La tecnolatría no ha sabido entender las dimensiones de la pandemia

(Por Ignacio Dueñas García-Polavieja) Muy resumidamente podemos decir que la pandemia no ha sido detectada por parte de la llamada tecnolatría que impregna tanto el contexto educativo como la sociedad. Partimos de la hipótesis de que la nuestra es una sociedad hiper-tecnologizada o tecnolátrica, debido a la rapidez con que hemos asumido el vertiginoso proceso evolutivo al respecto. Ahora, a causa de dicha rapidez, tanto el ciudadano de la calle como los estudiosos no han elaborado aún un análisis de la realidad, de la proyección, y de las alternativas a éstas. El presente artículo pretende fomentar la apertura del debate en dirección a dicho análisis, desde dos ámbitos concéntricos: el contexto educativo y la sociedad. Pretendemos ofrecer algunas claves para este debate de FronterasCTR y algunas sugerencias para un cambio de mentalidad.

 

La creencia desmedida en el poder milagroso de la tecnología puede llevar a la tecnolatría, la adoración del poder de la tecnología por encima de todas las cosas. Y esta mal llamada “religión de lo tecnológico” se expande e impregna también los sistemas educativos.

En un sugerente ensayo de José Albelda, titulado Tecnolatría y publicado en el diario Levante, leemos: “La tecnolatría nos lleva a un mundo totalitario, que impide los contrapesos humanistas necesarios para construir una sociedad equilibrada. Nuestro mundo va perdiendo aceleradamente su diversidad, no solo la natural, sino también la cultural. Contra lo que se nos dice, la tecnología ya no está en una fase instrumental, sino teleológica: ha pasado de ser un medio que mejora nuestra vida, a un sistema que se autorreproduce exponencialmente desacoplando su desmesurado desarrollo de los objetivos iniciales de beneficio humano. Si les cabe alguna duda, vean la última película de Ken Loach -Yo, Daniel Blake, ganadora de la Palma de Oro en Cannes el año pasado- y comprobarán cómo los ordenadores ayudan a un viejo carpintero en paro a rellenar los formularios imprescindibles para conseguir la ayuda social. Totalitarismo digital, lo podríamos llamar”.

 

Urge una reflexión crítica sobre la tecnolatría, la adoración de lo tecnológico

Cuando hace unas décadas, una inmensísima minoría de gente lúcida propuso una reflexión acerca de determinados aspectos, tales como el feminismo, la ecología o el sexo libre, prácticamente nadie le escuchó ni comprendió. Y aunque, hoy en día, la opinión pública le da la razón en lo que ayer ni escuchaba, si tal reconocimiento no hubiese tardado tanto en producirse, probablemente nos hubiésemos ahorrado una gran cantidad de sufrimiento inútil.

Ya decía Hêlder Cámara que “los audaces de hoy preparan las actitudes cotidianas del mañana”,y Albert Einstein que “los objetores y los insumisos son los pioneros de un mundo sin guerras”, y Silvio Rodríguez que“el que tenga una canción tendrá tormenta, el que tenga compañía soledad”,y Chesterton que “a cada siglo le salva la inmensa minoría que se opone a las opiniones de la inmensa mayoría”.

Me temo que hoy día pasa exactamente lo mismo con el abuso de la tecnología.Ésta es en sí excelente e insustituible, pero su modo de uso es, por lo general, absolutamente demencial. La rapidez con que se ha instalado en nuestra cotidianidad ha impedido la reflexión acerca de ella, por lo que ciertos elementos masivos, como el síndrome del hikikomori, la nomofobia, el sedentarismo y la obesidad infantil, y otros muchos, no están siendo apenas detectados ni analizados. Así, la opinión pública, cuando alguien ejerce una crítica o enuncia uno de estos elementos, rápidamente despacha el tema con que “no podemos vivir sin la tecnología, ni negarnos a la realidad”, ignorando, como decía Emerson que “las cosas se nos han montado encima y llevan las riendas”(Fromm, 2007).Este necesario debate debe ser llevado al ámbito educativo donde, a veces, el uso abusivo de la tecnología lleva a atrofiar capacidades cognitivas y emocionales (lo lúdico, lo creativo, lo comunicativo, lo reflexivo, lo analítico…), al olvidar que la tecnología es excelente como complemento pero nefasta como sustituto.

De este modo, ha sucedido que, al plantear el debate, se suele responder que no se puede ir contra la tecnología. ¿Quién lo pretende?  De igual modo que la alternativa a la gula no es la desnutrición sino la moderación, que la alternativa a la promiscuidad no es la castidad sino la responsabilidad, que la alternativa al alcoholismo no es la abstemia sino la prudencia, la alternativa a la tecnolatría no es el abandono de la tecnología, sino su uso crítico, inteligente y responsable.

 

Cuando la tecnología como medio se transforma en tecnolatría como meta

Decía Antonio Machado: “Bueno es saber que los vasos / nos sirven para beber, / lo malo es que no sabemos / para qué sirve la sed”. Decía José Bergamín que “se torea según se es”, que en el contexto educativo significa que uno enseña no por lo que dice o hace, sino por cómo actúa, se desarrolla espontáneamente y es.

Y si el docente, en función de la sociedad a la que pertenece, es consumista, gregario y acrítico, así usará la tecnología y así fomentará su uso (no en vano se dice que “el mejor predicador es Fray Ejemplo”), aunque a menudo no le falten teorías y principios para justificar a posterioridesde lo racional numerosos hábitos viscerales adquiridos a priori. Por ello hubiera urgido el debate antes del uso. Como el uso ya está aquí, debemos llevarlo a cabo después, puesto que más vale tarde que nunca. Sin embargo, es cierto que, a nivel teórico, lo que de contracultura tenga el movimiento antiglobalización si ha propuesto el debate (Laura Collin Harguindeguy, 2012)  que, en la práctica, brilla por su ausencia.

La aventura de “educar” y “enseñar”

Educar, como bien es sabido, viene del término latino “educere”, que etimológicamente significa extraer, y que en nuestros días se entiende como el arte de colaborar para que el alumno descubra sus potencialidades y las active. Potencialidades que se atrofian si no se utilizan, como ocurre en una sociedad como la nuestra, cuyo sistema, al anteponer el desarrollo de la industria a la plena participación de los miembros en el proceso creativo, merece el nombre de “tecnofascismo”(Illich, 2003).

Así, el término “educere” no alude tanto a introducir al estudiante en su cabeza unas determinadas materias y conocimientos, sino a extraerle, repetimos, todo su potencial. No en vano, Paulo Freire, en su Pedagogía del oprimido sostiene que “nadie educa a nadie (…): los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo”(1980).

Sin embargo, las carencias de la presente quiebra antropológica (consumismo, hedonismo, pobreza, desigualdad, violencia, alienación, materialismo…), de la que al respecto Fromm dijo en la anterior centuria que “parece que el hombre del siglo XX es un aborto” (Ibídem), constituyen el origen de la crisis ya de nuestros días (Solón, 2016), y no solo en lo económico, siendo causa y consecuencia de las carencias del sistema educativo, ya que la escuela es un microcosmos de la sociedad, que es su macrocosmos. Y, por ello, un docente alienado y consumista no va a fomentar el surgimiento de un alumnado libre y responsable, por más que sepa la teoría, y aun actúe de buena fe. De hecho, podemos considerar que la escuela, en buena medida, afirme lo que afirme, en la realidad no crea ciudadanos libres y críticos, sino sumisos y alienados.

El fracaso del sistema educativo

Afirma Chomsky que el sistema educativo fomenta en exceso la obediencia (¿hay que obedecer las injusticias, o es que éstas no existen?) y la pasividad, creando una especie de filtro para crear “chicos buenos”(2003). Por su parte, Bourdieu sostiene que la escuela tiende a reproducir el esquema del  orden social vigente, al privilegiar los códigos de la clase dominante (Ibidem).

Todo esto coadyuva para que el sistema educativo no cumpla con su verdadera función, y reduzca su radio de acción a la mera transmisión de conocimientos y materias, junto con constituirse en un marco de socialización, la cual todavía realiza con notables deficiencias.

El sistema educativo debe enseñar al alumno a saber, a pensar, a sentir y a hacer, ya que “los Derechos Humanos son el espacio en el que converge el hacer bien, el pensar bien y el sentir bien, pues (…) ofrece una nueva comprensión de la educación, como un derecho humano y como un bien común”(Álvarez, 2015), aunque de facto se limite a ofrecerle unos conocimientos más o menos teóricos, unas habilidades sociales y un título. Lo cual es claramente insuficiente, ya que la principal característica del ser humano no es, por citar a Marcuse, la uni-dimensionalidad (práctica, funcional e intelectual), sino la multi, inter, y trans-dimensionalidad, pues el ser humano es racionalidad e intelecto, pero también pasionalidad, emocionalidad, creatividad, pulsionalidad y animalidad, totuma integrar.

Efectivamente, Marcuse negaba la exclusividad y hegemonía del plano productivista del ámbito social y de la persona en sí,y analizaba el hecho de que las demás dimensiones se reprimían. Dichas dimensiones, que constituyen el plano más profundo del ser humano, se corresponden con el espíritu dionisíaco de Nietzsche, el Pathos frente al Logos de Leonardo Boff, el Atman de las tradiciones hinduistas, la elan vitalde Bergson, la eros de Freud, o las energías psíquicas de Jung (Dueñas, 2015),por poner sólo algunos ejemplos.

Cuando “enseñar” es “adoctrinar” en la religión de la técnica

Así es la mentalidad del modelo educativo que estamos cuestionando, el conductismo:

“Sigue estando presidida por la uniformidad, el predominio de la estructura formal, la autoridad arbitraria (…), el fortalecimiento del aprendizaje academicista y disciplinar de conocimientos fragmentados, incluso memorístico y sin sentido, distanciado de los problemas reales que lógicamente ha provocado aburrimiento, desidia y hasta fobia a la escuela y al aprendizaje” (Pérez Gómez, 2012).

Dicho paradigma conductista, todavía hegemónico, tiene como alternativa a numerosas propuestas educativas (métodos Pestalozzi y Montessori, las escuelas libertarias, las cooperativas educativas…). Éstas se basan en el constructivismo, modelo en el que el alumno es objeto y sujeto de su propio proceso de aprendizaje pues, según Taber, “el conocimiento se construye activamente por el aprendiz, no se recibe pasivamente desde fuera” (Ibídem), fomentando el pensamiento crítico, ya que, según Pérez Gómez, “el aprendizaje no puede entenderse como un proceso de adquisición de conocimientos, ni la mente como un contenedor donde éstos se almacenan” (Ibídem), procurando como alternativa el trabajo en equipo, el fomento de lo investigativo, la valoración de lo emocional, el recurso al enactivismo (o la actividad como método de aprendizaje), el conectivismo (o utilización de la red), etcétera.No  en vano, Fromm ya avisó que, pese a los avances en escolarización y alfabetización, la creación de un pensamiento crítico apenas se había desarrollado (2007). Así se refiere Vicente Berenger:

“Educar (…) es formar a individuos, en efecto, con capacidad crítica y reflexiva, personas que se hagan preguntas, que se cuestionen, ciudadanos creativos que puedan aportar soluciones y conclusiones propias (…). Porque pensar, algo que cada vez es menos frecuente, nos hace libres: libres en cuanto a poder elaborar un pensamiento crítico y propio y libres en cuanto a poder desarrollar nuestras capacidades evitando convertirnos así en puros autómatas”.(Rebelion.org, 14-03-2017).

 

La alternativa constructivista en la educación

Dicho modelo constructivista es el que, de modo progresivo, quiere ayudar a ser introducido en el Ecuador por la UNAE (y en otros países de Europa y América). En dicho contexto, dos son las grandes losas que impiden a la escuela cumplir con su función: el exceso de burocracia (que transforma al docente en un administrativo, sin tiempo real para preparar e impartir las clases con la calidad que se necesita), y el exceso de tecnología. De la primera losa, invitamos al cuerpo docente, a la administración y al ministerio a que abran un debate al respecto El burocratismo afecta a todo el funcionamiento pedagógico, ayudando, por tanto, a crear elementos sumisos o desprovistos de la mentalidad crítica que el constructivismo pretende fomentar. En su estadio superior, recuerda Anna Arendt, la burocracia convierte “a los hombres en funcionarios y simples ruedecillas de la maquinaria administrativa, (hombres que) no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terroríficamente normales”.

De la segunda, la tecnolatría, vamos a tratar de abrir nosotros el debate, que es la finalidad del presente artículo. Así, queremos plantear la interrelación entre dos elementos del constructivismo: el pensamiento crítico, que “nunca ha sido más necesario que hoy para la supervivencia del género humano”(Fromm, 2007),y el conectivismo, y llevar el primero al segundo, mediante el debate que este artículo pretende invitar a abrir. Y el ámbito latinoamericano, de cara a dicho debate, es óptimo, gracias a la apuesta del Sumak Kawsay(Núñez Sánchez, 2014), a veces  mero enunciado como propaganda o consigna política (Acosta, 2012).

 

Las dificultades del pensamiento crítico

El pensamiento crítico, por lo tanto, no es solo dudar de la autoridad (el docente) o del contenido (marco teórico), sino también del medio o formato (el acceso a la red en particular y a la tecnología en general). Ello nos llevará a constatar un error que se viene cometiendo: el aula, como la sociedad, implementa hábitos tecnológicos concretos sólo porque es técnicamente posible (Fromm, 2007), sin pararse a pensar si es didácticamente pertinente, o si va a presentar inconvenientes a medio o largo plazo. Y esto sucede por la ausencia previa de reflexión a la hora de incorporar al aula determinadas prestaciones técnicas. Lo que a veces sucede por simple moda:

“El crecimiento de una tecnología sofisticada al servicio de la educación se incrementa, por consiguiente, día a día, convirtiéndose en una verdadera “moda” dentro de las prácticas educativas” (Torres, 2005).

Partiremos de un hecho básico, que debe marcar el criterio del uso o no de cada prestación técnica concreta: la tecnología no puede ser un sustituto, sino un complemento. Es decir, utilizarla a partir de donde no llegue la capacidad del usuario, o donde llegue muy mermada, y no para sustituir dicha capacidad, y así no atrofiarla. Nosotros, insistimos, procuramos abrir el debate con un par de ideas como punto de partida.

Ambivalencia del modelo educativo

Por una parte, las cosas, cuanto más sencillas mejor. El reloj, cuanto más sofisticado es, antes se estropea y es más complejo de reparar; mientras que un reloj de arena jamás se estropea ni retrasa. La técnica podrá complementar a la naturaleza, pero nunca superarla. Y por otra parte: donde hay esencia, tiende a sobrar el complemento. En torno a estos dos principios olvidados, el abuso de la tecnología ha quebrado ambos axiomas: tender a lo sencillo y a lo esencial. Estos dos olvidos, llevados al aula implican que el exceso de complementos tiende a perjudicar el proceso de aprendizaje. Así, un buen docente, si sabe comunicar y domina la materia, a veces no necesitará más que un papel y un esfero, o tal vez ni eso. Podrá usar cualquier elemento adicional si ha lugar, pero como complemento. En sentido contrario, es conocida la historia del docente que al llegar al aula y ver que no funcionaba el proyector, dio la clase por suspendida. Gran error. Confundió complemento con sustituto, y transfirió sus capacidades a la tecnología, de la que Ivan Illich afirmaba su poder sobre el hombre, o “del actante sobre el actor”(Collin Harguindeguy, 2012).

Por lo demás, puede suceder que si en la exposición prima lo técnico (video, audio, internet, power-point, computadoras) sobre lo humano, se tienda a perder el componente emocional y afectivo (el lenguaje corporal, la mirada, el tono de voz, el tacto, la sonrisa) que, tal como está demostrado, es esencial no sólo en el ámbito educativo, sino también en el de la salud y la curación (Dueñas, El novedoso paradigma  cuántico,  2017). Dicho lenguaje no verbal y emocional  es el responsable de más del 90% del aprendizaje de lo que se explica. Volviendo al método constructivista, aquí insistimos en relacionar entre sí varios elementos: en este caso el conectivismo con la calidez (o componente afectivo de proceso de aprendizaje, más allá del estrictamente intelectual), ya que “las relaciones entre el pensamiento y la emociones se encuentran en la base de todo proceso creativo, ya sea en el territorio de las artes o en el ámbito de las ciencias” (Pérez Gómez, 2012).

Reflexión crítica del abuso de las tecnologías educativas

Así, urge una reflexión crítica sobre los usos irracionales que, en el contexto pedagógico, se hacen del power-point, las pizarras virtuales, la laptop y el video Y, sobre todo, el celular. El contenido del power-point, a menudo, si no casi siempre, se limita a reducir el nivel de lo que se debe explicar a algunas frases bastante simples, que luego el docente únicamente lee. Sería mucho más lógico repartirlo en papel e irse a casa, pues se da por hecho que el alumno ya sabe leer. Urge una reflexión pedagógica del uso anti-didáctico del power-point. En la práctica, se está procediendo a sustituir el arte de explicar y argumentar por la técnica de leer y proyectar un texto o una imagen. Así, no sólo se pierde la comunicación no verbal, sino que se atrofia la destreza de tomar apuntes, con lo que se olvida el ejercitarse en la rapidez mental, en la capacidad de síntesis y en la facultad de asimilar conceptos. Una vez más, no apostamos por la supresión del power-point, sino su uso crítico y creativo, es decir, como complemento, no como sustituto.

Otro clásico ejemplo que muestra el abuso de las tecnologías es el de las pizarras virtuales. En Europa sucedió que puesto que se fabricó, se instaló (de nuevo sin el debate de la pertinencia pedagógica). Como no era operativa, se dejó primero de usar, y luego de instalar, tras una inversión no despreciable de recursos económicos, siendo de facto una molestia al inutilizar la pizarra clásica por ocuparle su espacio físico y no servir siquiera para utilizar cualquier tipo de tiza. En este verdadero acto de “fetichismo de la mercancía”, que diría Hinkelammert (Vergara, 2016), una vez más se confundió calidad con sofisticación técnica, que es más compleja de utilizar, más costosa de instalar y más difícil de reparar.

La religión del ordenador personal

En numerosas clases, eventos, reuniones de docentes y semejante, se instala la laptop (ordenadores personales) a menudo con una innecesaria pérdida de tiempo (rompiendo el criterio de eficacia), para comentar a menudo el contenido de un par de textos o datos, que en nombre de dicho criterio de eficacia, hubiese sido infinitamente más sencillo, barato, cómodo y práctico repartir dicho contenido en papel, o copiarlo en la pizarra. Y no es contraargumento el sostener el ahorro de papel, cuando es mayor el de energía, y sin olvidar la irracional creación de la denominada basura digital, verdadero quebradero de cabeza para los ecologistas.

Otro elemento del que se abusa es el video, sustitutivo a veces del conocimiento, teórico o didáctico, del docente. También a veces se utiliza cuando el profesor, sencillamente, no tiene ganas de trabajar. De nuevo, la tecnología se usa para tapar carencias.

El culto al teléfono móvil

El teléfono móvil i celular es otro elemento a analizar. Por una parte, ha creado un innecesario problema adicional de disciplina. Por otra, a veces el profesor lo tiene encendido en clase, y hasta llega a usarlo, lo cual es una falta de respeto al alumnado y a la propia profesión. Y a veces se ha visto al profesor explicando a un alumnado que está desatendiendo dicha explicación, por usar el celular, tal vez para chatear. ¿Cómo los educadores no han dicho casi ni media palabra acerca de esto?

Se debe ser muy crítico con la prestación, ciertamente óptima si se utiliza bien, lo cual no suele ocurrir, de los dispositivos electrónicos para las tareas y las descargas de información. Dichos dispositivos son un óptimo recurso, si se combina, como ya hemos visto, el conectivismo con el pensamiento crítico, la calidez y el interés por lo investigativo, que son varios elementos del constructivismo. Es decir, es óptimo utilizar, de modo responsable tanto la laptop como el celular para, incluso en clase, buscar datos, información, fuentes, etc., eso sí, contando con las debidas reservas. La información a la que se accede por lo virtual es muy densa, y mucha de dicha información no es fiable:

“Cuando la niña o el niño contemporáneos tienen acceso ilimitado a un número ingente de informaciones fragmentarias que desbordan su capacidad de organización en esquemas comprensivos, dispersan su atención y saturan su memoria, el mosaico de datos no produce formación, sino perplejidad y desinformación”. (Pérez Gómez, 2012)

Pero, por otra parte, permitir que los alumnos presenten los trabajos y tareas a máquina, posibilita innecesariamente el corta y pega, el plagio, el desatender la ortografía y el ejercicio de una escritura más natural, creativa y artística.

El olvido del libro

Relacionado con la atrofia de la facultad de la escritura natural, esto es, a mano, está el olvido del libro. Tanto en la escuela, como en bachillerato y en la universidad, se ha perdido el hábito lector como estrategia fundamental del proceso de aprendizaje. Y se ha perdido porque hemos permitido que el hábito se perdiese, dando por supuesto, de modo erróneo, que los niños y jóvenes no quieren leer, cuando la experiencia de Geneviéve Patte, activista de las bibliotecas infantiles a lo largo del mundo, reconocida por la Unesco, indica precisamente todo lo contrario. Ella cuenta que, cuando comenzó su actividad, en torno a los barrios marginales, la respuesta de docentes y educadores a su proyecto era:

“En la era audiovisual, proponer a los niños la lectura…ustedes no están en nuestro tiempo. Lo que le interesa a ellos es la televisión” (Patte, 2011).

Sin embargo, el proyecto funcionó, y se expandió a nivel mundial. Y se descubrió que el niño, bien estimulado, puede llegar a ser un buen lector:

“Con todo su cuerpo, el niño pequeño lee y se expresa. Así podemos ver cómo recibe espontáneamente el libro, cómo lo vive. Podemos notar cómo recorre el libro, se detiene en una imagen, regresa a ella. Lo vemos tomar y retomar siempre el mismo libro y esto nos incita a ver más de cerca. ¿Qué es lo que lo que lo cautiva así? La palabra del niño brota libremente, cuestiona y nosotros nos maravillamos. El niño es decididamente un lector refinado” (Ibídem).

El cauce para percibir (y por tanto aprender) tiende, debido a la tecnología, a ser visual y no lector. Es decir, imágenes, no textos. Como es sabido, la imagen es buena como complemento del texto (gráficos, fotografías, videos, dibujos, esquemas, mapas conceptuales…), para tener una visión global de los textos. Pero sustituir textos (es decir, la lectura) por dibujos con frases breves (el power-point), es reducir significativamente la densidad de los contenidos de aprendizaje. Y el nivel de densidad conceptual necesario para una licenciatura (no digamos ya un máster o un doctorado) es tal que se requiere que el formato de aprendizaje sea el lector, no el visual (es decir, el texto, no el dibujo). Y eso se consigue con el hábito lector Dicho hábito está abandonado, dejando bibliotecas vacías, inexistentes o infrautilizadas (salvo para utilizar laptos y computadoras). Todo esto es un síntoma de la sustitución, en la práctica y de modo inconsciente, del libro por el aparato electrónico. Y, sin embargo, hay expertos que recomiendan la tecnología como mero complemento. Así se expresa Geneviève Patte, fundadora de bibliotecas infantiles a nivel mundial:

“De cualquier manera es necesario salir de la tecnología y encontrar la realidad. Salir de la neo-realidad de las pantallas para encontrar la experiencia de la realidad (pues) la información no basta para crear la comunicación” (Ibídem).

 

Retomar el ritmo de la tecnología en su dimensión

Los psicólogos, educadores, sociólogos, psicólogos, etc., deberíamos recordar que ya hace unos 60 años, cuando no había celulares, laptops, internet, microchips, sedentarismo pandémico, obesidades mórbidas infantiles, hikikomoris ni nomofóbicos, el sociólogo Marshall Mc Luhan predijo que la tecnología se convertiría en la extremidad virtual del cuerpo humano (Bermudo, 1972). Y, apuntamos nosotros, si se utiliza la virtual, se atrofia la real. De ahí el sedentarismo y la obesidad mórbida. Pero Mc Luhan se quedó corto: lo que se atrofia no es la extremidad, sino la capacidad analítica, la reflexiva, la emocional y la creativa; por lo que el proceso de aprendizaje se transforma en una técnica y no en un arte, justo lo contrario de lo que pretende el constructivismo.

De hecho, si no se lee, si se tecnologiza la pedagogía (que pasa de ser un arte a ser una mera técnica), y si se burocratiza  lo administrativo, estará pasando lo que avisó Ivan Illich de que el sistema educativo acabe generando “más ignorancia y embrutecimiento” (Collin Harguindeguay, 2012), cumpliendo así la profecía de Ritzer de que “podemos ser testigos de la fase última en el proceso de deshumanización de la educación” (Ibídem).

Integrar conectivismo con pensamiento crítico

El contenido de la pedagogía constructivista debe pues integrar el conectivismo con el pensamiento crítico, junto con la calidez y con los demás elementos de su modelo. Así, se abrirá el necesario debate para combatir este fundamentalismo tecnológico, consistente en creer que sea cual sea el problema, la solución es más tecnología. Así se expresa el papa Francisco:

“No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir un estilo de vida que puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador” (Encíclica Laudato Si´, 2015).

Ahora bien, puesto que todo se debe contextualizar, podemos considerar que la sociedad es el marco del sistema educativo. Y que el docente y el alumno, antes que nada son ciudadanos. Por tanto, es obvio que una sociedad tecnológicamente alienada, será causa y consecuencia de un sistema educativo tecnológicamente alienado.

También existe la adicción al auto, que para Iván Illich es un “epítome del absurdo tecnológico” (Collin Harguindeguy, 2012), y que está causando numerosos estragos. Ya no es únicamente un bien meramente funcional (prescindible tal vez en el 95% de los casos), sino un indicador de statussocial, como puede apreciar cualquiera que analice los anuncios publicitarios con un mínimo de sentido crítico. Sencillamente, si el uso del automóvil se redujese a niveles de racionalidad, al menos en teoría, se reducirían en un 95% los accidentes, el ruido, la contaminación, y los atascos, toda vez que la industria automovilística sería fácilmente reconvertible a otros sectores económicos más ecológicos y sociales.

 

Conclusiones

¿Tecnología? No. Tecnolatría. Como afirmó Ignazio Silone, “las máquinas, que debían ser instrumentos del hombre, lo esclavizan”. (Berneri, 1975). Esta aparente boutade viene siendo apuntada por gente seria y lúcida, como el propio Stephen Hawking, quien llegó a solicitar la manipulación genética del ser humano para superar al robot ante “el peligro real de que creen inteligencia propia y asuman el control del mundo”(Sánchez Dragó, 2002). Otra propuesta contra este mal es la de Bill Joy, cofundador de Sun Mycrosystems, consistente nada menos que en “abandonar la carrera tecnológica (que) podría provocar la extinción de los seres humanos en un par de generaciones” (Ibídem). No en vano,  esta distopía a la que nos abocamos, la del transhumanismo, puede materializarse cuando, tal y como sostiene el historiador Harari (2016), suceda la inminencia de que la inteligencia humana se vea superada por la inteligencia artificial.

En definitiva, el grueso argumentario de la presente reflexión nos ha llevado a las siguientes conclusiones:

En el ámbito pedagógico:

  • La tecnología debe un complemento, nunca un sustituto.
  • Lo técnicamente posible no tiene por qué ser pedagógicamente oportuno.
  • En la pedagogía, cuanto más fundamentos, menor necesidad de complementos.
  • La tecnología puede y suele tapar las carencias del docente, que ya no necesita eliminar dichas carencias.
  • El aula ha cambiado lo cognitivo por lo audiovisual, siendo aquel y no éste, el elemento fundamental del proceso de aprendizaje.
  • El power-point tiende a reducir notablemente el nivel conceptual de la materia, y el magistral y didáctico del docente.
  • El celular no facilita el proceso de concentración en el aula, y es letal para la ortografía.
  • Si bien es verdad que la laptop permite acceder a mayor información, no la discrimina ni la criba, a la vez que perjudica el proceso de reflexión del alumno con respecto a dicha información.
  • Realizar los trabajos a máquina y no a mano permite copiar, incluso del Internet (recuérdeseEl rincón del vago).
  • Buena parte del trámite de la plataforma virtual se debe agilizar. Burocratizar y tecnificar lo educativo es deshumanizarlo. Y lo deshumanizado no es educativo.

En el ámbito social:

  • No hay reflexión crítica ante la virulenta irrupción de las nuevas tecnologías, debido a la rapidez con que ha irrumpido, y a la ausencia de perspectiva y tiempo para llevar a cabo dicha reflexión.
  • Las ventajas (aún viscerales) de la tecnología se manifiestan al instante; las desventajas van apareciendo al largo plazo y de modo progresivo. Ello impide una reflexión rigurosa al respecto.
  • Las adicciones generadas por la tecnología son a menudo masivas, pero no generan alarma social alguna debido a lo expuesto en los apartados anteriores.
  • El mal uso de la tecnología tal vez sea, junto con el hambre, la desigualdad, el colapso ecológico o el patriarcado, uno de los principales problemas al que se enfrenta la humanidad. Pero a diferencia de aquellos, no existe el más mínimo pensamiento crítico al respecto.
  • De no emerger dicho pensamiento crítico, es posible que en solo dos generaciones la humanidad mute hacia el transhumanismo, y por tanto desaparezca, y con ella su sensibilidad, su espiritualidad y su anhelo de felicidad (como elementos constitutivos), si la inteligencia artificial somete a la inteligencia humana.

Debido a todo lo citado con anterioridad, sugerimos a la academia, los movimientos sociales, intelectuales, artistas, poetas, contemplativos, líderes religiosos y, en general, la ciudadanía, el abrir un debate riguroso acerca de toda esta problemática. Cuando otros referentes, tales como el feminismo o el ecologismo, lo propusieron, la opinión pública respondió tarde y mal. De suceder lo mismo con la tecnolatría, es más que posible la desaparición de nuestra especie humana.

 

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Ignacio Dueñas García-Polavieja es Doctor en Historia de América por la Universidad de Cádiz (España), cantautor, poeta y activista social. En la actualidad, investiga los novedosos paradigmas epistémicos y emancipatorios emergidos a partir de la reflexión filosófica aplicada a la física cuántica. Colaborador de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.

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