayo francés (1968), escribe artículos para Le Monde, en los que descifra el significado y sentido de ese suceso. Con el surgimiento de la revolución biogenética, estudia el pensamiento de las tres teorías que llevan a la organización de sus nuevas ideas (la cibernética, la teoría de sistemas y la teoría de la información). También se complementa en la teoría de la autorganización de Heinz von Förster. Para 1977, elabora el concepto del conocimiento pertinente o enciclopedante, del cual liga los conocimientos dispersos, proponiendo la epistemología de la complejidad.
En 1983, Edgar Morin fue condecorado con la orden de la Legión de Honor y a mediados de la década de 1980, ya vislumbra los cambios en el régimen soviético de Mijaíl Gorbachov. En 1994 le fue concedido el Premio Internacional Cataluña por la Generalidad de Cataluña.
Morin y el pensamiento complejo
Edgar Morin ve el mundo como un todo indisociable, donde el espíritu individual de los individuos posee conocimientos que son ambiguos, desordenados, que necesitan de acciones retroalimentadoras y proponen un abordaje que se da de manera multidisciplinaria y multirreferenciada para lograr la construcción del pensamiento. El cual, se desarrolla con un análisis profundo de diversos elementos que componen a la certeza.
Estos elementos, son los que se basan en la complejidad que se caracterizan por tener muchas partes que forman un conjunto intrincado y por lo tanto, son sumamente difíciles de conocer.
En los últimos tiempos se está extendiendo el uso del término Ciencias de la Complejidad para referirse a todas las disciplinas que hacen uso del enfoque de sistemas. El ordenador es la herramienta fundamental de las ciencias de la complejidad debido a su capacidad para modelar y simular sistemas complejos.
Con posterioridad y en un análisis más profundo, la complejidad también se presenta con trazos inquietantes de confusión, desorientación, desorden, ambigüedad, incertidumbre, y de ahí la necesidad para poder hacer un mejor manejo del conocimiento.
Morin manifiesta que la innovación presupone una cierta desorganización y relajamiento de tensiones estrechamente vinculados con la acción de un principio reorganizado.
Se opone al aislamiento de los objetos del conocimiento, los restituye a su contexto, los reinserta en la globalidad a la que pertenecen.
Esta introducción nos permite acceder y comprender mejor este artículo.
Edgar Morin: del universo complejo a la realidad velada
Una reflexión sobre la complejidad y el difícil acceso a la realidad publicado en Tendencias21 (19 de mayo 2007) ayuda a comprender algunos de los aspectos de su concepción del mundo. Los sociólogos coinciden en afirmar que los inicios del siglo XXI están haciendo añicos todas las simplificaciones, todas las “simplezas”, y frente a este hecho indiscutible, nada pueden los fundamentalismos.
Sin embargo, lograr la mayor simplificación posible para mejor comprender y controlar la realidad, fue desde el siglo XVII –y más concretamente desde Descartes– un objetivo prioritario de la Ciencia. El Discurso del Método del filósofo francés estableció un programa que se ha intentado llevar rigurosamente a cabo. “Con notable éxito”, suele añadirse… aunque motivos no faltan para poner en duda el comentario.
Recordemos los párrafos centrales: “…[se debe] dividir cada una de las dificultades que se examinan en tantas partes como sea posible, a fin de resolverlas mejor. Conducir ordenadamente el pensamiento, empezando siempre por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender luego, paso a paso, gradualmente, hasta el conocimiento de los objetos compuestos. Hacer siempre recuentos tan completos y revisiones tan generales que se llegue a estar seguro de que nada se ha omitido…”
Esas largas cadenas de razonamientos simples y fáciles, de que suelen servirse los geómetras para llevar a buen término sus más dificultosas demostraciones, conducen a suponer que todas las cosas que pueden ser objeto de conocimiento humano se siguen de la misma manera, y que, con tal de abstenerse de dar por verdadera ninguna que no lo sea y de respetar siempre el orden necesario para poder deducir las unas de las otras, no puede haber cosa alguna tan remota que no se pueda llegar a ella, ni tan escondida que no pueda ser descubierta.
Procediendo tal como recomienda Descartes, se han alcanzado, qué duda cabe, resultados espectaculares: los análisis químicos han permitido conocer la composición exacta de las sustancias compuestas, con el resultado de un gran desarrollo de la industria química y farmacológica; la desintegración controlada de los núcleos atómicos en sus partículas constitutivas ha hecho posible disponer de la energía contenida en la materia; el descubrimiento de que esas partículas no son exactamente “elementales” y que a su escala no rigen los mismos supuestos que a la escala macroscópica ha dado nacimiento a la segunda gran rama de la física, la cuántica (si bien justamente ahí al cartesianismo se le han presentado serios problemas).
La ciencia como análisis de componentes
Entre tanto, la vida era también objeto del asalto analítico: plantas y animales han sido diseccionados, individuos han sido aislados de su entorno para estudiar sus modificaciones –o provocarlas– y poder utilizarlos mejor como piezas de la cadena productiva; los factores moleculares esenciales de la transmisión genética, el ADN y el ARN, han sido identificados y manipulados.
Todo ello ha permitido desarrollar, a una escala antes inimaginable, la industrialización agropecuaria. Una metodología estrictamente analítica es, pues, lo que ha posibilitado el despliegue explosivo de la civilización tecno-industrial, y el que un número de seres humanos que supera ya los seis mil millones pueda, bien que mal, alimentarse… y seguir aumentando.
La mente misma, junto con sus instrumentos internos, ha sido analizada también, siguiendo el método cartesiano. Se ha considerado la cognición como una mera composición de sensaciones puntuales, el psiquismo como el epifenómeno resultante de la integración de multitud de pulsiones eléctricas generadas en las neuronas, el discurso –base de la comunicación y del pensamiento verbalizado– como una combinación, más o menos enrevesada, de elementos sintácticos asociados a signos convencionales.
En todos los ámbitos, las aproximaciones sintéticas eran tenidas por sospechosas de encubrir peligrosos intuicionismos e irracionalismos, ya que “racionalidad” y “capacidad de análisis” habían llegado a ser sinónimos.
En lo que se refiere a las síntesis a posteriori, a la posibilidad de recomponer lo previamente deconstruido, ciertamente se valoraban (¡ahí es nada, re-crear el mundo una vez que se ha entendido!), pero surgía un problema y es que muy pocas cosas podían ser verdaderamente reconstruidas, ni siquiera a nivel cognitivo, después de haberlas desintegrado.
“Algo” (¿la vida, el sentido…?) se perdía inevitablemente en el proceso de análisis. Llama, por cierto, la atención la notoria dificultad que encontramos en el especializado mundo de la biología, en dar con una definición satisfactoria de “vida”.
El programa cartesiano exigía, para su puesta en práctica, el descrédito y la marginalización de las voces discordantes. Voces que hablaban de desconexión, de insensibilidad, de cierre de las vías cognitivas no analíticas…
El cambio de paradigma: Edgar Morin y el pensamiento ecologizado
En un texto inédito del mismo Morin (publicado en Gazeta de Antropología, 1996 número 12 artículo 1) titulado “El pensamiento ecologizado”, afirma que “Lo esencial de la consciencia ecológica reside en la reintegración de nuestro medio ambiente en nuestra consciencia antroposocial y en la complejización de la idea de naturaleza a través de las ideas de ecosistema y de biosfera. Al ocuparse de ecosistemas formados por constituyentes físicos, biológicos y sociales dependientes, cada uno, de disciplinas especializadas, la ecología constituye «una ciencia de nuevo tipo» que, contrariamente al dogma de la hiperespecialización que ha regido el desarrollo de las disciplinas científicas, exige un saber global competente en diferentes dominios. El pensamiento ecologizado posee un «aspecto paradigmático», pues rompe con el paradigma de simplificación y disyunción y requiere un paradigma complejo de la auto-eco-organización”.
Este texto que aquí presentamos fue recopilado en:E. Morin, G. Bocchi y M. Ceruti, Un nouveau commencement, París, Seuil,1991: 179-193. Publicado por primera vez en Le Monde diplomatique, octubre 1989. Resumen y traducción de José Luis Solana Ruiz, Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política de la Universidad de Granada. Agradecemos a Edgar Morin su amable autorización para traducir y publicar el texto.
Para Morin, “En el ámbito de la antropología, este paradigma rehúye la concepción «extra-viviente» del ser humano y define a éste por su inserción (somos íntegramente seres bio-físicos) a la vez que por su distinción (distanciamiento bio-socio-cultural a través del proceso evolutivo) con respecto a la naturaleza. En virtud del principio auto-eco-organizacional complejo, no se puede separar un ser autónomo (autos) de su hábitat bio-físico (oikos), a la par que oikos está en el interior de autos sin que por esto autos cese de ser autónomo. La auto-eco-organización propia de los seres vivos significa que la organización físico-cósmica del mundo exterior está inscrita en el interior de nuestra propia organización viviente”. Finalmente, Morin insiste sobre la dimensión planetaria de los principales problemas
La conciencia ecológica
En primer lugar, Morin repasa los hitos más sobresalientes de la hisotira de la ecología y la emergencia de una conciencia ecológica.
Para Morin, “Durante los años 1969-1972, la conciencia ecológica suscita una profecía de tonos apocalípticos. Anuncia que el crecimiento industrial conduce a un desastre irreversible, no solamente para el conjunto del medio natural, sino también para la humanidad. Es necesario considerar como histórico el año 1972, el del informe Meadows encargado por el Club de Roma y que sitúa el problema en su dimensión planetaria. Es verdad que sus métodos de cálculo fueron simplistas, pero el objetivo del informe Meadows constituía un primer esfuerzo por considerar en conjunto el devenir humano y el biológico a escala planetaria. Del mismo modo, los primeros mapas establecidos en la Edad Media por los navegantes árabes comportaban enormes errores en la situación y la dimensión de los continentes, pero constituían el primer esfuerzo para concebir el mundo”.
Y concluye: “Desde nuestro punto de vista ahora, con la distancia, podemos ver mejor lo que había de secundario y de esencial en la toma de conciencia ecológica. Lo que era secundario, y que algunos tomaron por lo principal, era la alerta energética. Muchos espíritus de la primera ola ecológica creyeron que los recursos energéticos del globo se iban a dilapidar muy rápidamente. De hecho, las potencialidades ilimitadas de energía nuclear y de energía solar indican que la amenaza fundamental no es la penuria energética. El segundo error fue creer que la naturaleza requería una especie de equilibrio ideal estático que era necesario respetar o restablecer. Se ignoraba que los ecosistemas y la biosfera tienen una historia, hecha de rupturas de equilibrios y de reequilibraciones, de desorganizaciones y de reorganizaciones”.
La Madre Naturaleza es al mismo tiempo una Madrastra
Para Morin, “Podemos preguntarnos si los ecosistemas no son una especie de computers, ordenadores salvajes que se crean espontáneamente a partir de las inter-computaciones entre los vivientes, los cuales (bacterias, animales) son todos seres cuya organización comporta siempre una dimensión computante y su actividad una dimensión cognitiva. Incluso las plantas poseen estrategias; algunas, por ejemplo, se esfuerzan en luchar unas contra otras por el espacio y la luz; así, los rábanos secretan unas sustancias nocivas para alejar a las otras plantas de su vecindad; los árboles se empujan en los bosques para buscar el sol; las flores disponen de estrategias para atraer a los insectos libadores (…) De todos modos, las nociones de ecosistema y de biosfera son extremadamente ricas y complejas e introducen sus riquezas y sus complejidades en la idea, hasta ahora solamente romántica, de Naturaleza (….).
Estamos, pues, en presencia de una ciencia de nuevo tipo, sustentada sobre un sistema complejo, que apela a la vez a las interacciones particulares y al conjunto global, que, además, resucita el diálogo y la confrontación entre los hombres y la naturaleza, y permite las intervenciones mutuamente provechosas para unos y otra”.
El pensamiento ecologizado
Edgar Morin profundiza más en esta materia: “Examinemos ahora el aspecto paradigmático del pensamiento ecologizado. Doy al término «paradigma» el siguiente sentido: la relación lógica entre los conceptos maestros que gobiernan todas las teorías y discursos que dependen de él. Así, el gran paradigma que ha regido la cultura occidental durante los siglos XVII al XX desune el sujeto y el objeto, el primero remitido a la filosofía, el segundo a la ciencia, y, en el marco de este paradigma, todo lo que es espíritu y libertad depende de la filosofía, todo lo que es material y determinista depende de la ciencia. Es en este mismo marco donde se produce la disyunción entre la noción de autonomía y la de dependencia. La autonomía carece de toda validez en el marco del determinismo científico y, en el marco filosófico, expulsa la idea de dependencia. Ahora bien, el pensamiento ecologizado debe necesariamente romper este paradigma y referirse a un paradigma complejo en el que la autonomía de lo viviente, concebido como ser auto-eco-organizador, es inseparable de su dependencia”.
Y concluye este capítulo: “He aquí, pues, un principio fundamental del pensamiento ecologizado: no sólo no se puede separar un ser autónomo (Autos) de su hábitat cosmofísico y biológico (Oikos), sino que también es necesario pensar que Oikos está en Autos sin que por ello Autos deje de ser autónomo y, en lo que concierne al hombre, éste es relativamente extranjero en un mundo que, no obstante, es el suyo. En efecto, somos íntegramente hijos del cosmos. Pero, por la evolución, por el desarrollo particular de nuestro cerebro, por el lenguaje, por la cultura, por la sociedad, hemos llegado a ser extraños al cosmos, nos hemos distanciado de este cosmos y nos hemos marginado de él”.
La reforma paradigmática
Según Morin, “De algún modo, estamos gobernados por un paradigma que nos constriñe a una visión separada de las cosas; estamos habituados a pensar al individuo separado de su entorno y de su habitus, estamos habituados a encerrar las cosas en sí mismas como si no tuviesen un entorno. El método experimental ha contribuido a desecologizar las cosas. Extrae un cuerpo de su entorno natural, lo coloca en un entorno artificial que es controlado por el experimentador, lo que le permite someter este cuerpo a pruebas que determinen sus reacciones bajo diversas condiciones. Pero hemos adquirido el hábito de creer que el único conocimiento fiable era aquel que surgía en los entornos artificiales (experimentales), mientras que lo que ocurría en los entornos naturales no era interesante porque no se podían aislar las variables y los factores. Ahora bien, el método experimental se ha revelado estéril o perverso cuando se ha querido conocer a un animal por su comportamiento en laboratorio y no en su medio natural con sus congéneres”.
Y concluye: “Lo que hay que cambiar ahora es el principio fundamental de nuestro pensamiento. De un lado, la presión de complejidad de los acontecimientos, la urgencia y la amplitud del problema ecológico nos impelen a cambiar nuestros pensamientos, pero es necesario también que por nuestra parte haya un impulso interior que apunte a modificar los principios mismos de nuestro pensamiento”.
La convergencia planetaria
Sigue el hilo de su discurso: “Llegamos aquí al problema planetario. El aspecto meta-nacional y planetario del problema ecológico apareció desde los años 1969-1972. La amenaza ecológica ignora las fronteras nacionales. La contaminación química del Rin afecta a Suiza, Francia, Alemania, los Países Bajos, los rivereños del mar del Norte. Hemos visto la extrema insolencia de la nube de Chernóbil: no sólo no respetó los estados nacionales, las fronteras francesas, la Europa del Oeste, sino que incluso desbordó nuestro continente. El problema Chernóbil, en su naturaleza planetaria, se junta con el problema del aumento del CO2 en la atmósfera, del agujero de ozono sobre la Antártida”.
Y concluye que “Los problemas fundamentales son planetarios, y una amenaza de orden planetario planea ya sobre la humanidad. Debemos pensar en términos planetarios no solamente con respecto a los males que nos amenazan, sino también con respecto a los tesoros ecológicos, biológicos y culturales que hay que salvaguardar: la selva amazónica es un tesoro biológico de la humanidad que hay que preservar, como, en otro plano, hay que preservar la diversidad animal y vegetal, y como hay que preservar la diversidad cultural, fruto de experiencias multimilenarias que, lo sabemos hoy, es inseparable de la diversidad ecológica. Más rápidamente y más intensamente que todas las otras tomas de conciencia que son contemporáneas, las tomas de conciencia ecológicas nos obligan a no abstraer nada del horizonte global, a pensarlo todo en la perspectiva planetaria”.
Edgar Morin y la teoría de Gaia
En este artículo, Morin dedica un homenaje a las ideas de James Lovelock y Gaia: “La humanidad está en la biosfera, de la que forma parte. La biosfera está en derredor del planeta Tierra, del que forma parte. Hace pocos años, James Lovelock propuso la hipótesis Gaia: la Tierra y la biosfera constituyen un conjunto regulador que lucha y resiste por sí mismo contra los excesos que amenazan con degradarlo. Esta idea puede pasar por la versión eufórica del ecologismo, con respecto a la versión pesimista del Club de Roma. Así, por ejemplo, Lovelock piensa que Gaia dispone de regulaciones naturales contra el aumento del dióxido de carbono en la atmósfera y que encontrará por sí misma medios naturales para luchar contra los agujeros de ozono aparecidos en los polos. Sin embargo, ningún sistema, ni siquiera el mejor regulado, es inmortal, y un organismo autorreparador y autorregenerador muere si un veneno lo toca en su punto débil. Es el problema del talón de Aquiles. También la biosfera, ser vivo, aun si no es tan frágil como podríamos creer, puede ser herida de muerte por el ser humano”.
Y prosigue: “La idea Gaia re-personaliza la Tierra. Y esto es tanto más interesante cuanto que, desde hace veinte años, es todo el planeta Tierra el que aparece como un ser vivo, no en el sentido biológico, con un ADN, un ARN, etc., sino en el sentido autoorganizador y autorregulador de un ser que tiene su historia, es decir que se forma y se transforma manteniendo su identidad. Las ciencias de la Tierra confluyeron en los años 60 en una concepción sistémica de la unidad compleja del planeta Tierra. Estas múltiples ciencias (climatología, meteorología, vulcanología, sismología, geología, etc.) no se comunicaban unas con otras. Ahora bien, las exploraciones de la tectónica de placas submarinas resucitaron la idea de deriva de los continentes que había lanzado Wegener a principios de siglo y revelaron que el conjunto de la Tierra constituía un sistema complejo animado por movimientos y transformaciones múltiples. Así, hay un sistema organizado llamado «Tierra», hay una biosfera que tiene su autorregulación y su autoorganización. Podemos asociar la Tierra física y la Tierra biológica y considerar, en su complejidad misma, la unidad de nuestro planeta”.
Edgar Morin: sistema frente a reduccionismo
Edgar Morin – del que celebramos que cumpla cien años – es una exitosa voz discordante, y es sin duda uno de los pensadores vivos más importantes. Su insistencia en proclamarse ateo refleja un rechazo claro del teísmo, de la creencia en un Dios personal, pero no logra disipar en el lector la impresión de que sus propuestas favorecen grandemente el reencantamiento de la Naturaleza, la “panteización” del Mundo.
La teoría de Sistemas (von Bertalanffy, 1901-1972) fue, para Edgar Morin, un punto de partida, y la conocida frase de Aristóteles “El todo es más que la suma de las partes”, una clave esencial. Él constata, en efecto, como von Bertalanffy, que “entidades (de un cierto orden) integran entidades (de órdenes superiores)”.
Sólo que para él hay más… La complejidad no es sólo la forma anidada en que se estructura el mundo, forma que la concepción sistémica percibía ya con claridad. La Realidad Compleja, que se identifica con la realidad toda, cuenta además con otros rasgos característicos. Entre ellos los siguientes:
- Toda entidad real –y, por eso mismo, compleja– es abierta, en el sentido de estar relacional y energéticamente integrada en un medio constituido por una intrincada red de otras entidades de su mismo nivel y de otros niveles, con el que establece un intercambio energético-entrópico e informacional permanente.
- Al mismo tiempo, toda entidad es también cerrada, en el sentido de contar con una frontera o límite que define su campo espacial de existencia. No obstante, ningún límite es absoluto ni definitivo, aunque sí puede ser estable durante largo tiempo.
- No es la linealidad sino la circularidad (o mejor, la recursividad) lo que suministra la clave de la Naturaleza. Con gran frecuencia las dinámicas circulares no son “viciosas” (vuelven estérilmente al punto de partida) sino que son “virtuosas”, creativas.
- Toda entidad real y por tanto compleja despliega, en alguna medida, “apariencia de finalidad”, al menos en lo que a su automantenimiento se refiere. La teleonomía no es exclusiva de la vida orgánica, aunque sí se despliega en ella con expresividad máxima. La autoorganización, basada principalmente en dinámicas recursivas, en feedbacks, es un fenómeno universal que, por lo demás, se asocia necesariamente a la eco-organización (ver punto 1).
- Algo parecido a una “autoidentidad” rudimentaria parece vislumbrarse en las entidades naturales, a causa de su auto-eco-organización. Aunque parezca un tanto excesivo hablar de conciencia tratándose de entidades no vivas, lo cierto es que un modelo basado en el cierre autoorganizativo más la apertura informacional proporciona una base para que la misma pueda teóricamente esbozarse a un nivel muy elemental, incluso muy atrás (o muy abajo) en la “Gran Cadena de la Realidad Compleja”, inextricablemente solidaria, por otra parte, en tanto que red con nudos entitativos múltiples.
- Las propiedades emergentes de las entidades que surgen en los niveles de integración superiores, que postula el sistemismo, son admitidas también por el enfoque de la complejidad, pero se tiene en cuenta que el “yo” también forma parte de la Red de la Realidad compleja, y que en las propiedades y cualidades de todo también él se encuentra, de algún modo, implicado. La “realidad-en-sí” está ciertamente ahí, pero un Mundo sensible e inteligible sólo nace de la interacción entre dicha realidad y el sujeto, sólo nace en la interfacies de ambos, por lo que todo descubrimiento (por ejemplo, de propiedades emergentes) tiene algo de creación, y viceversa. No es de extrañar que los dibujos de Escher sean los iconos predilectos de Edgar Morin.
- La naturaleza intrínsecamente compleja de la Realidad no desemboca “hacia abajo” en un nivel básico simple. La complejidad existe en y desde la misma base, afirma con rotundidad Edgar Morin. Pero desde el momento en que la complejidad se define como “la imposibilidad de descomponer algo en partes absolutamente simples aplicando un algoritmo, aunque sea ilimitadamente largo”, cabe concluir que no existe, según Morin, ningún zócalo físico verdaderamente elemental al que todo puede ser reducido. La Naturaleza se da en niveles múltiples, todos de la misma categoría ontológica, que son revelados por la conciencia (la cual es, a su vez, producto de esa misma Naturaleza que ella contribuye a dar forma).
Conclusión: Edgar Morin: mirar la naturaleza desde la complejidad y el holismo
La concepción de una Naturaleza esencialmente compleja, tal como la entiende Edgar Morin, le conduce al abandono del Método de Descartes, que parte de supuestos ontológicos falsos y deforma nuestra relación mental, afectiva y práctica con la Naturaleza, con nuestros semejantes y con nosotros mismos. Pero el nuevo Método no ha quedado ya establecido de una vez por todas.
El “método de la complejidad” no es susceptible de ser formulado, como el cartesiano, de una manera simple y escueta; se diría que a dicho método sólo cabe aproximarse asintóticamente mediante tanteos. Sólo cabe aproximarse a él recursivamente, de una manera que recuerda el funcionamiento iterativo de muchos programas de ordenador.
Hay que subrayar que el enfoque y método de la complejidad hace referencia explícita a su propia provisionalidad. Si toda teorización sobre lo real es un constructo que modeliza y formaliza algunos rasgos fenoménicos de una realidad incognoscible que, como en-sí, se hurta a todas las teorías, esto mismo hay que aplicarlo al enfoque basado en nuestra percepción de la complejidad cósmica. Y de hecho, así lo admite Edgar Morin.
Pero ¿cómo superar una concepción tan universal y comprensiva? Es esta una pregunta que da para mucho, pero aun así algo es posible decir en muy pocas palabras… Un universo complejo presupone una realidad múltiple, contradictorio-complementaria, danzante y fluyente, una Naturaleza heraclitiana.
Pero ¿quién puede asegurar que sigue siendo así en profundidad? ¿Es múltiple y compleja la raíz más honda de lo Real? ¿Es múltiple y complejo lo Real-en-sí? ¿Se equivocaron Parménides y los Upanishad?
Personalmente, pienso que no se equivocaron. Todo apunta a que Edgar Morin está hoy suministrando una descripción magistral de lo que la tradición hindú de la Vedanta Advaita denomina Maya, la Gran Ilusión Cósmica. Pero lo Real, Lo Simple, sigue oculto tras el velo.
De esta forma, una de las corrientes sobresalientes del pensamiento contemporáneo ha conducido, en la línea de Bergson, Whitehead y el mismo Teilhard de Chardin, a la superación del racionalismo reduccionista de tradición cartesiana por un nuevo paradigma holístico, al que Edgar Morin ha contribuido desde el enfoque sistémico de la complejidad.
José Luis San Miguel de Pablos ha sido profesor en la Universidad Comillas. Leandro Sequeiros es Presidente de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA). Ambos son colaboradores de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.
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