Alfredo Marcos
Universidad de Valladolid; amarcos@uva.es
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Introducción
El transhumanismo (TH) querría poner en marcha un proceso hacia lo posthumano. Tendríamos una primera fase bío, tendente a la mejora del cuerpo humano en su salud, longevidad y prestaciones, mediante diversas biotecnologías. La segunda fase -llamémosle info– apuntaría ya hacia una simbiosis de nuestro cuerpo biológico con los artefactos digitales procedentes de la inteligencia artificial y de la robótica. En una tercera fase, se podría aspirar incluso a una sustitución plena del soporte biológico, siempre sospechoso, por otro aparentemente más fiable[1]. Y en el límite, encontraríamos ya la desmaterialización o digitalización plena de la mente. Se sueña, así, con la migración de las mentes individuales (mind uploading)[2], para hacerlas converger, en última instancia, hacia una única y omnisciente mente cósmica, en una especie de teogénesis.
Las primeras fases resultan acordes con la actitud de una sociedad individualista, que valora por encima de todo la autonomía de cada cual para decidir sobre su cuerpo y su vida. Pero poco a poco van apareciendo las ambiciones más profundas del TH, que superan con mucho el horizonte vivencial del urbanita medio contemporáneo, para adentrarse en la terra incognita de lo posthumano, al margen ya del cuerpo biológico. Aquí la cosa empieza a ponerse demasiado distópica, incluso para el gusto del urbanita medio en su versión progresista. Resulta muy iluminadora al respecto la serie británica Years and Years (UK, 2019), que refleja el choque generacional en cuanto a las antropotecnias más radicales. Pero hay que estar preparados para emociones aun más fuertes. A nadie debería sorprender que, al final, acaben entrando en juego también las ensoñaciones de carácter cosmológico -y hasta teológico- que han servido siempre de inspiración a las ideologías que proponen sobrepasar lo humano.
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El complejo ACT (arte, ciencia y técnica)
El TH depende, pues, de una diversidad de conexiones culturales. Busca conectarse de modo especialmente intenso con la ciencia y con la tecnología. Sin embargo, muchas de sus expresiones se sitúan en territorios que calificaríamos de artísticos. Al igual que las nanotecnologías sugieren la posibilidad de una escultura molecular, del mismo modo que las biotecnologías invitan a pensar inmediatamente en el bioarte, así las antropotecnias remiten a la posibilidad de una especie de auto-diseño no carente de connotaciones estéticas.
Nótense ahora las relaciones que el TH mantiene con la innovación tecnológica, las apelaciones que hace al conocimiento científico, así como la inspiración que ha podido proporcionar a la creación artística en campos muy diversos, como el cine, la literatura, las artes escénicas, las performances…
Si queremos entender, pues, la posición cultural del TH, tendremos que situarlo dentro de este nuevo de tejido de convergencia ACT. En el momento en el que alguien propugna la intervención tecnocientífica profunda sobre el propio ser humano, se embarca en una tarea poética. Dicho de otro modo, quizá la mirada más perspicaz sobre el TH sea aquella que adopta el punto de vista de la crítica de arte. Tratemos, en lo que sigue, de profundizar en esta sugerencia.
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Una hermenéutica para el cíborg
Da la impresión de que el objetivo de los transhumanistas es influir sobre las políticas, sobre la configuración social y antropológica. Para ello, hacen apelación a los posibles desarrollos tecnocientíficos futuros. Pero se trata solo de una primera impresión. El futuro al que apela el TH ya es, en buena medida, pasado. Desde los primeros textos de Julian Huxley han transcurrido más de cien años. Esfandiari se hacía llamar FM 2030. Y este año 2030 no es ya futuro remoto, sino que, por así decirlo, está al caer. La fundación del Instituto Extropiano, así como la de la World Transhumanist Association (hoy Humanity+), datan del siglo pasado. Todo esto significa que podemos empezar ya a hacer balance.
¿Qué ha sucedido desde los tiempos de Huxley? Ha crecido notablemente la población humana mundial siguiendo, en su inmensísima mayoría, el método clásico de reproducción de los mamíferos. Nuestra esperanza media de vida ha mejorado, gracias sobre todo al desarrollo económico y a los cuidados perinatales. Ello no quiere decir que los seres humanos mueran hoy a los doscientos años, sino que son menos los niños que mueren antes de cumplir los cinco años y que disponemos de mejor alimentación, higiene y cuidados médicos que hace un siglo. Sin embargo, el horizonte extremo de una vida humana sigue estando, como ha estado siempre, en el entorno de los ciento veinte años. La mayor parte de los humanos, hasta donde se puede intuir, aspiran a una vida más propiamente humana, en compañía de familia y amigos, en un ambiente natural saludable, con acceso a comida, agua, cobijo y alguna que otra comodidad añadida, dentro de entidades políticas seguras y justas. En cambio, no parece muy común ni muy vehemente el anhelo de una vida transhumana o posthumana. Seguimos teniendo problemas bien reales y acuciantes, pero se refieren al logro de una vida propiamente humana para todos, al respeto debido a todas y cada una de las personas que formamos la familia humana.
Además, el regreso de los crio-conservados no se ha producido. Ni siquiera se ha intentado descongelar a uno de ellos, a pesar de que la técnica comenzó a emplearse hace más de medio siglo y de que los avances de la medicina han sido apabullantes en estas últimas décadas. Tampoco hemos conseguido la autonomía de ninguna neocolonia extraterrestre. Ni siquiera hemos huido a otro planeta, aunque fuera manteniendo el cordón umbilical con la Tierra. No se han visto multitudes agolpadas a la puerta de los transportes a Marte. Sí, en cambio, al pie de los aviones que despegan de Kabul, o de los cayucos que zarpan de Senegal.
Por otro lado, la mente cósmica no ha aparecido aun. Es más, ya hemos sido testigos de los asombrosos logros lingüísticos del programa ChatGPT y de otros sistemas análogos, que no entienden absolutamente nada, ni poseen conciencia, ni han intentado tomar el mando de la nave. En 1968 se estrenó 2001, Odisea en el espacio. Sigue siendo una gloriosa pieza clásica, pero su futuro 2001 es, para nosotros, pasado, muy pasado: y ni rastro de nada parecido a Hal 9000.
Si interpretamos la actividad del TH como la de un clásico think tank, habría que reconocer que ha resultado un fiasco. Pero quizá, aplicando el principio de caridad hermenéutica[3], podamos rescatar un valor cultural genuino en este tipo de ideología. Lo mejor que podemos hacer por ella es ponerla en el marco del activismo performativo. Todo el movimiento transhumanista podría ser leído como una gran performance, constituida por diversas acciones más específicas. Dicho de modo simbólico, el nicho cultural del TH no es el laboratorio de física o de biología, ni el centro de robótica avanzada, ni la Estación Espacial Internacional, no es del departamento de ciencias sociales, ni el de antropología, no es la ONU ni el parlamento local, como tampoco ha de serlo la Unesco. Su nicho cultural es el museo de arte contemporáneo, la galería de moda, la estantería de ficción, el bestseller y el show business, el plató, la tarima Ted Talk y las secciones futuroscópicas en medios y redes.
Nada hay de extravagante en la propuesta hermenéutica que formulo. Esta clave interpretativa se nos revela con solo leer a Natasha Vita-More, una de las personas que lidera el actual transhumanismo: “This future body prototype –podemos leer en su sitio web- was motivated by forming new relationships between design, science and technology”[4]. El centro de gravedad es, aquí, el diseño, la ambición estética, la creatividad artística. Mi interpretación: Natasha Vita-More es una (auto)diseñadora que se inspira, para hacer su trabajo artístico, en algunos avances de la ciencia y de la tecnología, así como en la ficción futurista sobre la vida humana. Es todo, y no es poco. ¿Sus productos valen o no la pena? Esta es una cuestión apropiada para la crítica de arte.
Podemos vislumbrar el rendimiento de esta clave hermenéutica aplicándola, por ejemplo, al universo cíborg. Recordemos el caso de Neil Harbisson, quien porta sobre sí un transductor que transforma diferencias cromáticas de la luz en diferencia tonales del sonido. El primer objetivo de este aparato tiene un carácter terapéutico, pues permite al usuario compensar sus dificultades para la discriminación cromática. Pero, a partir de ahí, Harbisson ha logrado una performance que consiste en la exploración artística de las funcionalidades del artefacto. Logra, al mismo tiempo, atención mediática gracias a la llamativa declaración de que la prótesis sensorial le ha convertido en un cíborg. Mi interpretación: no estamos ante un cíborg, sino ante un artista, en concreto, ante un performer. Se declara cíborg con la misma legitimidad con la que Salvador Dalí situaba el centro del mundo en la estación de Perpiñán. Con afirmaciones de este tenor conformaba Dalí un carismático personaje público y promovía el interés por su genial obra pictórica. ¿Es genial la performance de Harbisson? No lo sé. La crítica de arte tendrá que pronunciarse.
Algo análogo podríamos decir respecto de otras personas que se reclaman cíborgs. Es el caso de la artista Moon Ribas, que cuenta con sensores sísmicos conectados a su cuerpo. También el de Manel de Aguas, quien se ha hecho instalar unas aletas que le proporcionan información meteorológica. Son artistas que actúan sobre su propio cuerpo para producir una performance. Algo similar sucede, por ejemplo, en el body painting. Los medios que emplean son obtenidos a partir de instrumentos tecnológicos. Nada tiene esto que ver con ningún tránsito hacia una condición posthumana, sino con la construcción performativa de personalidades que generan interés público. De nuevo: están tan lejos del cíborg, como Perpiñán del centro del universo. Y, por cierto, tanto sentido tiene el término “cíborg” como la expresión “centro del universo”. Este género de performances suscitan un interrogante: ¿estamos ante un tipo de arte valioso? Preguntemos a la crítica de arte.
Un argumento de peso a favor de la hermenéutica que propongo lo encontramos en la profusa interacción entre el TH y las más diversas modalidades artísticas[5]. Curiosamente –o no tanto- la propuesta transhumanista de Julian Huxley es contemporánea de la distopía clásica, Un mundo feliz (A Brave New World), ingeniada por su hermano Aldous Huxley. A partir de ahí, la tradición transhumanista ha inspirado numerosísimas obras de arte, muchas de ellas formuladas en tono crítico para con el proyecto de tecno-transformación del ser humano. Autores, como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, por citar solo dos de entre los más señeros, han explorado con maestría este filón novelístico. Otros géneros literarios, como la poesía, se han interesado por los horizontes tecno-futuristas y por la consiguiente mutación de lo humano[6]. El comic, en sus distintas variantes, desde los álbumes de superhéroes al estilo Marvel, hasta el manga y el anime, ha constituido un foro habitual de exploración de universos transhumanistas. Sirvan como ilustración los títulos Ghost in the Shell y Evangelion.
Por supuesto, el aroma del TH se percibe en un buen número de obras cinematográficas: desde la elegantísima Gattaca, hasta filmes ya legendarios como 2001. Odisea en el espacio, Matrix o Blade Runner, pasando por otros de diversa valía, como Avatar, Downsizing, The island y un largo etcétera. Lo mismo ocurre en el mundo de las series televisivas, con piezas como Black Mirror, Years and Years o H+ the digital Series, entre otras muchas. Aun dentro de lo audiovisual, no podemos olvidar la presencia de videojuegos que se desarrollan en mundos abiertamente transhumanos. Es el caso de la saga Deus-Ex o del universo Cyberpunk 2077. Tampoco las artes escénicas son ajenas al influjo transhumanista. Podemos detectarlo, por ejemplo, en distintos proyectos de danza interactiva con robots, como ABB Robotics – Dancing with Robots[7], o el espectáculo coreográfico Huang Yi & Kuka[8]. En las artes plásticas encontramos, asimismo, casos de inspiración en horizontes antropotécnicos, como el de la escultura de Filip Custic. De hecho, las antropotecnias están más que presentes en el arte experimental, ya difícilmente analizable por géneros. Por ejemplo, la iniciativa No One is an Island[9] se desarrolla en torno a una pieza central dinámica, de carácter escultórico, e incluye componentes robóticos en coreografía interactiva con seres humanos, paisajes sonoros, así como alusiones a los dibujos de luz de Pablo Picasso. Hasta la arquitectura, al menos en el plano teórico, contempla la necesidad de nuevos espacios de habitación para seres humanos transformados[10].
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La pregunta antropológica
La negación de nuestra propia naturaleza nos condenaría a la indiferencia. Pero esta constatación no hace aun completamente inútil la moda transhumanista. Interpretada en su conjunto como acto artístico, como performance, puede aportarnos algo valioso. En general, toda obra de arte constituye una exploración de espacios de posibilidad. El teatro, el cine, la novela…, nos muestran configuraciones posibles de la peripecia vital humana. El “engaño” que hay en estas artes no consiste en hacer pasar por verdadero lo que es falso, sino en mostrarnos como actual lo que es meramente posible. Ponen ante nuestra vista, como en acto, algunas de la posibilidades de la vida humana y nos las dan a conocer. Así entendida, la performance transhumanista nos enseña qué podría ser de nosotros si nos auto infligiésemos sin criterio las posibles antropotecnias. Y el paisaje que aparece suele resultar más bien distópico.
Dicho de otro modo, la mera pretensión de reemplazar al ser humano por un ente posthumano, nos impulsa a valorar de inmediato nuestra naturaleza humana común, nos muestra la urgencia ético/política de su cuidadosa preservación. De este modo, el TH retiene una cierta utilidad y un valor cultural. Cumple la clásica función catártica del arte. Como performance, manifiesta algo crucial que podríamos expresar con Kierkegaard: aprendemos a contentarnos con ser humanos, “y no es que con ello hablemos de manera empequeñecedora, al revés, afirmamos lo supremo”[11].
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Conclusiones: el tiempo de las personas
La (ex)moda transhumanista ha podido resultar inspiradora en muchos sentidos. Aun así, su carácter de moda cultural debería invitarnos a todos a mirar a través de la misma, con ayuda del prisma hermenéutico sugerido, con más profundidad, hacia fuentes de inspiración más potentes y capaces de generar dinámicas culturales más robustas. Entre estas posibles fuentes, destaca la dignidad propia de nuestra común naturaleza humana, así como a una vivencia del tiempo menos apresurada, más contemplativa, menos futurista, más centrada en la riqueza y densidad del presente.
* Resumido del artículo: Marcos, A. (2025). “Transhumanismo y cultura. Una hermenéutica para el cíborg”. Anuario de AC/E de Cultura Digital 2024, pp. 10-27. https://www.accioncultural.es/es/anuario2024-ebook
[1] Cf. Sara Lumbreras, Respuestas al transhumanismo: cuerpo, autenticidad y sentido, Digital Reasons, Madrid, 2019.
[2] Cf. Mariano Asla, Yo, mi cerebro y mi otro yo (digital): muerte e inmortalidad humanas en el horizonte de la transferencia menta”, Investigación y Ciencia, 506: 90-91, 2018.
[3] El principio lingüístico de caridad aconseja que se intente interpretar las declaraciones del interlocutor como racionales, hasta donde será posible.
[4] https://natashavita-more.com/innovations/. Consultado el 09/01/2024.
[5] Dejo aquí al margen la reflexión sobre una posible mecanización de la creatividad artística. Es una reflexión hoy día muy necesaria, pero nos llevaría demasiado lejos del tema de este artículo.
[6] Sobre poesía de inspiración transhumanismta Cf. https://www.poetrysoup.com/poems/best/transhumanism.
[7] https://www.youtube.com/watch?v=Meh2NTdaK-k
[8] https://youtu.be/Yye7EgKSHyM
[9] https://bmwgroupculture.com/no-one-is-an-island?partner=HslhhV81ND
[10] Josep Muntañola, Arquitectura y trasnhumanismo, Arquitectonics, 2001, pp. 49-57.
[11] Søren Kierkegaard, Los lirios del campo, Guadarrama, Madrid, 1963, pp. 51.