Abentofáil, filósofo y astrónomo (2)

[Eduardo Battaner, Profesor emérito de la Universidad de Granada] Presentamos la segunda parte del artículo. Abentofáil, polímata del siglo XII, escribió una novela que en nuestra cultura pasó a llamarse “El filósofo autodidacta”, una joya literaria, filosófica y teológica. Se considera esta obra desde el punto de vista físico. Abentofáil encabezó una corriente astronómica que llevó a su discípulo Alpetragio a una concepción revolucionaria: El Universo dejaba de ser una cuestión geométrica para convertirse en una cuestión física.

 

Un científico lee “El filósofo autodidacta”

Comienza Abentofáil confrontando dos hipótesis fingidas sobre la génesis de Hayy. Una es la mencionada del niño abandonado amamantado por una gacela. La otra supone que, en una isla en la línea ecuatorial, puede nacer el hombre sin padre ni madre y en ella hay un árbol que da mujeres. Entonces hace una discusión que revela algunas concepciones de física, propias o de su época. ¿Es alta la temperatura en el ecuador? ¿Cómo calienta el Sol aquella isla?

Dicen algunos que los países en dicha línea ecuatorial son intensamente cálidos, esto es un error, pudiendo demostrarse lo contrario. En efecto, háyase demostrado en las ciencias físicas que no hay otra causa para producir el calor, sino el movimiento, o el contacto de los cuerpos calientes, o la luz.

Al oír la primera causa, la del movimiento, uno piensa en la viscosidad en un fluido debido al rozamiento interno, o piensa cuando uno se calienta las manos frotándolas. La segunda causa, contacto físico con otro cuerpo caliente es evidente, como lo es la tercera, la del calentamiento por la luz.  Analiza el autor estas tres causas como posibles fuentes de calor en la isla:

Empieza con la extraña afirmación de que es cosa probada en las mismas ciencias de que el Sol en sí no es cálido. Si el Sol no es en sí caliente, rechaza que la Tierra sea calentada por el Sol por contacto. Y rechaza que el Sol caliente a la atmósfera por contacto y que sea la atmósfera a su vez la que caliente a la Tierra, porque ¿cómo había de ser esto, siendo así que nosotros, en tiempo de calor, encontramos mucho más caliente el aire que está próximo a la tierra que aquel otro que se aleja más y más en las alturas? Esta disminución de la temperatura con la altura tiene efectivamente lugar en la troposfera terrestre, en los primeros 10 kilómetros aproximadamente, la única observable directamente por entonces. Es una buena observación y un buen argumento.

Tampoco la Tierra aumenta su temperatura con el movimiento, porque está fija. Aquí está expresada claramente la hipótesis geocéntrica tenida como correcta en la Edad Media, según las enseñanzas de Hiparco, Ptolomeo, Aristóteles, Eudoxo, etc., habiéndose desoído las más certeras de Aristarco de Samos y Heráclides Póntico (La Tierra gira en torno al Sol, como decía Aristarco, y sobre sí misma, como decía Heráclides). Es sabido que el error del geocentrismo se propagó hasta la llamada revolución copernicana.

Finalmente, piensa que la Tierra se puede calentar por la luz del Sol, el calor sigue siempre a la luz, hasta tal punto que, cuando se proyecta en los espejos ustorios, inflama lo que tiene a su alcance. Sin embargo, dice que, en el ecuador, el Sol está sólo en el zenit dos días al año [cierto, en los equinoccios] es a saber, cuando entra en Aries y cuando entra en Libra; y que en el resto del año se inclina seis meses a mediodía y otros seis meses al septentrión… [23º27’, la inclinación de la eclíptica] sin que reine en ellos ni calor ni frío excesivos. Eso decía la ciencia astronómica [que él conocía probablemente mejor que nadie].

Es evidente que, si su Hayy se había formado sin padre ni madre o si su madre le había abandonado, a Abentofáil le daba igual, lo discutía por adornar la novela. Lo que le importaba es que Hayy partiera de cero, filosofara con la mente virgen, sin adoctrinamiento previo del Corán o de idea teológica o filosófica alguna.

Sobre el alma tiene Abentofáil una hermosa concepción. Cuando abre el corazón de su madre muerta -su madre la gacela- vio que uno de sus “receptáculos” estaba vacío y pensó que aquello que le había dotado de vida, aquella cosa se había ausentado del corazón de su madre… aquel vapor húmedo o caliente había sido la causa del movimiento de aquel animal.

Quería investigar cómo llega hasta ellos [los animales] aquel vapor húmedo, en virtud del cual viven todos ellos, y deseaba saber igualmente cómo subsiste aquel vapor durante el tiempo de su permanencia en el individuo, de dónde le vienen los refuerzos y cómo no se pierde su calor…

El corazón tiene miembros a su servicio, bien que éstos no podrían realizar ninguna de tales operaciones a no ser por el fluido procedente de este espíritu, transmitido por conductos llamados nervios… Estos nervios sólo pueden extraer o derivar el espíritu desde los ventrículos del cerebro, así como éste se provee del corazón.

Y si este espíritu sale totalmente del cuerpo o, por cualquier razón, se agota o se desvanece, se paraliza la acción del cuerpo todo y se reduce a la condición de cuerpo muerto.

Encuentro fascinante esta idea del alma como un fluido. Hayy diseccionó a su madre para estudiar qué parte del cuerpo había fallado, por ver si lo podía restablecer o curar. También disecciona a otros animales. Esto lo había ya deducido Hayy en el tercer septenario de su vida. Se puede ver aquí que Abentofáil era un experimentado médico y cirujano.

Aprecia una Unidad en los animales, las plantas, los minerales y… los astros. Y dirige su atención a las estrellas y a los siete planetas (incluidos el Sol y la Luna), siempre con la descripción geocéntrica y donde se aprecia que Abentofáil era también un reputado astrónomo. Pero los cuerpos en la Tierra estaban sometidos a la generación y a la putrefacción, mientras que los astros eran puros, invariables y también participaban de la Unidad que él había apreciado en todos los seres terrestres. Y para comprenderlos y participar en esa Unidad creada por un “Ser de existencia necesaria”:

…se ejercitaba en el movimiento circular o giratorio, de varios modos, ora rodeando la isla, recorriéndola por sus costas… ora dando múltiples vueltas alrededor de su casa… unas veces andando, otras corriendo, y girando otras sobre sí mismo hasta que le sobrevenía un desvanecimiento o vértigo.

Todo por llegar a identificarse con el “Ser de existencia necesaria”. Ni qué decir tiene que esa diferencia entre los seres corruptibles en el mundo sublunar y los puros inalterables astros que ni suben ni bajan, proviene de Aristóteles.

Y sobre la creación del Universo y el tiempo tiene un breve párrafo que nos recuerda a san Agustín y quizá a Einstein: El concepto de la nueva producción del mundo, después de su no existencia no era comprensible, sino en el supuesto de que el tiempo la precediera; mas el tiempo es una de las cosas del mundo e inseparable de él; luego no se comprende que el mundo fuese posterior al tiempo.

Llega así Hayy a la percepción del creador del Universo y quiere desaparecer provisionalmente de su cuerpo para fundirse en él, llegando al éxtasis, cada vez con más frecuencia y más facilidad, supongo que ayudado por las vueltas sobre sí mismo. Esto lo detalla Abentofáil de forma deliciosa.

 

La terna prodigiosa: Abentofáil, Averroes, al-Bitrugi

Esta terna podría haber sido una cuaterna si hubiéramos incluido a Avempace, nacido en Saraqusta (Zaragoza) en 1070 y muerto en Fez en 1138, pero no lo hacemos porque no hubo un conocimiento personal y una relación de mentor y mentorizado. Debido a la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador se trasladó Avempace a Granada primero y después a Fez donde murió en 1138, cuando se estaba gestando el movimiento almohade. Los nombres propios de los personajes de El filósofo autodidacta fueron tomados de una obra suya. Rechazó el modelo de Ptolomeo e Hiparco.

Ese clima de cuestionarse el, al parecer, intocable modelo de Ptolomeo, se recogió en la terna prodigiosa que clamaba por un nuevo sistema del mundo. La terna comienza con Abentofáil. Un valor poco conocido de su enseñanza es la de haber instruido a Averroes y a al-Bitrugi en esa búsqueda de una nueva explicación del mundo.

Averroes, es decir, ibn Rushd (Córdoba, 1138-Marraquech, 1198) era descendiente de una familia hispano-cristiana ya islamizada. Rechazó el Almagesto de Ptolomeo y la serie tan compleja de epiciclos y excéntricas. Veamos cómo se produjo la transmisión entre Abentofáil y Averroes. Dijo un discípulo de aquél que dijo éste:

Abu Bakr ibn Tufayl me mandó llamar un día y me dijo: “He oído al Príncipe de los creyentes quejarse de la oscuridad del estilo de Aristóteles o del de sus traductores, y de la dificultad de comprender sus doctrinas. Si esos libros –decía- pudiesen encontrar alguien que los comentase y que expusiera su sentido después de haberlo comprendido bien, podría entonces aplicarse uno a su estudio”. Y añadió ibn Tufayl: “Si tienes fuerza para un trabajo de esta índole, empréndelo. Cuento que podrás terminarlo, porque conozco tu gran inteligencia, tu lucidez de espíritu, tu ardorosa afición al trabajo. Lo que me impide encargarme yo mismo de esta empresa es la mucha edad que ves que tengo y sin hablar de preocupaciones más graves”. Ved… lo que me determinó a escribir mis comentarios a los libros del filósofo Aristóteles.

Aunque es posible que Averroes ya había comenzado su actividad comentadora antes de esta conversación, así continuó su gran obra, pasando a ser llamado el Comentador del Filósofo (Aristóteles). Su gran empeño en su vida fue la de aunar la filosofía de Aristóteles y la fe del Islam.

Pero su actitud crítica de la astronomía de los griegos tuvo su florecimiento en la concepción del mundo de su discípulo al-Bitrugi, castellanizado como Alpetragio, la que bien puede considerarse como una revolución astronómica.

Se suele hablar de la revolución copernicana, que efectivamente lo fue, por su gran trascendencia en el desarrollo de la cultura occidental. Pero en el mundo de las ideas esta revolución no supuso tan grande transición. En primer lugar, porque el heliocentrismo ya había sido demostrado por Aristarco de Samos y la rotación de la Tierra por Heráclides. Pero, además, Copérnico seguía hablando de esferas, de epiciclos y deferentes. Los griegos habían conseguido una descripción geométrica del movimiento de los astros; Copérnico, también. Ni los griegos ni Copérnico pretendieron una explicación física. La revolución de al-Bitrugi consistió en aplicar la física para explicar el Cosmos. Esto sí fue una revolución. Todavía después de Copérnico se le criticaba a Kepler que mezclara cosas tan diferentes como astronomía y física, lo que le llevó a replicar: “no hay astronomía sin física ni física sin astronomía”.

Pero ¿cuál era la física a aplicar entonces, si faltaba tanto para que Newton naciera? Hubo un filósofo alejandrino muy tardío, Juan Filopón (490-536) creador de la teoría del ímpetus. ¿Por qué no se para un móvil? (¿y por qué sí se acaba parando?). La explicación de Aristóteles era que las partículas de aire desplazadas en la parte delantera del móvil iban a empujarlo por detrás. En cambio, la idea de Filopón era que el motor que producía el movimiento del móvil imprimía un ímpetus en él tal que no necesitaba un motor empujándolo permanente. Esta teoría había sido difundida en el islam precisamente por Avempace, y lo que hizo al-Bitrugi fue aplicarlo a los astros. ¡Sí! Esto es lo que hizo Abu Ishac-el-Bithaoudj, al-Bitruggi, Alpetraggio.

El primer motor era la novena esfera que comunicaba su rotación a la octava (la de las estrellas fijas), la octava a la séptima (Saturno) y así sucesivamente hasta llegar a la Tierra, en el centro del mundo. Lo que producía la transmisión de la rotación era lo que llamó taqsir, que parece que se traduce como pasión o deseo. Oigamos a al-Bitrugi, en su “Kitab fil-hay’a:

…del mismo modo que quien ha lanzado una piedra o una flecha que … sigue su marcha gracias a una virtud o fuerza que ha quedado unida al mismo; conforme la flecha se aleja de su motor, tanto más disminuye la fuerza impulsora, hasta que desaparece en el momento de la caída. Del mismo modo, la fuerza que imprime el primer móvil a los orbes inferiores va desapareciendo conforme más distantes de él y se anula al llegar a la Tierra que, por eso, se mantiene inmóvil.

Pero esto –se me dirá- fue la revolución de al-Bitrugi, no del mentor de su mentor, Abentofáil. Pero estos mentores habían rechazado ya el modelo vigente y ese fue el mérito de la prodigiosa terna. Pero incluso, esa influencia fue más directa. Desgraciadamente no se conserva el libro de Abentofáil sobre astronomía. Pero hay una cita de Averroes muy interesante que reproducimos:

Ibn Tufayl concibió un sistema que explicaba el universo de los astros sin recurrir a las excéntricas y epiciclos, alejándose así de la cosmología ptolomáica y acercándose a la aristotélica, pero no se ha conservado ningún escrito suyo, a pesar de que había prometido a su discípulo al-Bitruyi escribir un libro sobre esta cuestión.

Así pues, podemos considerar, a pesar de la falta de libros conservados, que Abentofáil fue un gran astrónomo por lo que investigó y por la escuela magnífica que creó, a la que hemos llamado la terna prodigiosa: Abentofáil, Averroes, al-Bitrugi. La astronomía dejaba de ser una cuestión geométrica para ser objeto de la Física.

 

Referencias

Algunos autores, directa o indirectamente, han sido de mucha utilidad para preparar el artículo:

 

Battaner, E. “Historia de la física del Universo”. Guadalmazán, 2022.

Claret dos Santos, A. “Ibn Tufayl, la certera intuición”. Audio. Cienciaes.com, Ciencia para escuchar.

González Palencia, A. “El filósofo autodidacto”. Editorial Trotta. 1995.

Pérez Fernández, B. “El robinson metafísico”. Tigaiga Ediciones.

Pons, F. “El filósofo autodidacta”. Ediciones Obelisco, 1987.

Puerta Vílchez, M. y Lirola Delgado, J. Entrada sobre Ibn Tufayl en “Bibiloteca de al-Andalus”. Tomo V. Fundación Ibn Tufayl. Director y Editor, Lirola Delgado, J.

Serrano de Haro, A. “Abentofáil y El filósofo autodidacto”, 1926 (¡costaba 3 ptas!).

 

Agradezco al astrónomo guadijeño Leonardo Fernández Lázaro que me proporcionó dos libros de muy difícil localización, el de González Palencia y el de Pérez Fernández.