Desde la publicación de Orientalismo de Edward W. Said en 1978, esta teoría ha influido profundamente en las ciencias humanas y sociales, a pesar de las críticas que ha recibido. Su propuesta ha sido discutida, reformulada y utilizada como herramienta de análisis por numerosos intelectuales en diversos campos. En su reciente artículo publicado en Razón y Fe, Martín Ricardo López Angelini se propone explorar la relación entre orientalismo y violencia, enfocándose en la violencia inherente a los modos en que esta teoría representa y apropia la alteridad.
El orientalismo no solo implica una representación de lo otro, sino que produce mecanismos específicos de violencia conceptual. Esta violencia se expresa en la forma en que el orientalismo construye y jerarquiza distintas otredades bajo una falsa homogeneidad, estableciendo distinciones esencialistas. Se entiende al orientalismo como un dispositivo que enmascara estas violencias y las hace persistir a lo largo de la historia, camuflándolas bajo discursos de conocimiento o poder.
Cada forma particular de orientalismo genera violencias específicas, derivadas de una violencia original implícita en su proceso de clasificación. Así, el orientalismo no actúa de manera uniforme, sino que establece jerarquías entre los distintos “Orientes”, construyendo un “horizonte de Orientes” donde unos se imponen sobre otros según una valoración positiva o negativa.
El artículo se estructura en tres partes: primero, López Angelini redefine el concepto de orientalismo, diferenciándose de la propuesta original de Said, aunque partiendo de ella; segundo, analiza cómo todo acto de orientalización implica una violencia en la construcción del “otro”; y, finalmente, estudia cómo el orientalismo como dispositivo establece jerarquías semánticas entre los Orientes. Esta gradación llevará a reflexionar sobre la posibilidad de implementar una “economía” que enfrente y cuestione la nocividad de tales construcciones ideológicas.
Hacia una reconceptualización del orientalismo
El orientalismo, según Edward Said, puede entenderse a partir de tres definiciones principales, de las cuales dos son especialmente problemáticas y han generado un intenso debate académico. La segunda definición lo describe como un estilo de pensamiento basado en una distinción ontológica y epistemológica entre Oriente y Occidente. Esta formulación ha sido criticada por apoyarse en operaciones mentales no verificables y por construir una oposición binaria que reduce la complejidad de ambas categorías. Dicha distinción produce una violencia conceptual originaria: la supresión de la heterogeneidad en favor de categorías simplificadas, manejables y, por tanto, manipulables. Estas categorías, lejos de reflejar realidades estables, son construcciones discursivas que contribuyen a una percepción distorsionada del mundo.
La tercera definición considera al orientalismo como una institución histórica que, desde finales del siglo XVIII, ha buscado dominar, representar y tener autoridad sobre Oriente. Esta concepción también ha sido objeto de críticas, ya que presenta al orientalismo como un fenómeno homogéneo y estático, ignorando su carácter contradictorio, cambiante y contextual. Además, asume que el poder colonial se ejerce de manera unidireccional, sin considerar la agencia de los sujetos orientalizados ni la complejidad de las relaciones coloniales.
Frente a estas limitaciones, el autor propone una reformulación del orientalismo como un dispositivo, en el sentido propuesto por Agamben y Foucault: una red de elementos heterogéneos —discursos, prácticas, instituciones, imágenes— que operan en relaciones de poder-saber para clasificar, reconfigurar y controlar la alteridad. Este dispositivo produce y reproduce representaciones de los “Orientes” en función de diversos intereses occidentales, los cuales no siempre son coherentes entre sí. La apropiación y resignificación de estos discursos por parte de los propios países orientalizados demuestra la vigencia y flexibilidad del orientalismo, cuya lógica clasificatoria y jerárquica aún se manifiesta en campos como la filosofía, la educación y los medios de comunicación.
La violencia orientalista y la jerarquización del horizonte de Orientes
El orientalismo se origina en una violencia conceptual fundacional que distingue entre un «nosotros» y un «ellos», configurando la oposición entre un Occidente que conoce y un Oriente que es conocido. Esta división reduce las heterogeneidades culturales a estereotipos manejables a través del lenguaje, instrumento esencial del acto orientalista. La conceptualización del otro bajo categorías propias implica una forma de apropiación y subordinación. Esta operación no sólo es inherente al orientalismo, sino también al proceso mismo de conocer.
Existen dos formas principales de violencia orientalista: una idealizante, que exalta la alteridad al extremo —como en el caso del “buen salvaje” o el “paraíso terrenal”—, y otra despreciativa, que presenta al otro como inferior o amenazante, como ocurre con el estereotipo del musulmán terrorista o la representación colonial de la China del siglo XIX. En ambos casos, el resultado es la negación de la voz del otro, sustituido por construcciones discursivas al servicio de intereses occidentales.
Estas representaciones no son estáticas: el orientalismo funciona como un dispositivo que produce conocimientos y prácticas orientadas a clasificar, controlar y subordinar. Japón, por ejemplo, ha sido representado como un país exótico, luego como una amenaza militar y finalmente como un Oriente “positivo”, según las necesidades de Occidente. Este tipo de configuraciones generan una jerarquía de Orientes en función de intereses políticos, económicos o culturales.
La violencia orientalista se manifiesta en tres niveles: en su origen conceptual, en la creación de estereotipos funcionales a ciertos discursos, y en la implementación de medidas políticas o jurídicas basadas en estas construcciones. Reconocer estas dinámicas permite desarticular sus efectos y analizar críticamente las relaciones de poder que estructuran la representación del otro. El orientalismo, por tanto, no es un fenómeno del pasado, sino una lógica activa y adaptable en el presente.
Consideraciones finales
El orientalismo, entendido como dispositivo conceptual y marco teórico, se encuentra profundamente vinculado a una violencia estructural que atraviesa los procesos de representación de la alteridad. A través de categorías epistémicas que simplifican y homogeneizan la diferencia, este fenómeno reproduce jerarquías culturales que colocan a Occidente en una posición de centralidad. Desde su origen, el orientalismo implica una conceptualización reductiva que genera múltiples niveles de violencia, desde el esencialismo inicial hasta las formas contemporáneas de neo-orientalismo caracterizadas por discursos utilitarios y polarizantes.
Este fenómeno no es estático ni uniforme, sino que se adapta a los contextos históricos y a intereses políticos, económicos y culturales específicos. Por ello, su análisis debe realizarse desde una perspectiva crítica y contextualizada, capaz de revelar las relaciones de poder que configuran sus manifestaciones. El orientalismo no solo moldea imaginarios colectivos, sino que también influye en políticas concretas que jerarquizan los distintos Orientes según intereses estratégicos.
Si bien es imposible eliminar completamente el orientalismo debido a su vínculo con el lenguaje —medio a través del cual se produce la conceptualización del otro—, es posible enfrentarlo mediante un uso consciente y crítico del mismo. La violencia orientalista es, en esencia, una violencia del lenguaje, por lo que el combate contra ella también debe darse en ese terreno. En términos derridianos, se trata de oponer una luz a otra luz, para evitar la violencia mayor: el silencio o la invisibilización del otro.
Así, la clave está en identificar las violencias inscritas en los discursos orientalistas para desactivarlas. Concebir el orientalismo como un dispositivo de violencia permite desenmascarar sus mecanismos de operación, contribuyendo a construir formas de representación más justas y respetuosas de la diversidad cultural, sin dejar de reconocer los límites inevitables del propio lenguaje.
*Resumido del artículo de López Angelini, M. R. (2025). El orientalismo como dispositivo de violencia: representación y subordinación en la construcción de la alteridad. Razón Y Fe, 289(1466), 99–119. https://doi.org/10.14422/ryf.vol289.i1466.y2025.004