El doctor John C. Polkinghorne había nacido hace más de 90 años, el 16 de octubre de 1930 en Weston-super-Mare, una ciudad-balneario y parroquia civil en North Somerset, parte del condado ceremonial de Somerset, en Inglaterra. Físico y posteriormente sacerdote anglicano, fue presidente del Queens´ College de la Universidad de Cambridge, donde fue profesor de Física-Matemática. Tras una larga carrera académica, científica, religiosa y cultural falleció el pasado día 9 de marzo de 2021 en su casa de Cambridge.
Polkinghorne publicó numerosos artículos sobre física elemental teórica en revistas científicas y dos libros de carácter técnico y científico, The Analytic S-Matrix (CUP 1966, junto con RJ Edén, PV Landshoff, y Di Oliva) y Models of High Energy Processes (Modelos de Procesos de Alta Energía) (CUP, 1980).
Polkinghorne renunció a su cátedra de física para estudiar para hacerse sacerdote anglicano. Después de completar sus estudios teológicos, ordenarse y prestar servicio en varias parroquias, regresó a Cambridge. Durante ese tiempo, escribió una serie de libros sobre la compatibilidad de la religión y la ciencia.
Dedicó sus años de jubilación a elaborar en la frontera puentes entre las ciencias físicas y la teología, la fe cristiana, las experiencias y tradiciones religiosas. John Polkinghorne recibió por ello el Premio Templeton en 2002. Ese mismo año fue fundador y presidente de la International Society for Science and Religion.
La producción de Polkinghorne en Ciencia y Religión
Algunos de los libros de John Polkinghorn, siempre de carácter abierto y dialogante, son Science and Creation (Ciencia y Creación), Science and Providence (Ciencia y Providencia), y sus Gifford Lectures, The Faith of a Physicist (La fe de un físico).
John Polkinghorne, Nicholas Beale (2009). Questions of Truth: Fifty-One Responses to Questions about God, Science, and Belief. Westminster John Knox Press.; John Polkinghorne (2011). Science and Religion in Quest of Truth. Yale University Press; (2008). Science and the Trinity: The Christian Encounter with Reality. Yale University Press. (2008). Faith, Science and Understanding. Yale University Press. (2010).One World: The Interaction of Science and Theology. Templeton Foundation Press. (2011). Science and Providence: God’s Interaction with the World. Templeton Foundation Press. (2011). Testing Scripture: A Scientist Explores the Bible. Baker Books.(2007). Exploring Reality: The Intertwining of Science and Religion. Yale University Press.(1998). Beyond Science: The Wider Human Context. Cambridge University Press.(2009). Theology in the Context of Science. Yale University Press.(2008). The God of Hope and the End of the World. Yale University Press.(2009). Science and Creation: The Search for Understanding. Templeton Foundation Press.(1998). Belief in God in an Age of Science. Yale University Press.(2002). Quantum Theory: A Very Short Introduction. Oxford University Press. (1980). Models of High Energy Processes. Cambridge University Press.
Ediciones en español
Algunos de los libros de John Polkinghorne han sido traducidos al castellano. Estos son los más citados: (2000). Ciencia y teología. Editorial Sal Terrae. (2007). Explorar la realidad: la interrelación de ciencia y religión. Editorial Sal Terrae. (2007).La fe de un físico: reflexiones teológicas de un pensador ascendente. Editorial Verbo Divino.
La investigación de Javier Monserrat sobre John C. Polkinghorne
Tal vez el estudio de síntesis más citado en lengua castellana sobre la obra interdisciplinar de John C. Polkinghorne es “John Polkinghorne: ciencia y religión desde la física teórica”, publicado en mayo de 2012 en la revista Pensamiento. Su autor es el profesor Javier Monserrat, antiguo profesor de la Universidad Comillas y de la Autónoma de Madrid. Según su autor, en este artículo se presenta, comenta y discute el pensamiento de John Polkinghorne.
Tras una semblanza de su persona y presentación de su contribución al diálogo ciencia/religión desde la física teórica, se analiza su epistemología, su valoración de algunas ideas de la metafísica clásica, su análisis de la verosimilitud de la fundamentalidad creadora de Dios, la congruencia del mundo evolutivo, viviente y humano con la idea de Dios, así como la verosimilitud de la acción divina en el mundo desde la mecánica cuántica y la dinámica del caos, concluyendo con el concepto y dimensiones de la creación kenótica. En todo ello se discuten tópicos como su visión del panenteísmo, dualismo de doble aspecto, emergentismo, acción divina, información activa, creación kenótica, etc.
De la ciencia a la metafísica en John Polkinghorne
En un clarificador artículo “De la ciencia a la metafísica: el “ajuste fino” del universo y el significado de la realidad” del profesor Enrique Iáñez (publicado en Tendencias21 el 28 de enero de 2015), citaba con profusión a John Polkinghorne. Para Iáñez, desde siempre, los seres humanos se han planteado el sentido y el propósito del universo y de la propia vida. Se trata de preguntas cuyas respuestas siempre han parecido fuera del alcance y capacidad del método científico. ¿Qué aportan los modelos cosmológicos recientes a la posibilidad o no de encontrar un “propósito cósmico”, a partir de los datos de las ciencias?
En su opinión, la idea teológica de creación es compatible (pero no se identifica) con la visión científica sobre el origen físico y evolución del universo, aunque esta última puede ser relevante para la acotación de aquella y para la idea que los creyentes puedan tener sobre la relación y acción de Dios con el mundo material.
Ilustraba sus palabras con este texto de Polkinghorne (2000): El único dios verdaderamente bien muerto es el dios tapa-agujeros. Y nadie llora su muerte. Tenemos todas las razones para creer que las cuestiones científicamente estables llegarán a recibir respuestas científicamente estables, por difícil que sea a veces encontrarlas. Pero tenemos también todas las razones para creer que hay muchas cuestiones llenas de sentido y dignas de preguntarse, que van más allá del poder interpelador auto-limitado de las ciencias. Se trata de meta-cuestiones, para las que el Dios de la explicación total puede resultar la respuesta adecuada.
En el presente artículo pretendía revisar brevemente los modelos cosmológicos recientes, sobre todo por lo que hace al debate sobre la justificación del ajuste fino de los parámetros básicos del universo (y del principio antrópico). El objetivo era contribuir al diálogo sobre la posibilidad o no de encontrar un “propósito cósmico” a partir de los datos de las ciencias, y mostrar cómo se crean y se usan ciertos modelos de base científica para apoyar o socavar visiones filosóficas y teológicas contrapuestas.
Pero como dice Polkinghorne, la nueva teología natural derivada del principio antrópico es diferente a la del siglo XVIII, ya que afecta al origen de las mismas leyes de la naturaleza, “algo que una ciencia honrada no puede explicar, ya que tiene que asumirlas como la base inexplicada de su registro detallado de fenómenos”.
Aportaciones de Polkinghorne al debate entre la Física y la religión
Veamos en resumen las interpretaciones y modelos teóricos que se han propuesto, en los que casi inevitablemente la ciencia entra en diálogo con la filosofía y la teología. Uno de los espacios de debate más reñidos estos años es el de los multiversos.
Para John Polkinghorne “el multiverso no es más que una especulación metafísica con un exceso de prodigalidad ontológica”. En la misma línea, para Ellis “es una propuesta extraordinariamente extravagante postular innumerables universos inobservables, solo para explicar una única entidad (el universo observable). No podemos caracterizarla precisamente como un ejercicio de parsimonia, tal como defendía Guillermo de Ockham”.
Podemos afirmar que una teoría solo es científica si permite hacer predicciones unívocas contrastables sobre hechos que podamos observar, y las hipótesis del multiverso presuponen que jamás podremos observar los otros hipotéticos universos hermanos del nuestro. Por lo tanto, estamos ante elucubraciones metafísicas como bien ha hecho notar el profesor Carlos Beorlegui en un su ensayo “Cuando la física sustituye a la metafísica, el conocimiento pierde”.
Para Polkinghorne, el orden asombroso que descubrimos en el cosmos, y el hecho de que nuestras mentes puedan entender dicho orden, se pueden igualmente interpretar como un reflejo de la mente de su Creador. Igualmente es relevante el hecho de que la humanidad, en sus diversas épocas y culturas, ha tenido experiencias de lo sagrado a las que ha dotado de una importancia radical.
Una vez más: esto no demuestra la existencia de Dios, sino que sugiere (más allá del alcance de la ciencia, pero partiendo de los datos científicos) que la hipótesis teísta es razonable y quizá más sencilla que sus alternativas metafísicas materialistas. Si entendemos la teología natural en esta su nueva y más humilde concepción, quizá podamos decir que sigue viva.
Como dice Polkinghorne: “Es ciertamente sorprendente que un universo inteligible, fecundo, abierto e interrelacionado resulte así consistente con la idea de un Creador inmanentemente activo”. Obsérvese de nuevo el matiz: consistencia no significa demostración, sino no contradicción entre distintos ámbitos o sistemas de pensamiento, lo cual permite su convivencia pacífica. Y como dice Javier Leach aludiendo a los distintos tipos de lenguajes y significados que empleamos los humanos,la creencia en la consistencia es una presunción metafísica, lo que implica que tiene no solo valor racional y científico, sino también valor teológico.
Polkinghorne y la teología kenótica
Una aportación importante de John Polkinghorne se refiere a la llamada teología kenótica. En un artículo publicado en marzo de 2009 en Tendencias21, La Creación como kénosis, nueva perspectiva teológica, decía que la idea de un Dios que impone su presencia en el mundo y que exige ser reconocido, de tal manera que no hacerlo supone contravenir las leyes del orden creado en el universo, fue propia de gran parte de la filosofía y teología teocéntrica cristiana, vigente en los últimos siglos.
Hoy en día, sin embargo, comienza a abrirse camino una forma distinta de entender la presencia divina en el mundo. Dios no ha querido imponerse, sino que ha aceptado la kénosis de sí mismo en la Creación, creando un universo ambiguo en que el hombre deberá construir su vida libre y creativamente. El libro “La obra del amor. La creación como kénosis”, coordinado por John Polkinghorne, recoge las opiniones de un grupo de teólogos y científicos sobre esta nueva perspectiva.
Un enfoque kenótico de la creación
En octubre del año 1998, un grupo de teólogos y de científicos se reunieron en el Queens´s College de Cambridge, bajo los auspicios de la Fundación Templetonpara discutir las intuiciones proporcionadas por un enfoque kenótico de la creación. Entendían ésta como producida por la acción del Dios del amor. La reunión se inspiró inicialmente en los escritos de Jürgen Moltmann y W. H. Vanstone, y ambos especialistas pudieron tomar parte en los debates. Se acordó desarrollar más el tema preparando la serie de ensayos que constituyen la parte sustancial del libro coordinado por John Polkinghorne, La obra del amor. La creación como kénosis.
El punto de partida de este ensayo es la aceptación de que el diseño del universo es kenótico. Este concepto no es nuevo. Aparece ya en la teología de Urs von Balthasar, pero en estos años se ha extendido y difundido en el mundo anglosajón. Esta expresión está empezando a formar parte de las elaboraciones teológicas modernas. ¿Qué quiere expresar? ¿Qué imagen de Dios refleja esta teología? ¿Qué consecuencias tiene para el diálogo con los científicos? La reciente publicación en castellano de este excelente ensayo teológico [Editorial Verbo Divino, Estella, 2008 (traducción de la edición inglesa de 2001),287 páginas] abre nuevos espacios para las tendencias de las religiones.
John Polkinghorne y la kénosis
La teologia de la ciencia es un concepto emergente. John Polkinghorne es un físico y teólogo conocido por todos aquellos que muestran interés por el diálogo entre las ciencias y las religiones. Su obra más conocida es La fe de un Físico. Siendo un prestigioso profesor universitario de Física de partículas, optó por dejar la cátedra, estudiar teología y ordenarse sacerdote en la iglesia anglicana. Desde entonces, ha sido uno de los más eficaces dinamizadores del encuentro fe-ciencia.
Como apunta el profesor Manuel García Doncel en la presentación de la edición española de La obra del amor. La creación como kénosis, “esta obra de 2001 constituye una grandiosa colaboración sobre el tema de actualidad “la creación como kénosis”. Este concepto ha surgido de su concepción cristológica, bíblicamente fundada en el himno prepaulino (Filipenses 2, 6-11), tradicionalmente aplicado a la encarnación, en el que se canta a Cristo que en su amor redentor, siendo de condición divina, “se despojó de sí mismo” (en griego heautón ekénosen: literalmente, “se autovació”, “se autoanonadó”) tomando condición de esclavo y haciéndose obediente hasta la muerte. Para el profesor Javier Monserrat, Dios no ha “impuesto” su presencia ante la razón humana. Es decir, ha escogido en la creación la vía de su ocultamiento, del “vaciamiento” o “anonadamiento” de su presencia divina. La kénosis divina es, pues, epistemológica. En este concepto se fundamenta la nueva “teología de la ciencia”.
La síntesis de Polkinghorne de un debate en las fronteras
Los once capítulos del libro corresponden a otras tantas colaboraciones especialmente invitadas. Cinco de ellos han sido distinguidos con el Premio Templeton, por su activa participación en el diálogo entre la teología y las ciencias, y especialmente por sus reflexiones sobre la acción divina en el mundo (Ian G. Barbour [en 1999], Arthur Peacocke [en 2001], Holmes Rolston III [en 2003], George Ellis [en 2004] y el mismo John Polkinghorne [en 2002]). A ellos se añaden, entre otros, tres de los creadores históricos de esa tercera concepción de la kénosis, el propio Jürgen Moltmann y su colaborador teológico en Tubinga, Michael Welter, y Paul S. Fiddes, que tras acudir allí como visitante redactó su defensa del “sufrimiento creativo de Dios”.
Las raíces de la teología kenótica
Las raíces de una elaboración teológica de la kénosis se nutren de las concepciones trinitarias de Urs von Balthasar (1905-1988). Para von Balthasar, la kénosis del “dejar espacio al otro” es la condición básica de todo amor, y en especial del eterno amor interpersonal divino. Desde otra perspectiva, a partir de la obra sobre El Dios Crucificado (Jürgen Moltmann, 1972), se elaboró otra concepción de la kénosis del Creador Trinitario que, por amor a los seres personales creados, decide tolerar el pecado y admitir ciertas limitaciones en su omnipotencia, en su eternidad (haciéndose también temporal), y aun quizá en su omnisciencia y en su modo de actuar sobre la creación. Este último concepto de kénosis, que es el central de la obra, supone un cambio drástico en la idea misma de Dios, que admita su sufrimiento y, por tanto, su mutabilidad.
El poder divino: un enfoque procesual (Ian G. Barbour)
El profesor Ian G. Barbour desarrolla el concepto teológico de autolimitación de Dios como kénosis. Para este prestigioso físico y teólogo, apoyándose en la teología del procesosugiere que la crítica a la omnipotencia divina ofrece una forma característica de tratar cinco temas muy importantes de la teología kenótica: la integridad de la naturaleza; el problema del mal y del sufrimiento; la realidad de la libertad humana; la interpretación cristiana de la cruz; y las críticas feministas de las imágenes patriarcales de Dios. En suma: el pensamiento procesual abre un camino entre la omnipotencia y la impotencia, reelaborando el concepto del poder divinocomo potenciación habilitadora más que como control dominador.
Arthur Peacocke: el coste de la nueva vida
El bioquímico y teólogo Arthur Peacocke(1924-2006), afirma que “admitir que Dios, en el acto de la creación, pueda concebirse como autosacrificándose y autolimitándose, como exponiendo de algún modo la divinidad misma al sufrimiento y haciéndose por tanto vulnerable a la historia del orden creado, no se puede justificar sin hacer referencia al carácter evolutivo del proceso real de la creación”. Esta sugerencia se refuerza, e incluso se manifiesta como revelada – o sea, comunicada por Dios – si Dios se ha expresado verdaderamente a sí mismo en Jesucristo. Pues mientras éste vivió en la tierra fue muy vulnerable a los poderes que se agitaban a su alrededor, bajo los cuales acabó sucumbiendo con terrible sufrimiento y, desde su punto de vista humano, en el abandono de una muerte trágica.
Creer que Jesucristo –concluye- es la autoexpresión de Dios en los límites de una naturaleza humana concuerda del todo con aquellas concepciones, previamente derivadas por tanteos de la reflexión sobre el ser y el devenir naturales, que afirman que Dios, al ejercer la creatividad divina, se autolimita, es vulnerable, se autovacía y es donador de sí mismo (…) Es esta acción y expresión del Amor, creemos, la que finalmente vence al mal en la humanidad.
Creación kenótica en Polkinghorne: unificación de vida y cosmología
El núcleo central de La obra del amor lo constituyen los capítulos de John Polkinghorne y George Ellis. Para el primero, toda dicotomía entre creación y redención comporta riesgos teológicos, que aumentan cuando se la fuerza a una correlación con diferentes atributos divinos. “El acto de crear, – escribe- de dar existencia a un mundo y mantenerlo en su ser, es a todas luces un acto de gran poder, al que no son comparables los exiguos poderes de las creaturas. En el discurso teológico, sólo Dios puede dar la respuesta a la famosa pregunta: ¿Por qué hay algo más bien que nada?”
Polkinghorne desarrolla sus ideas considerando que es necesario apelar al amor divino para entender lo que es la creación: ésta existe porque Dios le da una vida y un valor extrínsecos. Pero la necesidad de hacer justicia a la vez al amor divino kenótico y al poder divino providencial forma parte claramente de una tensión teológica. La insistencia en el amor divino se percibe tras la figura, trazada por la teología del proceso, de un Dios que, en conmovedora frase de A. N. Whitehead, es “el compañero de sufrimientos que comprende” y que sólo actúa mediante el poder de la persuasión. Pero, ¿podría ser el Dios de Whitehead el Dios Único que resucitó a Jesús?
“Una gran parte del creativo pensamiento teológico de la segunda mitad del siglo XX –escribe Polkinghorne – se ha ocupado de reexaminar estas cuestiones (…) El reconocimiento científico del carácter evolutivo del universo ha animado a los teólogos a reconocer la presencia de Dios inmanente en la creación y la necesidad de complementar el concepto de creatio ex nihilo con un concepto de creatio continua. Así, el de la creación continua ha sido un tema importante en los escritos de los científicos-teólogos. Y sus implicaciones teológicas son muchas e importantes”.
Y finaliza: “A ningún autor serio que escriba sobre la acción divina se le pasará por alto la desmedida arrogancia que supone mostrarse como interlocutor y confidente del Creador en sus actos de creación. Toda teología es, en un sentido obvio, “teología humilde”, pues confesamos nuestra limitación e ignorancia ante el Misterio divino. Jamás podremos coger al Infinito entre las mallas de nuestra red racional. Sin embargo, creo que sabemos lo bastante para decir que Dios es verdaderamente amoroso, y que cuida no sólo de la creación en general, sino de todas y cada una de las criaturas en particular (…) La teología kenótica es inevitablemente teología paradójica, puesto que se basa en el concepto de la humildad de Dios”.
Para Ellis, el universo está diseñado para la ambigüedad. El mal físico es una consecuencia de este mundo autónomo que se hace a sí mismo evolutivamente. El mal moral de la acción humana tampoco debía ser restringido en un diseño providente para la libertad incondicionada del ser humano. El Dios oculto no está absolutamente oculto, ya que el universo está diseñado con un equilibrio entre ocultamiento y manifestación que hacen posible a los humanos acceder a Dios. El diseño del universo es, pues, kenótico: Dios ha renunciado a imponer su presencia para la libertad humana. Dios –escribe Ellis – ha elegido un amor incondicional y un camino sacrificial.
Dios ha sacrificado, ha anonadado, ha vaciado de contenido (kénosis) la imposición de su presencia en el mundo. Es la kénosis de Dios en la creación, en entera consonancia con la kénosis del Verbo (lógos) en Cristo, de que nos habla San Pablo en el himno de la carta a los de Filipos. Para Ellis, “la revelación kenótica dada por Cristo muestra la acción creativa de Dios en el mundo”.
La voluntad kenótica de Cristo, que manifiesta la kénosis fundamental del Dios creador, está manifiesta en la escena de las tentaciones en el desierto, en toda la vida de Cristo y en su muerte y resurrección. Situando su pensamiento en una constante línea de convergencias que a lo largo del siglo XX apuntan a entender la teología de la kénosis como una pieza esencial del pensamiento cristiano.
Pero un aspecto esencial para George Ellis es la traducción ética de este enfoque cosmológico-teológico de la kénosis. Así como, a través de la creación y el misterio de Cristo, Dios ha aceptado la kénosis de sí mismo a favor de la humanidad, así igualmente el comportamiento del cristiano debe ser entendido como una kénosis libre que acepta a Dios y se entrega en plenitud a los demás hombres en una solidaridad sacrificial que es un estado religioso que va más allá del puro altruismo.
La moral cristiana se funda así en una kénosis a la inversa por amor. Estos principios han sido aplicados por Ellis en su propia vida de compromiso político por los derechos humanos en Sudáfrica, como se refleja en sus publicaciones sobre esta temática, que le llevaron incluso a la persecución en la época del apartheid.
Conclusión: Realismo crítico, John Polkinghorne y cómo la ciencia conduce a la religión
El fallecimiento de John Polkinghorn ha desencadenado muchos comentarios entre los autores especializados. El profesor Matt Nelson (8 de abril de 2021) ha publicado este texto que tomamos como conclusión: “Realismo crítico: John Polkinghorne y cómo la ciencia conduce a la religión”.
Desde FronterasCTR defendemos que la teología se puede armonizar con la ciencia, que se pueden establecer puentes interdisciplinares. Desde esta hipótesis, se mantiene que ambas disciplinas persiguen el mismo objeto, la verdad, y por ese objeto común se unifican. Incluso metodológicamente, la ciencia y la religión son complementarias.
Como escribió debidamente el Papa San Juan Pablo II en su carta al padre George Coyne con ocasión del centenario de los Principiade Newton , “La ciencia puede purificar la religión del error y la superstición; la religión puede purificar la ciencia de la idolatría y los falsos absolutos «.
Entre los muchos científicos que estarían de acuerdo con Juan Pablo II, uno de los más grandes defensores modernos de la complementariedad de la ciencia y la religión ha sido Sir John Polkinghorne, el distinguido físico de partículas y sacerdote anglicano.
Como hemos dicho al inicio de este artículo, Polkinghorne, que murió recientemente a la edad de noventa años, obtuvo un doctorado en teoría cuántica de campos de Cambridge en 1956. Obtuvo un segundo doctorado en física de partículas elementales en 1974. Unos años más tarde dejó su puesto de investigación (para sorpresa de muchos) para realizar estudios teológicos, y finalmente fue ordenado sacerdote en la Iglesia de Inglaterra en 1982.
Polkinghorne se convirtió en un defensor clave de la complementariedad recíproca de la teología y la ciencia (escribiendo casi treinta libros sobre el tema), y de la capacidad única de la Cosmovisión cristiana para ampliar y profundizar la visión de la realidad en sus dominios físicos y metafísicos.
El biólogo evolucionista Stephen Jay Gould afirmó que la ciencia y la religión constituyen «magisterios que no se superponen». Gould propuso la idea de una dura separación entre los dominios de la ciencia y la religión. Como resultado de esta separación, no se puede decir en modo alguno que los dominios entren en conflicto o se complementen entre sí. Su teoría tuvo el efecto favorable, quizás, de mantener el hecho de que el pensamiento científico no está en conflicto con la doctrina cristiana. Pero, en última instancia, la teoría es demasiado radical. Va demasiado lejos.
Parece obvio que la ciencia y la religión se superponen hasta cierto punto. El origen del cosmos, por ejemplo, es algo sobre lo que tanto los científicos como los teólogos reflexionan en común, pero desde diferentes puntos de vista.
Esto refuerza el hecho de que hay más de una forma de pensar sobre lo que experimentamos con los sentidos. La astrofísica y la filosofía, por ejemplo, ejemplifican distintos modos de investigación. Pero comparten un tema común. No es necesario tomarlos ciegamente como competidores entre sí.
“Algunas religiones hacen afirmaciones sobre asuntos sobre los que la ciencia tiene algo que decir”, escribe el físico de partículas Stephen Barr. “Y algunos descubrimientos científicos son relevantes para importantes cuestiones filosóficas. Por tanto, la teología no puede separarse de la ciencia”.
Ciertamente, el astrofísico y el metafísico pueden tener algunas conversaciones muy interesantes sobre, digamos, el origen de nuestro universo, hablando desde las perspectivas de sus propias especializaciones y ofreciéndose mutuamente nuevas perspectivas que no podrían haber obtenido si se hubieran mantenido estrictamente. a su propia área de investigación.
Y podemos decir más sobre la coherencia inherente del pensamiento teológico con el de la ciencia. Por cada vez que avanzamos en el método científico al paso de “análisis”, consideramos los datos que hemos recopilado de manera lógica e inferimos nuevas conclusiones, próximos pasos y consideraciones éticas. La ciencia es una práctica intrínsecamente inductiva, que extrae conclusiones generales probables a partir de datos particulares. La ciencia es probabilística porque es esencialmente inductiva. Y decir que algo es de naturaleza inductiva es decir que lo mismo es de naturaleza filosófica. Aunque la ciencia no es filosofía per se, es hasta cierto punto filosófica.
John Polkinghorne entendió esto y tenía un gran don para incorporar la ciencia, la filosofía y la teología en sus escritos. Aunque profundo y perspicaz, también fue claro y accesible. Además, su familiaridad con los aspectos más pequeños de la realidad le permitió una perspectiva única e intrigante.
Algunos apologistas cristianos, siguiendo los pasos de William Paley, han mostrado afinidad por comparar el universo con un reloj. Han argumentado que la estructura similar a un reloj (y la inteligibilidad que otorga) refleja un diseñador divino: un «relojero» divino. Polkinghorne no denigró la analogía del reloj, pero pensó que una nube era más apropiada.
Todos tenemos una visión estándar del mundo tal como lo experimentamos, lo que Wilfrid Sellers llamó la «imagen manifiesta» de la realidad. Es innegable que el universo adquiere una apariencia obviamente mecanicista en nuestro nivel básico de experiencia.
La adecuación de la analogía de la nube de Polkinghorne, por otro lado, tiene más sentido desde una perspectiva de abajo hacia arriba. A nivel cuántico, es bien sabido que las cosas se vuelven notablemente raras o “espeluznantes” (como lo han dicho algunos teóricos cuánticos). Esta falta de claridad del reino cuántico se entrelaza con la concreción de la «imagen manifiesta» de la experiencia común; de alguna manera, la nube se fusiona con el reloj, formando una realidad compuesta.
No es solo el mundo físico el que tiene una naturaleza tan jerárquica. La estructura de la realidad misma consiste en una jerarquía, y cada nivel se apropia de los demás —y de nuestras mentes— de formas únicas.
Este tema es explorado en profundidad por Jacques Maritain en su libro magistral Los grados del Saber. Observa, por ejemplo, que las matemáticas —el aspecto más fundamental de las ciencias de la observación— necesariamente provocan en nosotros un «apetito» por lo metafísico. En el reino inmaterial de la mente, la abstracción matemática naturalmente provoca que uno vaya a otro «nivel» más profundo en la abstracción metafísica.
Si Maritain está en lo cierto acerca de que las matemáticas cedieron naturalmente el paso a la metafísica, no es de extrañar que alguien como Polkinghorne se sintiera tan atraído por la ciencia hacia los religiosos. Recíprocamente, se puede suponer que a medida que maduraba en sus convicciones religiosas, estas le inculcaron una actitud científica cada vez más robusta.
Esta propensión a pasar de la religión a la ciencia se refleja en una línea escrita por el compatriota CS Lewis de Polkinghorne en su libro Miracles : «Los hombres se volvieron científicos porque esperaban la ley en la naturaleza y esperaban la ley en la naturaleza porque creían en un legislador».
Como Maritain, Polkinghorne adoptó una visión del mundo que llamó realismo crítico . Aunque sus usos únicos del término seguramente pueden diferenciarse, ambos fueron profundamente influenciados por la filosofía realista de Santo Tomás de Aquino.
Como Tomás de Aquino, tanto Maritain como Polkinghorne creían que las cosas sensibles percibidas fuera de nosotros realmente están ahí . En términos de conocimiento científico sobre el mundo, Polkinghorne insistió en «la relación positiva del conocimiento científico con la forma en que es el mundo».
Aunque el escepticismo abundaba en la cultura que lo rodeaba, Polkinghorne pensaba que la certeza epistémica real era completamente posible sobre asuntos religiosos y sobre asuntos relacionados con el mundo en general. También reconoció que la certeza puede ser reflexivamente crítica. Es decir, podemos pensar críticamente incluso sobre nuestras propias certezas. Si bien podemos estar racionalmente seguros acerca de nuestras conclusiones científicas, por ejemplo, nuestras convicciones, o casi convicciones, siempre se basan en suposiciones, científicas (por ejemplo, conclusiones de otros científicos) y no científicas (por ejemplo, la validez de la inferencia).
Siempre hay lugar para una crítica honesta de nuestro pensamiento, pero ese hecho de ninguna manera disminuye la posibilidad de un grado significativo de certeza. Podemos poseer conocimiento con diversos grados de certeza, pero con certeza, no obstante.
La fe implica el asentimiento del intelecto y la voluntad a aquello que no puede, ni por las circunstancias ni por principio, probarse directamente. Los físicos cuánticos asumen una actitud similar a la postura de la fe. En el nivel más profundo de la realidad física conocida, no se pueden obtener descripciones completas. Nuestros mejores descripciones son siempre incompletas y deben ser inferidos o calculados indirectamente de lo que sí sabemos. Es así como se determina la existencia de determinadas partículas fundamentales.
«La existencia de quarks», escribePolkinghorne en Science and Religion in Quest of Truth,“Deben defenderse apelando a la inteligibilidad que ofrecen a fenómenos más directamente accesibles”. Así como los físicos cuánticos obtienen conocimiento sobre lo inobservable de lo observable, también lo hacen los filósofos y teólogos cuando se trata de inferir conocimiento sobre Dios a partir de lo que es accesible a los sentidos. Esta relación análoga entre los modos de conocimiento científico y religioso sugiere por qué Polkinghorne fue tan hábil al hablar de ambas dimensiones de la realidad y al relacionarlas con simpatía con tanta facilidad y competencia.
John Polkinghorne estaba convencido de que, en última instancia, la ciencia, la filosofía y la teología están todas dirigidas hacia una misma cosa: la verdad. Dado que todos los hechos de la realidad —físicos y metafísicos— se basan en una fuente divina y necesaria, el Logos eterno, la verdad misma es una. Polkinghorne sabía que la Gran Teoría Unificada buscada por sus colegas científicos era una persona.
Extrañaremos la profundidad de la visión, la claridad y la creatividad de John Polkinghorne. Aunque ha pasado a su recompensa eterna, nos ha dejado mucho por lo que estar agradecidos. Sospecho que estaremos leyendo sus libros y discutiendo sus ideas durante bastante tiempo.
Juan Sequeiros Ugarte, Catedrático de Física, miembro de la Asociación Interdisciplinar José de Acosta (ASINJA) y colaborador de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión.
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