[Eduardo Battaner, Profesor emérito de la Universidad de Granada] Abentofáil, polímata del siglo XII, escribió una novela que en nuestra cultura pasó a llamarse “El filósofo autodidacta”, una joya literaria, filosófica y teológica. Se considera esta obra desde el punto de vista físico. Abentofáil encabezó una corriente astronómica que llevó a su discípulo Alpetragio a una concepción revolucionaria: El Universo dejaba de ser una cuestión geométrica para convertirse en una cuestión física.
Abu Bakr Muhammad ibn Abd al-Malik ibn Muhammad ibn Muhammad ibn Tufayl al-Qaysi, tenía como nombre de nacimiento Muhammad, era el padre de Bakr y el hijo de al-Malik que a su vez era hijo de Muhammad y éste de Muhammad y éste de Tufayl. Era de la ilustre tribu árabe de los Banu Qays. Es decir, que al abreviarse su nombre como ibn Tufayl se estaba haciendo referencia al nombre de su tatarabuelo. Su nombre pasó a castellanizarse como Abentofáil. Nació probablemente en Wadi-As, es decir, en la ciudad del río As (siendo el origen de As el prerromano Accis) al principio del siglo XII, y murió en Marraquech en 1185. También se le conoce como Abubacer y al-Wadiasi. Era sufí y alfaquí.
Su obra más importante es Risala Hayy ibn Yaqzan, conocida en Europa como “El filósofo autodidacta”. Esta obra es una joya literaria y filosófica.
Dada mi especialidad como científico, quisiera aquí también resaltar su obra como astrónomo. Averroes dijo que su mentor Abentofáil tenía la intención de escribir un libro de astronomía, pero ni siquiera hay constancia de que llegara realmente a hacerlo. Difícilmente puedo yo analizar un libro inexistente. O quizá sí existe y algún día se encuentre. Sin embargo, hay muy buenas razones para pensar que Abentofáil era un gran astrónomo, como me gustaría sugerir en este artículo, porque creó una escuela que propició una gran revolución científica de similar alcance a la de Copérnico.
Breve biografía
Hay cuatro sabios que se suceden en el tiempo, cada uno siendo mentor del siguiente. Esta magna lista es: Avempace (1070-1138), Abentofáil (1105?–1185), Averroes (1126-1198) y al-Bitrugi (fl. 1200). En realidad, la cadena está algo rota en el primer eslabón: Avempace influyó mucho en Abentofáil pero no fue su mentor y, seguramente, ni se conocieron. Estos cuatro sabios en fila india cronológica lograron una revolución en la ciencia, como vamos a ver. Avempace nacido en Zaragoza, Abentofáil, en Guadix, Averroes en Córdoba y al-Bitrugi, probablemente en Pedroches (Córdoba).
Además de Avempace, Avicena (980-1039) y Algacel (1058-1111) influyeron en la formación de Abentofáil. Avicena y Avempace representan dos formas diferentes, en cierto sentido opuestas, de entender el conocimiento: la mística y la filosófica. Avicena era un sufí, místico, de la cultura “oriental”, para el que el éxtasis era la culminación del amor otorgado por Dios. Avempace, en cambio, era representativo de la filosofía en el sentido lógico y deductivo.
Históricamente, el tiempo de Abentofáil no parecía muy propicio para la ciencia pues comprende la invasión de los almorávides (1090) y de los almohades (1147). Además, tenían que soportar la presión de los reinos cristianos. Y, sin embargo, lo fue. Los almorávides eran fanáticos y los almohades algo menos pero tampoco muy proclives a la cultura. Esta afirmación hay que matizarla.
El primer gobernante almohade, ibn Tumart, tenía como ideólogo al fanático Algacel. Despreciaba Algacel la falasifa (la filosofía) de los griegos, especialmente la de Aristóteles. A la pregunta de por qué es esto así, sólo había una respuesta: porque Alá así lo ha querido. No podía haber leyes físicas que limitaran su omnipotencia. Escribió el libro “Incoherencia de los filósofos”. Además, los almohades completaron el exterminio de los cristianos mozárabes.
En contraste, el segundo gobernante almohade, el poderoso califa Abu Yaqub Yusuf, gustaba de rodearse de filósofos, médicos, poetas, músicos y hombres cultos. En consecuencia, fue el gran protector de Abentofáil, desde el principio de su reinado en 1163. Nuestro sabio vivió entonces permanentemente en la corte ubicada principalmente en Marraquech, como médico y visir, y también como artista, astrónomo y consejero hasta la muerte del Califa, en 1184, sólo un año antes que la suya.
Antes de eso, Abentofáil había ya gozado de justa fama en la corte de Guadix, ejerciendo después como médico de cámara y secretario de los gobernadores de Granada, Ceuta y Melilla.
De la cultura del califa y del ambiente de sabiduría en su corte, nos ilustra una anécdota ocurrida cuando le pidió a Abentofáil que buscara filósofos para completar su círculo de sabios. Abentofáil le presentó al gran Averroes, resaltando su gran capacidad. Hace decir a Averroes un discípulo de Abentofáil:
El Príncipe de los creyentes entabló conmigo conversación dirigiéndome la siguiente pregunta: ¿Qué piensan del cielo? (quería decir los filósofos) ¿Lo creen eterno o producido? Lleno de confusión y temor, traté de excusar la respuesta y negué haberme ocupado en filosofía… El Príncipe de los creyentes se dio cuenta de mi terror y de mi confusión.
Se puso entonces a hablar del tema con Abentofáil, recordando las opiniones de Aristóteles, de Platón y todos los filósofos griegos y musulmanes. Y “prosigue” Averroes:
Pude comprobar en él una erudición que jamás hubiera sospechado en ninguno de los que se ocupan ordinariamente en esta materia. Hizo tanto y tan bien por tranquilizarme que acabé por hablar y así él supo lo que yo tenía que decir.
Llama la atención la cultura del califa y su amabilidad para favorecer el que Averroes se sintiera cómodo para exponer sus ideas. Llama la atención también la familiaridad de Abentofáil y el califa. Y llama la atención la timidez de Averroes a pesar de que ya tenía 43 años y era ya un prestigioso filósofo.
Como vemos, el ambiente en la corte de Abu Yaqub Yusuf distaba mucho del fanatismo de Algacel, probablemente en poco tiempo el afán almohade por purificar las creencias y costumbres de los musulmanes de al-Ándalus se había ya dulcificado en parte y permitió el florecimiento de los sabios. Averroes acabaría sustituyendo a Abentofáil como médico de cámara, cuando éste se sintió demasiado viejo para ejercer su cargo.
El filósofo autodidacta
Expongamos brevemente el argumento: Hayy ibn Yaqzan (viviente, hijo del vigilante) es abandonado siendo un bebé en una isla desierta, donde es amamantado y criado por una gacela. Observa y estudia los animales, los vegetales, los minerales, los astros y percibe que hay un alma y que puede elevarse hasta un “Ser incorpóreo necesariamente existente”, la Unidad del Cosmos, la pura Esencia. En él se diluye entrando en éxtasis, de donde puede volver para alimentarse mínimamente. Ya en edad adulta, llega, de otra isla vecina y habitada, Asal, que busca el retiro para encontrase con el Dios que le había sido enseñado en el reino de aquella isla vecina. Se encuentran. Asal enseña a hablar a Hayy y se dan cuenta de que, por vías diferentes, buscan lo mismo, la contemplación extática de Dios. Ambos se trasladan a la isla habitada, gobernada por Salmán, con la intención de convencer a la población de que participen en esa actitud ascética. Pero Salmán y la población lo rechazan. Hayy y Asal se vuelven a la isla solitaria.
¿Cuál era la intención de Abentofáil con esta novela filosófica? La interpretación usual viene a ser ésta: Hayy con las solas luces de la razón es capaz de llegar al éxtasis alcanzando a Dios. Asal, gracias a la religión verdadera que le ha sido inculcada, también es capaz de llegar a ese éxtasis. El pensamiento y la revelación son compatibles. Salmán, en cambio, ve la religión como una necesidad social. Tres formas diferentes de vivir la religión.
A esta gran novela, obra maestra de la narrativa y de la filosofía, se la ha relacionado con diversas obras posteriores. ¿Recuerda la novela a Robinson Crusoe? Para nada. Robinson se considera el dueño de su isla y no aspira más que a volver a Inglaterra. De místico no tiene nada. Hayy vuelve voluntariamente a su isla solitaria. También recuerda a otros estudiosos, a Rousseau, por ejemplo, pensando en Hayy como en su buen salvaje.
Sin embargo, en nuestra modesta opinión, con quien hay que relacionar esta novela es con Descartes. En efecto, con su famosa frase “pienso, luego existo”, lo que quiere es conocer todo partiendo de cero, procurando evitar todo prejuicio inculcado previamente por la sociedad. Abentofáil pretende exactamente lo mismo, porque el bebé abandonado Hayy tiene forzosamente que partir de cero.
Aun reconociendo la buena prosa de Descartes, “El filósofo autodidacta” es, en mi opinión, superior al “Discurso del método”. El camino de su trayectoria mental es muy diferente. Descartes dice: yo existo, luego Dios existe, luego Dios es bueno, luego no me quiere engañar, luego existe el Mundo. Abentofáil observa y estudia el Mundo, luego existe Dios, luego he de ser un sufí, un místico. Empieza al revés que Descartes; Hayy sabe que el Mundo existe. Y Descartes aprovecha su discurso para aplicar su certeza de que existe el Mundo para estudiarlo con un método que no podía fallar (pero que le falló). El fin de Hayy no es la ciencia sino la mística.
Por cierto que con la famosa frase “Pienso, luego existo” no fue muy original e, incluso, fue acusado de plagio. Gómez Pereira (Medina del Campo, 1500-1585) decía en 1554: “Conozco que yo conozco algo. Todo lo que conoce es; luego, yo soy” (como 80 años antes que Descartes). Y Francisco Sánchez (Tuy, 1551- Toulouse, 1623) empieza así sus reflexiones: “…retorné a mí mismo y poniendo todo en duda, como si nadie hubiera dicho nada jamás…”.