El Tractatus Logico-Philosophicus es el título de una obra escrita por Ludwig Wittgenstein, la única que vio publicada en vida y que todavía, cien años más tarde, es objeto de polémica por la oscuridad de muchas de sus formulaciones. Puede decirse que se encuentra en las fronteras de las ciencias, la filosofía y las tradiciones religiosas.
Según los expertos, este denso y a veces enigmático escrito fue el resultado de las notas que tomó entre los años 1914 y 1916 fruto de la correspondencia mantenida con Bertrand Russell, George E. Moore y John M. Keynes, mientras servía como teniente del ejército austro-húngaro en la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, siendo prisionero de guerra en Italia. El texto evolucionó como una continuación, y una reacción a las concepciones de Russell y Gottlob Frege, sobre la lógica y el lenguaje.
El texto se publicó hace ahora un siglo, en 1921, escrito en lengua alemana, bajo el título Logisch-philosophische Abhandlung. Un año más tarde se editó en inglés, manteniendo el título actual en latín, que se ha mantenido hasta hoy. Junto a sus Investigaciones filosóficas,este texto es una de las obras mayores de la filosofía de Wittgenstein.
Wittgenstein: una personalidad singular
Ludwig Josef Johann Wittgenstein (nacido en la ciudad de Vienael 26 de abril de 1889y fallecido en Cambridgepocos días después de haber cumplido 62 años, el 29 de abril de 1951), fue un filósofo, matemático, lingüista y lógico austríacoque posteriormente se nacionalizó como británico.
Publicó el Tractatus logico-philosophicus, que influyó en gran medida a los positivistas lógicos del Círculo de Viena, movimiento del que nunca se consideró miembro.
Tiempo después, el Tractatus fue severamente criticado por el propio Wittgenstein en Los cuadernos azul y marrón y en sus Investigaciones filosóficas,ambas obras póstumas. Fue discípulo de Bertrand Russell en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde más tarde también él llegó a ser profesor.
Su madre, Leopoldine Kalmus, era hija de padre judío y madre católica. A pesar de la conversión al protestantismo de sus abuelos paternos, los hijos de los Wittgenstein fueron bautizados como católicos —la fe de su abuela materna— y Ludwig recibió un entierro católico después de su muerte. Este dato es importante para entender el hilo de su pensamiento.
Ludwig creció en un hogar que proporcionaba un ambiente excepcionalmente intenso para la realización artística e intelectual. Sus padres eran aficionados a la música y todos sus hijos tuvieron dotes intelectuales y artísticas. Cursó sus estudios a principios del siglo XX en la escuela secundaria de Linz, la Realschule Bundesrealgymnasium Fadingerstrasse. En esa misma escuela también estudiaba por entonces un muchacho que luego sería famoso llamado Adolf Hitler.
El primer rasgo del interés intelectual de Wittgenstein no fue el de la filosofía sino el de la ingeniería. Sus estudios lo llevaron, en primer lugar, a Berlín y posteriormente a Manchester (Reino Unido), donde se encontraba la vanguardia de la ingeniería aeronáutica.
Estando en Inglaterra se interesó por la filosofía de las matemáticas y entró en contacto con Bertrand Russell, con quien comenzaría una tormentosa relación. Sin embargo, este ambiente inglés es el que lanzó su carrera intelectual, con amigos como George Moore o el economista John Maynard Keynes.
Tras una vida complicada, con frecuentes cambios de rumbo en su trabajo y en sus intereses intelectuales, Ludwig Wittgenstein murió en Cambridge, en casa de su médico, el doctor Bevan, el 29 de abril de 1951, tras negarse a recibir tratamiento médico contra el cáncer de próstata que sufría. Antes de perder la conciencia, rogó a la esposa del doctor Bevan reproducir sus últimas palabras: «dígales a todos que he tenido una vida maravillosa».
Algunos rasgos de su pensamiento, para entender el Tractatus
Según sus biógrafos, el pensamiento filosófico de Wittgenstein suele dividirse en dos períodos: el primer período gira en torno a su primer trabajo importante, el Tractatus logico-philosophicus. Luego de su publicación, Wittgenstein dejó la filosofía, creyendo haber resuelto todos los problemas filosóficos.
Varios años después, tras algunos traspiés, Wittgenstein volvió a enseñar y filosofar, pero con un espíritu muy distinto al que guio su trabajo anterior. De este segundo período resultaron las Investigaciones filosóficas, publicadas de manera póstuma en 1953.
Estos dos trabajos son tan diferentes, que a veces se habla de un «primer Wittgenstein» o «Wittgenstein del Tractatus«, y de un «segundo Wittgenstein» o «Wittgenstein de las Investigaciones«.
Primer Wittgenstein: el del Tractatus logico-philosophicus
El Tractatus logico-philosophicus fue el primer libro escrito por Wittgenstein y el único que él vio publicado en vida. La primera publicación fue hace cien años, en 1921, en la revista alemana Annalen der Naturphilosophie (XIV, 3-4, págs. 185-262), bajo el título Logisch-Philosophische Abhandlung.
Un año más tarde (en 1922) aparecería la primera edición bilingüe (alemán-inglés) en la editorial Kegan Paul de Londres, acompañado de una introducción de Bertrand Russell, y ya bajo el título en latín con el que más se lo conoce. Es el principal texto en que Wittgenstein expresa su pensamiento del llamado «primer período».
Todos los comentaristas coinciden en que el Tractatus es un texto complejo que se presta a diversas lecturas. En una primera lectura, se presenta como un libro que pretende explicar el funcionamiento de la lógica (desarrollada previamente por Gottlob Frege y por Bertrand Russell, entre otros), tratando de mostrar al mismo tiempo que la lógica es el andamiaje o la estructura sobre la cual se levanta nuestro lenguaje descriptivo (nuestra ciencia) y nuestro mundo (que es aquello que nuestro lenguaje o nuestra ciencia describe).
La tesis fundamental del Tractatus es esta estrecha vinculación estructural (o formal) entre lenguaje y mundo, hasta tal punto que «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» (Tractatus: § 5.6). En efecto, aquello que comparten el mundo, el lenguaje y el pensamiento es la forma lógica (logische Form), gracias a la cual podemos hacer figuras del mundo para describirlo.
En el Tractatus, el mundo (Welt), es la totalidad de los hechos, es decir, de lo que es el caso (lo que acaece, lo que se da efectivamente) (Tractatus: §§ 1-2). Los hechos son «estados de cosas» (Sachverhalt), o sea, objetos en cierta relación (Tractatus: §§ 2-2.01). Por ejemplo, un hecho es que el libro está sobre la mesa, lo cual se revela como una relación entre «el libro» (que podemos llamar objeto «a») y «la mesa» (que podemos llamar objeto «b»).
La estructura lógica del mundo
Según Wittgenstein, los hechos poseen una estructura lógica que permite la construcción de proposiciones que representen o figuren (del alemán Bild) ese estado de cosas. «El libro está sobre la mesa», trascrito a lenguaje lógico, se expresa: «aRb». Al igual que un hecho es una relación entre objetos, una proposición será una concatenación de nombres (los cuales tendrán como referencia los objetos).
Para Wittgenstein el lenguaje descriptivo funciona igual que una maqueta, en la cual representamos los hechos colocando piezas que hacen las veces de los objetos representados. En el Tractatus, el lenguaje está formado fundamentalmente por nombres (hablamos, naturalmente, del lenguaje una vez que es analizado lógicamente).
De esta idea tan fundamental extrae Wittgenstein toda su teoría de la figuración (o de la significación) y de la verdad. Una proposición será significativa, o tendrá sentido (del alemán Sinn), en la medida en que represente un estado de cosas lógicamente posible. Otra cosa distinta es que la proposición sea verdadera o falsa. Una proposición con sentido figura un estado de cosas posible.
Para que la proposición sea verdadera, el hecho que describe debe darse efectivamente (debe ser el caso). Si el hecho descrito no se da, entonces la proposición es falsa. Pero en este caso, sea falsa o sea verdadera, la proposición tiene sentido, porque describe un estado de cosas posible. «El mundo es todo lo que sea el caso» (Tractatus: § 1); la realidad (Wirklichkeit) será la totalidad de los hechos posibles, los que se dan y los que no se dan (Tractatus: § 2.06 y § 2.202).
Identidad lenguaje-pensamiento
Otra tesis fundamental del Tractatus es la identidad entre el lenguaje significativo y el pensamiento, dando a entender que nuestros pensamientos (las representaciones mentales que hacemos de la realidad) se rigen igualmente por la lógica de las proposiciones, pues: «La figura lógica de los hechos es el pensamiento» (Tractatus: § 3) o «El pensamiento es la proposición con sentido» (Tractatus: § 4).
De este modo, si algo es pensable, ha de ser también posible (Tractatus: § 3.02), es decir, ha de poder recogerse en una proposición con sentido (sea esta verdadera o falsa). El pensamiento es una representación de la realidad. La realidad es aquello que se puede describir con el lenguaje (en este sentido, se aprecia que la realidad en el Tractatus es una imagen que resulta de un lenguaje descriptivo, y no una realidad en sí; por eso los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo).
Este es el modo en que Wittgenstein determina de qué podemos hablar con sentido y de qué no podemos hablar. Podemos hablar, o sea, decir verdades o falsedades, siempre y cuando utilicemos el lenguaje para figurar estados de cosas o hechos posibles del mundo. Solo es posible hablar con sentido de la realidad.
Este es el punto en que el Tractatus es interpretado como abogado del empirismo o como una apología de la ciencia, ya que solo la ciencia es capaz de decir algo con sentido; y «De lo que no se puede hablar, hay que callar» (Tractatus: § 7).
Ahora bien, el verdadero y original pensamiento de Wittgenstein empieza aquí. Si, como dice el Tractatus solo es posible hablar con sentido de los hechos del mundo: ¿qué ocurre con los textos de filosofía y, en particular, con las proposiciones del propio Tractatus? En efecto, el Tractatus no describe hechos posibles ni hechos del mundo, sino que habla del lenguaje y de la lógica que rige nuestro pensamiento y nuestro mundo, etc.
Decir y mostrar según el Tractatus
Entra así en juego la polémica -pero fundamental- distinción entre decir y mostrar que el propio Wittgenstein consideraba el núcleo de la filosofía. La forma lógica y la lógica en general no pueden expresarse, vale decir: no se puede crear una proposición con sentido en que se describa la lógica, porque la lógica se muestra en las proposiciones con sentido (que expresan el darse o no darse de un estado de cosas). La lógica está presente en todas las proposiciones, pero no es dicha por ninguna de ellas. En este sentido: «La lógica es trascendental» (Tractatus: § 6.13).
La lógica establece cuál es el límite del lenguaje, del pensamiento y del mundo, y de ese modo se muestra el propio límite, que ya no pertenece al mundo, quedando fuera de ese ámbito de lo pensable y expresable. Es por ello que, como indica Wittgenstein: «Hay, ciertamente, lo inexpresable. Se muestra, es lo místico» (Tractatus: § 6.522). La tarea de la filosofía es, entonces, precisamente, llegar hasta los casos límite del lenguaje, donde ya no hablamos del mundo pero, sin embargo, sí queda mostrado lo inexpresable. Este es el caso de las tautologías, las contradicciones y, en general, las proposiciones propias de la lógica.
Análogamente, tal y como se apunta hacia el final del Tractatus, la ética (o sea, aquello que trata de hablar sobre lo que sea bueno o malo, lo valioso, el sentido de la vida, etc.) es también inexpresable y trascendental (Tractatus: §§ 6.4-6.43). La ética, lo que sea bueno o valioso, no cambia nada los hechos del mundo; el valor debe residir fuera del mundo, en el ámbito de lo místico. De lo místico no se puede hablar, pero una y otra vez se muestra en cada uno de los hechos que experimentamos.
El propio testimonio de Wittgenstein sobre el Tractatus
En una carta que escribió a su amigo Ludwig von Ficker (hacia 1919), dice que el sentido último de su Tractatus logico-philosophicus es ético; y a continuación añade:
“Mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la más importante. Mi libro, en efecto, delimita por dentro lo ético, por así decirlo; y estoy convencido de que, estrictamente, solo puede delimitarse así. Creo, en una palabra, que todo aquello sobre lo que muchos hoy parlotean lo he puesto en evidencia yo en mi libro guardando silencio sobre ello. […] Le aconsejaría ahora leer el prólogo y el final, puesto que son ellos los que expresan con mayor inmediatez el sentido”. (Fragmento recogido y traducido en la «Introducción» de Isidoro Reguera y Jacobo Muñoz (1986) a su edición del Tractatus logico-philosophicus, Madrid: Alianza, 2002).
Sobre el ‘Tractatus’de Wittgenstein: “el libro más extraño e influyente de la filosofía”
Con este título, Jordi Corominas i Julián (en las páginas de cultura de “En Confidencial”, el 28 de febrero de 2021) disecciona las propuestas más rompedoras de Ludwig Wittgenstein. Según Corominas, “el ‘Tractactus lógico-philosophicus’ de Ludwig Wittgenstein es un fetiche, una contradicción, un motivo de eternas elucubraciones y muchos otros sinfines de atributos en esa paradoja hacia la claridad envuelta, también en su interpretación, de oscuro misterio para sus lectores, no solo los inexpertos sino también los más avezados”.
El pensador austriaco jugó un papel importante en todo esto. El inicio del prólogo de su disquisición declara intenciones y genera una nebulosa: «Posiblemente solo entienda este libro quien ya ha pensado por sí mismo los pensamientos que en él se expresan o pensamientos parecidos».
En la conclusión del libro descubriremos,- según Corominas – y la frase demuestra el valor plural de las proposiciones expresadas en apenas sesenta páginas, que «de lo que no se puede hablar, conviene callar». Antes, como si así Wittgenstein quisiera atraernos, se afirma la intocabilidad de lo escrito y la resolución definitiva de los problemas. La cuestión es dirimir cuáles y averiguar los motivos de tan elocuente, si bien escueta, convicción.
Wittgenstein y su ‘Tractatus’son, en realidad, hijos de su propia época, determinada por un contexto histórico abocado hacia un impulso purificador y rebelde del pasado, dominador del presente, para hilvanar el futuro. Esto en Viena, si se quiere, era aún más notorio, desde la centralidad y el contraste entre lo emanado desde el poder y la energía del comercio burgués.
En ambos casos, la figura paterna era imprescindible: Francisco José II simbolizaba una protección asfixiante, mientras los progenitores de la clase ascendente luchaban para parar una consecuencia lógica de su auge económico: el interés de los hijos por soltarse del manto emprendedor al haber accedido a la cultura.
Los Wittgenstein, una familia millonaria
‘La familia Wittgenstein’, tan bien plasmada en el homónimo volumen de Alexander Waugh (Lumen),era a finales del siglo XIX una de las más ricas del Imperio austrohúngaro. Su fortuna se hizo en poco tiempo, tras haber surgido de la nada en Sajonia, haber asimilado el protestantismo y ver florecer la industria siderúrgica a manos de Karl, padre de Ludwig. Este no sobresalió durante su infancia, dócil y obediente a diferencia de muchos de sus hermanos, tres de ellos suicidas, más exhibicionistas a la hora de mostrar un talento forjado en el salón de su palacio, templo de conversaciones apreciado por muchos artistas de ese espléndido instante.
La música era otro elemento en esa cotidianidad. El retraimiento del joven Ludwig se nutría de la atmósfera de esa Viena a la que más tarde dio nombre en el canónico ensayo de Allan Janik. Entre sus favoritos, figuraban dos escritores capaces de sintetizar esa querencia por discernir entre las construcciones interiores y las exteriores, entre su visión y su plasmación mental.
Uno de ellos es el filósofo austríaco Otto Weininger que fue el gran ‘enfant terrible’ de la generación del ‘fin de siècle’. Se suicidó en la casa donde murió Beethoven y dejó para la posteridad su libro ‘Sexo y carácter’. Para Wittgenstein, la diatriba expresada en sus páginas entre genio y muerte fue una obsesión duradera, espejándose en la primera alternativa, torturándose en un combate propio para escapar de la mediocridad.
En cambio, Karl Kraus, santo y seña de la revista ‘Die Fackel’—’La Antorcha’, en español— le empujó hacia la claridad de lenguaje, entroncándose así con ese filón precursor, omnipresente en casi todas las disciplinas de la capital austriaca, de Freud a Schnitzler, de Schonberg a Kolo Moser, sin olvidarnos del arquitecto Adolf Loos, con quien Wittgenstein mantuvo amistad, quizá por esa voluntad compartida de aniquilar lo ornamental y abrazar una precisa pureza.
Inglaterra y la guerra
En‘Tiempo de magos’ (Taurus), Wolfram Eilenberger recoge sutilmente otra clave para comprender a nuestro protagonista y su ‘Tractatus’. Wittgenstein se encerraba en sí mismo, como si estuviera separado del mundo y sus semejantes por una pared o un cristal invisible.
Estudios recientes han sopesado si padecía la enfermedad de Asperger, pero más allá de esto, el dualismo y la imposibilidad de derribar ciertas barreras se muestra en proposiciones como que el mundo de los felices es distinto al de los infelices. Las comparaciones eran habituales entre el clan Wittgenstein como recurso en sus tertulias.
En Ludwig, son herramienta expresiva y metáfora de sus percepciones. Quería matar al padre y a sus microcosmos, costándole asumirlo. Para ello, tras estudiar en Berlín, emigró a Manchester, en la vanguardia de la incipiente ingeniería aeronáutica.
Su dedicación a esta tarea no fue en balde: patentó una hélice ‘a posteriori’ usada en helicópteros, si bien durante ese periodo se sumergió de lleno en las matemáticas, empecinado en la lógica hasta dar el salto a Cambridge, donde hostigó a Bertrand Russell.
La relación entre ambos no inició con buen pie. Wittgenstein monopolizaba las clases, hasta ser insoportable. Tenía veintidós años y la determinación de un dios. Ante tanta insistencia Russell, en este sentido víctima de haber escrito ‘Principia mathematica’, terminó por acogerlo hasta admitir la superioridad de ese bicho raro, sin duda aristócrata, sin duda inteligentísimo, aunque con una conducta harto anómala, reacio al gusto mayoritario –diseñó sus propios muebles por no agradarle ninguno–, poco diplomático y obcecado en esa meta suprema de resolver los problemas con claridad y transparencia, como si encarnara a su Viena en el campo filosófico desde las matemáticas.
La heterodoxia de Wittgenstein
Su heterodoxia, única sin aristas, encantaba y alejaba a otras primeras espadas del entorno, como John Maynard Keynes o Lytton Strachey, ambos del círculo de Bloomsbury.
Él prefería, además de cartearse con Frege y no dar tregua a Russell, a David Hume Pinsent, a quien pagó, tanto por amor como para no estar solo, vacaciones en Islandia y viajes a Noruega, donde Wittgenstein, ansioso de tener –a imagen y semejanza de Mahler– una cabaña de creación, se instaló poco antes de la Primera Guerra Mundial.
En el país escandinavo esperaba hallar un universo propicio para devenir un eremita entregado a su meta suprema. El asesinato de Sarajevo truncó sus planes y le tendió, como no podía ser de otra forma, una doble aventura.
La metamorfosis de la guerra
Quién sabe si ese anhelo de desnudar y armonizar la realidad mediante el lenguaje y las matemáticas, sinfonías similares en sus engranajes, así como el mundo, habría seguido una senda bien distinta de no ser por el conflicto de 1914.
Quizá habría guardado semejanza con el cubismo de Picasso, un proceso asimismo de objetividad interior, y por lo tanto subjetiva ante un exterior sin sus envoltorios. El malagueño dejó atrás esa fase tras la Gran Guerra, y su pincel brindó alegría a la frialdad.
Estar en el frente oriental, tras alistarse como voluntario, dobló la complejidad del‘Tractatus’. Su versión definitiva era la de un soldado que quiso ver cara a cara a la muerte y conservó durante todo su periplo el ‘Evangelio abreviado’ de León Tolstoi.
La conversión a la fe cristiana pudo ser producto del cambio de paisaje del despejado ambiente académico británico a la turbulencia de las batallas y su expectación, según Corominas. En ocasiones no podía reflexionar, frenándose su labor. Cuando la retomó tenía otras componendas.Los aforismos del tramo final beben de ética y estética, encajándose con los iniciales, más lógicos. No hay disonancia en maridar «el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas» con «está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental: ética y estética son la misma cosa».
Ahora el recogimiento asimilaba la piedad de esos años y el martirio de replegarse, sin desprenderse de su misión, transmitía a su manuscrito otra función, adecuándose su totalidad a la metamorfosis. Los límites de su lenguaje eran los límites de su mundo.
Cuando Ludwig Wittgenstein fue liberado del campo de prisioneros de Monte Cassino, esa transformación lo condujo a renunciar a su descomunal parte de la fortuna familiar.
Despojándose de los bienes terrenales, preparándose para profesor rural en una Austria provinciana tras la caída del edificio de los Augsburgo, apuntalaba su coherencia, transitando hacia su segunda etapa; pero para dar carpetazo a la primera debía «enseñar a la mosca la salida de la botella» con la publicación del ‘Tractatus’. Solo así respiraría aliviado.
Conclusión
La publicación del ´Tractatus´ no fue nada fácil. Es más: se hizo difícil la operación de publicar, por culpa del mismo Wittgenstein. Este probó suerte en una serie de recorrido simbólico por los sellos editoriales de sus ídolos. Mientras atendía noticias, siempre negativas, mandó el texto a sus sostenes filosóficos como Frege o Russell. No entendieron siquiera un fragmento, consolidándose su desesperación.
Al fin, en 1921, la revista ‘Annalen der Nathurphilosophie’ se arriesgó en el envite. Era un triunfo menor, sin repercusión. Al año siguiente, gracias a su mentor de Cambridge, vio la luz una traducción británica y casi ‘ipso facto’ las ideas exprimidas acapararon la dialéctica universitaria del Reino Unido.
Su autor, consciente de haber saldado su cuenta al ofrecer su cosmovisión del mundo –de hecho el‘Tractatus’rezuma cierto aroma evangélico–, circulaba ya en otra dimensión, preocupándose por sus alumnos campestres mientras redactaba con el mismo esmero que su primer gran legado; después llegarían las ‘Investigaciones filosóficas’ y un diccionario ortográfico para niños.
Apéndice: traducciones al español de textos de Wittgenstein:
- Investigaciones filosóficas. Traducción, introducción y notas críticas de Jesús Padilla Gálvez. Madrid: Editorial Trotta. 2017.
- Dictado para Schlick – Diktat für Schlick. Traducción, introducción y notas críticas de Jesús Padilla Gálvezy Margit Gaffal. Madrid: Ápeiron. 2017.
- Tractatus logico-philosophicus-Investigaciones filosóficas. Traducción, introducción y notas críticas de Isidoro Reguera Perez. Madrid: Editorial Gredos. 2017.
- Tratado lógico-filosófico. Logisch-philosophische Abhandlung. Edición crítica de TS 204. Introducción y traducción de Jesús Padilla Gálvez. Valencia: Tirant lo Blanch. 2016.
- Escrito a máquina [The big typescript] [TS 213]. Introducción y traducción de Jesús Padilla Gálvez. Colección Estructuras y Procesos. Filosofía. Madrid: Trotta. 2014.
- Isidoro Reguera, ed. (2009). Obra completa. Colección Biblioteca de Grandes Pensadores(Edición bilingüe alemán/español). Madrid: Gredos.
- Volumen I: Tractatus logico-philosophicus. Investigaciones filosóficas. Sobre la certeza.
- Volumen II: Diario filosófico (1914-1916). Diarios secretos. Movimientos del pensar. Diarios (1930-1932 / 1936-1937). Cartas a Russell, Keynes y Moore. Notas sobre lógica. Notas dictadas a g. E. Moore en Noruega. Conferencia sobre ética. Observaciones a La rama dorada de Frazer. Observaciones diversas. Cultura y valor. Lecciones y conversaciones sobre estética, Psicología y creencia religiosa. Zettel. Observaciones sobre los colores.
- Luz y sombra. Una vivencia(-sueño) nocturna y un fragmento epistolar. Valencia: Pre-textos. 2006.
- Movimientos del pensar. Madrid: Pre-Textos. 2005.
- Últimas conversaciones. Salamanca: Sígueme. 2004.
- Sobre la certeza. Barcelona: Gedisa. 2000.
- Cultura y valor. Madrid: Espasa Calpe. 1995.
- Observaciones a La rama dorada de Frazer. Madrid: Tecnos. 1992.
- Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa. Traducido por Isidoro Reguera. Barcelona: Paidós. 1992.
- Conferencia sobre ética. Barcelona: Paidós. 1989.
Daniel Luque Navarro, educador, Colaborador de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.
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