Límites de la naturalización de la espiritualidad

(Por Camino Cañón) En este artículo de FronterasCTR hacemos una adaptación de un artículo que presentamos ya en la revista Pensamiento. En FronterasCTR lo publicaremos dividido en dos partes. A su vez, este artículo ha sido concebido en diálogo con Jordi Font, cuyo artículo fue publicado también en Pensamiento y será también adaptado para su publicación en FronterasCTR. Nuestro artículo es la primera parte de una exposición que se orienta a presentar una propuesta teórica en la que se da cuenta de la espiritualidad como una emergencia de la vida, para ser desarrollada por cualquier persona con independencia de creencias y opciones y que, a la vez, es sustrato para la vivencia de una fe religiosa conscientemente asumida. La construcción de este modelo antropológico pone de manifiesto la insuficiencia de la ciencia natural, en su estado actual, para dar cuenta del fenómeno de la espiritualidad. Su presentación es objeto del artículo del doctor Jordi Font, publicado en este mismo volumen, y va precedido de un estado de la cuestión que muestra expresiones del proceso de naturalización de la espiritualidad, como marco en el que situar nuestra propuesta, y que desarrollamos en las páginas que siguen.

 

El porqué de un título

Desde muchos ángulos se viene afirmando que la espiritualidad es constitutiva del ser humano, más allá de las formas que revista en una religión determinada o en una vida sin religión. La búsqueda de sentido realizada por los humanos a la que llamamos espiritualidad, constituye un proceso en la historia que se ha descrito de múltiples maneras: como estados de consciencia logrados por el primate evolucionado (Harris[1]), como un intento de responder a la perplejidad de sabernos mortales, contingentes, irrelevantes y, al mismo tiempo, únicos, lúcidos, con relatos de sentido sobre el sentido (Moya)[2], como la dimensión del vivir humano que abre a dimensiones que están más allá del mundo (Wittgenstein), la experiencia del sujeto que se dispone a entrar en relación interior con algo invisible pero que es una realidad que le atrae (Font[3]) o la vivencia que abre al Misterio al que reconoce como fuente de armonía, de paz, de belleza, de bien, de amor. Los caminos que han conducido a esta situación son diversos y, como es propio de la historia humana, están llenos de propuestas paradójicas, antagónicas a veces, difícilmente conciliables a menudo. Pero eso mismo aparece como un estímulo para la investigación.

De modo esquemático podríamos visualizarlo por medio de un triángulo cuyos vértices -Naturaleza, Ser Humano y Dios (a veces, lo divino o los dioses)- han mantenido una relación singular y permanente, si bien los tres vértices han protagonizado giros que modifican el lugar de cada una de las tres realidades en él, a veces en la base, a veces en el vértice superior.

De manera simplificada y para situar los grandes hitos, empecemos diciendo que en las culturas antiguas no hay distinción clara entre la naturaleza y lo divino, por lo que la tarea orientada a la viabilidad de la vida exigía a veces, el auxilio de los dioses o la trágica aceptación del destino. Todo lo imaginable realizado por el hombre sirve para librarlo de sentimientos de necesidad y para calmar sus sufrimientos, decía un icono de la racionalidad científica como Einstein[4], quien denominaba a este modo de relación entre los humanos con lo divino, religión del miedo.

El pensamiento griego va a proponer que el vértice que cataliza la relación de los tres mencionados sea la Naturaleza. La estructura del ser humano se explica desde ella y, se abre, como causa, la posibilidad de lo divino. Con la caída del imperio romano, se gesta una cultura en la que el vértice superior, desde el cual se conjuga la relación de los tres, es Dios. Los sentimientos sociales aparecen como fuente de configuraciones religiosas, emergiendo el concepto de un Dios fuente de moralidad que supone un avance significativo sobre las religiones del miedo. La Naturaleza es vista como creación y el ser humano como imagen de Dios. En la Modernidad, el ser humano toma nueva conciencia de su interioridad, lo que le lleva a exigir que la relación se configure desde el yo, a la vez que accede a un sentimiento de experiencia religiosa, que corresponde a lo que se ha llamado Religiosidad Cósmica y, que en algunos contextos constituyó el Deísmo, en la que no hay un concepto antropomórfico de Dios.

El paso de un lugar a otro por parte de los ocupantes de los vértices de nuestro triángulo virtual, ha tenido que ver con movimientos, en parte reactivos a la dominancia del elemento que ocupaba el vértice superior en el tiempo precedente, y en parte expansivos de la novedad apuntada, más acorde a las condiciones sociales y culturales de la etapa siguiente. Nuestro tiempo no está exento de ese mismo dinamismo.

En el momento presente, los supuestos desde los que la modernidad concibió la relación entre los tres vértices han sido profundamente modificados. Por una parte, y en el contexto de la crisis de la modernidad, son muchos los pensadores que vuelven a repensar dicha relación[5]. Por otra, los desarrollos de las ciencias han modificado los esquemas mismos del pensamiento[6]. Todo ello en unas condiciones socioculturales donde la red hace de la globalidad una dimensión que ha trastocado la relación entre el espacio y el tiempo, desencadenando una búsqueda en torno a la cuestión del sentido en la que los tres vértices están en continuo movimiento, de modo que, en algunos casos, el triángulo se ha transformado en un segmento en el que ya no hay lugar para Dios.

En lo que respecta a la religión y su relación con la espiritualidad, se habló de “vuelta a lo religioso” frente al proceso de secularización, que pronto se convirtió en “reencantamiento del mundo” con la apelación a una espiritualidad sin Dios. Este fenómeno cobra unas características propias en las culturas marcadas por la tradición naturalista[7]. Recientemente, autores como el sociólogo de la religión Peter Berger, han ofrecido una nueva lectura del fenómeno de la secularización y con ella el lugar de la espiritualidad en la vida de las sociedades marcadas por el dinamismo propio de la cultura tecnocientífica al interaccionar con las culturas plurales de las diversas sociedades.

En orden a precisar el alcance del título de este artículo, mencionamos ahora dos de los elementos dinamizadores de los cambios que están acaeciendo: la crisis de las creencias y el rebrotar del naturalismo. Digamos unas palabras sobre ambos.

La crisis de las creencias

Las creencias han sido uno de los blancos de la crisis de la modernidad[8]. Muchas de las creencias asentadas en diversos ámbitos de la cultura: sean científicas, sociales, políticas, económicas, morales, de género, y en particular las religiosas, se han visto cuestionadas. Unas lo han sido por el pluralismo cultural que han supuesto los grandes movimientos migratorios de diverso tipo y el ya mencionado impacto de la globalización propia de la red. Otras, en concreto las antropológicas, se han visto cuestionadas por las nuevas posibilidades que los desarrollos del conocimiento científico y los logros tecnológicos que van aparejados han traído consigo al poner en cuestión el concepto mismo de naturaleza humana. Pero hoy, no se puede reclamar un concepto de humanidad donde la técnica y la ciencia estén ausentes[9]. Con ello tiene relación la crisis profunda de la conciencia moral que vivimos en cuestiones como la existencia de límites en el ámbito de las llamadas mejoras del cuerpo humano.

Las creencias religiosas han sido el blanco de cuestionamientos desde perspectivas tan diversas como la de ser portadoras de violencia (Nuevo Ateísmo), hasta rechazarlas por requerir un soporte metafísico (Vattimo, Comte-Sponville), por carecer de referente (Dennett), por haber sido fraguadas en contextos culturales preindustriales y resultar ininteligibles para la cultura contemporánea (Corbí), por remitir a interpretaciones contrarias a avances de la ciencia (invocaciones al eterno caso Galileo), etc.

También otras creencias, relacionadas con el horizonte prometeico de las ciencias y la tecnología, han sido cuestionadas. Por una parte, están aquellas que ligaban sin fisuras ciencias y progreso, buscando en éste la legitimación moral para cualquier paso adelante en la investigación o aplicación de resultados. Hoy amplios estudios muestran los destrozos para la vida ocasionados en el ecosistema por el uso irrestricto de resultados tecnológicos a la vez que reclaman la aplicación del principio de precaución y apelan a un desarrollo moral colectivo que sirva de referente ético para que las grandes decisiones políticas incidan en el cuidado del cosmos[10].

El naturalismo

Por su parte, el éxito de las ciencias biológicas, en particular las que se refieren al genoma y a las neurociencias, ha hecho emerger con nueva fuerza el llamado naturalismo, tanto en su aspecto epistemológico (sólo es cognoscible lo que es susceptible de ser tratado por el método científico), como en su dimensión ontológica (sólo existe aquello que es susceptible de ser conocido por el método científico). De ahí que para algunos el reconocimiento de la espiritualidad como un hecho en la vida de los seres humanos, va acompañado del reclamo de un estatuto “naturalizado” para esa dimensión, tradicionalmente ligada la experiencia religiosa.

En los años setenta el debate suscitado por el Nobel francés Jacques Monod, en su libro el Azar y la Necesidad[11]sacó a la luz aspectos del naturalismo epistemológico al considerar que el llamado “postulado de objetividad de la Naturaleza”, era la piedra angular del método científico. Preguntémonos por qué esta afirmación.

En el tiempo en que la Nueva Ciencia transformó las causas aristotélicas en relaciones matemáticas, la causa final se mostró irreductible a ellas. Este hecho viene considerándose como elemento de demarcación para decidir si la interpretación de un fenómeno del mundo natural puede considerarse o no como un resultado científico. Es decir, cualquier interpretación de los fenómenos dada en términos causas finales, o sea, de proyecto, queda excluida de serlo, por no cumplir el requisito de objetividad requerido.

Esta cuestión ha reaparecido en el momento presente, y lo hace de varias maneras. Por una parte, nos conduce a uno de los temas estrella de los autores del Nuevo Ateísmo, en particular de Richard Dawkins: la supuesta incompatibilidad de la biología evolutiva y el teísmo, expresada por este autor en su afirmación: “Darwin hizo posible ser un ateo intelectualmente satisfecho”[12].Una manera de afirmar que una visión de la teoría de la evolución que incluya la perspectiva teleológica resultaría rechazada en su pretensión científica, y a fortiori, cualquier visión teista queda excluida del ámbito de las ciencias naturales, lo que para Dawkins es suficiente para justificar la no existencia de Dios, ya que éste, de existir, debería ser cognoscible en ese ámbito.

Esto último se corresponde con la otra cara de la cuestión planteada por Monod, relevante en el momento presente, a saber, la prevalencia del naturalismo como perspectiva no sólo epistemológica, sino también ontológica. Si para conocer la Naturaleza, hay que presuponer la ausencia total de finalidad en ella, resulta innecesaria una ontología que no reduzca la realidad a lo dado en la Naturaleza.

En algunos autores la tesis ontológica es más débil, limitándose a afirmar que la acción causal sobre entidades del universo sólo puede deberse a entidades naturales, sin postular la identificación de la realidad con el mundo natural.Con ello, dejan abierta la posibilidad de existencia de Dios[13]. Estas posiciones tienen consecuencias para la visión teísta, y por ende para la concepción de la espiritualidad,en cuanto que está en juego el modo de comprender la acción de Dios en la naturaleza y en el mundo humano[14].

El continuo entre biología y cultura

El naturalismo de hoy tiene características nuevas relacionadas con lo que se ha llamado segunda sociobiología o psicología evolucionista, propuestas de autores que apuntan a la desaparición del corte entre biología y cultura[15]. El proceso de naturalización en el que estamos inmersos nos coloca incesantemente ante nuevas posibilidades de cambios que, en el caso del ser humano, inciden en el control de su propia evolución. Hablar de naturaleza humana a la luz de nuestra animalidad, biología y ascendencia evolutiva es decir algo novedoso sobre nuestro status ontológico y existencial[16]. Las fuentes en las que beben los autores que en estas corrientes tratan de las preguntas sobre la libertad o la naturaleza de la conciencia, hasta ahora propias de la filosofía, son la física y la biología, es decir, aquellas disciplinas científicas cuyo objeto es el mundo natural. Y desde ellas tratan no solo de dar cuenta, en el marco del proceso evolutivo, de lo que hasta ahora conocemos de nuestro cuerpo: genes, sistema nervioso central, sino también de aproximarse, mediante modelos explicativos, a la conducta humana, incluyendo la dimensión moral de la misma o lo que conocemos como la dimensión espiritual.

En este contexto, se han hecho investigaciones orientadas a investigar las bases genéticas de la espiritualidad en los humanos. El hallazgo del llamado “gen de Dios” (VMAT2)[17] es el inicio de un proceso complejo que incluye estudiar la naturaleza de la conciencia, análisis genético y evaluación de los cambios detectables en el cerebro en personas que muestran un temperamento místico. Flannagan[18] habló del “problema realmente duro” para nombrar la cuestión de cómo dar cuenta científicamente de la espiritualidad, como comentaremos en el segundo apartado.

El genetista y pensador español, Andrés Moya, recuerda cómo son muchos los filósofos que han reflexionado sobre la naturaleza humana en el interior de sus propios sistemas filosóficos, y lo han hecho con la particularidad de que la lógica que rige el discurso está encorsetada por “la propia necesidad de dar sentido a la existencia”. Considera este autor que “la ciencia puede venir a ayudar a tales sistemas para evitar en cierto modo el dogmatismo que supone el encorsetamiento de la necesidad de sentido”[19]. De este modo, la espiritualidad aparecería como “un fino logro, primero, de la evolución biológica, y luego, de la cultural”[20]. Para este autor, tanto la racionalidad como la espiritualidad tienen grados, de modo que cada persona puede ser una mezcla de ambas en dosis diferentes y atribuye a esta causa el que haya “espíritus con capacidad para sostener el agnosticismo como Gould[21] o Ayala[22] o el ateísmo al modo de Dawkins[23], aun cuando eso comporte desasosiego y amargura en grado variable”.[24]

En la perspectiva de la segunda sociobiología o psicología evolucionista, a la que nos referíamos más arriba, se apunta a un naturalismo en el que entre biología y cultura hay un continuo, por el cual, el acceso al territorio de la espiritualidad le corresponde a la ciencia natural. Es otra manera de presentar lo que Flanagan llamaba el “problema realmente duro”, según hemos dicho. De ahí que estemos hablando de naturalización de la espiritualidad y de espiritualidad naturalizada.

Y junto a este renacimiento del naturalismo en la afirmación de la existencia de un continuo entre naturaleza y cultura, a favor de la reducción de ésta la primera, se ha abierto paso unaantropología que apunta como criterio de conocimiento lo que es verificable experiencialmente.Es decir, además del experimento propio de las ciencias matematizables, se contempla la experiencia humana como locusgenerador de conocimiento. Un hilo que retoma de manera nueva la “comprensión” propia de las ciencias humanas (Diltey), frente al exclusivismo de la “explicación” propia de las ciencias de la Naturaleza (Mill). Por supuesto que esta aproximación no está exenta de la confrontación del naturalismo, pues todas las dimensiones de la experiencia humana, son reducibles, según las tesis de éste a procesos de la materia.

Son muchos, los autores que han tomado distancia respecto de posiciones naturalistas al tratar de dar cuenta de la experiencia espiritual y religiosa. Podríamos nombrar a Max Weber y Peter Berger en el campo de la sociología, Henri Bergson, Maurice Blondel, Enmanuel Mounier, Teilhard de Chardin o Miguel de Unamuno en el campo del pensamiento. En el ámbito de la psicología, nombres como Carl G. Jung o Abraham Maslow, W.R. Bion, por no hablar de Freud, Melanie Klein, D.W. Winnicott, y otros muchos que partieron de nuevos supuestos para constatar que la dimensión espiritual y, para algunostambién la dimensión religiosa,es constitutiva del ser humano.

Hoy, el acercamiento a la experiencia humana, a la espiritualidad también, precisa un saber que conjugue las diversas visiones disponibles sobre el ser humano, desde sus bases biológicas a los procesos físicos, incorporando los desarrollos interpretativos de la psicología del inconsciente y el saber acumulado de las tradiciones espirituales cultivadas en el seno de las grandes tradiciones religiosas.  La radicalidad de los cambios en la comprensión de los tres elementos de los vértices de nuestro triángulo: Dios, naturaleza y ser humano, han llevado a algunos autores a hablar incluso de un nuevo “tiempo axial”[25].

En el momento presente podemos mirar los cambios en la interacción de los tres vértices de nuestro triángulo inicial como dinámicas suscitadas por las búsquedas de sentido de la vida y podemos mirar también las indagaciones que tratan de dar razón de por qué se dan esas búsquedas, como hemos apuntado. Encontramos metáforas que buscan abrirnos a nuevas perspectivas[26]: cambio de territorio, espiritualidad sin Dios, sin creencias, sin religiones, New Age, espiritualidad naturalizada,…Y siempre queda la búsqueda de una espiritualidad que mantiene a Dios en el vértice superior y le pone en relación con la Naturaleza y con el ser humano, que supone un corte epistemológico con las anteriores porque incorpora una Existencia no reducible a lo empírico ni a lo que pudiera emerger de ello. Una vía que sigue mostrando caminos en los que las mejores aspiraciones del espíritu humano están expuestas a una luz que genera esperanza y que dinamiza tanto las capacidades de conocimiento para penetrar en lo desconocido del Universo y del ser humano, como las de la sensibilidad para promover compasión, y servicio hacia los más frágiles, sentimientos de justicia y de solidaridad hacia todos y deseo de soledad sonora ante el Misterio.

 

Notas
[1]Harris, S.,El fin de la fe,Paradigma, Barcelona, 2007, pp. 221 y 222 ss.
[2]Moya, A.,Pensar desde la ciencia, Trotta, Madrid, 2010, pp. 69-70.
[3]Font, J.,Ver su artículo en este número de Pensamiento.
[4]Véase el escrito de Einstein, A.,“Ciencia y Religión” en: Berliner Tageblatt,11 de nov.1930. Tomado de la versión española en: Mis ideas y opiniones, Antoni Bosch, editor, 2011.
[5]Pensadores como Rosenzweig en el ámbito judío, o los autores del llamado giro teológico de la fenomenología francesa: Ricoeur, Levinas, J-L Marion; o el mismo Zubiri en la filosofía española.
[6]Este hecho quedó reflejado en las ponencias del Simposio Naturaleza Humana 2.0, algunas de las cuales se publican en el presente volumen.
[7]Véase Cañón, C.,“El territorio de la espiritualidad naturalizada” en: Scientia et Fides, 3 (1) 2015, pp. 13-36.  (Elaborado en el contexto del proyecto de Investigación Naturaleza Humana.2.0).
[8]Puede verse: Cañón, C.,“Ciencia, humanismo y creencia, ¿un encuentro en el límite?» en: Morano, C., Campos, J. y Alcubilla, M. (coords.)., Ciencia, humanismo y creencia en una sociedad plural, Ed. Univ. de Oviedo-Fundación Castroverde, Oviedo, 2012, pp. 17- 36.
[9]Véase Moya, A.,Biología y espíritu, Sal Terrae, Santander, 2014, p. 121.
[10]En el año, 2015, el papa Franciscoha publicado Laudato si,una encíclica que confronta a fondo con la realidad inherente a esta cuestión y propone una “ética integral”.
[11]Monod, J.,El azar y la necesidad, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1973
[12]Dawkins, R.,El espejismo de Dios,Espasa, Madrid, 2007 (original inglés: 2006), p. 30.
[13]Sostiene esta posición autores como el editor de Zygon, Dress, W.B.,Religion, Science and Naturalism,Cambridge University Press, 1996.
[14]Puede verse, por ejemplo, Sweetman, B., La religión y la ciencia,Sal Terrae/UPComillas, 2016, pp. 185-ss. (Original inglés 2010). Cuestiones comola posibilidad misma de los milagros o el sentido de la oración, en particular, de la oración de petición podrían considerarse afectadas.
[15]Véase Moya, A., (2014) op.cit., p. 117. Entre los autores está Sam Harris, uno de los cuatro Jinetes del Nuevo Ateísmo, del que hablaremos en el apartado siguiente.
[16]Véase Moya, A.,(2014) op.cit., pp. 114-115
[17]Hamer, D., El gen de Dios,La Esfera de los libros, Madrid, 2006.
[18]Flanagan, O.J., The Really Hard Problem: Meaning in a material World, MIT, Cambridge Massachussets, 2007.
[19]Moya, A. (2014)op.cit., p. 156.
[20]Ibíd., 156.
[21]Gould, S. J.,Ciencia versus religión. Un falso conflicto, Critica, Barcelona, 2000.
[22]Ayala, F.,Evolución, ética y religión, Universidad de Deusto, Bilbao, 2013.
[23]Dawkins, R.,El espejismo de Dios, Espasa Calpe, Madrid, 2009.
[24]Moya, A. (2014)op.cit. p. 157.
[25]«Si ahora dirigimos nuestra atención al siglo XXI, podemos observar otra transformación de la conciencia, que Cousins denomina segunda era axial. Tal como la primera, esta nueva era ha estado desarrollándose durante varios siglos y ha alcanzado un punto crítico. Y al igual que primera, está causando una transformación radical de la conciencia. Mientras que la primera era axial produjo una conciencia individual e introspectiva, la segunda era se caracteriza por la conciencia global. La segunda era axial es, en gran medida, resultado de la creatividad y el ingenio humanos. La tecnología ha modificado radicalmente nuestra visión del mundo y de nosotros mismos… La segunda era axial interpela a las religiones a llevar a cabo una nueva integración de lo espiritual y lo material, de la energía sagrada y la energía secular en una única energía humana global. Por tanto, esta era fomenta el diálogo, la comunidad y las relaciones con una conciencia creciente de que cada persona es parte de un todo.» Cf. Delio, I.,Cristo en evolución(Prólogo de John F. Haught), Sal Terrae/Comillas, Santander, 2014, pp. 57-58.
[26]Esta es la función principal de la metáfora en opinión de R. Rorty. Véase Cañón, C.,“Redescribir, un método para una utopía” en: Diálogo Filosófico, 76 (2010), pp. 21-38 (ISSN:0213-1196).

 

Artículo elaborado por Camino Cañón Loyes, Universidad P. Comillas, Madrid, miembro de la Cátedra CTR y colaboradora de FronterasCTR. Este artículo es la primera parte de una adaptación para FronterasCTR de un artículo publicado en el volumen ocho, 2017, de la Serie Especial Ciencia, Filosofía y Religión de la revista PENSAMIENTO.

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