Las mujeres, arma de guerra en conflictos mundiales

(Por María Pilar de la Vega) A las pantallas españolas ha llegado Las inocentes, la película de Anne Fontaine, que cuenta la historia de unas monjas polacas que fueron violadas por soldados rusos tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. La película sitúa la acción en el invierno de 1945, cuando una joven doctora de la Cruz Roja recibe la visita de una monja polaca que le pide ayuda. Basada en hechos reales, la película plantea problemas religiosos de calado cuando las mujeres se convierten en arma de guerra.

En un fino artículo en El diario.es firmado por Rubén Lardín se hace una valoración muy justa de Las inocentes bajo el título “Las inocentes, un asunto de mujeres”. De él recogemos algunos párrafos. Para él, “Las monjas son una figura eminentemente cinematográfica. El vuelo coordinado de sus hábitos da muy bien en escenas de bandada y la presunta mística de una vida por consumar hacen de ellas bichos adecuados tanto para un roto como para un descosido: lo mismo te visten de jolgorio erótico una escena de maitines que te amargan la existencia como cenobitas del terror. Las inocentes, sin embargo, aunque en su tripa contiene trazas indistinguibles de sexo y violencia, se presenta a años luz de esas dos encarnaciones festivas y recurrentes”.

Y prosigue: “Inspirada al parecer en hechos reales que hoy se conocen por los diarios que escribió el sobrino del personaje que conduce la película, la última obra de Anne Fontaine, responsable de títulos como Limpieza en seco o la más reciente Dos madres perfectas, se centra en la situación de emergencia física y moral que se vive en un convento de monjas polacas al término de la Segunda Guerra Mundial, donde las violaciones masivas por parte de soldados del Ejército Rojo están dando lugar a un montón de embarazos intramuros. Nada que ver con el Espíritu Santo”.

Pero esta situación tan terrible desde el punto de vista de la rigidez de aquella vida religiosa, explota cuando “Mathilde Beaulieu, una médica francesa destinada en Varsovia por la Cruz Roja para garantizar la repatriación de sus paisanos heridos en la frontera entre Alemania y Polonia, es requerida para asistir un primer parto en el monasterio. La joven doctora vencerá sus conflictos iniciales y, de manera clandestina e improvisando recursos, acabará comprometiéndose, más allá de la asistencia profesional, en la misión personal de recomponer una normalidad desgarrada por la guerra”.

La vida religiosa femenina de esos años queda en entredicho. Y también el papel de la mujer en tiempos de guerra. Por una parte, han sufrido un rudo trauma emocional; y por otro, deben mantener la ortodoxia de la buena apariencia. ¿Puede la fe religiosa iluminar esta situación? ¿Es la estricta observancia un freno deshumanizante y cruel? Aquí “la fe [aparece] representada como convicción científica, como esperanza, como fanatismo ideológico y religioso o como simple clavo ardiendo. Una variedad de creencias ciegas que la película, en lugar de enfrentarlas a la razón, pretende coordinar en busca del entendimiento”.

Para el crítico de cine citado, “Las inocentes es de una solidez incontestable también en sus aspectos técnicos y hay que agradecerle que, pese a la abundancia de llantos de neonatos, rezos de religiosas y aullidos de parturientas que la pueblan, tome distancia del melodrama y se desarrolle sin efusiones emocionales, severa y al grano”.

Y prosigue: “No son pocos los valores de esta historia de mujeres a la labor de reparar los daños de los hombres, una película que no se exhibirá en Rusia, muy justa con sus personajes y que se quiere femenina desde su equipo (un dato que se destaca en la promoción) hasta su sobrio discurso feminista”.

Pero Las inocentes es una anécdota que debe contemplarse en un contexto social más amplio: el de la mujer como víctima de los conflictos armados y su uso como arma de guerra.

El miedo paralizante es irracional

Vivimos en una sociedad en la que la promesa irracional de “seguridad” (como ha sucedido con la elección de Donald Tramp como presidente de los EEUU) hace converger las voluntades. El mundo tiene “miedos” no confesados a enemigos difusos. Nuestra respuesta al drama humano que estamos viviendo en nuestro mundo está contaminada por el miedo. Miedo a los refugiados, miedo a los muros que detienen personas.

Así estamos respondiendo a la tragedia que estamos viviendo en Europa. Desde la segunda guerra Mundial no se habían contabilizado tantos millones de refugiados y de desplazados. Su causa es la aparición de nuevos conflictos armados y, por supuesto, la reapertura, de otros antiguos y no cerrados que vuelven a reabrirse, al no haberse cerrado justamente.

Los informes de distintas instituciones registran que en 2015 existían 35 conflictos armados: 13 en África, 12 en Asia, 6 en Oriente Próximo, 3 en Europa y 1 en América. Ciertamente, el foco mediático se concentra actualmente en Siria e Irak, pero son muchos los países que se encuentran en un contexto de alta violencia: Ucrania, Libia, Egipto, Nigeria, Palestina, Somalia, Sudán del Sur, Afganistán, Pakistán, Yemen….

Los datos conforman una fotografía estremecedora: 60 millones de personas entre refugiados y desplazados, 83 escenarios de tensión a nivel global… Los niños son las víctimas más indefensas de estas tragedias y sufren consecuencias devastadoras como la desnutrición, la violencia, la falta de acceso a servicios básicos de salud, de educación y de protección.

De la noche a la mañana, muchos niños tienen que enfrentarse a golpes desgarradores y traumáticos: la desaparición de su hogar por un bombardeo o un huracán, la pérdida de seres queridos, su escuela convertida en un frente de batalla, o verse forzados a formar parte de un grupo armado. En el año 2015, 167.000 personas murieron a causa de los conflictos armados, y no parece que las cifras de 2016 vayan a ser más halagüeñas.

La violencia sexual como arma de guerra

Las consecuencias de estos conflictos bélicos para la población civil implican masacres, ejecuciones sumarias, detenciones arbitrarias, torturas, desplazamientos forzados, uso de la violencia sexual como arma de guerra o reclutamiento de menores, por citar algunas.

Por ejemplo, en el Congo violar a una mujer es la manera más eficaz de intimidar e instalar el terror en toda una comunidad. Ni siquiera son necesarias las balas. Más de mil mujeres son violadas cada día. Miles de mujeres mutiladas, maltratadas y despojadas de su dignidad. Las violaciones y demás torturas sexuales que sufren las mujeres por parte de los rebeldes durante el conflicto, aún vigente, van más allá de lo estrictamente físico, se trata de una forma de someter a una sociedad y de causar heridas irreparables al enemigo.

Una guerra que se ha librado sobre el cuerpo de la mujer

“Es una guerra que se ha librado sobre el cuerpo de la mujer”, denuncia la congoleña Caddy Adzuba, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014. “Cuando una mujer es mancillada y proscrita es expulsada de la sociedad hasta por su propio marido”.

Sin embargo, para Adzuba todo esto no sucedería si los rebeldes no tuvieran armas. “¿Quién es el salvaje, el que comete los crímenes o quienes les dan las armas? Nosotros morimos para que ustedes, los occidentales, puedan tener smartphones”. Según ella, el coltán que procede de su país y de Colombia hace que empresas multinacionales estén interesadas, financien las armas y provoquen situaciones de guerra.

Para Adzuba lo peor de todo es que, cuando esa población indefensa quiere salir del Congo y evitar un conflicto provocado por los intereses de las multinacionales, y cruzan el mar les llaman “inmigrantes clandestinos”. “Nos imponen la guerra en nuestro país y no quieren que huyamos de ese terror”, critica a las instituciones de Occidente a la que vez que las acusa de hipócritas.

La violencia como instrumento de terror

La violencia sexual seguramente ha tenido lugar en todos los conflictos armados a lo largo de la historia, si bien el hecho de que haya hecho visible es muy reciente. La violencia sexual es una de las armas de guerra más extendidas en los conflictos armados contemporáneos. Su eficacia como instrumento de terror colectivo e individual, de manera simultánea, explica en parte su presencia en un elevado número de contextos afectados por la violencia armada y política.

Al cumplirse 70 años de la Segunda Guerra Mundial ha salido a relucir un ángulo oscuro de este conflicto. Se han realizado nuevas investigaciones y denuncias de abusos sexuales cometidos por los Aliados –soldados estadounidenses, británicos, franceses y soviéticos-, lo que ha permitido conocer una parte de la historia oculta y olvidada.

En las afueras de Berlín, en el parque Treptower, hay una estatua de unos 12 metros de alto, con la figura de un soldado soviético con una espada en la mano y una muchacha alemana en la otra, pisando una esvástica rota. Así simbolizan el lugar donde murieron 5.000 de los 80.000 soldados del Ejército Rojo caídos en Berlín entre 16 de abril y el 2 de mayo de 1945.

La colosal proporción del monumento refleja la escala del sacrificio. Resulta inevitable observar la inscripción que tiene la estatua donde se lee que el pueblo soviético salvó a la civilización europea del fascismo. No obstante, para muchos este memorial se llama La Tumba del Violador Desconocido.

Existen registros de innumerables casos de violaciones cometidas por tropas del Ejército Rojo en la capital alemana, aun cuando de esto no se habló en los años siguientes al final de la guerra, y, particularmente, es tabú en Rusia hasta la fecha.

El historiador Antony Beevor cuenta que mientras realizaba su investigación para desarrollar el libro “La caída“, en 2002, encontró documentos de violencia sexual en los archivos de la Federación Rusa. Habían sido recabados por la policía secreta y enviados a su jefe, Lavrentiy Beria, a finales de 1944. “Estos fueron presentados a Stalin. Ahí están los reportes de violaciones masivas en Prusia Oriental, y de cómo las alemanas preferían matar a sus hijas y a ellas mismas para evitar ese destino”, señala Beevor.

Sólo entre junio de 1945 a 1946 hubo 995 peticiones de abortos en uno de los distritos de Berlín. Los archivos tienen reportes escritos a mano con escritura infantil, denunciando violaciones en la sala de sus casas frente a sus padres. Pero probablemente nunca se sepa una cifra definitiva de víctimas. Fuentes de información de los tribunales militares permanecen clasificadas. ¿Cuántas mujeres alemanas fueron violadas? Es muy difícil de calcular, por la vergüenza y la ley del silencio imperante en esa época sobre estos temas. Podemos hacernos una idea de la magnitud de la barbarie si analizamos el número de abortos ilegales realizados entre 1945 y 1948: unos dos millones según las fuentes históricas disponibles.

Los soldados soviéticos consideraban que la violación, a menudo perpetrada delante del marido y familiares de la mujer agredida, era una manera adecuada para humillar a los alemanes, que habían tratado a los eslavos como una raza inferior con la que no había que mantener relaciones sexuales. La sociedad patriarcal rusa y la costumbre de beber grandes cantidades de alcohol también fueron factores que contribuyeron a la magnitud de la tragedia

Desentrañar aunque sea con dolor lo que se quiere mantener oculto

Diversos medios de comunicación han dado su versión sobre los hechos descritos en la película Las inocentes. El diario ABC resalta la brutalidad de las tropas soviéticas. Por su parte, la revista católica Vida Nueva destaca la inocencia y la pureza mancilladas. La revista digital entreParéntesis destaca la victoria de la vida sobre la muerte.

Por nuestra parte, siempre hemos defendido que para mirar hacia adelante hay que conocer lo que hemos sido. La película sitúa la acción en el invierno de 1945, cuando una joven doctora de la Cruz Roja recibe la visita de una monja polaca que le pide ayuda. La guerra suele dejar un reguero de brutalidad que se traduce en matanzas indiscriminadas, mutilaciones, violaciones… Pero curiosamente también aparece la solidaridad, y pueden surgir extraños compañeros de viaje ¿Cómo explicar, si no, que dos médicos de la Cruz Roja francesa –una joven atea de familia comunista y un doctor judío– asistan en el parto a varias monjas polacas que fueron violadas reiteradamente por soldados soviéticos?

Mathilde Beaulieu es una joven médico enviada por la Cruz Roja con el fin de garantizar la repatriación de los prisioneros franceses heridos en la frontera entre Alemania y Polonia En mayo de 1945 (después de que Polonia fuese liberada) esta francesa fue enviada a Varsovia, donde se convirtió en médico jefe de un hospital francés. Su misión principal era repatriar a 300.000 franceses con sede en el país, tras cinco años de ocupación nazi, una revolución y decenas de miles de muertos. Sin embargo, cuando llegó a su destino se encontró un país dominado por el Ejército Rojo, cuyos soldados campaban a sus anchas por las ciudades haciendo todo aquello que les venía en gana.

Durante estos años llegó a colaborar en más de 200 misiones relacionadas con la evacuación de heridos. Así lo afirma, al menos, su sobrino quien ha reconstruido la historia de su tía en los últimos años en base a multitud de documentos: «Algunos informes de las mujeres jóvenes que acompañaban a mi tía informaron de que habían visitado más de 200 campamentos de prisioneros, muchos campos de concentración, y habían viajado unos 40.000 kilómetros. Hacían un promedio de 700 kilómetros para recuperar a un francés de aquí y otro de allá. Viajando día y noche».

Entre los lugares que visitó destacaron Auschwitz y Treblinka. Tras ver con sus propios ojos todo tipo de barbaridades, Pauliac tuvo que pasar por uno de los peores momentos de su vida cuando -mientras se encontraba en Polonia- recibió en su hospital a una monja que solicitó que la acompañara a su convento. Todo ello, eso sí, previo juramento de que no contaría lo que iba a presenciar allí. La doctora aceptó y, como señala su sobrino, partió hacia la residencia de las religiosas en mitad de la noche para no ser descubierta. Allí descubrió a un grupo de mujeres embarazadas que habían sido violadas en repetidas ocasiones por los soldados soviéticos. Además, sufrían una doble tortura, pues -a pesar de que habían sido forzadas- consideraban que serían mal vistas y repudiadas por la sociedad si narraban lo sucedido.

«Había 25 monjas. 15 fueron violadas y asesinadas por los rusos. Las10 restantes fueron violadas, algunas 42 veces y otras 35 o 50 veces. Nada de eso sería de una importancia mayor si no hubiese sido porque 5 de ellas estaban embarazadas. Vinieron a pedirme consejo y hablaron de aborto en término velados”, escribió por entonces la doctora.

Choque de creencias: las inocentes, entre la fe y la razón

En aquel choque entre creencias, la francesa practicó varios abortos a las religiosas para evitar que dieran a luz y, en los casos más extremos, las ayudó a traer al mundo a sus hijos. Además, asistió psicológicamente a las afectadas para que superaran la muerte de sus compañeras y la aberrante situación que habían vivido.

La historia de la película está inspirada en estos hechos reales que nos traslada al invierno de 1945. A las afueras de Varsovia, bajo el manto de nieve que cubre los bosques cercanos, un convento esconde un terrible secreto: entre las plegarias y cantos de la comunidad, se cuelan los gritos de dolor de varias hermanas víctimas de un odio que ha profanado el santuario de sus entrañas.

Como contó la directora en la rueda de prensa de la Seminci, todo parte de un diario (más bien técnico) que dejó escrito la auténtica enfermera de la historia, pero el resto, es decir, la línea narrativa y otros personajes surgió de la imaginación de los guionistas.

La directora de la película, Anne Fontaine, opta por el punto de vista de un personaje ajeno al convento para ser más imparcial y ello, sin lugar a dudas, es un acierto. Mathilde descubre en los meses finales de su estancia en Polonia, a través de una monja polaca en busca de ayuda, como el ejército rojo pasó por un convento violando a muchas de ellas y dejándolas embarazadas.

Las monjas se encuentran en una gran encrucijada, por un lado, no pueden acudir a ningún médico ruso o polaco porque serian informadas las autoridades competentes en el poder y en el mejor de los casos implicaría ser desalojadas y quedarse sin hogar, y por otro lado si la iglesia se entera de los hechos acontecidos el convento sería cerrado de forma fulminante por sacrilegio.

En un principio contará con la oposición de la abadesa a cargo del convento, la Madre Abadesa, para aceptar la ayuda y con los obstáculos de algunas monjas que por razones religiosas no pueden ser tocadas ni vistas desnudas. Pero las fuertes creencias religiosas chocarán con la dura realidad y poco a poco las monjas se vuelven dependientes de Mathilde.

Llena de humanidad, la relación de las religiosas con la doctora pasa por momentos de confesión o instantes de agradecimiento. Me ha impresionado profundamente esta historia que no conocía y esa lucha entre la razón y la fe, a través del hecho de permitir la intervención de personas ajenas al convento para solucionar su problema, desobedeciendo sus leyes internas. Por tal motivo, Mathilde acepta ayudarlas al mismo tiempo que mantiene su secreto asumiendo enormes riesgos para su seguridad e integridad física.

Mantener la fe en situaciones extremas de frontera

Es un drama emocionante sobre la lucha interna por mantener la fe en situaciones extremas, donde las monjas deben sostener una dura prueba de fe religiosa ante el temor de que serán castigadas por Dios por no cumplir con su voto de castidad. Su voto de pobreza no corre ningún peligro, a tenor de la gran austeridad que vemos que preside sus tareas domésticas. Por el contrario, su voto de obediencia entra en crisis al quebrantarlo para buscar una salida a la situación, aun cuando suponga contravenir la inflexible actitud de la madre abadesa.

Pero el que se plante con toda su crudeza es el de castidad (¿es pecado mostrar su cuerpo o dejarse tocar en tales circunstancias?), a la que todas ellas se deben, por más que resulte “incomprensible” a los ojos del mundo ¿Qué hacer con esas criaturas engendradas a la fuerza?

Lo que para la inexperta matrona que acude en su auxilio se antoja “muy simple”, no lo es tanto para las atormentadas religiosas, cuya consagración a Dios se ve amenazada por un suceso que puede ser causa de rechazo y escarnio público. Mientras su fe se tambalea, las religiosas intentan conservar la suya, pese a lo que han sufrido y a que se preguntan por qué Dios ha permitido eso.

Es el momento de examinar aquellas preguntas universales que nos solemos hacer cuando vemos el sufrimiento de personas inocentes. Hombres y mujeres de todas las épocas y culturas se han enfrentado, en algún momento, con la dureza del silencio de Dios y con las afiladas aristas de estos interrogantes. ¿Por qué, si Dios es bueno, permite el sufrimiento de sus hijos? ¿Por qué calla? ¿Por qué no se hace más visible? ¿Por qué ante la duda no se manifiesta? ¿Por qué la única respuesta a nuestras plegarias es su silencio?

Rezar, el único consuelo

Cuando rezar parece el único consuelo, aunque en ocasiones ni siquiera eso reconforte. Las inocentes pone de relieve que el oficio y la vocación se necesitan tanto como la ciencia y la fe, que detrás de todo gozo –no solo el que acompaña a la maternidad– está la cruz, y que la fe –bien lo saben estas mujeres, ya lleven hábito o uniforme– son momentos de duda y momentos de esperanza.

Unas y otra, creyentes o no, encarnan lo mejor del alma femenina: misericordia que se derrama y vida alumbrada para iluminar la barbarie humana. La doctora desafiará a su institución para ayudarlas, pero las monjas también desafiarán a la Iglesia, ya que muchas decidirán tener el hijo y criarles, tal como pasó en la vida real. Es una bella defensa de la libertad de la mujer

Cada una de las monjas llevará sus últimos días de embarazo de un modo distinto. Desde la resignación, al miedo al infierno o incluso el amor o el odio hacia la criatura que llevan dentro. Por ello se agradece la mirada serena que propone esta cinta a las inconsistencias, miserias y arbitrariedades que la religión provoca en un convento asediado por el sentimiento de culpa y la incomprensión. Las monjas y novicias que lo habitan han sido violadas por las fuerzas soviéticas ‘de liberación’ y se enfrentan a la dificultad y confusión de aceptar la inminente maternidad de muchas de ellas, así como el calvario inmisericorde que provocan unos invasores tan laicos como prepotentes, tan carentes de respeto como de compasión, tan abusadores como insensibles.

Buscar un lenguaje fílmico inquietante para la religión convencional

Es notable su sobria puesta en escena de Las inocentes, la austeridad del entorno, el frio blanco de la zona que resalta la frialdad necesaria, con la que han de enfrentarse los personajes a su situación y futuro. Un futuro tan incierto como el destino de algunos bebés nacidos en el interior del convento. Los rostros atormentados de las mujeres, el punto de vista que oscila entre el estoicismo, la censura y la clemencia, la frialdad de un ambiente que parece congelar la piedad y la ternura de los individuos que lo habitan, la sin razón de ciertos comportamientos, el dolor de lo inefable.

El film es un prodigio de respeto a la dimensión religiosa y al mismo tiempo un canto a la vida y, sobre todo, a la mujer maltratada y violada brutalmente. Lejos, por tanto, de un moralismo a ultranza como del anticlericalismo preestablecido, que aqueja a tantas películas. No hace falta compartir unos ideales para poder respetarlos.

Las inocentes se distinguen por la unión de una serena mirada objetiva y la empatía con los misterios del alma humana en todos sus matices. Todo ello marcado por la situación trágica de la guerra y el ambiente cerrado y conventual, que se convierte en una vasija de contrastes y sentimientos. Una película elegantemente planificada y con un excelente ritmo contemplativo que nunca decae. En su contenido no se decanta ni por la fe, ni por la increencia.

La fe religiosa como duda y esperanza

Una de las religiosas, la más experimentada, María, con la que más congenia Mathilde, la doctora, llega a decir: “La fe son 24 horas de duda y un minuto de esperanza”. Lo que más me ha impresionado es que la película desarrolla una inmersión profunda en el alma femenina, un canto a la mujer y una ética por encima de creencias e ideologías, contra el machismo brutal y simplificador, contra la guerra que aniquila.

Hay un valor que destaca sobre todos. Es el amor a la vida que derrumba barreras, que une, perdona y se equipara en el film como espiritualidad y servicio al ser humano frente a toda convención o norma. Es una historia dramática, bella y delicadamente contada de un colectivo que fue víctima por partida triple: primero por ser polacas, segundo por ser religiosas y, tercero y, sobre todo, por ser mujeres. Después de consagrar su vida a la fe, se encontraron solas frente a la nada.

Una foto final recoge el triunfo de la vida frente a la barbarie. Las monjas que han dado a luz en el convento, posan con sus hijos en brazos junto a las demás monjas de la comunidad. Se la envían de recuerdo a la médica que les salvó la vida. A aquella que apostó junto a María, una de las benedictinas del convento, “transgresora” y “desobediente” por el triunfo de la ternura.

Frente al silencio, una mujer cineasta, nos enseña lo oculto y escondido, con lo mejor que ella sabe hacer: buen cine. En este caso con una síntesis provocadora, sin morbo alguno, nos enseña a la mujer, desnuda ante el salvajismo masculino mientras las creencias y la razón intentan sostener respuestas. Y ambas, creencias y razones, se cruzan y entrecruzan en los diálogos y en las acciones de una manera tan respetuosa y bella que uno olvida por momentos la causa por la que se han conocido. Una monja que pide ayuda por violaciones en su convento y una médica –comunista por más señas–  que moviéndose ambas en dos mundos estancos, el de la espiritualidad y el de la razón, pueden inventar una vía común y llegar hasta dónde es más fuerte la fe religiosa o la fe en el amor, la vida, la Medicina, el salvar a las personas. Al final la vida irrumpe en unas monjas. Un excelente regalo de una excelente película, una de las grandes del cine religioso reciente.

¿Todos son culpables?

Una vez más pasado y presente se dan la mano, pues desgraciadamente sigue siendo un tema actual. Curiosamente Rusia no va a proyectar la película, pero este hecho ocurrió, lo hizo en un momento concreto y en un contexto histórico determinado, pero ellos no quieren que los ciudadanos rusos de hoy conozcan ese pasado. Son muchas las películas que se han realizado sobre las aberraciones del nazismo, lo que ha permitido ocultar y soterrar las atrocidades soviéticas, pero existieron tanto en Polonia como en Alemania.

No se trata de culpabilizar a un determinado ejército o un país. También los aliados violaron a miles y miles de mujeres y niñas al final de la contienda. O los alemanes hicieron lo propio con numerosas violaciones “justificadas”, como una pena contra la raza judía en su política racial de la Alemania Nazi.

Las vidas y los cuerpos de las mujeres son heridas de guerra abiertas que con frecuencia quedan relegadas a un injusto olvido. A modo de ejemplo podemos recordar a los Marocchinat, es la palabra italiana con la que se conocen las violaciones sistemáticas de mujeres realizadas por los soldados de las tropas coloniales marroquíes (bajo bandera francesa) durante la Segunda Guerra Mundial, una vez concluida la sangrienta batalla de Montecassino.

Estas tropas pertenecientes al Cuerpo Expedicionario Francés (CEF) cometieron más de dos mil agresiones sexuales durante un permiso de cincuenta horas decretado por el general Alphonse Juin. En algunas localidades, de una población de tan solo 2500 habitantes, 700 mujeres habían sido forzadas sin ningún escrúpulo. Los soldados africanos tampoco respetaron la edad de las víctimas. Sin duda, uno de los episodios más oscuros de los Aliados. Cabe imaginarse qué habría pasado si el permiso hubiera tenido una duración mayor. O como a finales de 1944, poco después del desembarco aliado en Normandía, las mujeres normandas comenzaron a denunciar violaciones cometidas por soldados estadounidenses. Se registraron cientos de casos de agresiones sexuales.

En 1945, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Le Havre estaba repleto de soldados que esperaban su repatriación. Los ciudadanos de la ciudad se quejaban de que se había impuesto un régimen de terror por parte de “bandidos uniformados”. En Cherburgo llegó a decirse que con los alemanes los hombres tenían que ocultarse, pero que con los americanos eran las mujeres a las que había que ocultar. A su vez, también las tropas estadounidenses cometieron oficialmente 208 violaciones. Los antiguos combatientes de la Resistencia, por su parte, también llevaron a cabo violaciones sistemáticas de mujeres que se consideraban colaboradoras con el régimen fascista.

Mujeres de consuelo fue la cruel denominación que recibieron las esclavas sexuales sometidas a abuso sistemático por parte de los soldados del Ejército Imperial del Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Se estima que entre 80.000 y 200.000 mujeres procedentes en su mayoría de Corea del Sur y de las Indias Orientales Holandesas (también del resto de naciones del Sudeste Asiático) tuvieron que prostituirse forzosamente para satisfacer el apetito sexual de los militares japoneses.

Con edades comprendidas entre los 12 y los 20 años, estas mujeres eran obligadas a permanecer en las eufemísticamente llamadas “estaciones de confort” (burdeles militares) durante meses e incluso años. Muchas de ellas perdían la virginidad en estos sórdidos lugares y muchas terminaron también estériles debido a la brutalidad de sus violadores. Aunque pueda sorprender, a día de hoy el gobierno nipón aún no ha compensado, porque no lo reconoce y además lo ha ocultado, como debiera a estas mujeres, tal y como denuncian organizaciones internacionales como Amnistía Internacional.

La guerra mundial a trozos

Así es como denomina el Papa Francisco a  los actuales conflictos en la que estamos. La violación se sigue utilizando como un arma más de la guerra y del dominio.

En un conflicto es mucho más peligroso en ocasiones ser mujer que ser soldado”. Esta frase la pronunció el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy al terminar la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, el 28 de octubre 2015, donde se aprobó la Resolución 2242 para proteger a las mujeres en zonas de conflicto.

Un informe de este verano, uno más entre otros muchos, de Amnistía Internacional nos han desvelado la cantidad de mujeres que  durante el viaje hasta la costa libia, vivían con el temor constante a la violencia sexual. Muchas dijeron que la violación era tan habitual que se aprovisionaban de píldoras anticonceptivas antes de emprender el viaje para evitar quedarse embarazadas. Agredidas sexualmente por los propios traficantes, por tratantes o por miembros de grupos armados.

Como la escena que no muestra en la película cuando Mathilde, la médica, salvadora y feminista, en una de sus visitas diarias al convento es acosada y atacada nocturnamente por un grupo de un puesto de control todavía en manos del ejército soviético. A pesar de ir con un camión de la Cruz Roja y a pesar de tener su salvoconducto, la joven médico, ofreciendo lo mejor del ser humano en su abnegado servicio, se tendrá que enfrentar a la jauría humana desbocada. En este caso, tres o cuatro soldados.

Mucho se habla estos días de las migraciones a Europa, pero no se dice, que las mujeres migrantes que cruzan fronteras, son casi la mitad del total mundial. Dos terceras partes de los más analfabetos del mundo, todavía hoy, son mujeres, como informa el fondo de Desarrollo para las mujeres de la Naciones Unidas. Y, por supuesto, dos terceras partes de los más pobres del mundo son mujeres.

Y yo me pregunto: ¿esto es un accidente? O por el contrario: ¿esto es una política? Alguien, en algún lugar, podemos pensar que ha decidido que las mujeres necesitan menos, por lo tanto, se les debe dar menos y, además, se lo merecen menos que los varones. No es extraño que las mujeres piensen que migrar les abre nuevas vías para escapar de esta situación de pobreza y opresión.

En una encuesta de Médicos sin fronteras (70% de los casos), se explicaba que habían salido de sus países por conflicto armado, persecución política y otros tipos de violencia, o abusos en el hogar. En el resto de los testimonios, sobre todo en los de las mujeres procedentes de Nigeria, se recogieron razones de tipo económico, tales como la pobreza. Ahora bien, en este proceso se encuentran las mismas desigualdades asociadas a su género que ya sufrían en sus lugares de origen. Aproximadamente 6 de cada 10 mujeres migrantes sufren algún tipo de agresión sexual durante el camino. No podemos olvidar que la violación es una forma de humillar, atemorizar tanto a otras mujeres como a los hombres que las acompañan.

Ambas, emigrantes y/o monjas, ante la violencia sexual desatada de manera criminal sufren además una importante dosis de estigmatización y culpabilización como víctimas inermes. Como tantas mujeres violadas, en la guerra de Bosnia, heridas en cuerpo y alma que ni se atrevían siquiera a desvelar su condición de víctimas mientras sus violadores eran considerados héroes. Temían que las culparan a ellas, que pensaran que en el fondo “algo habrían hecho” para acabar siendo violadas.

Conclusión: abrir nuevos caminos, una vez roto el silencio

Desde que en la década de los noventa, tras el genocidio de Rwanda y los conflictos armados que asolaron la región de los Balcanes, la violencia sexual como arma de guerra se convirtiera en una cuestión de interés público, después de una larga historia de silencio, su presencia en los debates públicos sobre los conflictos armados y su impacto en la población civil ha sido creciente.

La tipificación de los delitos de carácter sexual cometidos en el transcurso de los conflictos armados ha avanzado notablemente gracias a los avances registrados por diferentes tribunales internacionales, y de manera especial los Tribunales Penales para Rwanda y la ex Yugoslavia, así como gracias al Estatuto de Roma, que creó la Corte Penal Internacional.

Por otra parte, en el año 2008, a propuesta del Gobierno de EEUU se debatió y se aprobó en el Consejo de Seguridad de la ONU la resolución 1820 sobre la violencia sexual en los conflictos. La aprobación de esta resolución y su discusión en el Consejo de Seguridad sucedieron a un creciente debate social e institucional sobre la necesidad de poner fin a este crimen de guerra, cuya utilización se ha documentado en la práctica totalidad de los conflictos armados actuales. La resolución 1820 reconoce que la población civil es la principal víctima de los conflictos armados, y las mujeres y las niñas resultan particularmente afectadas por la violencia sexual que puede llegar a ser una táctica de guerra, persistiendo incluso después del cese de las hostilidades.

La resolución señala que la utilización de la violencia sexual puede contribuir a exacerbar los conflictos armados y, por tanto, exige a todas las partes enfrentadas que pongan fin sin dilación a su utilización y que adopten con celeridad medidas para proteger a los civiles, en particular a las mujeres y las niñas.

Además, se pide que esta violencia quede excluida de las disposiciones de amnistía en los procesos de paz y se insta a los países que participan en las misiones de mantenimiento de la paz que aumenten el nivel de formación de sus contingentes para dar respuesta a esta violencia.

Antonio Machado empezaba su poema. “Caminante, son tus huellas el camino, y nada más, caminante no hay camino, se hace camino al andar…” No hay, ni puede haber, caminos marcados, hemos de ser capaces de abrir nuevos caminos. Los caminos nuevos los abren aquellas que tienen la fuerza y el coraje de hacer posible una vida mejor, las que se rebelan y luchan por una ampliación de sus derechos como mujeres, como personas.

 

Artículo elaborado por María Pilar de la Vega Cebrián, Historiadora y Catedrática de Instituto, colaboradora de la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión y de FronterasCTR.

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