(Por Leandro Sequeiros) Los seguidores del naturalismo cientificista (Mario Bunge, Richard Dawkins, Daniel Dennett, Christopher Hitchens y otros) defienden que entre la cosmovisión científica y la cosmovisión religiosa existe un conflicto que no puede resolverse. Y que todo intento de solución pasa por falsificar los datos iniciales. Un sugerente ensayo del teólogo norteamericano John F. Haught recientemente traducido al castellano (J. F. HAUGHT, Ciencia y Fe. Una nueva introducción, Sal Terrae – Comillas, Santander 2019), sostiene que no solo puede haber diálogo entre ciencia y teología, sino que además puede establecerse una convergencia racional en muchos puntos. ¿Es posible la convergencia entre pensamiento racional y tradiciones religiosas racionalmente organizadas?
La Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión, dentro de la Colección “Ciencia y Religión” con la Editorial Sal Terrae (número 15; 205 páginas) acaba de publicar en 2019 el ensayo de John F. Haught, Ciencia y Fe. Una nueva introducción. Se trata de la traducción de Science and Faith. A New introduction. Paulist Press, New Jersey, 2012.
A lo largo de las páginas del ensayo de John F. Haught se discurre por 12 preguntas científicas sitiadas en las fronteras con la teología cristiana (en este caso, de tipo evangelista) a las que da respuestas desde tres escenarios existenciales: el conflicto (conflict), el contraste (contrast) y la convergencia (convergence).
¿Existe un exceso de ruido apologético en el intento de John F. Haught?
Si se comparan los textos de John F. Haught con los de otros teólogos que se acercan a las ciencias o de otros científicos que se acercan a la teología (como Ian G. Barbour), se percibe un exceso de ruido apologético en John F. Haught. Este intento apologético no lo oculta y forma parte de la estrategia de la iglesia evangélica.
En el comentario – tal vez excesivamente riguroso- a uno de los ensayos anteriores de Haught traducido al castellano [Dios y el nuevo ateísmo. Una respuesta crítica a Dawkins, Harris y Hitchens. Universidad Comillas, Madrid; Sal Terrae, Santander, (2012), 167 páginas] quien esto escribe opinaba lo siguiente: “no esperaba ese tono intemperante en John F. Haught. De la lectura del libro se desprende que tal vez en los ambientes crispados norteamericanos, donde los fundamentalismos religiosos son patentes, sea más difícil establecer un diálogo, y sea más necesario el tono agresivo. A lo largo de sus páginas, las palabras “conflicto”, “debate”, “lucha”, “combate”, “defender”, “falsedades” y similares están muy presentes. Da la impresión de que Haught se siente aprisionado entre dos fuerzas poderosas: por una parte, el fundamentalismo político y religioso (y no solo de Tea Party) que mueve mucho dinero y alimenta algunos medios de comunicación; y por otra parte, los nuevos ateos, cuyos exponentes más cualificados son también figuras mediáticas: Richard Dawkins, Daniel Dennett, Tom Harris y Christopher Hitchens”.
En el fondo, Haught se siente atacado y por ello su postura es más apologética que dialogante. Más que tender puentes, se sitúa epistemológicamente en la posesión de la verdad y desde ella proyecta sus propias convicciones hacia las posturas de los demás. Y lo hace con tan convicción que corre el peligro en constituirse Inquisidor que condena los errores de los demás sin ni siquiera vislumbrar que los demás podrían tener parte de verdad. Su postura exclusivista creo que no ayuda a establecer la presunta convergencia de que alardea. La convierte en convergencia entre “su” teología y “su” ciencia, pero no sospecha que existe algo que puede considerarse interdisciplinar.
Una primera aproximación al pensamiento de John F. Haught
Pero la lectura de los escritos de John F. Haught nos ha hecho recordar aquella casi jurásica experiencia de hace casi 60 años. En un afán sin duda honesto de claridad didáctica, Haught parece enjuiciar la postura de sus “adversarios” filosófico y teológicos a lo que nos parece una caricatura (sin duda más didáctica, pero posiblemente menos rigurosa) del pensamiento de los oponentes. Evidentemente, no muestra Haught el duro maniqueísmo del mundo de la filosofía eclesiástica (tal vez una caricatura reduccionista de la filosofía escolástica), pero sí nos ha parecido que arrincona desde sus propias concepciones del mundo a los “adversarios” dejando un estrecho margen a las posibilidades de un diálogo real desde un intento honesto de querer entender el lugar epistemológico y en paradigma teológico desde el que los eventuales “adversarios” intentan justificar racionalmente sus postulados.
No le falta cierta razón a Haugt. El mundo del debate filosófico entre ciencia y la expresión racional de la fe expresada por la teología no está exento de prejuicios, desenfoques, superficialidad, apasionamiento, apologética y reduccionismos. Pero esto no implica ni justifica que utilicemos los mismos procedimientos que con frecuencia carecen de la dosis suficiente de ética intelectual y rigor científico y filosófico. Es más: no es fácil mostrar que la realidad no es siempre un campo de confrontación entre la verdad y el error. Y que la verdad tiene una única formulación y que los conceptos tienen siempre un contenido unívoco.
El manejo del lenguaje, de los supuestos epistemológicos, de la estructura de las argumentaciones en un debate, de los implícitos racionales y emocionales, de los intereses personales o de grupo hace que tender puentes, intentar un diálogo (que implica la posibilidad de que uno esté equivocado y que sea necesario intentar ponerse en el lugar social, cultural y epistemológico del otro que no debe verse como “adversario”, “oponente”), no siempre es fácil. El “talante” filosófico, abierto a reelaborar la propia estructura mental y emocional no es fácil. En el mundo a veces maniqueo de las redes sociales, no parece sencillo alcanzar a entender que el mundo intelectual, racional, filosófico, religioso o teológico de las “creencias” (en el sentido más extenso del término) forma parte de la complejidad de una realidad cuyo conocimiento apenas alcanzamos a acceder. Son tantas las perspectivas de procedimientos y matices en la comprensión, formulación y comunicación de las aristas de la interpretación del mundo, que – sin caer en relativismos y menos aún en posturas escépticas – es cada vez más difícil tender puentes entre las orillas de las diversas cosmovisiones.
En el camino de la integración racional de saberes
Estas reflexiones convergen hacia la hipótesis que sostenemos en la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión en torno a la posibilidad, la oportunidad y la necesidad de establecer puentes de diálogo interdisciplinares en las relaciones entre “ciencia” y “fe”.
Y entendemos la “ciencia” como aquella construcción social asumida por una comunidad organizada que intenta elaborar una concepción experimental sobre cómo funciona nuestro mundo.
De alguna manera, la palabra “fe” puede tener un significado “laico”. Todo ser humano tiene “fe” en alguna cosa (ideas, valores, sentimientos, que no pasan por el filtro de la razón). Así, al filósofo de la Ciencia Karl Popper, que era agnóstico, lo acusaron de “fideísmo”, de creer en determinados principios no demostrables a partir de los cuales se edifica la ciencia. Creer en la racionalidad humana, creer en la posibilidad de conocer la naturaleza, creer que hay una regularidad en los procesos naturales, supone ya una fe en cosas básicas sobre las que se edifica lo demás.
Estas reflexiones me parecen resituar el bienintencionado intento intelectual de muchos filósofos, científicos y teólogos que pretenden sumergirse en el proceloso océano de lo que llamamos “interdisciplinariedad”. La integración de saberes no es sencillo. Si superamos la posición inicial de la inconmensurabilidad universal de los paradigmas, y aceptamos que hay áreas de la realidad que pueden ser objeto de racionalización poliédricamente perspectivista, y acordada una hoja de ruta, unos supuestos epistemológicos, una “creencia” general en la capacidad humana y en la posibilidad de acceder a construir algunas imágenes que se puedan corresponder con algunos aspectos de la realidad en un universo enigmático y que estas formulaciones pueden ser comprendidas por todos de forma unívoca, y un deseo de honestidad intelectual en la búsqueda de acuerdos consensuados, ya podemos empezar a construir la mesa de diálogo y encuentro para tender puentes.
La hoja de ruta de John F. Haught
Pero intentemos acercarnos al estudio que nos ocupa. Con un cierto retraso, llega a nosotros la traducción del ensayoScience and Faith de John F. Haught publicado en 2012. Como el mismo autor declara, se trata de una reelaboración de un libro anterior, Science and Religion: From Conflict to Conversation(Paulist Press. 1995),no traducido al castellano. Desde mi punto de vista, la publicación de When Science Meets Religion. Enemies, Strangers or Partners? (Harpers Collins, New York, 2000) de Ian G. Barbour [traducción española, El encuentro entre ciencia y religión. ¿Rivales, desconocidas o compañeras de viaje?Sal Terrae, Presencia Teológica, número 133, 2004] debió impulsar a John F. Haught a reelaborar su ensayo de 1995 que ahora se publica gracias al esfuerzo de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.
John F. Haught es Senior Fellow, de Ciencia y la Religión, en el Centro Teológico Woodstock de la Universidad de Georgetown, donde ha impartido cursos sobreel problema de Dios, el método teológico, la Ciencia y la Religión, y Religión y Ecología. Se graduó en St. Mary’s University (Baltimore) y realizó su doctorado en teología en la Universidad Católica de América en 1970.
Haught es miembro de la Academia Americana de Religión, del Centro de Estudios de proceso, el Instituto Metanexus y otras organizaciones profesionales. Da conferencias a nivel internacional sobre muchos temas relacionados con la ciencia y la religión. En 2002 fue el ganador del Premio Owen Garrigan de Ciencia y Religión, y en 2004 el Premio Sophia a la Excelencia Teológica. En 2009, se le concedió un doctorado honorario de la Universidad de Lovaina, en reconocimiento a su trabajo sobre teología y ciencia.
Haught es autor de más de cincuenta artículos y capítulos de libros y ha publicado una decena de libros. De ellos son pocos los traducidos al castellano. Hasta ahora sólo había dos: Cristianismo y ciencia: Hacia una teología de la naturaleza. Sal Terrae. 2009; y Dios y el nuevo ateísmo: una respuesta crítica a Dawkins, Harris y Hitchens.Sal Terrae. 2012. De este último quien esto escribe había publicado antes una recensión extensa [Pensamiento. Revista de Investigación e Información Filosófica 69 (259) (2013)].
El volumen que ahora comentamos, Ciencia y Fe. Una nueva introducción,es el tercero de los ensayos publicados en España. En una “Nota del Autor” (página 7) aclara que “El presente libro retoma algunos de los asuntos tratados en mi libro anterior [Ciencia y Religión]. Sin embargo, este libro es un trabajo completamente distinto, una reestructuración y no una mera revisión del precedente (…). Aquí, por ejemplo, la atención se centra en la “fe” y la “teología”, en vez de en una noción de “religión” más ambigua. Esta obra es producto de mi creciente interés por el “nuevo relato cósmico” y por el “drama” de la vida”.
Entre el fundamentalismo y el escepticismo radical
No es fácil establecer unos acuerdos entre filósofos, científicos y teólogos para un diálogo creativo y fecundo. Entre las actitudes extremas ante las posibilidades de contacto entre sistemas de saber: el de un realismo fundamentalista excluyenteo el del escepticismo radical excluyente, existe una gama extensa de posibilidades.
Para los primeros, los partidarios de un realismo fundamentalista excluyente, el ser humano mediante la actividad racional y/o científica puede tener acceso al conocimiento de la realidad en sí. La omnipotencia de la ciencia se hace patente. Por otra parte, en una posición diametralmente opuesta, el escepticismo radical excluyente, existen filósofos (ya desde el mundo griego) afirman que vivimos en un mundo incognoscible por el entendimiento humano y por ello niegan la posibilidad de que el ser humano pueda acceder a un conocimiento de la realidad que le rodea. Es más: en el caso que pudiera conocer algo le sería imposible formular. Y todavía más: en el caso en que pudiéramos conocer algo y formularlo, no existen garantías de que esto pudiera ser compartido y comunicado a otros.
Con el ensayo de Haught no nos encontramos en estas posturas extremas. Pero en el debate actual sobre ciencia y fe descubrimos algunas posturas que mediatizan la actitud ante la construcción mental de consensos formulables y comunicables. En otros comentarios que hace años hacía de otros ensayos de Haught (y que se han citado más arriba) destacaba el sesgo apologético del discurso de este autor.
En un afán clarificador simplifica en exceso las posturas, las pasa solo por el tamiz de sus preconcepciones, no tiene cintura para entrar en profundidad en los argumentos de los demás y al aplicar sus propias concepciones, desmonta con exceso de facilidad las posturas de sus oponentes. No restamos importancia al intento de Haught. Sus aportaciones teológicas al debate ciencia y teología son destacadas por otros colegas. Pero aquí somos – tal vez – en exceso críticos con sus carencias científicas y epistemológicas. No dudamos de su solvencia teológica, pero le cuesta salir del marco teológico tradicional para entender la urdimbre compleja de la construcción social de los paradigmas científicos, sus programas de investigación y sus fundamentos epistemológicos. En la bibliografía que utiliza apenas hay fuentes primarias de las ciencias y detectamos carencias en las aportaciones de los filósofos de las ciencias, desde Karl R. Popper a Paul Feyerabend, pasando por Thomas S. Kuhn, Stephen Toulmin, Imre Lakatos y otros muchos.
Las diversas perspectivas de una misma realidad
No son pocos los pensadores que, desde la convicción de que poseen la verdad sobre la realidad natural, social o trascendente, mantienen fuertes resistencias a aceptar la posibilidad de que puedan darse otras interpretaciones de esa misma realidad. Desde esta postura (que puede ser legítima epistemológicamente) no es fácil establecer relaciones dialogales y menos de integración con otras cosmovisiones.
Las posturas apologéticas en las ciencias y la reflexión filosófica o teológica, convencidas de la posesión de su verdad, son incapaces de ponerse en la situación de otras cosmovisiones. Su estrategia será atacar y desmontar desde las propias categorías las construcciones intelectuales de los considerados “adversarios” y por ello el conflicto existe y es inevitable y sin salida.
Pero en un mundo filosófico, científico y teológico en el que se considera que la realidad es un gran enigma, y que el ser humano solo puede desde sus limitadas posibilidades acceder a aspectos nunca completos de la realidad inabarcable, la postura del diálogo y de la integración de saberes es posible. En estos últimos años, la palabra pensamiento y conocimiento interdisciplinar está emergiendo con fuerza impulsando la construcción de plataformas de diálogo y en algunos casos de integración de saberes que abren nuevas ventanas y construyen nuevos puentes que conecten ámbitos del saber que antes se percibían alejados e incluso opuestos.
Con frecuencia, el problema de fondo radica en lo que se puede hablar “talante”. Hay personas a las que, por su educación o estructura mental, les resulta muy difícil concebir la posibilidad de integración interdisciplinar de saberes. Les parece que hay claudicación en los propios principios, contaminación sincrética o relativismo inquietante que hace navegar en un mundo caótico de incertidumbres. La angustia les invade y defienden desde su perspectiva personal (que consideran la única posible) sus propias trincheras ideológicas atacando con sus propios argumentos la inconsistencia de las propuestas de los oponentes.
Las posturas apologéticas las hemos encontrado en todos sitios con todo tipo de matizaciones. Los fundamentalismos ideológicos han existido en todas las culturas, religiones y cosmovisiones. Y no es fácil situarse con equilibrio en la vorágine de un mar embravecido de ideologías enfrentadas.
Las carencias epistemológicas de John F. Haught
Ya hemos resaltado que Haught no se plantea el problema epistemológico que subyace al debate entre Ciencia y Teología. Mantenemos que la plataforma sobre la que debe sustentarse y hacer posible y diálogo integrador e interdisciplinar entre la cosmovisión científica y la cosmovisión teológica no puede prescindir de consensos epistemológicos. Las herramientas gramaticales y sintácticas del puente cognitivo entre ciencia y religión son básicamente epistemológicas. La filosofía de las ciencias es la argamasa que da solidez y coherencia al diálogo necesario hoy entre científicos y teólogos.
El planteamiento filosófico sobre la naturaleza del conocimiento científico y sus límites, ha llevado a la emergencia de la nueva filosofía de la ciencia allá por la mitad del siglo XX. Desde nuestro punto de vista (y en esto coincidimos con el pensamiento de Hans Küng) la corriente epistemológica del racionalismo crítico parece más fecunda y de mayor poder explicativo que otras en nuestro intento de establecer puentes entre Ciencia y Teología. Para ello acudimos a Karl Popper, Thomas S. Kuhn, Imre Lakatos, y otros científico-filósofos englobados en lo que se ha dado en llamar el Racionalismo crítico. Esta revisión crítica de lo que es la ciencia, abre puertas y ventanas a la posibilidad de tender puentes entre ciencia y teología.
Es más: desde estas páginas – y sin poder descender a detalles – sugerimos la posibilidad de que la incorporación en la formación de los futuros teólogos de las propuestas epistemológicas de Imre Lakatos se nos antojan las más fecundas para poder formular, reelaborar, reconstruir, reflexionar y dotar de base filosófica a los puentes cognoscitivos entre Ciencia y Teología.
Como ha escrito José Manuel Caamaño (a final de noviembre de 2017),director de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Comillas: “El Papa Francisco nos invita a no limitarnos a una teología de escritorio, sino a estar en estado permanente de misión, a salir a las fronteras de la vida, a reformar lo que haya que reformar en la comunión eclesial para hacer más visible la buena noticia de Jesús. Y hoy, en un mundo muy plural en donde quizá lo que prima sea lo accesorio, lo relativo, la utilidad, etc., la teología no deja de tener ese carácter revulsivo o contracultural que rompe con la lógica imperante pero que, en el fondo, nos orienta hacia las cuestiones más importantes de la vida, hacia una visión más integral de las personas y del mundo y, en definitiva, también es una forma de trascender aquello que no puede agotar el sentido último de lo que somos y la esperanza que sustenta todo cuanto hacemos. Por todo ello la teología nos ayudará tanto a dar razón de nuestra esperanza como a evitar el naufragio vital que siempre acecha a nuestra existencia”.
Dos hojas de ruta racionales: la de Ian G. Barbour y la de John F. Haught
Muy probablemente, la lectura del ensayo de Ian G. Barbour (2000) ya citado, replanteó a Haught algunos temas que ahora desarrolla a partir de 1995. En 1990, en Religion in an Age of Science, Barbour propuso una tipología cuatripartita para organizar la gran variedad de formas de relacionar la ciencia y la religión que se ha dado a lo largo de la historia: conflicto, independencia, diálogo y encuentro.
Podríamos decir que son cuatro escenarios en los que se desarrolla la historia de las relaciones entre ciencia y teología. Esta tipología, estos escenarios los conservó Barbour, salvo ligeras modificaciones, en la edición ampliada y revisada del libro publicado años más tarde, en 1997: Religion and Science: Historical and Contemporary Issues (traducción de 2004 en Editorial Trotta) Se conserva en When Science Meets Religion (2000) (traducido por Sal Terrae en 2004) y ha sido seguida por muchos autores desde entonces y forma parte del programa de trabajo de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión de la UP Comillas.
Sin embargo, el intento intelectual de Ian Barbour nos parece más acorde con los postulados de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión que el intento de Haught. Ampliamos esta información: para Ian G. Barbour [(2004), El encuentro entre ciencia y religión: ¿rivales, desconocidas o compañeras de viaje? Sal Terrae] las posturas ante ciencia y fe se pueden sistematizar en cuatro las posturas históricas o los cuatro escenarios del debate ciencia y teología: conflicto, independencia, diálogo e integración. Estos escenarios nos parecen más adecuados que los tres de Haught.
¿Es adecuada la categoría de “convergencia”?
Pero ya desde 1995, en Science and Religion, John F. Haught “sugirió una tipología ligeramente diferente, que tal vez sea más fácil de recordar, porque todos los términos empiezan por la misma letra” (Barbour, 2004, páginas 20-21). Las dos primeras categorías que propone, a saber, conflicto y contraste, son idénticas a la falsilla de Barbour. “Su tercera categoría, contacto,combina la mayor parte de los temas que yo incluyo bajo diálogo e integración” (Barbour, página 21).
Tal vez esta crítica pudo influir sobre Haught, de modo que en el ensayo que aquí se comenta propone tres perspectivas desde las que históricamente se ha planteado la relación entre la ciencia y la fe cristiana: las del conflicto,el contraste y la convergencia, y que esta“posibilite un ambiente adecuado para la conversación continua entre ciencia y fe” (Haught, 2019, página 9). Aunque Haught matiza esta última, nos ha parecido conservadora su postura. No es este el lugar para aportar precisiones lingüísticas e epistemológicas que dejamos para un comentario más extenso en la revista PENSAMIENTO, y dejamos aquí esta descripción.
Frente a los que postulan que entre la “fe” (se refiere sobre todo a la expresada por la teología cristiana) y la “ciencia” (entendida solo como ciencias naturales) “existe una contradicción irreconciliable”, “otras personas de fe aceptan por completo el nuevo relato cósmico como algo interesante y verdadero, pero que lo consideran teológicamente irrelevante” (página 3).
Pero “hay personas con intereses teológicos que ven en el nuevo relato cósmico la oportunidad para concebir pensamientos novedosos sobre Dios, el destino humano y la razón de ser del universo”.
A lo largo de doce capítulos, afloran preguntas que nos parecen sustanciales si se desea estar presente en el debate entre el pensamiento racional y la experiencia religiosa que preside el objetivo de Razón y Fe: ¿es compatible la ciencia con la fe religiosa? ¿Acaso la ciencia no excluye el planteamiento de la existencia de un Dios personal? Después de la obras de Charles Darwin, ¿puede alguien creer sinceramente en la divina providencia? ¿Suceden realmente milagros? ¿Fue creado el universo o simplemente “apareció sin más”? ¿Acaso no es la vida reducible a química? ¿Es la mente algo más que el cerebro? ¿Acaso no puede ya la ciencia explicar la moral, y acaso no podemos ser buenos sin Dios? ¿Somos especiales los seres humanos en el vasto universo? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Tiene el universo una finalidad? ¿Y qué significado teológico tendría, si es que tuviera alguno, el hecho de que finalmente encontráramos vida e inteligencia extraterrestres?
Conflicto, contraste y convergencia en la mente de John F. Haught
En todos los capítulos de este ensayo se exponen tres perspectivas distintas de cada uno de los problemas científicos que parecen retar a las creencias cristianas y a su racionalización teológica. Desde aquí, Haught intenta contestar a las preguntas enumeradas por aquellos que han tenido contacto con los retos de las ciencias a la fe: la perspectiva de los que acentúan el “conflicto”, la de los partidarios de lo que Haught llama “contraste”, y finalmente la perspectiva de los que defienden una “convergencia”.
La palabra “convergencia” puede resultar chocante para el lector hispanoparlante. Para nosotros, la palabra “convergencia” remite a que hay un escenario en el que dos o más entidades epistemológicamente homogéneas y comparables, encierran en su seno una dinámica común que las dirige de modo natural a un objetivo previsto. Hasta cierto punto, puede ser sinónima de “concordante”. Pero desde nuestro modelo epistemológico es diferente de la “integración” y de la “coherencia”. Pero no queremos perdernos en sinonimias y etimologías. Intuimos que no es el concepto apropiado y preferimos el concepto de Barbour de “integración” o de “coherencia”.
Como escribe el mismo Haught (página 71), “Nuestra postura de convergencia, como de costumbre, asevera que el extenso corpus de descubrimientos científicos modernos y recientes siempre tiene implicaciones teológicas”, Y más adelante (página 72), “Por tanto, buscamos puntos de convergencia e interacción entre ideas científicas durables, como la cosmología de la Gran Explosión, por un lado, y la teología de la creación, por otra”.
En cada uno de los capítulos, Haught simula que accede a cada uno de los escenarios y se pone en la piel de los actores, los partidarios del “conflicto”, del “contraste” y de la “convergencia” para resumir los argumentos de cada uno de ellos. Pero –según nuestro punto de vista- este intento de ponerse en la piel de los diversos grupos no es demasiado sincero. Nos parece que no hay auténtica “inculturación”. Posiblemente, los posibles actores, adversarios intelectuales no se identifican con la descripción que de ellos hace Haught. No es fácil “inculturarse” en la piel de otro. Nuestros prejuicios y representaciones mentales impiden poder ser objetivos y entender hasta el fondo posturas intelectuales que tienen – como ya reconoció Thomas S. Kuhn – fuertes componentes extracientíficos, irracionales, emocionales, religiosos y afectivos.
Por tanto, por mucho que nos esforcemos, no resulta demasiado fácil entender en su complejidad el pensamiento de otros, sus preconceptos, experiencias vitales, lenguajes, contradicciones. Sin caer en un escepticismo que nos arrastre al debate de la inconmensurabilidad de los paradigmas (Kuhn, Feyerabend), hemos de reconocer que no resulta fácil la “convergencia” que Haught propone. Si en otros escritos proponemos adoptar algunas de las propuestas de Imre Lakatos sobre los “programas de investigación”, reconocer que la tarea previa de los consensos epistemológicos previos al inicio de un diálogo y que cumplan la función de aceptación de una gramática y de una sintaxis común, lo consideramos fundamental. Sin un consenso inicial sobre determinados supuestos epistemológicos (y aquí se sitúa el talante interdisciplinar) vemos muy problemático iniciar un viaje que puede llevarnos a ninguna parte creando frustración y pesimismo.
Conclusión: el simplismo reduccionista en John F. Haught
Nos ha parecido de cierto simplismo filosófico reduccionista el planteamiento de Haught. Como ya apuntamos en nuestras apreciaciones de otro libro anterior, subyace un cierto reduccionismo filosófico atravesado de dosis excesivas de apologética que a algunos les parecerá maniquea. Como sucedía en la vieja escolástica, los “adversarios” son demasiado simples y fácilmente desmontables, y “los nuestros” demasiado coherentes y seguros de sí mismos. Por lo que hemos leído de John Haught en las redes sociales, esto forma parte de la estrategia apostólica de determinados grupos evangélicos. Una ciencia demasiado clara y simple, y una fe teología sin fisuras que todo lo explica perfectamente.
La lectura de los textos de Haught nos da la impresión de que se confrontan diversos monigotes que tienen un programa común de reacción. Como esos boxeadores que han pasado por el mismo gimnasio y que ya se conocen de otros combates.
Pese a ello, destacamos que en ocasiones (páginas 71 y 72) hace afirmaciones son un programa de investigación con el que coincidimos pero que luego nos parece que no lleva a cabo: “Nuestra postura de convergencia, como de costumbre, asevera que el extenso corpus de descubrimientos científicos modernos y recientes siempre tienen implicaciones teológicas (…). Por tanto, buscamos puntos de convergencia e interacción entre ideas científicas durables, como la cosmología de la Gran Explosión [el Big Bang], por un lado, y la teología de la creación por otro. La convergencia no basa la teología directamente en la cosmología contemporánea, sino que apuesta a que el conocimiento científico actual del universo puede avivar la teología de forma importante y nueva. La convergencia aprovecha la cosmología de la Gran Explosión para reflexionar sobre los relatos bíblicos de la creación”.
Artículo elaborado por Leandro Sequeiros San Román, colaborador de la Cátedra Francisco J. Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión.
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