José de Anchieta, “patrono” de la Casa Común

[Wenceslao Soto Artuñedo, SJ]. En febrero de 2019 el P. General Arturo Sosa promulgó las preferencias apostólicas universales de la Compañía de Jesús, para concentrar y concretar las energías vitales y apostólicas durante los próximos diez años 2019-2029. La cuarta de ellas es “Cuidar de nuestra Casa Común. Trabajar, con profundidad evangélica, en la protección y renovación de la creación de Dios”.

Es una orientación apostólica muy bien acogida por los jesuitas, parte de la Iglesia y muchos laicos, creyentes o no, sensibles al deterioro ambiental progresivo que nos obliga a tomar medidas y cambios de actitudes urgentemente.

Aunque no es necesario, coviene proponer modelos para esa nueva actitud. La Iglesia tiene ya, para ello, al santo Francisco de Asís, que vivió una sintonía especial con la creación. En la Compañía hay muchos jesuitas que se han interesado por su entorno, especialmente en sitios de misión, y han dedicado sus recursos a describirlo. Por citar solo algunos ejemplos, tenemos al hermano checo Georg Josef Kamel, misionero en Filipinas, que dio nombre a la flor de la Camelia: al ucraniano misionero en China P. Michal Piotr Boym, de quien conservamos en el ARSI unos magníficos dibujos coloreados de plantas; o al español P. Sánchez Labrador, misionero en Sudamérica, que dejó una enciclopedia ilustrada sobre la botánica, zoología, historia, etnología y lingüística de la antigua provincia jesuita de Paraguay, que lo colocan entre los más destacados científicos.

Pero si buscamos un patrono “al uso”, debe ser un santo canonizado, alguien que, a su interés por el entorno añade las virtudes cristianas en grado heróico o que llegó a dar su vida por ellas. En este sentido, podríamos elegir entre los varios santos, normalmente mártires, que trabajaron en ambientes naturales, como las misiones o las reducciones de Paraguay, y así, podríamos pensar en alguno de los santos mártires del Paraguay como Roque González, Alfonso Rodríguez o Juan del Castillo.

Pero podemos también pensar en algún santo jesuita que ha demostrado un conocimiento y valoración especial hacia la naturaleza, y, para este papel, no se me ocurre otro que san José de Anchieta (1534-1597). Nació en la isla canaria de Tenerife, de una familia originaria de Guipúzcoa, emparentada con los Loyola. Se formó en Coimbra donde entró en la Compañí de Jesús.

Zarpó de Lisboa para el Brasil el 17 abril 1553 y llegó a Bahia el 13 julio, y a la Capitanía de S. Vicente el 24 diciembre. En este extremo meridional del país, donde siempre prevaleció numéricamente la población indígena, vivió once años, casi aislado del resto de la colonia, y se convirtió en uno de los mejores conocedores de la lengua y cultura tupí, con lo que adquirió una preparación completa para la evangelización de este gran tronco lingüístico. Fue uno de los grandes misioneros de Brasil, contando entre sus méritos el ser fundador de la misión Piratininga (São Paulo) y Rio de Janeiro, y autor de la primera gramática Tupí. Juan Pablo II lo beatificó el 22 junio 1980, y fue canonizado por el papa Francisco el 3 abril 2014[1].

Los biógrafos de José de Anchieta nos transmiten que, desde su juventud, estuvo siempre atraído por la presencia de Dios en la Creación, lo que también reflejan sus cartas y herramientas catequéticas que expresan cómo la Naturaleza refleja la bondad de Dios que habita en todas las cosas y les da vida, fuerza y vigor[2]. Es clara la influencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, en concreto, de la Contemplación para Alcanzar Amor, en la que toda la creación está habitada por la realidad divina:

“[…] mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vejetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí seyendo criado a la similitud y imagen de su divina majestad; otro tanto reflitiendo en mí mismo, por el modo que está dicho en el primer puncto o por otro que sintiere mejor. De la misma manera se hará sobre cada puncto que se sigue[3].

Cuando llegó a Brasil en 1553 y, el superior P. Manuel da Nóbrega, le encargó escribir las cartas anuas, donde aparece la relación entre ecología y cultura como uno de los ejes de su acción evangelizadora. En una de ellas compara su labor evangelizadora con la «del jardinero», porque educar en las letras y en la fe requiere algo más que habilidad, requiere apertura a lo diferente y amor al otro. Es el primero en informar de la existencia de rosas en Brasil, la flor más bella, que presenta en relación con su oficio de predicador del Evangelio, pues, de hecho, las rosas de Anchieta son los indios de Brasil, que como él mismo dice: «nacen como rosas de espinas regeneradas por el agua del bautismo«[4].

Pero, es sobre todo, en otra carta, en latín, dirigida al General de la Compañía de Jesús, P. Diego Laínez (1558-1565), donde José de Anchieta da testimonio de su apertura ecológica, al describ la Selva Atlántica de Brasil, a modo de su «Canto de las Criaturas». Como San Francisco de Asís, Anchieta alaba al Señor por nuestra hermana naturaleza y nuestra madre tierra, que nos sostiene y gobierna. Por eso, relata las riquezas de Brasil, la dinámica de las estaciones, la lluvia, el sol, los truenos, las inundaciones, los vientos, los árboles, las plantas y las piedras[5].

Al organizar su discurso a partir de las las Ciencias Naturales, José de Anchieta sigue a la Biblia al ordenar estos reinos desde las realidades celestes, acuáticas, terrestres y minerales[6]. Construye su relato como si un nuevo Adán hablara por él, cuando concibe como en una procesión esas diversidades de dominios y reinos, parafraseando el relato bíblico de la Creación.

Comienza refiriendo la división del año y cómo no se percibe el cambio de estaciones, especialmente entre la primavera y el invierno. El sol produce una cierta temperatura constante, para que el invierno no sea demasiado riguroso, ni el verano incómodo a causa de las numerosas lluvias. Habla de la abundancia de lluvias cada cuatro días, cada tres días, cada dos días, o de un día para otro, alternando lluvia y calor que genern un clima suave. Describe las noches estrelladas, cuya abundancia de luces hace del cielo un mapa que nos puede guiar. Según los testigos, uno de sus milagros se asocia con el resplandor de la noche y su capacidad para oír y ver las luces y sonidos[7].

Informa sobre la abundancia de peces en los ríos y las épocas de desove, dos veces al año. Habla de las heladas en invierno, de cómo los ríos se secan en verano, y de cómo es posible incluso pescar los peces fácilmente con las manos. Habla de la inmensidad de los mares con la gran diversidad de peces que contienen, en tamaño y color. Describe las tormentas y la fuerza de los vientos que pueden llegar a derribar árboles y estrellar los barcos contra los arrecifes. Su sintonía con los fenómenos naturales queda atestiguada en más de uno de sus milagros[8].

Habla de los grandes animales como las ballenas y los manatíes y otros que salen del mar para desovar en los ríos. Una canoa que se encontró en el mar de San Vicente rodeada de estos grandes “peces”, fue protegida milagrosamente cuando José de Anchieta bendijo a los animales[9]. Relata la diversidad de crustáceos y los erizos, cubiertos de cerdas afiladas, negras o rojas.

Transmite las leyendas de los navegantes sobre las grandes serpientes acuáticas, su apetito voraz, su diversidad de ejemplares y la fuerza de su veneno. Dice lo mismo de los lagartos de río, que los nativos llaman “jacaré” (caimanes), cuya fuerza y ferocidad asustan incluso a los indios. Habla de la existencia de nutrias, con sus dientes y uñas muy afilados, que son excelentes buceadores. Canta los espesos bosques y su exuberancia, pero también sus extensos campos de naturaleza cálida y tranquila. En las desembocaduras de los ríos, en los manglares, la gran diversidad de cangrejos en tamaño y color, y sus grandes y fuertes patas, que les sirven tanto para excavar cuevas subterráneas como para nadar y alimentarse.

De los animales terrestres, además de las serpientes, que son muchas y de varios colores, habla de perros, cerdos, escorpiones y hormigas. De las arañas hay una multitud inmensa; son un poco pelirrojas, de color de tierra, pintadas y todas peludas. De los grandes felinos, la pantera con dos variedades, unas del color ciervo, más pequeñas y salvajes, y las otras con pintas, del tamaño de un cordero, que encontramos por todas partes. Igualmente, tigres, jaguares y leones tienen dientes y colmillos fuertes, y son diestros en trepar a los árboles; atacan por sorpresa y despedazan todo lo que encuentran a su alcance. De José de Anchieta se testifica su amistad con estas fieras, pues era un milagro que los jaguares le obedecieran y comieran de sus manos[10].

También hay animales desprovistos de belleza, llamados por los indios “oso hormiguero”. Con una nariz y cola grandes, tiene un cuello delgado, una cabeza pequeña y una lengua larga, no son muy rápidos, pero tienen un pelaje tan duro que los protege de las flechas. Se dice que hay tapires, cuyos pies están divididos en tres partes; de color caramelo; en lugar de gritar, silvan; saben nadar y, cuando se ven amenazados, se arrojan a los ríos.

Habla de la existencia de perezosos, que hacen honor a su nombre, siendo más lentos de movimientos que un caracol; de color gris, brazos largos y uñas fuertes. Hay zorros y zarigüeyas, a los que les gusta comer pollos. Tienen una bolsa en el vientre donde alojan y alimentan a sus crías. También hay pollos salvajes de diversas especies de gran variedad, tamaños y colores.

Hay un número infinito de monos, que viven saltando en manadas en los bosques sobre las copas de los árboles. Hay animales curiosos como el armadillo, que vive en agujeros subterráneos y es similar a los lagartos en la cola y el tamaño. Tiene una dura coraza que lleva como una armadura de caballo. Habla de la existencia de ciervos con cuernos y sin cuernos, ambos muy raros de ver. Nunca se adentran en la espesura, pues prefieren las llanuras. Hay un gran número de gatos salvajes, rápidos y ligeros, y jabalíes de dos clases.

En el interior de las tierras de Brasil, más allá de los límites de lo que llamamos Nueva España (Perú), hay ovejas y vacas salvajes. En una granja en Magé, Rio de Janeiro, había un buey salvaje que muchos hombres no conseguían domar, pero después de que Anchieta lo bendijo, se volvió manso[11]. También destaca un gran número de insectos, algunos de los cuales se convierten en mariposas y otros en lagartijas. Cuando llega la primavera, tras las primeras lluvias, al calor del sol, las hormigas salen de sus hormigueros, aladas, para construir sus nuevos hogares en la tierra.

En los arbustos hay un gran número de mosquitos grandes y pequeños que atacan más en verano, cuando los campos están inundados; el humo es un excelente remedio contra ellos. Hay uno de estos muy pequeños, imperceptibles, al que le gusta la sangre dulce y ataca en los bosques. Veinte especies de abejas se encuentran aquí, algunas de las cuales hacen miel en los troncos de los árboles, y otras en las colmenas construidas sobre ramas. Usan la miel, de la que hay muchas variedades, para curar heridas, que sanan fácilmente.

Hay un gran número de aves en diversidad de ejemplares y colores, en concreto, hay una gran diversidad de aves ornamentales de varios colores. Los loros son los más comunes e imitan la voz humana. Cuando tienen hambre, algunos vigilan y, si no hay peligro, también bajan a comer. Hay avestruces que no pueden volar debido al extraordinario tamaño de su cuerpo. Hay otras aves, y en gran número, que se alimentan de rocío, y algunos piensan que son hijos de las mariposas, porque se alimentan de las flores (colibríes). En esta misma época de la primavera, los pájaros se reúnen, y los indios se apresuran con gran alegría a recoger los nuevos frutos de la estación.

Hay otros que parecen gansos con pico, que se zambullen en los ríos y se quedan bajo el agua comiendo peces, y otros que hacen tal ruido al agitar las alas que parece que los árboles se desploman al suelo. Hay aves rapaces y marinas llamadas “guará” que, como el somormujo, se alimentan de cangrejos. En su metamorfosis nacen de color gris, cuando crecen, se vuelvem de plumaje blanco, pasando a ser de color púrpura. Los indios tienen en gran estima a estas aves, utilizando sus plumas como adorno, revistiendo en nuevas criaturas por la gracia del bautismo. Se cuenta un milagro en el que José de Anchieta, hablando la lengua del Brasil, pidió a estos “guarás” que dieran sombra a su barca[12].

Hay una gran variedad de hierbas y raíces, de las cuales la yuca, sirve de alimento. Algunas de ellas son venenosas por naturaleza, que requieren tratamiento humano para su consumo. Sin embargo, los animales las comen crudas sin sufrir nada, excepto cuando beben su jugo. Hay aquí plantas que llaman vivas, que cuando se tocan se cierran sus hojas sobre sí mismas. De los árboles, de los que hay muchos, uno parece espealmente digno de destacarse, por la «resina» líquida que produce, útil para una especie de bálsamo para curar heridas. Hay pinos de gran envergadura, con frutos del más dulce aroma y sabor.

Hay innumerables árboles, sus raíces y semillas que utilizan para la medicina son útiles para aflojar o cerrar la tripa. Conocen estas hierbas y saben cada vez más ellas nuestro el propio bien y en beneficio de los indios. Incluso en las piedras y conchas encuentra algo que admirar. Son capaces de afilar espadas y honrar al Creador con sus dones (perlas). Incluso las noches, en su bondad, despiertan admiración con los diversos espectros nocturnos que vagan por los bosques, haciendo que los hombres se escondan atemorizados y, al amanecer, salgan a buscar el sustento[13].

En la Carta de San Vicente, a la luz de Laudato Si’ (2015), Anchieta nos ofrece una visión integral, en la que las cuestiones sociales están profundamente unidas a cuestiones ambientales, ya que, además de confesar la conversión ecológica experimentada por José de Anchieta, señala la relación intrínseca entre ecología y cultura en la perspectiva de un nuevo estilo de vida. Por eso, concluye su poema diciendo:

«todo lo narrado me da para admirar y exaltar la Omnipotencia del Creador de todas ellas. Aun aquellas de que he hablado con brevedad o como he podido, pues no dudo de que hay muchas otras dignas de mención y que nos son desconocidas«.

Esta sensibilidad de José de Anchieta, su apertura a lo natural de Brasil y su biodiversidad, su preocupación por que no se pierda nada de lo que la naturaleza dispone para la vida y en beneficio de la humanidad, se hace eco de la actual preferencia apostólica por la ecología integral y la justicia socioambiental.

Wenceslao Soto, SJ, es historiador de la Compañía de Jesús.

[1] M. Moutinho / L. Palacín, “Anchieta, Joé de”, en Charles E. O’Neill y Domínguez Martín, Joaquín M.ª, Diccionario histórico de la Compañía de Jesús. Madrid / Roma: Univ Pontifica Comillas / Instituto Historico de la Compañía de Jesús, 2001.

[2] Sigo en esta parte una publicación de Felipe de Assunção Soriano, SJ, Mestre em Teologia pela UNICAP: https://olma.org.br/wp-content/uploads/2022/02/Jose_de_Anchieta_e_a_ecologia-CantodasCriaturas-compac.pdf

[3] EE, 235.

[4] Carta de Piratininga, finales de diciembre de 1556, Cartas, Informaçoes, Fragmentos Historicos e Sermoes do Padre Joseph de Anchieta, SJ (1554-1594), Rio de Janneiro: Civilizaçao Brasileira, 1933, 92. Cfr. Luisa Trias Folch, “Cartas do irmão José de Anchieta (1554-1565): do índio selvagem à sociedade ideal indígena”, Limite, 3 (2009), 129-157.

[5] Al Padre General Diego Laínez, de São Vicente, 31 de mayo de 1560. Cartas, 1933, 103-143; Monumenta Brasiliana, III, 202-256; José de Anchieta, Carta de Historia Natural de Brasil. Introducción, traducción, notas y edición crítica Fremiot Hernández González, Universidad de La Laguna, 2017; Conferencia: ‘La flora en la “Carta sobre la naturaleza de Brasil” de José de Anchieta. Su dimensión nutricional y medicinal’, Dr. D. Arturo Hardisson de la Torre, Catedrático en Toxicología de la Universidad de La Laguna; https://youtu.be/_h8bwl6b3cI.

[6] Cf. Sal 104.

[7] Vasconcelos, Simão, Vida do Venerável Padre José de Anchieta, Porto, 1953, 267.

[8] Cuando vio que se acercaba el peligro, le dijo al capitán que arriara las velas e izara el ancla para que el fuerte viento no volcase el barco. Vasconcelos, 81.

[9] Vasconcelos, 248.

[10] Vasconcelos, 269.

[11] Vasconcelos, 248.

[12] Vasconcelos, 274.

[13] Sal. 104.