[Jacob Buganza, Universidad Veracruzana] En este trabajo, el autor busca demostrar que la metafísica de Giuseppe Buroni, a la que puede tildarse de platónico-rosminiana, es una expresión de la filosofía cristiana perenne. Para ello, se recuperan las Nozioni di ontologia de las que se extraen sus planteamientos centrales. Ahí se encuentra la distinción ontológica prolijamente desarrollada, el tema de la unidad y la multiplicidad, la producción o creación desde el punto de vista de la teosofía y la demostración de la existencia de Dios.
Introducción
Las Nozioni di ontologia de Giuseppe Buroni originariamente fueron publicadas como apartes en el periódico filosófico Campo de´filosofi italiani, y datan del año 1866. Desde la advertencia publicada en la primera edición, se señala sin ambages que la teosofía de Rosmini, en cuanto obra y doctrina filosófica, es considerada por el sacerdote de la Misión como la producción más poderosa, especulativamente estimada, que haya aparecido después de la Summa theologiae de Tomás de Aquino. Esta altísima apreciación, sin embargo, en nada obsta para que, de acuerdo con este autor, se puedan enmendar algunos pasajes del filósofo de Rovereto, sobre todo en cuanto a su expresión y no tanto en cuanto a su contenido: las tesis de Rosmini pueden ser sostenidas por todo aquel que esté convencido de la verdad de la filosofía del Aquinate, en cuanto expresan, en un lenguaje moderno, el núcleo central de la filosofía cristiana que ha pasado por la criba de la modernidad. En otras palabras, Buroni estima que sus Nozioni di ontologia, vueltas a publicar en segunda edición doce años después, o sea, en 1878, permiten visualizar cómo es que las metafísicas de santo Tomás y Rosmini poseen numerosos vasos comunicantes debidos, ciertamente, a que comparten tesis de la más genuina filosofía cristiana, cultivada por centurias, como aquella que numerosos Padres de la Iglesia sostienen con incontables argumentos y que heredan del más alto platonismo, a saber, que el ente ideal, como se le llama modernamente, o las Ideas sempiternas, como las denominan los tardo-antiguos, son las “razones eternas, estables e incomunicables de todas las cosas” (1878, pp. V-VII).
Resulta útil tener en cuenta que la segunda edición de las Nozioni di ontologia es publicada al año siguiente de que ve la luz la obra más importante del propio Buroni, a saber, Del essere e del conoscere (1877), de cuyos resultados se aprovecha sin duda. En efecto, en esta segunda obra el filósofo placentino demuestra cómo es que la filosofía de Rosmini es una continuación vigorosa de la fecunda tradición itálica representada por autores de la talla de Parménides y Platón. Haciendo eco de dicha tradición, Rosmini argumenta novedosamente a favor de la distinción irreductible, en términos modernos, del ser ideal y del ser real, cuyo vaso comunicante en último término es el ser mismo, con lo que trae de nueva cuenta a la discusión contemporánea la diferencia y vinculación entre el ámbito inteligible y el sensible. Es más, en el Proemio a sus Nozioni, Buroni recuerda las tesis de Dionisio el Areopagita y san Gregorio Nacianceno, de acuerdo con las cuales nos resulta prácticamente imposible separarnos de las imágenes sensibles y materiales para pensar las realidades inteligibles y divinas, puesto que el ser humano posee un comercio ineludible con las primeras. De hecho, las nociones de la ontología, aunque en sí mismas abstractas y científicas, poseen semejanza o similitud con los términos más terrenales fincados precisamente en el mundo sensible. No es de maravillar que los vocablos de los que se sirve la ontología, de manera precisa y científica, tengan por base metáforas enraizadas en lo sensible, especialmente en lo que se refiere al órgano de la vista. Es lo que sucede con los vocablos ver, intuir, entender, especie, idea, especulación, luz, etcétera; por supuesto que, desde el punto de vista platónico, resulta más verdadero que las palabras convengan a las cosas inteligibles y secundariamente a las sensibles, por ejemplo, el hombre es prioritariamente la Idea y secundariamente o por participación el hombre real o singular. Pero desde el punto de vista de la ciencia ontológica, y haciendo caso a las dos autoridades traídas a colación por Buroni, no es posible pensar en tales conceptos sin su enraizamiento sensible. Esta posición empata con la manera en que se expresa la Sagrada Escritura, la cual, “para expresarnos los conceptos espirituales de la Verdad, la Gracia, la Beatitud, y también los de la Esencia de Dios y la Trinidad de las Personas, no encuentra palabra ni semejanza mejor que Luz” (1877, pp. 2-3).
Precisamente la luz tiene sobradas semejanzas con el concepto nuclear de la ontología, esto es, el ser. La luz se encuentra en tres estados: el correspondiente al objeto luminoso mismo, que es la luz subsistente; la luz como dispersa o vibración de la luz subsistente, que es el acto de lucir; finalmente, la luz recibida y participada en los cuerpos opacos, pero iluminados por la primera. Es importante retener que la luz es concebida por Buroni como vibración y no como emanación (cf. 1877, p. 104), al parecer para evitar cualquier trazo con cualquier panteísmo, ya advertido desde la tardo-antigüedad por algunos neoplatónicos, no sólo cristianos, sino también paganos (cf. Buganza, 2024). Así pues, y retomando la semejanza con la luz ya señalada, para que el ojo vea es necesario que haya precisamente luz, pues no ve otra cosa más que la luz determinada en distintas variantes o variopintamente; lo mismo sucede con el ser, que es el objeto propio y formal del intelecto, en cuanto todas las cosas que conocemos las conocemos bajo el aspecto del ser o en cuanto poseen al ser. Es preciso entender qué cosa es el ser y no confundirlo con los “seres”, como vulgarmente se dice, y sirviéndose del lenguaje platónico contenido en el Sofista, Buroni subraya que el ser no es la piedra, la carne, el hombre y las demás cosas de la naturaleza visible, sino que estas últimas son “lo otro del ser”, puesto que se enmarcan en él, así como las letras impresas sobre la hoja no son la hoja, sino lo otro de la hoja. Siguiendo esta comparación, Buroni pone por escrito que el ser debe considerarse en tres estados análogos a los de la luz:
1° El ser en sí y por sí subsistente en toda la fuerza del ser, que por ello se llama Ens subsistens, porque no es el ser recibido en otro sujeto, sino el ser sujeto por sí mismo, y esto corresponde al sol; 2° El ser tenido y participado en los entes finitos, los cuales tienen el ser y lo reciben más o menos, según su capacidad, pero no son el ser, como los cuerpos iluminados tienen la luz, pero no son la luz […]. El ser, por tanto, en los entes finitos es ser-predicado, que se adapta sobre un sujeto que no es él, pero no es el ser-sujeto, como es Dios; 3° Pero, entre el ser por sí subsistente, que es Dios, nosotros necesariamente concebimos al ser en el momento intermedio que se departe, por decir así, de Dios y viene a caer sobre las substancias finitas, y las hace ser entes, como la luz radiante que se departe del sol viene a caer sobre los cuerpos opacos y los hace ser iluminados: y desde esta perspectiva intermedia el ser se podrá llamar, justa la semejanza asumida, si bien con locución muy impropia, la cual, en su momento, habrá de enmendarse, ser-radiante (1877, pp. 6-7).
Este último es el acto-puro que todavía no recibe determinación alguna y que Buroni considera que tiene sede en la mente, sobre todo en la Mente infinita, y que, desde el punto de vista de Rosmini, corresponde al essere ideale.
[…]
La demostración de la existencia de Dios
Las Nozioni di ontologia de Buroni no pretenden desarrollar toda la teología que se desprende de las posiciones del Aquinate y el roveretano, sino sólo servir de base para ella. La ontología tiene esta noble labor, ni más ni menos. Buroni, quien conoce con mucha exactitud estas tradiciones, recurre a la cuarta vía tomista para demostrar la existencia de Dios, pero mediada por la filosofía rosminiana. En suma, la vía sostiene que, puesto que en las criaturas se encuentran perfecciones, y estas últimas no se las han dado a sí ellas mismas, es preciso que sean producidas por algo más, esto es, Dios, Suma perfección. Las perfecciones de las criaturas pueden concebirse como grados de perfección del ser, y puesto que el ser virtual que resplandece en la mente creada es precisamente la medida idónea para ello, con él se pueden apreciar no sólo los grados, de menor a menor, de perfección del ser que posee un ente, sino también se puede pensar en un Ser subsistente infinito, como sostiene la prueba tomista. “Observando a las cosas finitas, vemos en aquella y sobre ellas el acto y luz del ser, pero no como un acto propio suyo, sino recibido y prestado, por el que tienen y no tienen, y lo adquieren o pierden, y lo tienen más o menos; por ende, concluimos que este acto debe referirse a un agente fuera del orden de las cosas finitas” (Buroni, 1877, p. 122). Como se aprecia, Buroni interpreta está demostración de la existencia de Dios en el registro de las demostraciones ex ratione causae efficientis, por las cuales, de lo finito, se alcanza lo infinito, en cuando lo primero es estímulo para elevarse a lo segundo. Sin embargo, para que esto sea posible llevarlo a cabo, se requiere que la mente esté informada por la idealidad infinita; por tanto, se requiere de la idea de ser, en este caso virtual, para lograr la escalada. Lo mismo ocurre si se toma, por ejemplo, lo imperfecto, a partir de lo cual se alcanza lo perfecto, o lo temporal para escalar a lo eterno: “La mente informada por la idea es una lente que recoge la multiplicidad de rayos y los hace converger en un solo punto, que es el fuego de la lente. Por tanto, en la demostración de la existencia se encierra como en germen todo el tratado de los atributos y nociones de Dios” (Buroni, 1877, p. 122).
En torno a alguna demostración a priori de la existencia de Dios, es decir, sin recurrir a la experiencia, sino ateniendo exclusivamente a las ideas, Buroni afirma que siempre se presupone o se parte de algún elemento de la experiencia, esto es, se apoyan los “pies en algo de lo finito”, por lo que toda demostración así caracterizada no es del todo ideal. Así pues, “si nuestra mente no aprehendiese otra cosa que la luz siempre uniforme del ser ideal que la informa, no sólo le faltaría el estímulo, sino también el fundamento para alzarse al pensamiento del Ser pleno, sólido y subsistente” (Buroni, 1877, p. 124). Aun cuando se acepte que hay algo de Dios en el hombre, a saber, el ser ideal, no se alcanza a priori su demostración, pues no se le presenta directamente ni a través de la experiencia sensible ni mediante una intuición indubitable. Al hombre sólo le queda buscarlo y demostrarlo a través de las criaturas, o sea, de manera indirecta y oblicua. Dios no se presenta, en suma, como objeto del conocimiento, sino como Principio, como misterio, como dirían Dionisio y Buenaventura. Si no fuese precisamente porque Dios ha brindado algunas pistas, por así decir, para que el hombre se eleve a través de la investigación dialéctica hasta Él, a quien concibe sólo de manera vedada, no hay manera alguna de lograrlo. En terminología agustiniana, el hombre se eleva a las rationes aeternas porque posee alguna impresión de ellas en su mente. Por tanto, “argüir que Dios debe estar ya delante de la mente como primer visto, es precipitar las conclusiones y negar el magisterio de la demostración, por la cual la mente, de aquello que conoce, arguye algo más que no conoce” (Buroni, 1877, p. 128). Además, Buroni estima que argumentar apriorísticamente conduce, en el campo de la ontología, más que al teísmo, al panteísmo, en definitiva.
La posición de Buroni pretende acercarse a la de Santo Tomás y Rosmini también en este punto, pues al cuestionarse si el ser de Dios es conocido por sí, entiende por per se notum un juicio de identidad, a la usanza, por ejemplo, de “el hombre es hombre”; por lo cual, que Dios es simpliciter conocido por sí, que es lo que significa la fórmula quoad se: la esencia de Dios es el mismo Ser. Puesto que el hombre no ve la esencia de Dios directamente, como se ha dicho, es que no encuentra prima facie su identificación con el ser: quoad nos no resulta, pues, evidente o per se notum, lo cual se debe a un defecto del hombre mismo, no de Dios, ciertamente. Se vuelve una proposición evidente una vez que se demuestra teosóficamente, “porque mediante la demostración y el razonamiento teosófico alcanzamos a conocer que Dios es su ser, y es el ser por esencia, y que en Él es identidad perfecta entre el sujeto y todos sus predicados” (Buroni, 1877, p. 130). El razonamiento y demostración, en filosofía, es necesario para dar cuenta del ser de Dios, ser que es idéntico a su esencia misma; pero este razonamiento presupone que hay algo en el hombre que le permite este retorno a Él, en sentido incluso neoplatónico, como lo hace de hecho buena parte de la tradición cristiana, entendiendo a Dios como principio y no como objeto conocido, pues no se le conoce en cuanto subsistente, sino en cuanto la mente observa la necesidad de la identidad entre su essentia y esse.
Conclusión
A nuestro juicio, las Nozioni di ontologia de Buroni son una síntesis magnífica de la metafísica rosminiana, de la que se considera seguidor y continuador. Se trata de un esquema de metafísica que busca ser expresión de la filosofía cristiana, cultivada por siglos, expuesta con una terminología cribada por la modernidad. Destaca Buroni, en la línea de Rosmini, la trascendencia del Ens subsistens, y señala de continuo la diferencia ontológica. Además, como tópico nuclear de la metafísica, la filosofía rosminiana plantea el problema de lo uno y lo múltiple, y ofrece sus alternativas de solución, recuperando la dialéctica entre uno y otro, y donde Buroni otorga valiosas precisiones conceptuales. Esta problemática que se visualiza ya desde la filosofía eleata, conduce a Buroni a estudiar la Mente de Dios desde la posición teosófica de Rosmini, quien, a su vez, recupera este aspecto sumamente platónico del Aquinate. Aquí se sitúan las operaciones de Dios ad intra y ad extra. Estas últimas son la abstracción, la imaginación o ideación y la síntesis divinas, a lo cual Buroni llama convenientemente entificar.
*Extracto del artículo publicado por Jacob Buganza en Razón y Fe, nº 1465, accesible en este enlace.