En una carta al biólogo Claude Cuènot, que sería uno de los biógrafos más informados sobre su vida, escribe Teilhard de Chardin el 1 de diciembre de 1954 (unos meses antes de su muerte): “[…] Édouard Le Roy, a quien debo mucho (…) pues él me ha ayudado a desarrollar lo que llevaba dentro de mi cabeza, me ha dirigido, me ha dado confianza y sobre todo me ha proporcionado una maravillosa tribuna (indirectamente) en el Colegio de Francia”.
Los lectores de la obra de Teilhard de Chardin habían oído citar con frecuencia a Edouard Le Roy como amigo, confidente y maestro-alumno. La correspondencia entre Pierre Teilhard de Chardin y Édouard Le Roy, más exactamente, las cartas enviadas por el primero a éste último, son citadas frecuentemente por los biógrafos de Teilhard como unos documentos de gran importancia para seguir la evolución de sus ideas a lo largo de los años 1920 a 1946.
Todavía no se ha investigado suficientemente lo que Le Roy aportó al pensamiento de Teilhard, y lo que Teilhard enriqueció la fecunda creatividad libre de Le Roy. Pero una simbiosis se creó entre ellos, de modo que, en sus conversaciones y en sus cartas se trasluce una complicidad y una convergencia de planteamientos que siempre sorprende.
Esas cartas inéditas han visto la luz en su versión francesa, gracias a la diligencia del jesuita François Euvé, profesor de Teología de las Facultades de la Compañía de Jesús en París. Y en el año 2011 apareció la edición castellana.[P. Teilhard de Chardin, Lettres à Édouard Le Roy (1921-1946). Maturation d´une pensée.Éditions Facultés Jésuites de París, 2008, 152 páginas. Introducción de François Euvé. Notas de Paul Malphettes. Cartas a Édouard Le Roy (1921-1946). Maduración de un pensamiento.Trotta Editorial, 2011, 144 páginas].
En la abundante correspondencia teilhardiana, de la que la mayor parte continúa todavía inédita, las cartas a Le Roy ocupan un lugar cuantitativamente modesto. No son comparables a las cartas a su prima Marguerite Teilhard-Chambon, que se extienden durante una cuarentena de años, o las cartas dirigidas al jesuita Auguste Valensin. Por tanto, no tienen precio desde el punto de vista de la calidad de su destinatario y desde la fuerte amistad intelectual que les unía. Esta Introducción quisiera presentar el contexto de su redacción y tratar de decir algunas palabras sobre la fecundación mutua de dos pensamientos, a la vez muy próximos en el fondo, y que reflejan unas sensibilidades intelectuales diferentes..
Contenido de la correspondencia de Teilhard con Le Roy
Como ocurre con frecuencia en las cartas de Teilhard, varios temas se entrecruzan. Encontramos, al comienzo, varios relatos de viaje, por otra parte, cada vez menos frecuentes a medida que los países por los que pasa van siendo más familiares, y menos anecdóticos que lo que cuenta a otros en sus cartas.
Pero van a ser las propuestas filosóficas las que serán objeto de mayor atención. Como continuación de numerosas conversaciones parisinas, Teilhard continúa compartiendo libremente sus ideas, anuncia la redacción de futuras memorias (e informa a Le Roy sobre los avatares de las publicaciones). Varios temas son abordados: la revelación (16 de agosto de 1925), la misión y la conversión (15 de mayo y 8 de septiembre de 1926), la evolución (15 de mayo de 1926), el fenómeno humano (15 de abril de 1927), la unificación de lo real (30 de diciembre de 1928), la noción de persona (10 de agosto de 1929), la mística (7 de febrero de 1930), la investigación (7 de mayo de 1930).
A través de todos estos temas, el pensamiento de Teilhard se elabora poco a poco. Estos años son fecundos en la formación de la noción de “persona”. Se sabe que el punto de partida del itinerario de Teilhard está en la consistencia de lo real, percibida en el metal y el mineral. La primera etapa es franqueada en sus años de juventud cuando toma conciencia de que la verdadera consistencia está del lado de la vida, de un mundo en evolución. Sus Escritos del tiempo de guerra reflejan lo que él llamó su “panteísmo”. Sin renegar por ello de la visión “cósmica” de lo real, es la persona la que se va a situar progresivamente en el centro, o más bien “a la cabeza”. Desde el punto de vista religioso, es en cierto modo un “cristo-centrismo” lo que se afirma. En esta evolución del pensamiento, la relación con Le Roy juega, sin duda, un papel determinante.
Una última serie de consideraciones se refiere a su vida “interior”, precisamente a sus relaciones con la Iglesia y con su orden, la Compañía de Jesús. Dos acontecimientos marcan el período que ocupa esta correspondencia: su alejamiento del Instituto Católico en 1925 y la “crisis” que sufre durante el invierno de 1928-1929, con ocasión de su estancia en casa de los Monfreid y al término de la cual, tuvo el sentimiento de haber entrado en un estado de paz. Aunque los años siguientes continuaron siendo para él difíciles, no hay término de comparación con éstos. Haberlos superado le permite vivir más serenamente otras pruebas que le esperan.
Historia de una correspondencia
Cuando Pierre Teilhard de Chardin escribe por primera vez a Édouard Le Roy, el 19 de octubre de 1921, es una carta muy breve y formal. Los dos hombres nunca se habían encontrado y no se conocían más que de oídas. Esto será el principio de una larga y fecunda amistad intelectual, además de personal, de la que da testimonio la correspondencia.
Las veinte cartas que se presentan en este volumen corresponden a un período que va desde 1921 a 1946. Pero la correspondencia más importante se da entre 1925 y 1934. La colección incluye también una carta a la señora Le Roy del día uno de diciembre de 1954, poco después de la muerte de su marido, acaecida el 9 de noviembre de 1954.
Esta Introducción mostrará, en primer lugar, algunos elementos biográficos relativos a cada uno de ellos, que permitirán situar a ambos y al contexto en que se desarrollan los intercambios epistolares. La presentación de Édouard Le Roy será más detallada que la de Teilhard, ya que aquél es, en general, menos conocido del gran público.
Dos elementos particulares, que constituyen una parte sustancial del contenido de las cartas, serán abordados después: el concerniente a la Iglesia y el de las influencias intelectuales mutuas. Uno y otro estuvieron en entredicho por las instancias oficiales de la Iglesia. La prohibición de publicar textos que no fueran científicos protegió a Teilhard de eventuales condenas. Pero su destino a China se interpretó como una sanción. En cuanto a las influencias mutuas, son evidentes para cualquier lector de estos dos pensadores. Curiosamente, no han sido objeto hasta ahora de ningún estudio sistemático. Las consideraciones siguientes no quisieran entrar en ello, pero sí presentar las componentes esenciales de sus intercambios intelectuales.
La amistad intelectual de Teilhard con Édouard Le Roy
Esto muestra hasta qué punto ésta amistad intelectual es importante para Teilhard. Escribe a Valensin el 26 de mayo de 1925: «Le Roy ha sido el verdadero amigo que yo preveía y que usted esperaba». Y a Gaudefroy llegará a decirle: « No hay nadie en el fondo que, aparte de usted y de Le Roy, pueda tener influencia sobre mí». Como se verá más tarde, las críticas a Le Roy le afectarán, en particular las que se expresan en la revista Études y sobre todo, las medidas tomadas por Roma y de las que será víctima. Si creemos a Claude Cuénot, es a lo largo de los años veinte cuando la relación mutua llega a su apogeo: “Entre 1920 y 1930 la relación entre el Padre Teilhard y Le Roy fue la más estrecha, y es sin duda entre 1925 y 1927 cuando la colaboración entre estos dos grandes espíritus se hizo más visible”.
Muy pronto, las entrevistas parisinas de Teilhard con Le Roy se van a convertir en intercambio epistolar. El 6 de abril de 1923, Teilhard embarca en Marsella para iniciar su primera estancia en China. Allí debía encontrarse con el jesuita Émile Licent para llevar a cabo con él expediciones paleontológicas sufragadas por el Museo de Historia Natural de París. Teilhard pasa el verano en la extensa región de Ordos descubriendo yacimientos prehistóricos. Es entonces cuando redacta una primera versión de su Misa sobre el Mundo.
El 15 de octubre de 1924, Teilhard está de vuelta en Marsella. Pero se entera algunos días después de que un texto que él escribió sobre el pecado original en 1922, a petición de un compañero jesuita, el padre Riedenger, profesor en el centro de estudios de Teología de Enghien, en Bélgica, ha suscitado recelos en Roma. El 15 de mayo de 1925, después de una segunda entrevista con su superior provincial, éste le indica que debe suspender sus enseñanzas en el Instituto Católico. Debe dejar Francia y es destinado a la misión de China (el 16 de enero de 1927, conoce por medio de una carta de su amigo Gaudefroy que ha sido borrado de la lista de profesores del Instituto Católico de París).
Por esta razón, desde 1925 hasta 1946 Teilhard residirá alternativamente entre China y París; se consagrará totalmente a la investigación geológica y publicará, tanto en revistas francesas como chinas, una obra científica abundante que le dará una sólida reputación internacional. Pero también se dejará llevar por una ardiente reflexión tanto filosófica como religiosa: durante todo este período no cesará de redactar “papeles” – casi siempre durante sus largas travesías transoceánicas – que Teilhard enviará a sus amigos, entre los cuales se encuentra Le Roy.
Édouard Le Roy (1870-1954): un matemático que irrumpe en la teología
Once años mayor que Teilhard,Édouard Le Roytiene detrás de sí, en este año de 1921 en que se conocen, una larga carrera de docente. Normalista (de la Escuela Normal) y profesor Agregado de ciencias matemáticas, en 1898 es ya doctor en Ciencias y hasta 1922 enseña estas disciplinas en diversos liceos parisinos. Pero muy pronto, Le Roy se interesa por cuestiones filosóficas y religiosas, animado por el deseo de unir es sí mismo al cristiano y al científico. Muy marcado desde 1896 por el filósofo Henri Bergson, Le Roy ocupa, desde 1914 hasta 1920, la plaza vacante en la cátedra de filosofía moderna en el Colegio de Francia; y desde 1921 hasta 1941, sucede a Bergson en esta misma cátedra. En 1945 es elegido miembro de pleno derecho en la Academia Francesa.
El recorrido intelectual de Le Roy presenta cierto número de similitudes con el de Teilhard. No es extraño que simpatizaran muy rápidamente. Su primera formación no fue filosófica. Él se acerca a la filosofía por gusto personal, para llegar más lejos en el intento de percibir los fundamentos de su práctica científica. Jean Guitton lo describe así: un “matemático que se interesa por la filosofía, puesto que se ha planteado problemas que pueden apasionar a cualquier hombre culto y a todo creyente sincero”. Su andadura es una esforzada síntesis de ciencia, filosofía y fe cristiana.
En lo que concierne a la ciencia moderna, Le Roy tiene una posición epistemológica crítica, expuesta en un célebre artículo de la Revue de Métaphysique et de Morale de 1899. Contra el cientificismo ambiental, producto de la degeneración del positivismo anterior, según el cual, sólo la ciencia es fuente de conocimiento seguro, Le Roy adopta una actitud próxima a la de sus maestros, Henri Poincaré ( 1854-1912) y Pierre Duhem (1861-1916), pero con una postura más radical. Para él, el lenguaje científico debe pasar por el tamiz de la crítica. La ciencia es una construcción humana y al fin y al cabo, los símbolos de su lenguaje son arbitrarios. Como escribió Jean Abelé acerca de la epistemología común de Poincaré y de Le Roy: «la ciencia no alcanza a explicar ni las “cosas”, ni los “hechos absolutos”, sino únicamente las relacionesentre las cosas y entre los hechos»; por otra parte, « la expresión de estas relaciones es relativa al científico y el criterio de su objetividad no es otro que el acuerdo entre los científicos». Para estos científicos-filósofos, el interés por la ciencia es sobre todo pragmático,puesto que permite una transformación del mundo. En contraposición, la filosofía solamente es capaz, por sí misma de arrojar luz al problema del destino humano.
Esta crítica enérgica a las pretensiones cientificistas del “saber total” habría podido conducir a Le Roy a desviar su interés por la ciencia hacia otras actividades humanas más aptas para integrar lo “real”, la “cosa en sí”. Por tanto, a diferencia de otros pensadores que ignoran deliberadamente el comportamiento científico y sólo manifiestan interés por la filosofía, él toma la ciencia muy en serio y reconoce lo que ella introduce como cambio en la forma en que el hombre moderno se relaciona con el mundo. La ciencia moderna causa una mutación en el pensamiento que le invita a renunciar al “antiguo esquema de la sustancia inmutable”. En la edad de la ciencia, no se puede continuar elaborando una metafísica de tipo aristotélico.
La Filosofía, en efecto, no puede permanecer encerrada en sí misma. No contento con rechazar el cientifismo, Le Roy rechaza también el “intelectualismo”, definido como una especie de subjetivismo individualista. El pensamiento es fundamental para el hombre, pero no se refiere al pensamiento individual. Por su pensamiento la mónada humana tiende hacia la totalidad del ser. Esto es exactamente lo que la ciencia, ávida de especializaciones, no puede percibir. No podemos pensar lo más mínimo sin que se vea comprometida toda una metafísica. Lo Real es el Todo: actitud que se encuentra también en Teilhard. Desde esta perspectiva, el comportamiento científico aporta algo esencial, pues en cierto modo, el positivismo tiene razón en atraer la atención sobre el “hecho”. Es la “permanencia del hecho” la que provoca al espíritu para que salga de sí y se confronte con un “mundo” que no ha sido hecho por él. La materia es una especie de “catalizador” del espíritu. De hecho, la ciencia alcanza “lo real”, pero no la realidad en sí, que sobrepasa su cometido, sino “algunas de las relaciones que establece con nosotros”.
Esto implica importantes consecuencias para la Teología. ¿Cómo hacer concordar el cristianismo con la cultura del hombre moderno? ¿Cómo hacerlo creíble en la era de la ciencia? No puede ser por medio de una búsqueda de “concordancia” con el contenido de las teorías, necesariamente parciales y con límites, sino más bien por medio de una tentativa de acuerdo con “el espíritu de la ciencia”, lo que se ha venido apreciando cada vez más. Volveremos a tratar más adelante las consecuencias teológicas de la epistemología “anti-realista” de Le Roy, pero antes, podemos señalar ya una diferencia de sensibilidad con el itinerario de Teilhard.
Aun reconociendo el profundo cambio cultural inducido por la ciencia, Teilhard es más realista que su amigo. Teilhard no elaboró nunca una crítica epistemológica tan precisa como la de Le Roy. No se pueden encontrar más que ciertos indicios de la dificultad de Teilhard para entrar en la perspectiva de Le Roy. En una carta a Léontine Zanta, escribe, por ejemplo: “la separación espíritu-materia que él admite, es demasiado brusca”.
Desde entonces Teilhard tendrá la tendencia a oponer brutalmente el “idealismo” reivindicado por Le Roy frente al “realismo” del observador científico que contempla el mundo. Por ello, en la medida que la palabra “idealismo” se aplique con prudencia a Le Roy, pueden aparecer algunas convergencias. La oposición no es tan brutal como pudiera parecer. Para Le Roy, el idealismo representa una defensa de la libertad de la persona humana, del pensamiento, como algo con lo que podemos operar, inventar y crear, en el seno de la totalidad. Por su pensamiento, el individuo humano alcanza a algo más vasto que él mismo, el “Pensamiento”, que no puede olvidar el anhelo (élan) bergsoniano de vida universal.
Este “idealismo” conduce a Le Roy a promover una moral de de la conciencia y de lalibertad, finalmente bastante próxima a la moral teilhardiana. La actividad humana es una lucha contra el determinismo de la naturaleza, la red de necesidades en la que estamos atrapados. « La verdad se define dinámicamente por la continuidad de una evidencia y de un acontecimiento». El “espíritu” lucha contra la “materia”, si nombramos con esta palabra las fuerzas de la inercia, de la costumbre, todas las formas de determinismo que se oponen al movimiento de la vida.
Una categoría central es aquella de la acción. « Nada debe privar al espíritu de su dinamismo esencial creador », escribe Marcel Gillet. La invención (la capacidad de estar en búsqueda) es una especie de imperativo categórico. El hombre tiene el deber de inventar para adecuarse a la realidad última. Le Roy rechaza toda forma de mecanicismo, pero también esa especie de finalismo, según el cual todo estaría dado de antemano.
La reflexión de Le Roy no se estanca ni en una epistemología, ni en una filosofía general; ella centra también su atención en cuestiones religiosas. Es la época en que se pone en duda por filósofos una escolástica inmóvil y defensiva cuando la fe cristiana debe mostrar su plausibilidad en el contexto moderno. Maurice Blondel(1861- 1949) había abierto la veda. Édouard Le Roy, “hombre de manifiestos” y de “temperamento combativo”, se sitúa en la misma corriente, pero, una vez más, es aún más radical. Stanislas Breton escribe de él: “católico ferviente que sigue sufriendo por ser sospechoso en su obediencia; cristiano responsable de su fe, demasiado confiado en el Espíritu Santo como para dejar a los clérigos no sólo la administración eclesial, sino también eclesiástica, de la palabra del Verbo, le Roy fue un laico decidido, que reivindica su derecho a intervenir”. El filósofo laico que él es, reivindica su derecho a intervenir en el campo teológico, en el cual, desde su punto de vista, los clérigos no tienen el monopolio.
Un artículo de Le Roy,”¿Qué es un dogma?”,publicado en La Quinzaine, el 16 de abril de 1905, hizo mucho ruido. Según el análisis de Pierre Colin, vuelve a lanzar la crisis modernista en el plano filosófico y teológico. Este último añade: “los debates suscitados por su artículo han jugado un papel capital en la crisis modernista puesto que presentan la cuestión del estatuto intelectual del dogma”. No es necesario presentar aquí con detalle el contenido y los argumentos de este artículo. Se centra en revelar la orientación decididamente prácticadel pensamiento de Le Roy: “el dogma tiene un sentido práctico, es una orientación para la conducta”. Dicho de otro modo, el dogma no da directamente conocimiento sobre Dios, al menos por ese conocimiento que no se deducirá más que los “preceptos a observar”, la moral resultante de una “dogmática”. Sería más bien a la inversa: es nuestro compromiso de fe el que nos dice realmente quién es Dios.
Su reflexión teológica continúa en los años siguientes, en particular en una obra publicada en 1930, Le problème de Dieu, tomada de unas conferencias pronunciadas en años anteriores. La publicación de este libro supuso su inclusión por la Iglesia en el Índice de los libros prohibidos el 24 de junio de 1931, condena que se extendió a otras dos libros: “L´exigence idéaliste et le fait de l´évolution” (los cursos impartidos en el Colegio de Francia de 1925 y 1926, publicados en 1927) y “Les origines humaines et l´évolution de l´intelligence” (cursos impartidos entre 1927 y 1928, y publicados en 1928). Una parte de un tercer libro, el segundo volumen de “La pensée intuitive (Invention et vérification)”, publicado en 1930, fue igualmente incluida en el Índice.
Las objeciones romanas procedían de la radicalidad de la posición de Le Roy en cuanto a su manera de definir la noción de dogma: no como expresión de verdades sino como sugestión de conductas, “reduciéndolo” de alguna manera a una “fórmula de conducta práctica”. Otro hecho que le planteó dificultad fue su duda sobre las pruebas clásicas de la existencia de Dios, cuya importancia era grande en el arsenal apologético de la época.
Católico fiel a la Iglesia, como lo fue siempre su amigo Teilhard, Le Roy se somete y acepta la firma de una retractación. De este modo, no pone en riesgo su pertenencia a la Iglesia. En esta prueba, el apoyo mutuo fue muy valioso, tanto para uno como para el otro.
“El nubarrón previsto se aproxima”
Teilhard temía la inclusión en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia de las obras de su amigo filósofo. En junio de 1928, expresa en una carta a Auguste Valensin: “el nubarrón previsto se aproxima”. En una carta de abril de 1930, escribe a Léontine Zanta: “una nueva condena [del libro Le problème de Dieu]sería un gran perjuicio para la corriente que nuestro amigo comenzaba a canalizar”.
Teilhard conocía bien la importancia de la reflexión de Le Roy y las perspectivas que abría para un anuncio renovado del cristianismo, y también las objeciones que los medios tradicionalistas no dejarían de oponerle.
La puesta en el “Índice de libros prohibidos” de algunas de las obras de Le Roy, el 24 de junio de 1931, hace reaccionar a Teilhard. Seis meses más tarde, el 18 de enero de 1932, escribe a Breuil que, aunque Le Roy «había complicado su hermosa y verdadera Weltanschauung (Visión del mundo) con una metafísica oscura y provocadora, (…) el golpe lo había acusado claramente toda la corriente católica antifijista (en todos los sentidos del término)». Y añade: “mi acción corre el riesgo de quedar seriamente paralizada”.
En una carta a Valensin del 13 de marzo de 1932, precisa más aún: “una preocupación excesiva de claridad y lealtad” al comienzo de la obra Le problème de Dieu (la crítica de las pruebas de la existencia de Dios) se ha convertido en un «pretexto para condenar tres libros y medio que me parecen inatacables y para lanzar la sospecha sobre las tendencias de un espíritu en el que veo la aurora del Cristianismo nuevo». Como suele suceder en parecidas circunstancias, él mantiene la confianza de que estas peripecias detendrán de forma definitiva el movimiento de las ideas.
Influencias y simbiosis intelectual entre Teilhard y Le Roy
¿Cuál ha sido la influencia de Édouard Le Roy sobre Pierre Teilhard de Chardin y cuál ha sido la influencia recíproca del paleontólogo sobre el filósofo? Es una lástima que no haya hasta ahora ningún estudio de conjunto, más allá de las notas que señalan el interés que había en llevarlo a cabo. Sin duda, el olvido en que cayó la obra de Le Roy es en buena medida la causa de este abandono. En la reseña que le dedica Gérard-Henry Baudry en su apreciado volumen cuyo título en castellano sería Diccionario de correspondencia de Teilhard de Chardin, escribe: «Es innegable que se influenciaron mutuamente, sin que sea por el momento, fácil de precisar».
Y en la biografía dedicada a Teilhard de Chardin, Robert Speaight afirma: «Es difícil estimar lo que cada uno debe al otro, e incluso distinguirlo con claridad». La amistad se acompañaba de un compartir intelectual orientado hacia el eje de una búsqueda común: ¿cuál es el último término del “hecho evolutivo”, lo específico del hombre? Es difícil – y quizás, al fin inútil- querer atribuir cualquier elemento, apropiadamente, a uno o a otro, en la medida en que lo esencial es aquello que ha sucedido en el intercambio mutuo, en un dialogo constante, mantenido durante bastantes años. A medida que se suceden las conversaciones, se va elaborando progresivamente un pensamiento común.
La influencia de Teilhard en Le Roy se encuentra fácilmente en muchas de sus obras. En “L´exigence idéaliste et le fait de l´évolution”, publicación de los cursos en el Colegio de Francia de 1925 y 1926, las referencias son numerosas, tal y como atestigua el título “el hecho de la evolución”.
Es en la continuación de estas conferencias en los años 1927 y 1928, publicada con el título: “Les origines humaines et l´évolution de l´intelligence”, esdonde la influencia es más notable. Los tres primeros capítulos de la obra siguen rigurosamente el desarrollo del ensayo, entonces inédito, de Teilhard, “La Hominización” con fecha del 6 de mayo de 1925.
Resumir el texto de esta obra, equivaldría a resumir las grandes teorías de “La Hominización” de Teilhard,del que son numerosas las citas. Recordemos simplemente que, para Teilhard, las “propiedades experimentales de la humanidad” son de cuatro tipos: una débil diferenciación del cuerpo en relación con las formas de las de los animales, que hay una potencia única de extensión y de invasión, el descubrimiento de la herramienta; y que la envoltura tejida por la Humanidad forma “una red recorrida por una vitalidad común”. En esta ocasión, Teilhard forja la palabra “noosfera”, utilizada por Édouard Le Roy en sus cursos.
La intención de Le Roy es desligar lo específicamente humano, sin separar por ello al hombre de la naturaleza “antecedente y ambiental” (p. 2). Esta es la razón por la cual, al igual que en la obra de Teilhard, la forma de evolucionar procede de un análisis fenomenológico, “una simple descripción y análisis del fenómeno humano” (p. 5); “se trata de mirar al Hombre como puros naturalistas” (p. 6). Esto, con la finalidad de aclarar el “auténtico principio explicativo” en el “poder de iniciativa” (p. 2), para fundamentar la tesis anunciada al principio: «Hay, en el fondo de la vida, como una causa principal que origina los cambios y progresos, un factor de orden psíquico, un auténtico poder de invención, el único capaz de realizar lo que, sin él, sería improbabilidad físicamente equiparable a lo imposible». (id.)
De una manera manifiesta, Le Roy pone el acento en la dimensión reflexiva de lo humano. La separación respecto a una ciencia incapaz de explicar este elemento, porque es una metodología materialista, es más firme que en los textos paralelos de Teilhard. Sin embargo, en el fondo de las tesis de ambos, la convergencia es sorprendente.
La influencia inversa (de Le Roy sobre Teilhard) es menos evidente. Las obras publicadas de Teilhard contienen muchas referencias explícitas a Le Roy. Gerard-Henry Baudry avanza la hipótesis de que «la tendencia idealista del filósofo ha influido algo en el Teilhard de los años 1930». De hecho, la afirmación de la persona, el rol de la acción son los elementos dominantes de sus escritos de entonces.
Madeleine Barthélemy-Madaule, que realizó un estudio sobre la correspondencia entre Teilhard y Le Roy al final de su tesis, Bergson y Teilhardde Chardin recoge algunas nociones teilhardianas donde las referencias al filósofo son explícitas. Se trata, en primer lugar, de la función de la invención. Se la encuentra mencionada en un texto de 1925, La paradoja transformista. La invención en el mundo vivo se opone al determinismo mecánico del mundo material ordinario. Esto puede ser un eco de la noción bergsoniana de la “evolución creadora”.
Otro concepto importante es el denominado “conspiración”. En numerosas ocasiones es referido a Le Roy. En contraste con la “reflexión” (replegarse en sí mismo: la “centración”), consiste para los organismos en «reunirse para constituir un Todo único».
El lugar de la acción, como la encontramos expresada, por ejemplo en “Como yo creo” (1934) recuerda a un tema central de la filosofía de Édouard Le Roy. La cuestión que expone Teilhard es la siguiente: « ¿Qué condiciones debe satisfacer el Mundo para que una libertad consciente pueda tener un papel en él?». La respuesta no se encuentra tanto en el individuo mismo, como en aquello que le atrae hacia el porvenir: «Algo inmortal delante de nosotros».
La especificidad de lo humano es un tema común a los dos pensadores. Es característico de la reflexión teilhardiana de los años 1920-1930. En una segunda versión del “Fenómeno Humano” (1930) Teilhard se remite a Le Roy para exponer la evolución de lo seres vivos hacia lo menos probable, al contrario de la ley general de la entropía. Este hecho “improbable” será la aparición del hombre, el “umbral” del pensamiento que pone de relieve en un texto de 1932, «El lugar del hombre en la naturaleza». Lo humano manifiesta un «nuevo estado de vida». Por este hecho, deduce un elemento nuevo en el cosmos que la ciencia debe tener en cuenta: «el pensamiento es una energía física real».
Sin embargo, el eje principal de Teilhard lo lleva más allá del idealismo de Le Roy. Reconocer la primacía del espíritu es una característica común en los dos pensadores. Pero, como escribe M. Barthélémy-Madaule, Teilhard «supera el momento del sujeto en una síntesis sujeto-objeto».
La recensión que Teilhard hace del libro de Le Roy, “L´exigence idéaliste et le fait de l´évolution”en la revista “La Vie catholique en France et à l´étranger”, del 18 de agosto de 1928, nos permite hacernos una idea del pensamiento del primero. Teilhard ve positivo el razonamiento de Le Roy quien considera que “el espíritu es la única forma plenamente legítima del ser”. Está de acuerdo con él al subrayar “la impotencia de la ciencia”, en el sentido clásico, para integrar el mundo espiritual, ya que ella parte de la materia (lo “externo” de las cosas) para la creación de sus principios. Si bien, por esto, “hemos cortado de manera ilegítima la realidad”. La vida escapa a lo que la Física puede aprehender”. Por tanto no existe contradicción alguna entre las dos: “la vida acepta, anima, sin turbarla ni enmendarla, todo lo que se descubrirá en nuestros laboratorios”.
Se aprecia, por tanto, una ligera diferencia de enfoque. La de Le Roy, es decididamente más crítica respecto a la ciencia. Parece que Teilhard no desespera en su labor de creación de una “hiper-física” (la expresión hiper-física no está en el artículo, pero la encontramos en otros escritos) que reintegraría el espíritu en el mundo científico.
El estudio de las influencias mutuas debería continuarse y extenderse más allá de estas breves notas. Éstas manifiestan, sin duda alguna, la fuerte interacción entre dos grandes pensadores que trataron de hacer una reflexión de la situación contemporánea con una perspectiva cristiana.
Conclusión: el encanto de una amistad
Esta veintena de cartas que envía Teilhard a Le Roy a lo largo de más de treinta años, dan testimonio de un verdadero proceso (como suele ocurrir en períodos largos) y de una gran unidad. Las ideas se desarrollan, se profundizan, se fortalecen. Los sentimientos se precisan, los problemas se alivian.
Teilhard se da a conocer totalmente: las etapas de su progreso intelectual, el contenido de sus trabajos tan fecundos de Geología y de Paleontología, su vida interior de la cual no esconde sus conflictos, la sensibilidad por los paisajes, el gusto por los encuentros, el afecto por sus compañeros de trabajo, ya fuesen chinos, americanos o suecos. Desenvoltura y elegancia toman forma en un francés agradable, claro, siempre bien formado.
Una pasión constante sostiene estas líneas: la pasión por la acción, la pasión por la investigación (científica, intelectual, espiritual), la pasión por “Cristo, siempre mayor”, buscado y encontrado tanto en la angustia de sus combates interiores como en los paisajes, las rocas, los fósiles, las ideas y…los afectos.
Teilhard nos entrega en estas cartas el encanto exquisito de una amistad de gran calidad, ya que consta de un vasto contenido. Un alma magnánima propia de un gran hombre.
Leandro Sequeiros, Doctor en Ciencias Geológicas, Colaborador de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión, Vicepresidente de la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin y Presidente de aSINJA (Asociación Interdisciplinar José de Acosta).
Los comentarios están cerrados.