“La potencia espiritual de la materia”: la síntesis de Teilhard en tiempos de guerra

(Por Leandro Sequeiros) Una de las intuiciones más originales y polémicas de Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) es esta: la materia física incluye en su interior una capacidad potencial para expandirse, evolucionar y ascender hacia el espíritu. No hay escisión ontológica entre materia y espíritu, sino que ambas son etapas de un mismo proceso de complejificación y ascensión de la Materia hacia el Espíritu. Esta intuición está ya presente en los primeros escritos de Teilhard de 1916 en el frente de batalla. Irá madurando durante la primera guerra mundial y se sintetiza en este ensayo de 1919.

Fechado en Jersey el 8 de agosto de 1919, “La potencia espiritual de la Materia” es el último de los ensayos escritos por Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) incluidos en Écrits du temps de la Guerre (1916-1919). Terminada la guerra europea, Teilhard es desmovilizado el 10 de marzo de 1919. Pasó unos días en Clermont, y luego marchó a Lyon para hacer un retiro espiritual. En la primera mitad de abril, estuvo seguramente en París, donde acudió a clases y reanudó su contacto con el Museum. Aquí escribe su ensayo “Los nombres de la Materia”, que consideraba un avance de “La potencia espiritual de la Materia”. 

Por indicación de sus superiores regresa a la isla de Jersey, donde había estudiado filosofía entre 1902 y 1905. Aquí pasó unos dos meses, gozando del trabajo y del descanso.

En su estancia en Jersey, Teilhard dedicó su tiempo a estudiar en el rudimentario laboratorio de Jersey algo de biología marina. Fue visitado por su amigo el padre Charles, que acudió expresamente desde Lovaina. También pudo charlar extensamente con el padre Auguste Valensin, con quien discutió sobre el problema del panteísmo spinozista. Valensin, según los biógrafos, explicó a Teilhard los puntos de vista de Maurice Blondel sobre la consistencia del universo in Christo

Esta apreciación es sumamente interesante. ¿Sospechaban los superiores jesuitas que Teilhard se apartaba de la ortodoxia de la Iglesia? La publicación de algunos de los textos de Teilhard en una revista como Études, dirigida entonces por Grandmaison, un intelectual de gran categoría que apreciaba a Teilhard hasta el punto de instarle a continuar su reflexión, corría el riesgo de “desconcertar a los juiciosos y plácidos lectores” (carta a Margarita de 23 de diciembre de 1916). 

A partir de esta época, Teilhard tiene el sentimiento de que le costará mucho ver publicada su obra. Confía esta reflexión premonitoria a su prima:

Con todo esto, no veo cómo mis ideas verán la luz de otra forma que en conversación o por manuscritos clandestinos. Nuestro Señor hará lo que crea conveniente. Estoy decidido a seguir en el camino que me he trazado, por fidelidad hacia mí mismo, para ser verdadero, como dice Tourville” (Carta a Margarita de 23 de diciembre de 1916).

De hecho, a partir de entonces es cuando Teilhard siente dolorosamente la estrechez del mundo eclesiástico, todavía encerrado en el temor al “modernismo”. Esta es una noción que afecta a todo. Era un cómodo epíteto para descalificar a aquéllos cuyas ideas consideran demasiado “avanzadas”. Los años de la guerra parecían haber calmado los ánimos, o más bien, los habían distraído hacia otras preocupaciones que parecían más urgentes que la defensa del dogma. Pero, una vez terminada la guerra, las condenas vuelven a reavivarse. 

Pero echemos una mirada a las consecuencias de estos escritos del tiempo de la guerra. Años más tarde, en junio de 1920, es la doctrina llamada de los “ojos de la fe”, título de un célebre artículo de Pierre Rousselot (1878-1915), muerto al principio de la guerra, la que es condenada por una carta del Superior General de los jesuitas, el padre Wladimiro Ledochowski (1886-1942). La condena afecta indirectamente a teólogos próximos a Teilhard, a sus amigos del tiempo de formación, como Pierre Charles (1883-1954) que enseñaba en Lovaina, Auguste Valensin, que será “exiliado” a Niza y el exegeta Joseph Huby.

Para Claude Cuénot, no se trata de un retiro forzado por los superiores debido a sus escritos poco ortodoxos durante la guerra. Parece que Teilhard estaba preparando en la Sorbona su licenciatura en Ciencias Naturales. De acuerdo con Théodore Monod-Lamare (geólogo en Burdeos y espíritu no conformista y amigo sincero) Teilhard asistió a las clases de Hérouard y de Robert, y se presentó a los exámenes especiales para desmovilizados.

En julio de 1919 aprobó el certificado de Geología con la calificación de “notable”. Discípulo (y luego amigo) de Alfred Lacroix, profesor de Mineralogía en el Museum, y animado por Pierre Termier, Teilhard volvió a entrar en contacto con Marcellin Boule en el Museum. De estas fechas data su amistad con Paul Rivet, el futuro fundador del Museo del Hombre.

“Los nombres de la Materia” (abril de 1919), una introducción a “El Poder espiritual de la Materia” (8 de agosto de 1919)

Han pasado unos meses de la estancia de Teilhard en Jersey. Y es ahora cuando reinicia su reflexión sobre la Materia. Como el mismo Pierre Teilhard de Chardin escribe en “El Corazón de la Materia” (1950), reconoce que siente desde su infancia una gran fascinación por la Materia. El padre Teilhard escribe: “No tenía ciertamente más de 6 o 7 años, cuando comencé a sentirme atraído por la Materia, o más precisamente, por algo que ‘brillaba’ en el corazón de la Materia”. 

Ese brillo enigmático para Teilhard de Chardin se manifestó primero en los metales, en la solidez del hierro y la transparencia del cuarzo y otros minerales. Estos metales que llevan consigo su evolución, desde el horno de las estrellas hasta los mantos terrestres, se vuelven “esencia concentrada”, “un sentido de plentitud” y “consistencia”, la condensación del polvo universal, una piedra que es un microcosmos del planeta, un bloque de hierro que insinúa al filósofo siempre el oro futuro. Iniciaba desde su infancia una seducción geológica que en su solidez contenía oculta –por revelarse– la conciencia espiritual. 

“Materia” la suele escribir con letra mayúscula para resaltar su fuerza casi divina. El ensayo “Los nombres de la Materia” está firmado en París, en la Pascua de 1919 y es una reflexión previa a “La potencia espiritual de la Materia”.

Comentamos algunos textos más importantes de “Los nombres de la Materia”. Para Teilhard, “No hay nada a la vez tan cerca y tan lejos de nosotros como la Materia. Nos parece que la estamos tocando; penetra, por decirlo así, hasta nuestro espíritu; a cada instante, como veremos, nace en él de alguna manera. Pero luego, cuando queremos asirla, razonarla, comprenderla, se nos escapa; retrocede indefinidamente hacia atrás (como Dios hacia adelante) bajo nuestro análisis, cada vez más lejos de nuestras construcciones intelectuales y de nuestra simpatía”. Y comenta: “Es que, aunque fundida con nuestro ser, la Materia se halla, al mismo tiempo, en las antípodas de nuestra alma”, porque “La Materia es, en torno a nuestro espíritu, la profundidad de la que emerge nuestra sustancia”. Me propongo poner aquí un posible orden en estos diversos nombres contradictorios que los siglos han dado a la Materia. Y para conseguirlo, utilizaré (como «clave» sistemática) el punto de vista de «la Unión creadora»”.

Y aclara lo que pretende en “La Unión creadora”: “Este punto de vista (vuelvo a recordarlo) consiste en admitir que, en nuestro Universo, todo grado más en el ser (esto es, en la espiritualidad) coincide con un grado más en la unificación de la Multiplicidad original, extremadamente dispersa, que es la figura más inferior del Mundo, su forma más vecina a la Nada. «Plus esse est plus, a pluribus, uniri,» «Deus creat uniendo»

“Dicho esto, y si nos colocamos en una fase del Universo (la nuestra, en este momento) en que la Multiplicidad se encuentra en reducción o convergencia (fase evolutiva, no involutiva), podemos imaginar la formación, la complicación y la disolución de los diversos círculos de la Materia”.

La mente de Teilhard construye la realidad siempre con un formato helicoidal. Para Teilhard, “el mundo solo tiene interés si va adelante y hacia arriba”, “todo lo que asciende converge”. Su mente no es circular (no es el eterno retorno) sino que todo va “hacia adelante” con toda la fuerza del pasado. Por ello se define como “peregrino del porvenir”. El futuro es el “atractor” que hace converger el hoy desde el pasado hacia el futuro. Geométricamente puede ser ilustrativa esta imagen:

Al intentar sistematizar los tipos de Materia, Teilhard no presenta una tipología en la que los siete tipos de Materia se sitúan en el mismo plano topológico y metafísico independientemente uno de otro. No se trata de tipos ontológicos sino de modelos teóricos con referencia real encadenados sometidos al proceso evolutivo. Y por ello, hay una dimensión procesual en la que un tipo deviene en otro y esa nueva forma presenta caracteres emergentes que lo sitúan en otro plano ascensional.

  1. En la base del modelo se sitúa lo que Teilhard denomina “Materia formal”. No busquemos en Teilhard el rigor filosófico de un experto. Para este, “Fundamentalmente, la Materia, en un ser (en una Mónada), es lo que hace a este ser capaz de unirsecon otros seres, de manera que forme con ellos un nuevoTodo más simple,. No es ella la que une (sólo el Espíritu une). Pero da lugara la unión. 
  2. Dando un paso más, “la Materia concretahabrá de aparecer bajo la forma de lo supremamente disperso. (…) No hay comienzo exacto de la Materia concreta; ésta emerge de un abismo de creciente disociación; se condensa, de algún modo, a partir de una esfera exterior y tenebrosa, de infinita pluralidad, cuya inmensidad, sin límites y sin forma, representa el polo exterior del ser”. 
  3.  Según Teilhard, “Nuestro Universo, en cuanto adquiere un contorno deja de ser un puro agregado de elementos disociados. La interacción de sus partes, su consistencia global, serían inconcebibles, si una especie de gran Alma incoativa y vaga (una especie de Forma cósmica) no asegurara a la Pléyade (tomada en su conjunto) la unidad de unaesfera, de unacorriente, de unTodo rudimentario. La totalidad de los elementos contenidos en esta envoltura primordial representan la Materia Única y Universal, esto es, la suma de los elementos destinados a entrar en todas las unificaciones posteriores del ser, en el interior del Mundo”.
  4. Dando un paso más: “De todo esto resulta, que en todo momento, cada elemento del Mundo, tomado en la totalidadde su ser, se halla formado, no sólo por lo que hay dentro de él, sino por lo que intenta integrar por encima de él, en el interior de la Materia universal (…)  Los Elementos del Mundo, junto con la suma de sus relaciones convergentes en el Espíritu, sería lo que podría denominarse la Materia total”.
  5. La materia relativa: “Fuera del grupo de nuestras almas, la Materia vivacomprende además los innumerables Elementos de espiritualizacióndiseminados y difundidos en el Universo: energías para el cuerpo, excitantes del alma, matices de belleza, chispas de verdad. Dios nos envuelve por medio del Mundo, nos penetra y nos crea”. 
  6. En sexto lugar, la Materia liberada: Sigamos el proceso de esta metafísica de la Materia: “Desembarazada, por hipótesis, de determinismos parásitos (choques, movimientos colectivos ciegos, etc.) que reducirá la espiritualización de la Materia viva, representa las relacionesdeterminaciones orgánicas,que lleva en sí mismo, vi originis suae, el ser espiritualizado. ¿Qué liberación podemos esperar mediante ella? Una re-vivificación arbitraria de su tejido, significaría el retorno a lo múltiple amorfo o incoherente”. 
  7. En séptimo lugar, la Materia resucitada: “Porque, en nosotros, – prosigue Teilhard, – algo de materialtiene que reaparecer para participar de la Vida definitiva del Espíritu. Tal es la fe y la esperanza cristiana. Entonces, ¿en qué puede consistir la Materia resucitada? (…) La Materia, hemos dicho, es esencialmente lo que da a un ser el carácter de Elemento. Es lo que hace a este ser capaz de unión(con otros seres, en la perfección de un Todo)”.

De la Materia al Espiritu: la Materia Resucitada

Desde la perspectiva de Teilhard, “esta necesidad de unirse no es algo amorfo: cada alma, surgida como algo animantede la materia largamente trabajada, elemento ella misma de un Universo inmenso, posee, en su unidad espiritual, una estructura individual excesivamente complicada, vestigio de las uniones que resumey expresión, del único modo de contactoque es capaz de «desposarla». Las almas separadas tienen necesidad de unirse. Están construidas para realizarlo, de acuerdo con un modo muy particular, en el que se refleja íntegramente su historia. Pero mientras no se rompan sus ataduras con la Materia, les es imposible reunirse: no soncapaces de unión”.

Y concluye: “Sin los determinismos, la rigidez geométrica y la impenetrabilidad, que son atributos secundarios y pasajeros de la Pluralidad inorganizada, pero sí en lo que el Número verdaderamente tiene de completo, comunicativo e inmortal -sin nada de multiplicidad inútil, pero conservando en su simplicidad el vestigio de todo lo múltiple de todos los tiempos- (o sea prolongación de la Materia Universal)-, la Carne, ese día, habrá resucitado de verdad. La materia habrá entrado en su última fase y ya no habrá más que un Nombre. París, Pascua de 1919”.

Algunas claves para interpretar “La potencia espiritual de la Materia”

No es fácil sistematizar el hilo argumental de “La potencia espiritual de la Materia”. La mente compleja de Teilhard intenta desgranar por escrito una intuición cargada de experiencia interior, poética y mística, de difícil expresión escrita. En un estilo narrativo (como ya utilizó en “Cristo en la Materia. Tres historias a la manera de Benson”), “el Hombre” se siente arrebatado por la ardiente Materia que le empuja a lo más denso, profundo y alto.

El texto se inicia con un texto latino tomado del Antiguo Testamento, y más exactamente del Libro de los Reyes que es inspirador para Teilhard: Cumque incederent simul, ecce currus igneus et equi ignei diviserunt utrumque, – et ascendit Elias per turbinem in coelum. Es una cita de memoria del texto del segundo libro de los Reyes (2,11): “De pronto, un carro de fuego con caballos de fuego los separó a uno del otro. Y Elías subió al cielo en la tempestad”.

Desde el punto de vista de quien esto escribe, este texto inserto en “La potencia espiritual de la Materia” es la clave para interpretarlo todo: 

“¡Báñate en la Materia, hijo del Hombre! ¡Sumérgete en ella, allí donde es más impetuosa y más profunda! ¡Lucha en su corriente y bebe sus olas! ¡Ella es quien ha mecido en otro tiempo tu inconsciencia; ella te llevará hasta Dios!»

Se describe la Materia como un mar embravecido. Pero se invita a la Humanidad a “bañarse” en ella, a  “sumergirse” en sus aguas impetuosas, a luchar contra la corriente que en otro tiempo nos arrastraba. Este acto consciente simultáneamente de dejarse inundar y luchar contra corriente, es lo que – según Teilhard – nos llevará hasta Dios.

El proceso interior de la conciencia de Teilhard sobre la potencia (la capacidad interior, la energía oculta, la tensión hacia adelante y hacia arriba) de la Materia lo desarrolla en muchos de sus escritos. Y se llega a su culmen en “El Corazón de la Materia” (1950) donde hay textos muy significativos. 

De la inconsciencia a la conciencia en Dios

Intentamos seguir el hilo argumental del texto de Pierre Teilhard de Chardin en “La potencia espiritual de la Materia” (1919). El punto de partida es la descripción personal (“el Hombre”) que se encuentra perdido en la vorágine de un mundo disperso, fragmentado, desorientado. Hemos incluido unos epígrafes para estructural el proceso de sus sentimientos:

El desierto

Inicia así Teilhard el texto: ““El Hombre, seguido de su compañero, caminaba por el desierto cuando la Cosa se echó encima de él. Desde lejos se le había aparecido, muy pequeña, deslizándose sobre la arena, no mayor que la palma de un niño, una sombra amarilla y huidiza, semejante al vuelo indeciso de las codornices, al amanecer sobre el mar azul, o a una nube de mosquitos danzando al atardecer en el sol, a un torbellino de polvo cabalgando al mediodía sobre la llanura”.

“La Cosa no parecía preocuparse de los dos viajeros. Vagabundeaba caprichosamente en la soledad. Pero repentinamente, regularizando su carrera, se vino derecha a ellos, como una flecha…. Y entonces el Hombre vio que el pequeño vapor amarillo no era más que el centro de una Realidad infinitamente mayor que avanzaba incircunscrita, sin formas y sin límites. Hasta donde alcanzaba su vista, la Cosa se desarrollaba con una rapidez prodigiosa a medida que se iba acercando, invadiendo todo el espacio. Mientras sus pies rozaban la hierba espinosa del torrente, su frente subía al cielo como una bruma dorada, tras la cual se teñía de tintes rojos el sol. Y alrededor, el éter, cobrando vida, vibraba palpablemente bajo la sustancia burda de las rocas y las plantas, lo mismo que tiembla en verano el paisaje tras un sol abrasador. Lo que venía era el corazón moviente de una inmensa sutilidad.”

“El Hombre cayó, con la faz pegada a la tierra, puso las manos sobre su rostro y esperó. En torno a él se hizo un gran silencio y después, bruscamente, un soplo ardiente rozó su frente, forzó la barrera de sus pupilas cerradas y penetró hasta su alma”.

“El Hombre tuvo la impresión de que dejaba de ser únicamente él mismo. Una irresistible embriaguez se apoderó de él, como si toda la savia de toda su vida, afluyendo de golpe a su corazón excesivamente reducido, recrease enérgicamente las fibras debilitadas de su ser y al mismo tiempo le oprimió la angustia de un peligro sobrehumano -el sentimiento confuso de que la Fuerza que había caído sobre él era ambigua e imprecisa-, esencia combinada de todo el Mal con todo el Bien”.

La invasión de la Tempestad

“El huracán se había introducido en él. Y he aquí que, en el fondo del ser que ella había invadido, la Tempestad de vida, infinitamente dulce y brutal, murmuraba en el único punto secreto del alma que no había sacudido enteramente: «Me has llamado; heme aquí. Arrojado por el Espíritu fuera de los caminos seguidos por la caravana humana, has tenido el valor de la soledad virgen. Cansado de las abstracciones, de las atenuaciones, del verbalismo de la vida social, has querido medirte con la Realidad entera y salvaje”.

“¿Vienes?» «Oh divina y potente, ¿cuál es tu nombre? Habla». «Soy el fuego que quema y el agua que derriba; el amor que inicia y la verdad que pasa. Todo lo que se impone y lo que renueva, todo lo que desencadena y todo lo que une: Fuerza, Experiencia, Progreso. Yo soy la Materia”.

«Oh Materia, ya lo ves; mi corazón tiembla. Puesto que eres tú, di, ¿qué quieres que haga?» «¡Arma tu brazo, Israel, y lucha denodadamente contra mí! El Soplo, insinuándose como un filtro, se había hecho provocador y hostil. En sus pliegues albergaba un acre sabor de batalla (…) El Hombre, todavía prosternado, tuvo un sobresalto, como si hubiese sentido un espolonazo. De un salto se levantó, enfrentándose a la tempestad (…) Antes, en la dulzura del primer contacto, hubiese deseado instintivamente, perderse en el cálido aliento que le envolvía. He aquí que la onda de beatitud casi disolvente se había cambiado en áspera voluntad de más ser”.

La Materia es el mar

“Lo mismo que el mar, algunas noches, se ilumina en torno al nadador, y destella tanto más cuanto con más vigor lo bracean los miembros robustos, de ese modo la potencia oscura que combatía al hombre se irradiaba con mil fuegos en torno a su esfuerzo. En virtud del mutuo despertar de sus potencias opuestas, él exaltaba su fuerza para dominarla, y ella revelaba sus tesoros para entregárselos. ¡Empápate de la Materia, Hijo de la Tierra; báñate en sus capas ardientes, porque ella es la fuente y la juventud de tu vida!“.

“No digas nunca, como hacen algunos: “¡La Materia está gastada, la Materia está muerta!” Hasta el último instante de los Siglos, la Materia será joven y exuberante, resplandeciente y nueva para quien quiera. No repitas tampoco: “¡La Materia está condenada, la Materia está muerta!” Vino alguien que dijo: “Beberéis veneno y no os causará daño.” Y también: “La vida saldrá de la muerte”, y finalmente, pronunciando la palabra definitiva de mi liberación: “Este es mi Cuerpo””.

La penetración más profunda del Universo

“No; la pureza no consiste en la separación, sino en una penetración más profunda del Universo. Consiste en el amor de la única Esencia, incircunscrita, que penetra y actúa en todas las cosas por dentro, más allá de la zona mortal en que se agitan las personas y los números. Radica en un casto contacto con lo que es «lo mismo en todos». ¡Qué hermoso es el Espíritu cuando se eleva adornado con las riquezas de la Tierra! ¡Báñate en la Materia, hijo del Hombre! ¡Sumérgete en ella, allí donde es más impetuosa y más profunda! ¡Lucha en su corriente y bebe sus olas! ¡Ella es quien ha mecido en otro tiempo tu inconsciencia; ella te llevará hasta Dios!» (…) El Hombre se vio en el centro de una inmensa copa, cuyos bordes se cerraban en torno a él”.

Arrastrado hacia el Uno

“Entonces la fiebre de la lucha sustituyó en su corazón a una irresistible pasión de sufrir y descubrió, en un destello siempre presente en torno a él, al Único Necesario (…). Contempló, con claridad despiadada, la despreciable pretensión de los Humanos por arreglar el Mundo, por imponerle sus dogmas, sus medidas y sus convenciones. Saboreó hasta la náusea la banalidad de sus goces y de sus penas, el mezquino egoísmo de sus preocupaciones, la insipidez de sus pasiones, la disminución de su poder de sentir. Tuvo compasión de quienes se asustan ante un siglo o no saben amar nada fuera de un solo país”.

Un punto de apoyo

“Había, pues, encontrado, ¡al fin!, un punto de apoyo y un recurso fuera de la sociedad. Un pesado manto cayó de sus hombros y resbaló detrás de él: el peso de lo que hay de falso, de estrecho, de tiránico, de artificial, de humano, en la Humanidad. Una oleada de triunfo liberó su alma (…). Acababa de operarse en él una profunda renovación, de forma que ya no le era posible ser Hombre más que en otro plano. Aun cuando ahora volviese a bajar a la Tierra común -aunque estuviera cerca del compañero fiel que ha quedado prosternado, allá abajo, sobre la arena desierta-, sería ya un extranjero”.

El encuentro con Dios

“Sí, tenía conciencia de ello: incluso para sus hermanos en Dios, mejores que él, hablaría inevitablemente una lengua incomprensible; él, a quien el Señor había decidido a emprender el camino del Fuego. Incluso para aquellos a quienes más amaba, su afecto sería una carga, porque le verían buscando, inevitablemente, algo detrás de ellos (….) Apartando resueltamente los ojos de lo que huía, se abandonó, con fe desbordante, al soplo que arrebataba el Universo. Y he aquí, en el seno del torbellino, una luz creciente, que tenía la dulzura y la movilidad de una mirada… Se difundía un calor, que no era ya la dura irradiación de un hogar, sino la rica emanación de una carne. La inmensidad ciega y salvaje se hacía expresiva, personal. Sus capas amorfas se plegaban siguiendo los rasgos de un rostro inefable. Por todas partes se dibujaba un Ser, seductor como un alma, palpable como un cuerpo, vasto como el cielo; un Ser entremezclado con las Cosas, aun cuando distinto de ellas, superior a la sustancia de las Cosas, con la que estaba revestido, y sin embargo, adoptando una figura en ellas. El Oriente nacía en el corazón del Mundo. Dios irradiaba en la cúspide de la Materia, cuyas oleadas le traían el Espíritu”.

Adoración

“El Hombre cayó de rodillas en el carro de fuego que le arrebataba y dijo esto: HIMNO A LA MATERIA

«Bendita seas tú, áspera Materia, gleba estéril, dura roca; tú que no cedes más que a la violencia y nos obligas a trabajar si queremos comer.

 Bendita seas, peligrosa Materia, mar violenta, indomable pasión, tú que nos devoras si no te encadenamos.

Bendita seas, poderosa Materia, Evolución irresistible, Realidad siempre naciente, tú, que haces estallar en cada momento nuestras imágenes y nos obligas a buscar cada vez más lejos la Verdad.

Bendita seas, universal Materia, Duración sin límites, Eter sin orillas, Triple abismo de las estrellas, de los átomos y las generaciones, tú que desbordas y disuelves nuestras estrechas medidas y nos revelas las dimensiones de Dios.

Bendita seas, Materia mortal, tú que, disociándote un día en nosotros, nos introducirás, por fuerza, en el corazón mismo de lo que es.

Sin ti, Materia, sin tus ataques, sin tus arranques, viviríamos inertes, estancados, pueriles, ignorantes de nosotros mismos y de Dios. Tú que castigas y que curas, tú que resistes y que cedes, tú que trastruecas y que construyes, tú que encadenas y que liberas, Savia de nuestras almas, Mano de Dios, Carne de Cristo, Materia, yo te bendigo.

Yo te bendigo, Materia, y te saludo, no reducida o desfigurada, como te describen los pontífices de la ciencia y los predicadores de la virtud, un amasijo, dicen, de fuerzas brutales o de bajos apetitos, sino como te me apareces hoy, en tu totalidad y tu verdad.

Te saludo, inagotable capacidad de ser y de Transformación, en donde germina y crece la Sustancia elegida.

Te saludo, potencia universal de acercamiento y de unión, mediante la cual se entrelaza la muchedumbre de las mónadas y en la que todas convergen en el camino del Espíritu.

Te saludo, suma armoniosa de las almas, cristal limpio de donde ha surgido la nueva Jerusalén.

Te saludo, Medio divino, cargado de Poder Creador, Océano agitado por el Espíritu, Arcilla amasada y animada por el Verbo encarnado.

Creyendo obedecer a tu irresistible llamada, los hombres se precipitan con frecuencia, por amor hacia ti, en el abismo exterior de los goces egoístas.

Les engaña un reflejo o un eco.

Lo veo ahora.

Para llegar a ti, Materia, es necesario que, partiendo de un contacto universal con todo lo que se mueve aquí abajo, sintamos poco a poco cómo se desvanecen entre nuestras manos las formas particulares de todo lo que cae a nuestro alcance, hasta que nos encontremos frente a la única esencia de todas las consistencias y de todas las uniones.

Si queremos conservarte, hemos de sublimarte en el dolor, después de haberte estrechado voluptuosamente entre nuestros brazos.

Tú, Materia, reinas en las serenas alturas en las que los Santos se imaginan haberte dejado a un lado; Carne tan transparente y tan móvil que ya no te distinguimos de un espíritu.

¡Arrebátanos, oh Materia, allá arriba, mediante el esfuerzo, la separación y la muerte; arrebátame allí en donde al fin, sea posible abrazar castamente al Universo!» 

Abajo, en el desierto que ha vuelto a conocer la calma, alguien lloraba: «¡Padre mío, Padre mío! ¡Un viento alocado se lo ha llevado! » Y en el suelo yacía un manto” ( Jersey, 8 de agosto de 1919).

Conclusión: La transformación interior de Pierre Teilhard de Chardin

Una guerra parece que, en principio, es incompatible con la vida intelectual. Pero durante los períodos de reposo, Teilhard –según sus biógrafos y sus cartas – llenó, con su letra a la vez menuda, rápida, enérgica y distinguida, cuadernos enteros en los que confiere a su pensamiento una formulación ya compleja y rica.

Es curioso que Teilhard mantuvo también una densa correspondencia con los hermanos Bégouën, apasionados por la arqueología. Y llega a esbozar una hipótesis sobre la historia geológica del lugar, observando los cortes geológicos y los depósitos de la Era Terciaria en las trincheras de los alrededores de Reims y recogiendo muestras de fósiles, sin sospechar que, enfrente, los alemanes recogen también, en sus obras subterráneas, muestras que salían para Munich, donde las estudiara el geólogo Max Schlosser.

Como escribe Cuènot (opus cit., pág. 68) Teilhard, como decía Baudelaire, “me has dado tu cieno y yo lo he convertido en oro”. Hizo oro del cieno de las trincheras, porque poseía el don sobrenatural de extraer de las cosas y de los seres la savia mediante la cual crecía para Dios.

Pero eso no es todo. Su biógrafo Claude Cuènot (opus cit, pág. 68) cree que fue la lectura de L´évolution créatrice de Henri Bergson influyó de modo radical sobre la cosmovisión de Teilhard. “La lectura de La Evolución creadora de Bergson fue más bien la ocasión de una toma de conciencia personal, encuentro de una evidencia interior y de la simple necesidad de comprender los datos de la ciencia, que solo el evolucionismo hace inteligibles (…) A partir de entonces, la unidad del mundo es a sus ojos de naturaleza dinámica o evolutiva, el universo no es ya un cosmos inmóvil, sino una cosmogénesis, y todo se desarrolla en un “espacio-tiempo” biológico. No sabríamos establecer un paralelo entre los conceptos bergsonianos y teilhardianos de evolución” .

Como escribe en “El Corazón de la Materia”, en sus años de Teología en Hasting (1909-1912) la lectura de Bergson le impulsó a “la conciencia de una Deriva profunda, ontológica, total, del Universo”. En Teilhard se produce el “despertar cósmico” y, como escribe el “La Vida cósmica”, experimenta “el valor beatificante de la Santa Evolución”. Todo en él “expresa felizmente el sentimiento de la omnipresencia de Dios, el abandono total del místico a la voluntad divina, y ese esfuerzo por comulgar con lo Invisible por intermedio del mundo visible, reconciliando así el Reino de Dios con el amor cósmico”.

Leandro Sequeiros San Román es doctor en Ciencias Geológicas y colaborador de la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.

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