La Neurociencia no es un límite para Dios

[Miguel Mateu Rubert; U.P. Comillas] La neurociencia no es una disciplina histórica, sino que se trata de un cúmulo de investigaciones científicas que intentan explicar el problema de la conciencia mediante las bases biológicas del cerebro. Tanto la psicología, como la biología, como la física, han intentado explicar a través de los componentes materiales del cerebro qué es y cómo funciona la conciencia. Si se tuviera que dar una fecha, tal vez, Descartes es de los primeros que propone una teoría al respecto. Según el padre de la Modernidad, el alma (res cogitans) se une con el cuerpo (res extensa) a través de la glándula pineal, que opera como un canal de comunicación entre ambas sustancias. No obstante, hay que tener en cuenta que las investigaciones sobre el funcionamiento fisiológico del cerebro son muy recientes. Tan solo hace ciento cincuenta y ocho años que el médico militar Santiago Ramón y Cajal hizo el primer esbozo de la neurona. Desde entonces se han producido grandes avances en el descubrimiento del funcionamiento del cerebro. Sin embargo, todavía no hay ningún modelo científico que explique qué es la conciencia. El presente artículo no pretende dar respuesta a dicha cuestión, sino analizar un fenómeno peculiar que puede ser un punto de luz para el estudio de la misma; se trata de la experiencia mística.

Para Francisco J. Rubio, médico, filósofo e investigador español, la mística es “un mundo de trascendencia” que encierra en sí el mayor alto grado de contacto con la realidad interior. No hace falta recurrir a muchos autores para evidenciar la diferencia que comúnmente se ha establecido entre la realidad exterior (el mundo de lo sensible, realidad fenoménica, datos empíricos…) y la realidad interior (alma, mente, ser, conciencia…). Sin embargo, mantener la escisión entre ambos mundos genera un problema metafísico que no tiene solución. Científicos como Andrew B. Newberg, principal promotor de la neuroteología, consideran que el hecho de que la experiencia religiosa pueda ser explicada a través de bases neurológicas no anula el carácter religioso y trascendental de la misma experiencia.

Todos ellos coinciden en el tratamiento de la experiencia mística como estado alterado de la conciencia. Por estado alterado de la conciencia se concibe la sobreestimulación neuronal de ciertas regiones cerebrales capaces de generar esa sensación oceánica de la que Freud habla en El porvenir de una ilusión. Esta sensación oceánica, según Freud, corresponde a un estadio infantil y primitivo en el que no hay diferenciación entre el yo y el mundo dado. Aunque esta teoría freudiana no cuenta con aval científico, sí que apunta a un hecho demostrado científicamente: las estructuras mentales relacionadas con las experiencias trascendentes se corresponden con las estructuras más primitivas del cerebro. Por ello, nos proponemos analizar la cuestión mística desde un punto diferente, a saber, la arqueología.

Estudio preliminar sobre la conciencia

Nadie es capaz de poner la mente sobre una mesa para diseccionarla y ver qué hay dentro. La tradición filosófica ha asociado la conciencia al “yo”, y la ha escindido de nuestra corporalidad. Las filosofías más materialistas, así como el cientificismo, han intentado reducir la mente a relaciones materiales. Pero, hoy en día, tan solo sabemos que sin cuerpo no hay conciencia y que sin conciencia no hay vida humana.

Conciencia viene del latín “conscientia”, que surge de la unión entre con- (todo, junto) y -scientia (saber). Mientras que, en griego, la palabra αἴσθησις significa percepción, sensación. Por lo que podríamos decir que conciencia es la capacidad de percibir y no tiene por qué ser algo exclusivamente humano. De hecho, la compartimos con otras especies animales que tienen un sistema nervioso suficientemente evolucionado como para elaborar mapas o rutinas de sensaciones que, tras un proceso de intelección, permiten la expresión de sentimientos.

Ahora bien ¿qué relación hay entre este sustrato biológico y eso que conocemos como “yo”? Durante un tiempo se ha comparado la estructura cerebro/mente con la estructura hardware/software. El cerebro constituye el sistema material que, a través de energía en forma de señales electroquímicas, genera la mente. De este modo la mente sería la imagen subjetiva del funcionamiento objetivo del cerebro. No obstante, la teoría computacional de la mente se remonta a los años 30 con el matemático Alan Turing. Hoy en día hay otros modelos cognitivos que permiten explicar mejor los distintos fenómenos de la conciencia, como por ejemplo la teoría modular de Jerry Ford o la teoría de la conciencia cuántica de Penrose-Hameroff.

El filósofo estadounidense J. Fodor propone que la mente humana está organizada en módulos o unidades especializadas, independientes y autónomas, diseñadas para procesar información específica. Estos módulos funcionan de manera rápida y automática, como en el caso de la percepción y el lenguaje. Además, están conectados a un sistema central más flexible encargado del razonamiento general y de la toma de decisiones. Esta teoría no ha conseguido ser demostrada científicamente, por lo que la existencia de dichos módulos es poco plausible. Antes bien, los nuevos modelos cuánticos conciben la mente como el flujo fractal de partículas cuánticas que pone en marcha las distintas regiones cerebrales.

Aunque ningún estudio ha conseguido proporcionar un modelo que explique el funcionamiento real de la conciencia, la experiencia consciente se puede dividir en una experiencia exterior, a saber, las percepciones y sensaciones que recibimos del exterior, y una experiencia interior, las percepciones y sensaciones que se originan dentro de la conciencia.

El cerebro primitivo

David Lewis-Williams, arqueólogo y doctor en antropología social por The Rock Art Research Institute de Johanesbourg, ha elaborado, en La mente en la caverna, una aguda investigación de los estados alterados de conciencia a través del análisis e interpretación de gran cantidad de pinturas rupestres. Afirma que la aparición de la conciencia en el ser humano se dio cuando los módulos cerebrales, mencionados anteriormente, se interconectaron en ese espacio central del que hablaba Fodor. La consecuencia de este salto neurológico se observará en la aparición de las pinturas rupestres durante el paleozoico superior.

A través de ellas logra establecer un patrón que demostraría históricamente la existencia de ese cerebro primitivo tan buscado por los neurocientíficos para explicar la experiencia religiosa. El cerebro primitivo se emplea para referir lo que hoy en día se conoce como el sistema límbico, el cual se vincula con las emociones y los instintos primarios. Este estudio concluye con el establecimiento tres fases que describen los estados alterados de conciencia: fase 1 (fenómenos entópicos), fase 2 (interpretación) y fase 3 (visiones o alucinaciones).

Tras la alteración de las condiciones normales de funcionamiento sináptico, aparecen imágenes geométricas que el sujeto intenta interpretar conectando dichas imágenes con su memoria hasta lograr elaborar imágenes simbólicas que se suceden una tras otra en una especie de vórtice oscuro con un punto brillante en el final que da paso a las alucinaciones.

Esta descripción sería acorde con la definición de un estado alterado de la conciencia desde un punto de vista fisiológico, por lo que la tesis de Lewis sería aceptable científicamente. La idea de la existencia de un cerebro primitivo entendido como una estructura cerebral ancestral previa al razonamiento lógico-deductivo podría ser plausible para explicar la experiencia mística.

Fisiológicamente hablando, un estado alterado de la conciencia consiste en la deformación o alteración de los procesos sinápticos. Tanto la liberación inmediata de neurotransmisores a través de sustancias psicotrópicas, como mediante la elaboración de sistemas de segundo mensajero (E. W. Sutherland), es decir, rutas subalternas del proceso de transducción de la señal nerviosa, se produce una alteración de la membrana presináptica (molécula de naturaleza peptídica) que crea una respuesta celular descomedida, llegando a alterar tanto la conducta como la captación de las percepciones. Este proceso sináptico es similar al producido por las sustancias psicoactivas o psicotrópicas.

Los alucinógenos se caracterizan por la capacidad de distorsionar la percepción exterior e interior y alterar tanto la conducta como el estado anímico. Además, son capaces de distorsionar los procesos mentales, los pensamientos. No obstante, esta similitud no es suficiente como para concluir que la experiencia mística o religiosa es la misma que la producida por sustancias alucinógenas. Los recientes estudios sobre neurobiología, que van más allá de la alteración sináptica, han supuesto un gran avance en el estudio de dichas experiencias.

Bases neurobiológicas de los estados alterados de la conciencia

Hoy en día se puede afirmar fehacientemente que nada de lo que nos ocurre como seres conscientes está fuera de la actividad cerebral, órgano rector de nuestro organismo. Formado por células nerviosas, el cerebro coordina tanto el funcionamiento consciente como inconsciente de nuestro organismo. Según esta división encontramos dos funciones principales del cerebro: el sistema nervioso vegetativo y sistema nervioso senso-motor. Esta diferenciación funcional se complementa con una diferenciación anatómica, dividiéndose en sistema periférico y sistema central.

De este modo, el sistema periférico se encarga de captar la información del medio para enviársela al sistema central que elabora una interpretación de la información y genera una respuesta que envía al sistema periférico, el cual traduce el impulso nervioso en una respuesta motora. No obstante, esta respuesta no tiene por qué ser consciente. Antes bien, gran parte de los procesos vitales de nuestro organismo son involuntarios e inconscientes. Por ejemplo, cuando hay un exceso de luz no solo intentamos taparnos los ojos, sino que, antes de que lleguemos a mover el brazo, nuestra pupila ya se ha dilatado. Del mismo modo que sucede con la luz y la pupila sucede con las emociones y el sistema límbico, órgano cerebral muy importante para la compresión de la experiencia mística.

Del mismo modo que las emociones no están asociadas a ningún neuroreceptor sino que son producto de la estimulación de ciertas regiones cerebrales, la experiencia mística es un fenómeno puramente interno. Estas regiones se conocen como el sistema límbico, formado por el giro cingular, el septo, el fórnix, el bulbo olfatorio, el hipotálamo, el tálamo, la amígdala, el hipocampo y los cuerpos mamilares. Aunque el ser humano pueda crear forzosamente ciertos estados emocionales, en un entorno normal, las emociones surgen de forma espontánea como, por ejemplo, la tristeza de haber perdido a un ser querido o la rabia ante un fracaso.

El sistema límbico está estrechamente relacionado con el sistema nervioso vegetativo o autónomo (frecuencia cardíaca, respiración alveolar, proceso digestivo, etc.). De hecho, el hipotálamo se denomina ganglio central del sistema nervioso autónomo. Este no solo regula los estados emocionales, sino que, junto con otros centros neuronales, regula la sed, el sueño, el sistema endocrino y el procesamiento de la información.

Según Rubio, junto con Arthur J. Deickman, esta última función del sistema límbico es crucial para explicar el fenómeno de la mística. Del mismo modo que durante las primeras fases del desarrollo cognitivo se puede observar una sobreproducción sináptica seguida de una poda sináptica para consolidar las conexiones más eficientes, ciertos núcleos neuronales del tálamo hacen un cribado de la información sensorial antes de enviarla al córtex prefrontal para su total procesamiento. De lo contrario, la saturación de información sensorial dificultaría el tratamiento de la misma por parte del cerebro.

Algunos estudios clínicos, como los del neurocirujano Wilder Penfield, han permitido establecer la relación existente entre los estados alterados de conciencia y la estimulación o alteración del lóbulo temporal. Este hecho también permitió ahondar en las causas de las convulsiones epilépticas, dando lugar a nueva literatura donde se relacionaba epilepsia y fenómenos religiosos.

La conclusión a la que llegaron (Persinger, Newberg, Ramachandram) radica en que la sobreestimulación de ciertas regiones del lóbulo temporal, en concreto las más cercanas al hipocampo y al hipotálamo, generan un bloqueo del filtrado sensorial que impide la diferenciación entre el yo y el mundo, generándose esa sensación de unidad total con la divinidad. Además, al alterar el funcionamiento normal del sistema límbico, no solo se inhibe el filtrado sensorial, sino que puede incluso llegara alterar la información obtenida produciendo alucinaciones. Por otro lado, esta estimulación favorece la secreción de endorfinas, neurotransmisores de naturaleza opiácea que actúan como analgésicos en el organismo. Ellas son las que generan la sensación del placer, la euforia o la relajación en el momento extático.

Conclusión

Hasta aquí se han pretendido recoger algunas aseveraciones históricas y físicas de la experiencia mística. No obstante, ninguna de estas tesis implica una contradicción con la existencia de una realidad trascendente. Simplemente se pretende clarificar la idea de que en el ser humano hay una estructura primitiva que explica el por qué en todas las culturas hasta el momento presente (momento en el que el uso del sistema límbico es muy reducido) ha habido una manifestación religiosa. Lejos de explicaciones simples como la existencia de una mente primitiva o infantil de Freud, la experiencia mística responde a una realidad ancestral que se hace presente en la historia de la humanidad.

Desde un punto de vista más teísta, su similitud con las experiencias psicotrópicas o con las convulsiones epilépticas no implica que las experiencias místicas sean un epifenómeno. Podría afirmarse que Dios es una realidad mucho más humana de la que se piensa. Una realidad que precisa de las estructuras biológicas del cerebro para manifestarse; captando esa Presencia viva del Evangelio que se hace presente en cada cultura de una forma distinta. Sin embargo, este hecho no pretende demostrar la existencia de Dios. Antes bien, estas indagaciones podrían ser tenidas por muchos como una evidencia de su inexistencia. La ciencia no debe sobrepasar ese límite, ni tampoco el lector que lea este artículo, pues ninguna razón ni ninguna teoría valen para hablar de lo que no se puede hablar. Simplemente, tómense estas palabras como una reflexión profunda, como un ejercicio de meditación.

 

Bibliografía

Bear, Mark F. Neurociencia: La exploración del cerebro. Philadelphia: Wolters Kluwer, 2016.

D’Aquili, Eugene G., Andrew B. Newberg. The mystical mind : probing the biology of religious  experience. Minneapolis :FortressPress, 1999.

Lewis – Williams, David. “La mente en la Carverna, La conciencia y los Orígenes del Arte”.   Traducción de Enrique Hernando Peres. Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2005

Organizacion Mundial de la Salud. Neurociencia del consumo y dependencia de sustancias psicoactivas. Washington, D.C.: OPS, 2005.

Persinger, Michael A. Neuropsychological bases of God beliefs. Nueva York: Praeger, 1987.

Rubio, Francisco Jose. La conexión divina: la experiencia mística y la neurobiología. Barcelona: Crítica, 2003.