(Por Emilio J. Justo) La cuestión de la libertad afecta a todos los órdenes del saber y de la ciencia, porque es algo fundamental en el ser humano y en la realidad. También la razón teológica se ha ocupado constantemente del tema y es actual en la reflexión de la teología contemporánea. El presente artículo constituye, por tanto, una aproximación a la misma desde la perspectiva teológica.
El quinto centenario de la reforma protestante se ha celebrado con el lema «La Iglesia de la libertad». Esto ha suscitado la reflexión sobre la idea de la libertad, tan controvertida en el pensamiento de Lutero[1]. Su reforma pretende ser un signo de libertad frente a la autoridad de la Iglesia romana y paradójicamente en discusión con el humanismo de Erasmo de Rotterdam, niega la libertad del albedrío humano identificando la libertad con la condición del hombre justificado por la sola acción de Dios. El lema de la celebración del quinto centenario de la reforma protestante aparece también como un signo de identificación de la modernidad. Se entiende que lo moderno tiene su esencia en la libertad y se opone a la autoridad, con la que se tiende a identificar a la Iglesia católica. La libertad que se determina a sí misma sería el principio fundamental frente a una verdad que pretenda erigirse en fundamento de la libertad. Por eso, las corrientes que dentro de la Iglesia católica buscan una supuesta modernización tienen en la idea de libertad su motivación más importante. Sin duda, el diálogo sobre la relación entre libertad y verdad es una de las cuestiones decisivas[2].
Desde el punto de vista de la reflexión teológica, en los últimos decenios hay dos posturas que en el ámbito germánico han creado escuela, ambas de profesores de la universidad de Münster. Una tendencia se centra en la unidad de la realidad, desde la que se puede pensar el misterio de Dios. Se podría llamar la postura del «panenteísmo» (Klaus Müller)[3]. La otra escuela teológica está centrada en el análisis transcendental de la libertad (Thomas Pröpper)[4]. El concepto moderno de libertad ofrecería elementos para pensar de forma adecuada la realidad de Dios, su revelación y su acción en el mundo. Con la «forma de pensamiento» de la libertad se podría formular de forma nueva y moderna el contenido de la teología, que no sólo es sensible para la cuestión de la libertad sino que tiene en ella una de sus claves fundamentales.
Realmente la teología lleva en su entraña el pensamiento de la libertad. El cristianismo tiene su quicio en el amor (cf. Jn 3,16; 1Jn 4,8-10; Rom 5,5; 1Co 13), que se fundamenta en la realidad personal de Dios y de los hombres. La diferencia personal implica la realidad de la libertad y sin ella es incomprensible el amor como encuentro entre personas. Esa relación personal se establece en libertad y conduce a la unidad mayor que pueda pensarse. La unión de fusión identifica; la unidad del amor lleva a la comunión, donde se da la máxima unidad, que viene dada por la diferencia de personas y, a la vez, esa comunión de personas que se aman garantiza la auténtica singularidad personal. Así se desprende de la contemplación de la vida trinitaria de Dios. En realidad, la teología es un pensamiento de la libertad y desde la libertad[5].
1. La comunicación de Dios
El mismo hecho de la existencia de Dios y su comunicación a los hombres implica la realidad de la libertad. Al comunicarse a sí mismo Dios genera libertad en el mundo. Xavier Zubiri lo expresa en un texto antológico:
«Dios ha querido libremente crear libertades. No solamente no es una imperfección, sino que justamente es su suprema perfección: que la efusión de sí mismo consista en cierto modo en hacer pequeños dioses, libertades finitas»[6].
Dios es una realidad viva que se comunica. Tomás de Aquino fundamenta el hecho de la encarnación de Dios en que el ser es una realidad que se da, porque el bien tiene una tendencia difusiva. Igualmente, desde una perspectiva completamente distinta, Fichte explica que el Absoluto, por su misma lógica, se manifiesta. La idea de Dios incluye la comunicación, pues el Dios que hay se ha dado a sí mismo[7]. La esencia amorosa de Dios supone esa donación personal en Dios mismo (entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) y el hecho de que haya creado el mundo implica que se da, puesto que haciendo existir lo diferente de sí mismo se pone a sí mismo en relación con eso que ha creado. Al crear, Dios se ha puesto en relación con la creación y de esta forma se comunica a sí mismo, haciendo posible que sea conocido por su creatura y ésta entre en relación personal con Él.
a) La alianza
La comunicación de Dios se ha hecho historia de salvación, porque se revela para el hombre y hace una historia con él. Se trata de la comunicación personal de Dios, invitando a los hombres a participar de su vida; por eso es salvación. Se dirige a toda la humanidad y a cada ser humano; por eso es universal, y elige un pueblo concreto para comunicarse en comunidad y mediante la forma de la transmisión misionera. Desde lo concreto de una persona y de un pueblo se puede llegar a todos los hombres. De ahí la lógica de la alianza. Dios se comunica estableciendo una relación con los hombres a través del encuentro con personas que representan a los demás (Abrahán) y con un pueblo (Israel).
La forma de la alianza supone la implicación de la creación en la acción comunicativa de Dios, que se da a sí mismo en una historia con los hombres. Esta historia salvífica comienza con la creación, en la que se inicia esa relación que se expresará y tomará forma concreta en la alianza entre Dios y el pueblo de Israel. La alianza es una relación de amistad y de amor, de compromiso y de donación. Dios actúa liberando al pueblo israelita de la esclavitud y de sus enemigos y le da una tierra donde viva en libertad el encuentro con Dios. El pueblo participa en la alianza cumpliendo la Torá. En esta lógica de alianza se manifiesta un acontecimiento de libertad. Dios se comunica libremente y el pueblo responde en libertad a la llamada de Dios y a la misión que Él le confía.
b) Dinámica encarnativa
La dinámica de la comunicación personal de Dios supone una perspectiva humana. Si Dios quiere comunicarse a los hombres y llegar realmente a ellos, sólo se puede comunicar humanamente. Por tanto, si pretende darse del todo a sí mismo, se comunica personalmente haciéndose hombre y asumiendo como propia una humanidad. En Jesús de Nazaret Dios ha venido de forma personal, porque es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre realmente, siendo verdaderamente el Hijo de Dios (cf. Heb 1,1). Su condición personal hace posible la comunicación del misterio divino. Ahora bien, si Dios quiere amar realmente a los hombres, el amor implica un destinatario que acoja el amor y pueda responder a él. Sólo en libertad es posible el acontecimiento del amor. Por tanto, sólo si Jesús de Nazaret es un hombre libre, puede hacer presente el amor de Dios a los hombres, buscando que ellos acojan ese amor y le respondan libremente. En este sentido se podría hablar de una «necesidad» de la encarnación, si es que Dios quiere comunicarse personalmente a los hombres. La dinámica comunicativa de Dios vincula la creación, como acto de alianza, con la encarnación, como la comunicación personal en la que la alianza entre Dios y el hombre acontece en la misma persona de Cristo. Dios es «capaz del hombre», por lo que, contemplado desde la historia de la salvación, se puede hablar del Hijo antes de su encarnación como el «Verbum incarnandum»[8].
Así pues, Jesús es el Hijo de Dios y es plenamente hombre, con una auténtica libertad. Mirando a Jesús se puede contemplar el misterio del amor de Dios, que acontece históricamente en la realización de una libertad personal.
2. La libertad de Jesús
Dios se comunica a sí mismo dándose en la persona de Jesús de Nazaret. El Hijo de Dios es este hombre concreto, con su condición personal y con su biografía concreta. La humanidad de Jesús no es un mero instrumento de comunicación sino que pertenece a su identidad divina. Ser hombre es hacer una historia concreta y lo que se va viviendo es decisivo para la configuración del ser personal. De ahí que la historia de Jesús, lo que hace y lo que vive como ejercitación de su libertad, tiene máxima relevancia teológica y salvífica. Se trata de una libertad realizada. ¿Cómo se ha realizado la libertad de Jesús?[9]
a) El acontecimiento de hacerse hombre
El testimonio de los evangelios muestra que Jesús es consciente de ser enviado para una misión (cf. Mc 1,38; Jn 3,16-17; 13,3). Se entiende en relación con el Padre y desde Él configura su existencia. En Él está su origen. Su relación con el Padre muestra la identidad singular de Jesús, que es el reflejo personal del acontecimiento de su venida a la existencia. Empieza a existir como hombre como una acción de Dios en el mundo.
La encarnación significa esa venida de Jesús al mundo con una misión. Es enviado por el Padre y Él mismo viene, haciéndose hombre por la acción del Espíritu Santo en las entrañas de María. Hay una acción del Padre, que envía, del Hijo, que asume una humanidad en el mismo momento en que es creada por el Espíritu, y una acción de una criatura, de María, que responde a la llamada divina de forma afirmativa, abriendo su vida a la acción del Espíritu, constituyéndose en madre biológica y espiritualmente. Dios actúa de forma diferenciada (trinitaria), según su ser personal, y actúa con María, en ella y por ella. La acción de Dios al hacerse hombre cuenta con la decisión libre de María. No se trata de un mero instrumento biológico; María interviene con su libertad en toda su seriedad y con plena responsabilidad.
El hecho de la encarnación es un acontecimiento de libertad, pues en él actúan las personas divinas y la madre de Jesús. Él mismo viene al mundo, es enviado por el Padre, acompañado por el Espíritu y acogido como hijo por María. Hay una acción de libertad en la que Jesús mismo actúa y María acoge de forma activa, es decir, libremente.
b) Una encarnación biográfica
La encarnación del Hijo implica una vivencia de humanidad en la configuración histórica de su existencia. Zubiri ha hablado de una «encarnación biográfica»[10]. Jesús ha de hacer su vida y tiene que realizarla de una forma determinada. Esta determinación de su existencia es una acción personal fruto de la libertad. Mediante su voluntad, sus decisiones y sus acciones Jesús da una forma concreta a su vida.
La actitud fundamental que ha configurado su existencia está en la búsqueda de la voluntad del Padre, realizando la misión que le ha confiado. Para cumplir esa misión ha de elegir formas concretas y debe decidir qué va a hacer en cada momento. La oración es el espacio de encuentro personal con el Padre en el que va fraguando sus decisiones y modelando su existencia[11]. Ahí está la libertad en acción, buscando la voluntad del Padre, discerniendo el camino que debe seguir y decidiendo qué hacer en cada momento. La escena evangélica de la oración en Getsemaní representa un punto neurálgico en la existencia de Jesús. Descubre la forma concreta en la que ha de acontecer la salvación, como proyecto del Padre y como realización en las circunstancias del pecado de los hombres, y asume esa voluntad del Padre como propia, para entregar su vida en la cruz. Es una ejercitación de la libertad de Jesús, que humana y divinamente asume la voluntad del Padre. La salvación del mundo pasa, por tanto, por la libertad de Jesús. Él no sólo padece el sufrimiento, sino que entrega su vida por amor en un ejercicio de su libertad, que es posible por la vinculación personal con el Padre que realiza en su humanidad el Espíritu Santo. Precisamente esta ejercitación de su libertad convierte el sufrimiento en entrega personal y comunicación de amor. La libertad de Jesús da a la cruz su sentido salvífico, a la vez que significa una fuerza de vida y una potencia de su amor que conducen a la resurrección.
Asimismo, en respuesta a la entrega activa de Jesús el Padre lo resucita, igualmente que Jesús mismo resucita, porque su amor es tan potente que vence a la muerte (hay tantos textos neotestamentarios que afirman que Jesús mismo resucitó como los que confiesan que el Padre lo resucitó). La dinámica activa e interpersonal de la encarnación culmina en la Pascua de Jesús, que es una acción del Padre, que entrega y resucita a Jesús, de Jesús, pues Él mismo se entrega y resucita, y del Espíritu Santo, por quien la humanidad de Jesús es capacitada para la entrega personal y es vivificada en la resurección. La humanidad de Jesús es activa en su acción comunicadora del Reino, en su entrega en la cruz y en su resurrección. La cristología muestra la forma de acción de Dios en el mundo. Dios no actúa unilateralmente; actúa con los hombres, capacitándolos para que la humanidad sea activa en la relación con Él y en su propia salvación.
La encarnación de Jesús significa y se configura como una «existencia eucarística». Su vida es una entrega de sí mismo como don. Esto es lo que en la teología se ha llamado «pro-existencia». Ha vivido dándose a sí mismo y viviéndose por los demás. El fundamento de esa existencia en puro amor que se ofrece está en su condición filial. Como Hijo se recibe del Padre y se entrega a Él. Ama porque es originaria y radicalmente amado, y así ha hecho de toda su existencia un don de sí mismo. Porque es amado en infinita gratuidad, su existencia se hace don y agraciamiento. En la última cena, con los gestos y palabras sobre el pan y el vino, Jesús realizó sacramentalmente esta donación, concentrando así toda su vida e interpretándola[12]. Es el que ama activamente, porque es amado infinitamente. Este amor radical hace presente el amor divino en el mundo de forma personal, concreta y activa, incluyendo a los hombres en tal acontecimiento. Y tal amor es un acontecimiento de libertad. Jesús es libre para realizar su misión, para amar radicalmente. En su libertad se está comunicando el amor real y vivo de Dios, porque es la libertad el Hijo de Dios que se ha hecho hombre.
c) Una libertad filial
La libertad de Jesús se ha realizado y se ha configurado históricamente en relación con el Padre. Tiene forma de obediencia, porque el amor al Padre le lleva a buscar su voluntad y a realizar la misión que le ha confiado. Su libertad no existe como independencia sino como determinación de sí mismo desde la relación y amor del Padre y al Padre en el Espíritu. Configura su libertad en relación y como ejercitación de una capacidad del amor para darse que le viene por su condición personal de Hijo. Está personalmente lleno de amor, por lo que su libertad es comunicación de ese amor en el que es y por el que vive.
La libertad humana que se contempla en Jesús de Nazaret es la libertad del Hijo eterno de Dios que, al hacerse hombre, ha asumido una libertad humana por la que se realiza personalmente[13]. La encarnación supone asumir lo que no era para configurarse a sí mismo desde ello. Es decir, el Hijo de Dios ya es hombre –que no era-, y entonces ahora ya se vive siempre –como Dios, que era y permanece siendo- humanamente. La relación del Hijo encarnado con el Padre, con el Espíritu y con los hombres ya es siempre una relación que esencialmente pasa por su concreta humanidad.
La condición filial de Jesús significa su relación con el Padre y con el Espíritu Santo. Es el Hijo en cuanto que su esencia personal está vinculada a ellos. La libertad filial de Jesús muestra que el Hijo tiene identidad personal, libertad propia y capacidad de acción. Esto pone de relieve que cada una de las personas divinas es libre, con capacidad para amar y ser amado de forma activa. El hecho de la libertad muestra una capacidad creativa y la propia identidad personal, que es intransferible. Si en Dios hay diversidad y relación personal, porque es amor, hay capacidad creativa de cada persona en esa relación y, por tanto, libertades. Puesto que Dios es amor, tiene vida y vitalidad, que vienen de la capacidad activa de cada persona. Dios es comunión de libertades personales; hay un encuentro de libertades. Justamente el acontecimiento de libertad que es el amor hace comprensible la posibilidad de que Dios vaya más allá de sí mismo y cree lo distinto de sí, expresión de su libertad y constitución de la libertad de la creación, con la que entra en relación al crearla.
3. La relación entre Dios y el hombre
Al crear Dios ha generado una realidad y un espacio de libertad. Se hace real lo que no es Dios y es investido con la capacidad creativa propia de la libertad. Y así se puede pensar la relación de Dios con el hombre, que tiene su referencia fundamental en la cristología. La libertad de Jesús es el criterio para pensar la relación amorosa -esto es, libre y activa- entre Dios y el hombre.
a) Gracia y libertad
En la historia de la teología la relación entre gracia y libertad ha sido un tema determinante y constantemente debatido. El planteamiento ha estado marcado por la tendencia a una especie de enfrentamiento entre dos entidades, una divina y otra humana. La discusión con las posturas del pelagianismo, la controversia sobre la gracia y las obras a propósito de las ideas luteranas y la disputa «de auxiliis» son muestras de esa tendencia. Se mantienen dos principios: la gracia de Dios es eficaz y la libertad del hombre tiene capacidad de acción. Cuando se entienden como entidades objetivas se las ve en oposición: si la gracia de Dios es eficaz, el hombre estaría determinado y no sería libre; pero si el hombre decide libremente y puede rechazar la gracia, se cuestionaría la eficacia de ésta. Así planteada la cuestión, se sitúa en un callejón sin salida. No tiene solución porque se necesitan otros elementos en la reflexión. En realidad, no se trata de entidades que entren en conflicto y que haya que dar primacía a una de ellas. Una perspectiva personalista y dialógica ayuda a percibir un planteamiento más bíblico en el que Dios y el hombre se encuentran. Se trata de realidades personales (subjetivas) y de una relación personal en la que Dios actúa eficazmente y el hombre actúa libremente. Tanto gracia como libertad son conceptos de relación.
b) Un espacio de libertad
La acción de Dios genera un espacio de libertad. Su eficacia está en que capacita al hombre para que sea él mismo y actúe por sí mismo. Dios hace libre al hombre, y esa libertad significa una verdadera capacidad creativa y responsabilidad. Es decir, Dios no determina la libertad del hombre sino que lo capacita para que pueda actuar y responder determinándose a sí mismo. Esta determinación no la puede hacer sin la presencia fundante ni sin la acción capacitadora de Dios, pero Dios no lo predetermina.
La creación significa una acción de alianza, de relación de Dios con el hombre, determinándose a sí mismo y haciendo posible que el hombre se determine a sí mismo. Thomas Pröpper lo ha formulado así:
«Que Dios libremente se haya determinado a sí mismo a dejarse determinar por la libertad del hombre, de ninguna forma es un indicador de imperfección y de carencia sino expresión y consecuencia de un amor mayor que el cual nada puede pensarse»[14].
El testimonio bíblico muestra una relación activa entre Dios y el hombre. La alianza consiste en la acción de ambos, si bien de forma diversa. Dios tiene la iniciativa, llama, salva, capacita para actuar. El hombre responde, acoge su palabra, actúa en el mundo y participa de forma activa en la relación con Dios. Es tan real esta acción del hombre que ha creado lo que Dios no quiere, el mal, y que ha sido posible el apartase de Dios, el pecado. La cruz de Jesús muestra dramáticamente esta posible determinación de Dios por la acción del hombre que peca y la real libertad del ser humano. Pero en la cruz también se muestra la acción generosa del hombre Jesús, que actúa humanamente en el acontecimiento de la salvación, así como en la resurrección su humanidad está capacitada espiritualmente para intervenir activamente en la creación del nuevo acceso al Padre que el pecado había cerrado. Estando en el lugar de los muertos, resucita y abre el camino de la vida donde en el mundo había muerte. Así se genera en el mundo un espacio de vida y de libertad. En Jesús la humanidad interviene positivamente en el acontecimiento teológico. Y es lógico pensar que si el hombre puede determinar en algo a Dios negativamente (ira ante el pecado, cruz), también lo puede hacer positivamente (alegría de Dios). Dios toma totalmente en serio la libertad del hombre.
c) La acción de Dios con el hombre
Al comunicarse a sí mismo Dios crea un espacio para que el hombre sea él mismo y actúe por sí mismo. La comunicación de Dios implica el hecho de la libertad del hombre y realiza su capacitación para que se determine a sí mismo. La forma de la acción de Dios es con el hombre, pues siempre lo introduce en el acontecimiento de la relación con Él. Esta dinámica dialogal incluye la fe con la que responde el hombre y su creatividad. Por tanto, siguiendo la lógica cristológica, Dios actúa en el hombre, con el hombre y por el hombre. La acción de Dios en el mundo está remitida a la libertad del hombre, pues cuenta con su acción, para la que lo ha capacitado, y espera esa acción. De hecho, la historia está abierta y tiene una dimensión dramática porque tanto Dios como el hombre intervienen en ella.
La acción de Dios no está en conflicto con la libertad humana; más bien, la hace posible y le ofrece el espacio de la creatividad y de la acción propia. Precisamente porque Dios actúa, el hombre es realmente libre y ha de determinarse a sí mismo en relación con Él, configurando una existencia concreta y dando forma al mundo. Dios es un acontecimiento de libertad, porque es amor, y el mundo es un trasunto de libertad, pues va siendo modelado por los hombres como su tarea y su responsabilidad. El hombre es libre por la acción creadora y salvadora de Dios y actúa con Dios.
Así pues, la relación entre Dios y el hombre acontece como un encuentro de libertades, en el que de forma diversa son activos y determinantes. La gracia de Dios crea y fundamenta la libertad humana; pero la libertad del hombre es real y, en cierta medida, está incluso frente a su propio fundamento, con la dramática posibilidad de negarse a sí misma.
Conclusión: aspectos de la libertad iluminados desde la teología
Dios reconoce la libertad humana y significa una afirmación de la misma. Donde se reconoce a Dios se afirma y se realiza la libertad. Dios mismo ha creado un espacio de libertad y cuenta con que el hombre se determine a sí mismo. En este sentido, la teología puede iluminar algunos aspectos relacionados con la libertad.
a) Relación
El hecho de la libertad aparece en la misma relación con Dios. En efecto, la libertad es un concepto de relación, pues donde no hay otras libertades uno mismo no puede determinarse. La realidad es relacional y uno se determina a sí mismo ante otros y con otros. Uno es libre con otros y, al final, recibe la libertad de otros que libremente lo reconocen y configuran su vida con él. Si la libertad se hace con otros, ellos están haciendo posible que yo sea libre. En este sentido es un don que se recibe y que necesariamente se ha de ejercitar.
La teología reconoce que la libertad viene originariamente del Creador, que ha constituido libre a la creación y, comunicándose a sí mismo, ha hecho libres a los hombres, y se realiza en la relación personal con Dios, que es fundamento y destino del hombre. La libertad se vive en relación con Dios y como un don suyo. Por eso, la experiencia de libertad incluye y suscita la actitud de la gratitud. La libertad está referida más allá de sí misma, situada en un contexto de realidad (alteridad, don, verdad).
b) Creatividad
La libertad es realización concreta que supone capacidad de acción, pues pone algo nuevo y originariamente propio en la realidad[15]. Dios ha suscitado un espacio de creatividad para el hombre, esperando su respuesta y su acción. El misterio de Dios es un acontecimiento de relación personal y, por tanto, encuentro de libertades personales, en el que el Padre, el Hijo y el Espíritu actúan de forma personal, en la permanente sorpresa y alegría de la relación con el otro. La relación personal no está nunca hecha del todo ni predeterminada. Cada uno es activo y actúa de forma siempre nueva y original. Así, la libertad es capacidad de creación. El hombre es creativo porque es libre y desde sí mismo puede aportar algo original. La libertad implica una valoración infinita de cada persona, que es única e insustituible. La libertad es potencia creativa, porque genera algo que sólo puede venir de la propia persona. Con esta capacidad el hombre se determina a sí mismo (autodeterminación, originalidad).
c) Amor
Jesús de Nazaret ha vivido su libertad en relación con el Padre y con el Espíritu Santo y con los hombres. Ha configurado su existencia como amor que se entrega hasta el extremo (cf. Jn 13,1; 15,13). Así ha mostrado que la posibilidad máxima del hombre está en el amor radical, vivido como generosidad y fuente de vida y de alegría. La libertad que se configura desde el amor llega a su plena realización, pues en su esencia pertenece a la realidad del amor. Sin libertad no hay amor, porque la libertad es la capacidad creativa del amor, que hace siempre nueva y siempre sorprendente la relación con el otro. Entonces, cuando la libertad se realiza como amor despliega su genuina identidad y su máxima posibilidad creativa en la relación con otras libertades. La libertad es la capacidad del amor para originar algo nuevo y propio (persona, novedad, encuentro).
Artículo elaborado por Emilio José Justo, profesor de teología en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. El artículo fue presentado como ponencia en el IIIº Seminario Interdisciplinar de ciencia, tecnología y religión celebrado en diciembre de 2017.
Notas
[1] M. Laube (Hg.), Freiheit, Tübingen 2014. Th. Söding – B. Oberdorfer (Hgg.), Kontroverse Freiheit. Die Impulse der Ökumene, Freiburg-Basel-Wien 2017.
[2] Cf. K.-H. Menke, Macht die Wahrheit frei oder die Freiheit wahr? Eine Streitschrift, Regensburg 2017.
[3] Cf. K. Müller, Streit um Gott. Politik, Poetik und Philosophie im Ringen um das wahre Gottesbild, Regensburg 2006.
[4] Cf. Th. Pröpper, Theologische Anthropologie I-II, Freiburg-Basel-Wien 2011.
[5] Cf. J. L. Ruiz de la Peña, “Sobre la libertad como postulado de la teología”, Salmanticensis 25 (1978) 483-489.
[6] X. Zubiri, Sobre el sentimiento y la volición, Madrid 1992, 185.
[7] Cf. Santo Tomás de Aquino, STh III, q. 1, a. 1. J. G. Fichte, Die Wissenschaftslehre (1812), en: I. H. Fichte (Hg.), Fichtes Werke X, Berlin 1845/1846 – 1971, 315-492. M. Álvarez Gómez, Pensamiento del ser y espera de Dios, Salamanca 2004, 495-525.
[8] Cf. A. Gesché, Jesucristo. Dios para pensar VI, Salamanca 2002, 237-264.
[9] Cf. E. J. Justo, La libertad de Jesús, Salamanca 2014.
[10] Cf. X. Zubiri, El problema teologal del hombre: cristianismo, Madrid 1997, 298.
[11] Cf. J. Ratzinger, Schauen auf den Durchbohrten. Versuche zu einer spirituellen Christologie, Einsiedeln 1984. U. Lockmann, Dialog zweier Freiheiten. Studien zur Verhältnisbestimmung von göttlichem Handeln und menschlichem Gebet, Innsbruck-Wien 2004.
[12] Cf. O. González de Cardedal, Cristología, Madrid 2001, 85-93.
[13] Cf. G. Essen, Die Freiheit Jesu. Der neuchalkedonische Enhypostasiebegriff im Horizont neuzeitlicher Subjekt- und Personphilosophie, Regensburg 2001.
[14] Th. Pröpper, Erlösungsglaube und Freiheitsgeschichte. Eine Skizze zur Soteriologie, München 31991, 178.
[15] Cf. A. Gesché, El sentido. Dios para pensar VII, Salamanca 2004, 29-58.