(Por María Dolores Prieto Santana) En otros artículos de FronterasCTR se ha sintetizado el pensamiento de Pierre Teilhard de Chardin sobre el «El Medio místico» fechado el 13 de agosto de 1917. En este ensayo se describen sucesivamente una serie de «círculos», que poco a poco componen el «medio» habitado por el alma. Se ha comparado esta manera de composición con la de santa Teresa en su Castillo interior. Más todavía que en santa Teresa, hay que guardarse aquí de aislar, deteniéndose en ella, una de las capas que el análisis distingue en la experiencia de la que se trata de dar cuenta. Santa Teresa jalonaba un itinerario: aquí, es una misma experiencia de base la que se integra mediante la conjunción de cinco «círculos»: la Presencia, la Consistencia, la Energía, el Espíritu, la Persona.Ofrecemos algunas de las ideas de un capítulo del libro de Kathleen Duffy, ssj, PhD (profesora de física de Chestnut Hill College, en Filadelfia), Teilhard’s Mysticism: Seeing the Inner Face of Evolution, publicado por Orbis Books en 2014. Este capítulo se refiere a la primera parte del ensayo, al que Teilhard titula el Círculo de Presencia.
En junio de 2017, con ocasión de la Feria del Libro de Madrid, se ha hecho la presentación de una nueva edición de algunos de los primeros escritos que conservamos procedentes de la mano de Pierre Teilhard de Chardin. Durante la primera Guerra Mundial los fue enviando en cuadernos sucesivos a su prima Margarita Teillard-Chambon con la que tuvo una densa correspondencia.
Los siete ensayos de Teilhard de Chardin incluidos en este volumen, al que hemos denominado La Vida Cósmica, Escritos del tiempo de la guerra (1916-1917)fueron escritos en el frente de batalla durante la primera guerra mundial entre 1916 y 1917. Forman parte del grupo de 20 ensayos escritos entre 1916 y 1919 publicados en francés en Écrits du temps de la guerre. En este momento se prepara por parte de la Editorial Trotta de la edición del segundo volumen al que se ha dado el nombre genérico de La Gran Mónada. Escritos del tiempo de la guerra (1918-1919). La editorial ha preferido separar en dos volúmenes diferentes estos ensayos por una razón: al incluir en nuestra edición las mutilaciones que sufrió la primera, el volumen resultaría excesivamente extenso y los nuevos lectores iban a encontrarse ante un texto demasiado largo.
Por los datos del mismo Teilhard, el ensayo “El Medio místico” está fechado el 13 de agosto de 1917. Unas semanas antes, el 10 de junio de 1917, el padre Teilhard se encuentra en Paissy, en la retaguardia del célebre Chemin-des-Dames. Ya hace tiempo que viene soñando en con escrito espiritual, del que ha hablado a su prima Margarita Teilhard en unas cartas, hoy perdidas.
Las cinco ideas-fuerza de «El Medio místico» de Pierre Teilhard de Chardin
El texo del ensayo está presidido por una frase de los Hechos de los Apóstoles, pero citada de memoria, pues no es exactamente lo que dice el texto latino de la Vulgata. Dice Teilhard: «In eo vivimus, et movemur, et sumus». Sin embargo, el texto original es: “In ipso enim vivimus et movemus et sumus” (Hechos de los Apóstoles, 17, 28).
El texto teilhardiano está estructurado en cinco partes y una conclusión final:
- El círculo de la Presencia
- El círculo de la Consistencia
- El círculo de la Energía
- El círculo del Espíritu
- El círculo de la Persona
La mística de Teilhard: » Circulo de la Presencia», según Kahtleen Duffy
Su sugerente ensayo Teilhard’s Mysticism: Seeing the Inner Face of Evolution,Orbis Books, Maryknoll, N. Y.2014, la profesora Kathleen Duffy, profundiza en las densas formulaciones de Pierre Teilhard de Chardin sobre la primera de las cinco partes de “El Medio místico” de Teilhard. Y como ella misma apunta, lo realiza “desde las recientes interpretaciones del mundo”.
Encabeza sus reflexiones con una cita de Teilhard de “El Corazón de la Materia”: “En ciertos momentos me parecía que una especie de «ser universal» iba a tomar forma en la naturaleza”.
Para la doctora Duffy, en “El Medio místico”,Teilhard da un modelo a seguir para poder comprender el ambiente muy místico en el cual vivía y evolucionaba interiormente. Teilhard describe las diferentes etapas de su evolución mística interior, bajo la forma de cinco círculos concéntricos.
Estos círculos no están en un mismo plano, sino que pueden ser imaginados de forma gráfica tomando la forma de anillos colocados en espiral. Es una estructura similar a la de los heliconos de los caracoles y otros seres vivos de la naturaleza.
Estas ideas fueron el objeto de sus reflexiones toda su vida, y fueron para él la piedra de toque que le permitía de adentrase al fondo de una realidad cada vez más profunda, de una realidad basada en la ciencia de su tiempo, pero también basada en sus tradiciones religiosas. Como se podría leer de forma gráfica, ellas constituían la evolución de su progreso a medida que él penetraba más profundamente en el corazón de la materia, y en el corazón de Dios.
La Presencia sutil
Este viaje hacia el interior se puede decir que empezó con la conciencia de una Presencia sutilque invadía la atmosfera donde él vivía, y terminó con la percepción de la irradiación de una persona cósmica y amante, «el dios de la evolución». En el capítulo siguiente, el autor explica el viaje que siguió Teilhard a través el primero de estos círculos, «El circulo de la Presencia», en el cual Teilhard fue consciente de la belleza Terrestre y donde su comunión con la Naturaleza, le introdujo a la Presencia Divina.
“De mi punto de vista, como científico católico, Pierre Teilhard de Chardin ha elaborado uno de los aportes místicos más novedosos de la época moderna. Esta colaboración es particularmente original porque ella está alimentada por su amor de la tierra y su pensamiento científico, sobretodo la ciencia de la evolución. Durante su vida de adulto tuvo dificultad en armonizar sinceramente, su amor de Dios y su amor de la ciencia, pero aprendió a unificar de una manera igual: su experiencia psicológica interior, sus conocimientos científicos y su tradición religiosa. Así permitió a estas influencias de reaccionar entre ellas, hasta llegar a un proceso que procurara una visión de Dios y del mundo, satisfaciente”.
El viaje místico de Teilhard empezó con el Circulo de la Presencia. Desde muy joven fue un enamorado de la naturaleza, estuvo muy impresionado por la belleza lujuriante del mundo sensible que le rodeaba. Algo tan simple como una melodía, un rayo de sol, un perfume, o una mirada; le invadían el corazón y le llenaban de una presencia inexplicable. El placer estético que le procuraban estos encuentros le sumergía y le penetraba hasta el fondo del alma. Aunque estos momentos fueran pasajeros, le provocaban unas vibraciones cósmicas que le invadían y tomaban posesión de él. Estos encuentros le abrían el camino hacia una nueva dimensión que estaba deseoso de explorar. Provocaban en él un deseo de llegar à ser «uno» con el Cosmos, de bañarse en un Océano de Materia [P. Teilhard de Chardin, Le cœur de la Matière, p. 30]
La insaciable necesidad
Estas experiencias hacían crecer en él » una insaciable necesidad de mantener el contacto con una especie de raíz o de matriz universal de todos los entes» [P. Teilhard de Chardin, Le cœur de la Matière, p.30]. Era una capacidad de «apertura hacia una presencia sagrada» que ya estaba en él desde su infancia, pero que se profundizó y se volvió más evidente durante su vida. Podemos decir que esta capacidad innata que tenia de poderse «sumergir en lo sagrado» le conduciría à poder ver en el corazón de la materia, una Presencia.
Muchas personas se extrañan de que Teilhard, un científico que comprendía muy bien las propiedades del sonido y de la luz se dejase engañar por el falso atractivo que estos momentos pueden provocar. Sin embargo el placer que él resentía al contacto del mundo material, era un estímulo para su vida mística y revelaba en él unas imágenes que describían una experiencia que era imposible de explicar de ninguna otra manera. Además su conocimiento de los fenómenos físicos, le permitía de profundizar su sentimiento místico.
La relación amorosa de Teilhard con la piedra, el hecho que estuviera cautivado por su dureza, su densidad… está en relación con su apetito natural por todo lo que es sólido, lo que es eterno, lo que es permanente. Es lo que le ha conducido al mundo místico. Su pasión por la piedra fue tan profunda, que fue la razón para estudiar la geología y la paleontología durante sus estudios superiores, en cuyo ámbito dio pruebas de un gran talento natural.
Durante toda su vida estuvo a la búsqueda de fósiles o de rocas que le parecían extraordinarias. Iba siempre con » su martillo de geólogo, su lupa y su cuaderno de notas». Durante todo el tiempo que fue coleccionador de minerales tuvo una grande capacidad para descubrir los más interesantes, sus amigos cuentan que muy fácilmente encontraba en el suelo, una piedra trabajada, o esculpida (Claude Cuénot. Teilhard de Chardin. Las grandes etapas de su evolución.Taurus, Madrid, 1966), esta sensibilidad que tenía para apreciar la forma de una punta de flecha, o los sedimentos de un fósil, le permitía de ser consciente de la belleza de un paisaje y de su naturaleza. Segun sus amigos, Teilhard tenía una gran capacidad de observación. George Le Febre, cuenta que su mirada hacia el suelo descubría el más pequeño trozo de piedra trabajada porque su color rojo de destacaba en medio de un suelo gris batido por el viento. Su colega George Barbour decía que podía descubrir un único fragmento paleolítico en medio de un montón de piedras, à una distancia de tres metros, sin bajar de su montura. Su amigo Helmut de Terra dice que reconocía los artefactos paleolíticos, instintivamente, recogía uno en el suelo, lo miraba rápidamente por todos los lados, y me decía» es extraño, tenemos de buscar más para estar seguros…» según afirma su biógrafo Claude Cuénot.
Ver la presencia de Dios en todas las cosas
Su trabajo profesional de geólogo y paleontólogo sobre el terreno, le procuraron una gran satisfacción. Su actividad se basaba en la observación de estratos geológicos, la búsqueda de fósiles y de utensilios primitivos; con la intención de descubrir las razones de la evolución de las rocas en la superficie terrestre, pero también el nacimiento de diferentes formas de vida. Tenía la impresión de acercarse a lo que según él, «animaba y dirigía todo» según escribe en sus Cartas de Viaje.
Los centelleos de Presencia Divina que «veía» en los estratos de la Tierra le iluminaban, le alimentaban, según escribe Cuénot, y hacían nacer en él un deseo de unirse con la Tierra y le ayudaban a profundizar su relación con una Presencia, que sería «una especie de raíz, o de matriz universal para todos los seres» [Teilhard de Chardin Le coeur de la Matièrep. 30, « El Corazón de la Materia »]
A pesar que Teilhard dedico mucho tiempo al estudio de la rocas, fue además un observador muy fino para estudiar la naturaleza en todas sus formas, sin dejar pasar nunca una oportunidad para gozar de la perfección de la Tierra Sus cartas para sus amigos o su familia, están repletas de observaciones sobre las personas que encontraba, sobre su trabajo, o los pensamientos que nacían en él. Además están llenos de detalles preciosos y sensibles cuando habla de los paisajes.
Por ejemplo en una carta dirigida a su prima Margarita, le habla de «grullas, cisnes, ocas, espátulas y patos magníficos, con un plumaje esplendido que se esconden y nadan sin ningún miedo, como si estuvieran en un jardín público» (Cartas de Viaje). Durante sus largos viajes, dedicaba mucho tiempo a contemplar la belleza del mar y del cielo.
La opacidad transparente
Durante su viaje à China escribió una carta a su prima Margarita en la cual cuenta una puesta de sol extraordinaria: «Ayer no podía dejar de mirar hacia el Este, donde había un mar lechoso y verde, con una opacidad que no llegaba a ser transparente pero que era más clara que el fondo del cielo. Súbitamente, apareció una ligera nube rosada, luego surgieron unas pequeñas ondas sobre el océano, rosadas de un lado y volviéndose lilas del otro, el mar entero parecía una seda de «moaré» . Después la luz desapareció y las estrellas empezaron a lucir alrededor nuestro de una manera tan placida como si fueran reflejadas en una piscina (Cartas de Viaje)
En otros textos teilhardianos aparece la palabra “diafanidad” como un concepto muy importante. En “La Misa sobre el Mundo” es un concepto clave para entender el fondo de la presencia de Dios en la patena del mundo: “En él, la encarnación se ofrece de manera independiente con una intensidad y matices incomunicables. Y he aquí, por qué en nuestra plegaria eucarística, pedimos que en nuestro favor se realice la consagración: «Ut Nobis Corpus et Sanguis fiat…..» Si creo firmemente que todo, alrededor mío, es el Cuerpo y la Sangre del verbo; entonces para mí (y en cierto sentido para mi), se produce la maravillosa «Diafanía». Ella hace objetivamente transparentar, en la profundidad de todo hecho y de todo elemento, el calor luminoso de una misma vida. Si por desgracia, mi fe me abandona e inmediatamente la luz se apaga, todo se vuelve oscuro, todo se descompone”. (“La Misa sobre el Mundo”).
Trascendencia en el corazón de la Materia
El cantar de los pájaros y su plumaje, el zumbido de los insectos, la incansable exuberancia de las flores, le emocionaba enormemente. Sus sentidos eran sensibles a los colores, a los perfumes, a los sonidos que le rodeaban. En uno de sus ensayos durante la guerra, dice: «he mirado tanto la Naturaleza, y he amado tanto su rostro» (“La Vida Cósmica”)
Teilhard se sentía a menudo atraído por algo que brillaba en el corazón de la materia, según escribe en “El Corazón de la Materia”. La Naturaleza tenía un poder sobre él. El veía una luminosidad misteriosa que parecía transformar del interior cada ser y de cada hecho. En uno de sus primeros ensayos, “Mi Universo”, dice: «Yo he amado y escrutado la Naturaleza… como un devoto, no como un científico».
El respeto, lo maravilloso y el sentido del deber, eran las expresiones de esta relación exquisita. Algún tiempo después, cuando en el curso de su vida reflexionaba sobre la época de cuando él era estudiante de teología a Hastings decía: «La extraordinaria intensidad y densidad que los paisajes de Inglaterra ejercieron en mí, sobre todo a la puesta de sol, cuando los bosques de Sussex parecían cargarse de toda la Vida fósil que yo perseguía entre los acantilados y las canteras … realmente me parecía que un ser universal iba a aparecer de golpe delante de mis ojos y tomar forma en la Naturaleza….» (“El corazón de la Materia”).
El aspecto estético de su relación con la Naturaleza, le amplificaba el placer que encontraba en esta experiencia. Cuando él se abandonaba a la seducción de la naturaleza, la perfección resonaba hasta el fondo mismo de su ser (escribe en “El Medio místico) y le hacía salirse de sí mismo , llamándole a «la consciencia apasionada de una mayor extensión y de una desbordante Unidad. » En efecto, decía: » estamos tan envueltos y atravesados -por la Presencia divina- que no hay sitio ni para podernos arrodillar» (El Medio divino).
El Medio divino
Los sentidos de Teilhard eran particularmente sensibles a la interacción entre la luz del sol y el paisaje. Lo mismo que el pintor impresionista Claude Monet, que ensayaba de captar en sus pinturas los reflejos de la luz del sol con el agua, las motas de trigo y los nenúfares, mientras que esta luz cambiaba todo el día. Teilhard estaba fascinado por la forma que «el rayo profundo del sol parecía hacer brillar toda la superficie de las cosas», escribe en El Medio Divino.
Tomemos como ejemplo la forma en que describía lo que se veía desde la ventana de su habitación en su casa de Tiensin (China): «también veo un gran espacio de brumosos campos y de agua apacible, que todos los atardeceres me encanta de admirar por la belleza y la pureza de los diferentes colores que le ha dado la puesta de sol» (Cartas de Viaje) .
En sus cartas precisaba a menudo los detalles de la belleza extraordinaria que veía, como: «las grandes mariposas negras con un reflejo verde-metálico y con largas colas» (Cartas de Viaje) o bien diciendo que «el mar a menudo liso como una balsa de aceite…con una superficie blanca y opaca como la leche» y también cuando habla de las tormentas que estallan en las montañas y dice que «forman unas nubes espesas que la puesta del sol colorea de magníficos colores» (Cartas de Viaje). Estaba siempre pendiente del paisaje que le rodeaba.
La sensibilidad de Teilhard por la luz y el color, abría en él un camino hacia la Presencia divina. Él lo explica diciendo que sentía «una resonancia particular y singular, que ampliaba cada armonía. «Todos los elementos de la vida psicológica, diarios, se volvían «mas brumosos, mas irisados, mas patéticos» (El Medio Divino) .
A veces estaba encantado, mirando «la variedad de colores como en una burbuja de jabón» (“Himno del Universo”), en otros momentos una corona de luz parecía que lo iluminara todo y revelara la esencia única del universo (“La Gran Mónada”) de la misma forma que un rayo de luz nos permite de ver las pequeñas partículas de polvo, volviéndolas súbitamente visibles, de la misma manera la Luz divina iluminaba todo lo que le revelaba su mirada interior.
Como los «reflejos de un rayo de sol sobre un espejo roto,» (El Medio Divino) esta luz estaba reflejada y dispersa en todas direcciones de tal manera que su mundo interior se volvía luminoso (“La Gran Mónada”).
La luz divina
Hablando de Luz divina, dijo: «Esta Luz, no es un matiz superficial… ni un golpe brutal que destruiría los objetos, y quemaría la mirada. Ella es el sosegado, y poderoso rayo engendrado por la síntesis de todos los elementos del mundo en Jesús (El Medio Divino).
Teilhard ha comparado la Presencia divina que el sentía «brillar en el corazón de la materia» (Teilhard de Chardin, Journal 26 Août 1915- 4 Janvier1919, p.13) a una bujía colocada al interior de una lámpara hecha con una materia translucida. Cuando la luz de la bujía traviesa la pantalla de esta lámpara, ella transforma la lámpara del interior. Para Teilhard tanto la Naturaleza como la lámpara están siempre iluminadas por una luz interior (El Medio Divino).
Además de poder “ver” la Presencia divina, Teilhard también podía apreciarla; no solamente ella iluminaba sus ojos, pero también ella ocupaba sus pensamientos y sus afectos (“La Gran Mónada”).Cuando la percepción de la luz interior se intensificaba y que los colores se volvían cada vez más brillantes , estaba incitado a explorar su naturaleza y a empaparse en su calor . Esta luz interior, decía, «se vuelve tangible y evidente en el cristal de los seres» (El Medio Divino). No quiere otra cosa que esta luz: » si la luz se apaga, porque el objeto se ha desplazado , o se ha cambiado de sitio, la más preciosa substancia se vuelve à sus ojos, ceniza» (El Medio Divino).
A pesar que es capaz de escribir textos con las cualidades de un poeta, a Teilhard le sabia mal no haber recibido la capacidad musical en su lugar.. Porque le música es más inmediata que la lengua, ella tiene a su disposición un mundo de asociaciones mucho mayor y ella habla directamente al alma [Para documentarse sobre el tema de Teilhard y la música, ver: T. M. King, Teilhard Beauty and the ArtsRediscouvering Teilhard’s]-Su naturaleza ambivalente y efímera, y el carácter intangible de su contenido, hubieran sido el mejor medio de comunicar a los demás su experiencia mística.
La profunda música del silencio cósmico
Decía Teilhard a uno de sus amigos:» Me gustaría poder traducir de una forma tan fiel como posible, lo que oigo murmurar en mí, como una voz, como un canto, que no me son personales, y que son las voces del Mundo en mi» (Cartas de Viaje) sin embargo a pesar de los esfuerzos que hacía para poder decir su experiencia mística, se daba cuenta que no es posible de comunicar la percepción de una cualidad, de un sabor, directamente con palabras.
Se daba cuenta de que ciertos sonidos, sobre todo musicales o poéticos, incluso una conversación de un cierto nivel, elevaban el alma. «Si la más simple y el más natural de los alimentos es capaz de influenciar profundamente nuestras capacidades espirituales, ¿qué podríamos decir de las energías infinitivamente más penetrantes que vehicula la música, que expresa los tonos, las notas, las palabras, las ideas?» (El Medio Divino).
La emoción que le procuraban los colores, era muy intensa, pero la magia del sonido que llegaba a sus oídos con sus vibraciones, se transmitía a su cerebro en forma de inspiración (“El Fenómeno Humano”) y emoción, era consciente que la música puede inspirar emociones muy fuertes, algunas veces solamente con la emisión de una sola nota, en medio de un silencio, en otros momentos, en una armonía, entrelazada por diferentes voces, y que cada una de ellas tiene su propia melodía [Teilhard de Chardin,L. Bernstein, The Joy of Music, p. 239]
Los compositores tienen a su disposición una variedad de melodías, de «tiempos», de armonías, de intensidades, y de ritmos que pueden suscitar una emoción: [R. Jourdain, Music, the brain et Extasy: How Music Captures our Imagination, pp.309-312]-la sonoridad de un violoncelo, o de una «cornamusa » que interpreta un tema que os subyuga, la interacción de las diferentes melodías en una «fuga», los ritmos complejos del Jazz,- cada uno de estos elementos puede provocar una felicidad a un nivel que sobrepasa el aparato auditivo, y puede abrir el auditor al amor. Primeramente, instalando en la persona un sentimiento de anticipación, y luego una satisfacción inmediata, o también un placer diferente cuando utiliza las disonancias bien controladas, los músicos ejercen sobre el auditorio una influencia muy profunda.
Tocar la presencia invisible de lo intangible
Oír, es una forma de llegar à » tocar alguien» a distancia [R M Schafer, The Tuning of de World: A Pioneering Explorationinto the Past History and Present State of theMost Neglectet aspect of Our Environment: The Soundscape, p. 11].Para el órgano complejo que es el oído humano y para el cerebro que transmite su mensaje al resto del cuerpo, esta forma de «tocar» puede ser dulce y amable, o dura y fría. Las moléculas del aire son captadas por el pabellón en la forma cóncava de nuestra oreja externa, luego resuenan en el tímpano y lo hacen vibrar. Estas vibraciones provocan unas ondas en el oído mediano que se transforman en fuerzas de presión en el oído interno y finalmente en descargas eléctricas al cerebro. Este mecanismo auricular nos permite de diferenciar las notas y de apreciar las armonías.
Aunque a menudo no tengamos consciencia de nuestro entorno sonoro, y de los efectos que él produce en nuestro psiquismo, nuestras oídos están constantemente bombardeados por ondas sonoras que provienen ya sea de la naturaleza, como el ruido de fuertes borrascas de viento, o el cantar de un pájaro, o los ruidos mecánicos de la circulación, de motores, de música ambiental, y cuando nos damos cuenta, ya es difícil de cerrar los oídos para evitar estos ruidos como lo hubiéramos deseado. Nuestro oído externo está afectado por todas la poluciones sonoras que el aire nos trae continuamente. Sin embargo, la música educa nuestros oídos, al mismo tiempo que nos hace más sensibles y receptivos a nuestro entorno sonoro.» [J M Ortiz, The Tao of Music: Sound Psychology- Using Music to Change Your Lifep. 213]
Teilhard que había hecho estudios de física, conocía perfectamente la leyes físicas de la armonía. Sabía que el oído humano se educa, y el espíritu se condiciona psicológicamente para poder responder de una manera favorable a ciertas armonías, a ciertas combinaciones de notas que son agradables. Los compositores han comprendido como reunir un grupo de notas que sean consonantes y se han dado reglas para componer una música que sea harmónica, los científicos comprueban las bases físicas de estas reglas.
El silencio clamoroso del cosmos
Las estructuras que hay en el caracol del oído interno determinan los modos de armonía que nos son agradables. Las notas que entran en el caracol hacen vibrar las pestañas de la membrana de base con una cierta frecuencia, lo que produce que algunos sonidos son agradables y otros no. Las notas que tienen una frecuencia vecina, mueven las pestañas que son vecinas en la membrana de base, y producen en los oídos un desorden físico que da como resultado un sonido disonante.
Durante varios siglos las frecuencias y las intensidades harmónicas producidas por los instrumentos de viento o por los instrumentos de cuerdas han servido de base à la música harmónica Occidental. Los instrumentos de viento y los de cuerdas nos dan armonías que se completan bien, los modelos de sonidos están de acuerdo. Pero la práctica de la armonía es diferente según las culturas y la épocas, además los compositores continúan à experimentar nuevas combinaciones de sonidos que dan lugar a nuevas reglas. Últimamente los compositores han experimentado una nueva gama de armonías musicales; unas que no tienen una tonalidad central, y otras que llevan en si notas que tienen una frecuencia intermediaria entre dos notas que se siguen en la gama cromática.
Aunque Teilhard no fue compositor, utilizaba a menudo el lenguaje de la acústica musical para describir su experiencia de la Presencia. Lo hacía así para enseñar a los demás como debían escuchar su música interior y dejarse impresionar por su belleza. Las frecuencias sonoras de una cuerda que resuena, o de un tubo a mitad cerrado, estaban en relación con la frecuencias que resonaban en su corazón como respuesta a la música interior que le encantaba..
El sonido armonioso creado por la asociación de voces que al origen eran divergentes, le daba a comprender la grande armonía de la comunión, principio de toda experiencia mística y dirección indicada.
La música del mundo exterior de Teilhard despertaba la música en su mundo interior, nos dice: «Esto empezó con una resonancia particular, singular, que ampliaba cada armonía». Su sensibilidad innata por los sonidos de la naturaleza, le ayudaba a escuchar con un oído más atento esta Nota musical, única que cantaba en su corazón. Porque: Todos los sonidos creados se funden sin confundirse en una Nota única que los domina y los sostiene, .. para responder a esta llamada, todas las capacidades del alma se ponen a resonar , y sus tonos múltiples a su vez, se encuentran en una vibración extraordinariamente simple, donde todas la experiencias espirituales de amor y de intelecto, de ardor y de calma, de plenitud y de éxtasis, de pasión y de indiferencia, de ambición y de abandono, de reposo y de movimiento; nacen, pasan y se iluminan». (El Medio Divino)
El palpitar de la presencia escondida
Teilhard sentía que la presencia Divina irradiaba al interior de todo, y además escuchaba palpitar esta Presencia en el corazón de la materia, tal como escribe en “La Energía Humana”. «Hay una nota, decía, que provoca la vibración del Mundo entero», una vibración inefable, inagotable tanto en la riqueza de sus tonalidades y de sus notas sin límites que en la perfección de su unidad, escribe en “Ciencia y Cristo”. «La vibración condensada en el fondo de cada mónada humana» (“La Gran Mónada”) «le hacía vibrar a su vez, como una respuesta de lo más profundo de su ser,(“Himno del Universo”) como si él fuera un instrumento de música, su espíritu resonaba respondiendo a esta Nota Única que emitía la Presencia Divina, en todo su ser sentía resonar » un eco tan dilatado como el Universo » (“La Gran Mónada”)
Teilhard pensaba que el místico tenía que tener conciencia del ritmo interno del mundo, y escuchar atentamente los latidos del corazón de la realidad superior. El resultado de esta escucha, le hacía salir de si-mismo, haciéndole entrar «en una armonía más amplia, en un ritmo cada vez más intenso y espiritual», de tal manera que «todo su ser estaba prisionero de la Música esencial del Mundo» y «y era una repuesta a la armonía fundamental del Universo» (“Las direcciones del Porvenir”) él nos dice: en este lugar privilegiado » el menor de nuestros deseos, de nuestros esfuerzos, … puede hacer vibrar todos los huesos del Universo» (El Medio Divino). Y escribe, » En realidad cada uno de nosotros estamos llamados a responder con una harmónica pura y incomunicable, a la nota Universal» (“La Energía Humana”).
En música, como en la vida corriente, escuchar al otro, compartir la emociones del otro, son tan importantes como expresarse uno mismo. Los artistas tienen que ser conscientes de las relaciones existentes entre sus propias voces y las otras voces con las que conversan. La belleza y el equilibrio se obtiene cuando cada hilo del tejido polifónico está interpretado tan distintamente, y tejido con los otros de un modo tan apretado que se puede oír y apreciar cada voz como formando parte de un tejido único. [D. Baremboïn, Music quickens time, pp.53, 50,131]
La sensibilidad de Teilhard por los sonidos y por los ruidos de la naturaleza le hacían estar continuamente haciendo atención por «lo Divino» cuyos latidos de su corazón son reflejados en cualquiera parte del mundo (“Cristianismo y Evolución”) y estas voces se vuelven evidentes para la persona que quiere oírlas. Es esta voz que le guio cuando vivía las alegrías y la penas que formaron su vida y a las que él respondió.
A pesar de su extrema sensibilidad por la música del Cosmos, algunas veces «se sentía sordo, y se esforzaba para oír una música que el sabía que le envolvía» (Cartas de Viaje). La Presencia divina, no es un objeto concreto. De la misma forma que las energías que se han oído se amparan del corazón, provocan una respuesta sutil, y desaparecen inmediatamente en el silencio; una experiencia mística no dura más que un momento, evaneciéndose inmediatamente y dejando solamente un recuerdo. [D. Baremboïm, Music quickens timep.7]. Sin embargo, sobre todo al final de su vida Teilhard estaba consciente en permanencia de la Presencia divina.
El aroma de la Presencia
El olfato es un sentido directo, que despierta en nosotros vivos recuerdos. Las moléculas orgánicas que son los esteres se evaporan a la base de una substancia olfativa, flotan en el aire, entran por las narices, van hasta el fondo de las narices hasta legar a una especie de pestañas que filtran las impurezas que hay en el aire, estas moléculas se disuelven en el «mucus» y se reagrupan en los receptores del olfato que están situados en las neuronas receptoras olfativas del epitelio nasal. Este órgano activa las neuronas del cerebro el cual interpreta y clasifica el estímulo entre diez mil olores posibles y permite de darse cuenta de un olor preciso.
Teilhard estaba profundamente emocionado por las visiones y los sonidos de la Tierra, era también muy sensible a los perfumes de la Tierra, «la atmosfera cargada del olor de los naranjos en flor» o los «ardientes desiertos de Arabia, perfumados de incienso y de café», con flores como el lilas, y la lavanda » que olían bien y brillaban alegremente en la cálida luz» (Cartas de Viaje). Estos olores deliciosos le encantaban y le animaban para » correr y dejarse llevar libremente y apasionadamente, hacia la vía mística» (“El Medio místico”) .
Teilhard reconocía también la Presencia divina que veía brillar en los ojos de otras personas y respondía a esta presencia. Cuando preparaba su doctorado de geología y paleontología a Paris, al Instituto Católico, al «Collège de France y al Museum d’Histoire Naturelle, estuvo algún tiempo cerca de su prima Margarita Teillard-Chambon, que no había visto desde que fueron niños. En esta época se dieron cuenta que tenían intereses semejantes y una relación profunda y durable se entretejió entre ellos. Mientras hablaban de lo que sentían en lo más profundo de sus seres, Teilhard estaba fascinado por la luminosidad que veía brillar en el rostro de Margarita: «una luz pasó en el fondo de sus ojos”, «bajo su mirada que me había conmovido, el nido en la que dormía mi corazón se rompió” (Génesis de un pensamiento) .
Una energía nueva surgía de su interior que le daba la sensación de ser tan grande y tan diversa como el Universo. Margarita le había despertado a la descubierta de la feminidad. Su amor por ella le hacía salir de sí mismo, le volvía más sensible, estimulaba su capacidad de relaciones más profundas, más íntimas [Ursula King, Spirit of Fire, The life and vision of Teilhard de Chardin p. 70]
Teilhard fue enfermero durante la guerra y tuvo la ocasión de ver la mirada de muchos soldados que se estaban muriendo, justo antes de morir aparecía en la mirada del soldado una luz extraña. Teilhard no supo nunca si esta luz procedía de una «indecible agonía, o al contrario de una alegría gloriosa» (“El Corazón de la Materia”). Cada vez que la luz se apagaba y que el herido moría, Teilhard sentía un profundo sentimiento de tristeza.
Goethe dijo un día que: » todo nuevo objeto si lo miras atentamente, abre en nosotros un nuevo órgano de percepción». Esta afirmación es particularmente justa por Teilhard, subyugado por la naturaleza majestuosa, era capaz de «ver» toda nueva dimensión formando parte del Cosmos. «Este centelleo de perfecciones era total, ambiental y tan rápido, que mi ser, herido y penetrado en todas sus posibilidades al mismo tiempo, vibraba hasta la medula de si-mismo, en una nota de efusión y de felicidad absolutamente única» (“El Corazón de la Materia”)
La emoción de la Presencia escondida
Como repuesta a las bellezas, diversas y cautivantes que le rodeaban: «sensaciones, sentimientos, pensamientos; todos los elementos de su vida psicológica venían uno después de otro» (El Medio Divino). Sentía una emoción difícilmente confundible, (si ya se ha tenido una experiencia de ella) con ninguna otra pasión del alma; – ni la alegría del saber, ni el gozo de descubrir, ni la satisfacción de crear, ni el placer de amar- no porque esta emoción fuera diferente, si no, porque ella es de un orden superior y que todas están contenidas en ella.» (“El Corazón de la Materia”). Su relación con la belleza de la naturaleza y de la persona dio lugar a que su sentimiento de separación radical entre él y los otros, entre sujeto y objeto, se fraccionara, cosa que hubiera tenido tendencia a adquirir naturalmente, [T. M. King, Teilhard’s Mysticism of Knowing]y así empezó a disolverse su dependencia en relación con su «ego».
Cuando más emocionado estaba por una belleza, cualquiera que fuera su forma- la dulzura de una caricia, el sonido brillante de una nota de música, el olor exquisito de un perfume, o un color delicado,- se sentía aún más libre de compartir una unión verdadera con los demás. La belleza le «hacia salir fuera de sí-mismo, para encontrar una armonía más importante que la de los sentidos, con un ritmo cada vez más exquisito, y espiritual (“El Medio místico”) . El hecho de ser prisionero de algo que era exterior a él, y de perderse en esta cosa, iba en el sentido de la disminución de su «ego» [D. Soelle, The silent Cry: Mysticism and Resistance].
Los momentos de éxtasis confundían los límites de su ser, lo embarcaban hacia movimientos Oceánicos y ponían al descubierto sus enlaces con el mundo infinito [Jourdain , Music, the Brain and Extasy, p. 327]. Se puso a mirar con los ojos de un artista sensible a los movimientos interiores del alma, de tal forma que la belleza podía penetrar en su vida y curar sus heridas [D. Soelle, The silent cry p.22].
Salir de si y sumergirse en el océano sin fin
Estos momentos de éxtasis le ayudaron a comprender mejor el mundo [Jourdain, Music the brain and extasy, p.222], ayudándole a rechazar los sentimientos de asilamiento y a descubrir «una unidad de orden superior» (“La Gran Mónada”) .Por consiguiente fue capaz de sobrepasar los límites imaginarios que se había impuesto él mismo, de abandonar su autonomía, y de abrirse a la realidad más amplia que se le ofrecía [D. Soelle, The silent cry,p.27]. Habiendo invadido su persona, y penetrado hasta su corazón, la Belleza le atrajo hasta este punto único y privilegiado, en que la Presencia divina se expresa por todas partes de una forma igual, y en ella todas las impurezas y divergencias aspiran a desaparecer.
Aunque Teilhard estuviese sumergido en la belleza física de la naturaleza, se dio cuenta que el hecho de estar absorbido por la belleza, no era suficiente. De hecho él sabía que la materia por ella misma, no podía ser el origen de su felicidad. En vez de ella, él se sentía atraído por la Presencia divina que era la base del mundo sensible, penetrando cada vez hasta lo más profundo de este mundo, llegaba a salir fuera de sí mismo (“El Medio místico”). En vez de cautivarle, la Belleza, le llamaba continuamente hacia una consciencia apasionada por una expansión más amplia et una unificación que incluiría la totalidad. Después de haber entrado en lo más profundo de su ser, la Belleza se retiraba de él, y le llevaba al exterior.
La belleza terrestre era un alimento para el alma de Teilhard y le conducía a ver una luz brillante en el corazón de la materia. El mundo se volvía transparente porque estaba iluminado por la luz que salía de su Centro. Esta experiencia le hacía feliz. En realidad había adquirido un nuevo sentido,»el sentido de una cualidad, de una nueva dimensión», se había revelado en él, una profunda transformación en el modo «de aprehender el ser» (El Medio Divino).Había llegado a un punto en el que «las Cosas que tienen en apariencia la misma textura de siempre, parecen hechas de otra sustancia.» (“El Medio místico”), es el momento en que la Presencia divina» se muestra a nosotros como una modificación del ser profundo de lascosas«:
Teilhard aprendía una cosa que Thomas Merton dice muy bien: En todo ser visible hay una fecundidad invisible, una luz difusa, algo muy dulce, que es indecible, algo escondido…En todas las cosas hay una dulzura y una pureza insondables, un silencio que es una fuente de acción y de alegría. Se agranda poco a poco con una dulzura silenciosa y se desvanece…a partir de raíces invisibles que tiene todo ser creado, acogiéndome con ternura y saludándome con una humildad indescriptible. [C. Pramuk, Sophia, The Hidden Christ of Thomas Merton, p.301]
Teilhard tenía conciencia de la Presencia divina, era como si fuera un sabor.una intuición que él tenía sobre ciertas cualidades superiores de la cosas. Algo que no puede obtenerse directamente por la razón ni por un artificio humano. Sabía que detrás las perfecciones de la superficie de la Tierra, hay escondida en el interior una Presencia viva que lo penetra todo. Era la única fuente que podía traerle la luz y la única atmosfera que era capaz de respirar. Ardía en el deseo de afinar sus sentidos para poder discernir cada vez mejor, la realidad en el corazón de la materia.
Conclusión
Finalizamos con este texto de Pierre Teilhard de Chardin: “Si se puede modificar ligeramente la palabra sagrada, diremos que el gran misterio del Cristianismo no es exactamente la Aparición, sino la Transparencia de Dios en el Universo. Sí, Señor, no solo el rayo que roza, sino el rayo que penetra. No vuestra Epifanía, Jesús, sino VUESTRA DIAFANÍA(El Medio Divino, 1927, p. 141)
En este Círculo primero, del mundo palpable, se había convertido para él en un espacio santificado (El Medio Divino), un espacio divinopenetrado por una presencia, amplia, formidable, llena de vida, al mismo tiempo. Es evidente que esto era un «don» que recibió » una gracia como es la gracia de la vida»(El Medio Divino), una gracia de la que estaba muy agradecido. Una vez fortificado por este don, estaba decidido de continuar su viaje hacía el corazón de Dios atravesando los otros cuatro Círculos, el Circulo de la Consistencia, el Circulo de la Energía, el Circulo del Espíritu, el Circulo de la Persona.
María Dolores Prieto Santana, antropóloga y educadora, colaboradora de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.
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