En un artículo reciente, Jaime Vilarroig Martín pone a conversar a dos voces del XVI sobre la guerra: Juan Luis Vives —humanista que disecciona la discordia y pide conversión del corazón— y Francisco de Vitoria —escolástico que acepta la guerra solo bajo condiciones estrictas y la somete a límites morales—. No son polos que se cancelan, sino focos que se corrigen. Vives denuncia el incendio interior; Vitoria coloca diques jurídicos. Juntos, proponen una paz exigente: virtudes personales y reglas públicas.
La pregunta que atraviesa el texto es simple y a la vez incómoda: ¿puede haber una “guerra justa” sin hacernos peores? Vives inclina el fiel hacia el “no”: la guerra brota de pasiones torcidas y siempre nos rebaja. Vitoria responde “solo quizá”, cuando hay injuria grave y tras agotar otros medios, con autoridad legítima y proporcionalidad. Idealismo humanista y realismo escolástico; dos acentos de una misma preocupación: contener el mal.
¿Cuándo deja de ser barbarie?
No siempre es evidente. ¿Defensa de inocentes o gloria del príncipe? ¿Resistencia legítima o rencor envuelto en retórica? Vives advierte: el autoengaño es el combustible de la violencia; magnificamos la ofensa recibida y minimizamos la causada. Vitoria coincide en la desconfianza: si tras el triunfo no hay moderación del vencedor, se siembra la próxima guerra. En ambos, la paz no es un estado tibio: es una tarea ardua, con reglas y con carácter.
Vives: domar la discordia
Vives abre su tratado con un diagnóstico feroz: hay males que “aprovechan” al malvado, pero la discordia y la guerra perjudican a todos, también a quien las desata. La paz sería lo natural en un animal “desarmado” como nosotros; entonces, ¿por qué guerrear? Soberbia, que se coaliga con ira y envidia. La sed de mando, el prestigio mal entendido, el prestigio antiguo de héroes belicosos: ahí anida la chispa. El problema no son solo los príncipes; cada corazón, con su pequeña querella, alimenta el incendio.
Su realismo práctico es lacerante. La guerra no sacia necesidades básicas, satisface caprichos: botín, fama, dominio. Y cuesta siempre más de lo que rinde: destruye comercio, agota haciendas, corrompe costumbres y devuelve ejércitos cargados de vicios. El dinero, incluso en el vencedor, se evapora; lo saqueado se disipará; la violencia, multiplicada, vuelve a casa con uniforme. Pierden todos.
La técnica agrava la ceguera moral. Vives se detiene en la bombarda: matar a distancia, culpables e inocentes, sin riesgo para el atacante. Un espejo prematuro de armas “limpias” de hoy. Cuanto más impersonal el daño, más fácil justificarlo.
¿Terapia? “¿Buscas la paz? Comienza por ti.” Templanza de pasiones, arte de tolerar injurias, humildad ante la propia ignorancia sobre las intenciones ajenas. Y un universal tajante: amar al enemigo, también al “turco”; antes que etiqueta religiosa, el otro es hombre. La paz de Vives empieza en el carácter: sin conversión personal, no hay tregua que dure.
Vitoria: diques al poder
Vitoria no idealiza. Pregunta lo decisivo: ¿cuándo puede la república tomar las armas? Su respuesta, clásica y estricta: solo si hay autoridad legítima, causa justa y proporcionalidad; y la finalidad ha de ser pública (proteger el bien común), no privada. La religión no justifica la guerra: la fe se abraza libremente. La expansión territorial tampoco: si fuera título, no habría fin a las conquistas. Mucho menos la gloria del príncipe o el lucro. Rey y tirano se distinguen por el bien que buscan: común o propio.
La única causa justa es la injuria recibida —en sentido fuerte— cuando otros medios fallan. Incluso así, Vitoria exige prueba, juicio de prudentes y análisis de proporcionalidad: nada de “todo vale”. A veces será defensa; otras, reparación de un daño real; siempre con límite moral.
En el ius in bello, Vitoria protege con firmeza a los inocentes (no pueden ser objeto directo del daño) y restringe el saqueo: solo bajo grave necesidad; nada de devastación “por sistema”. Restituir lo robado, resarcir daños, evitar escaladas agarrándose a fortalezas “para siempre” o cambiando príncipes por pura conveniencia; moderación incluso con prisioneros y tributos. La victoria, si llega, es deber austero, no fiesta del rencor.
Y hay capítulo de conciencia. Si la guerra es manifiestamente injusta, el súbdito no puede cooperar. Si hay duda razonable, el peso recae en quien manda; al soldado le toca obedecer, salvo injusticia patente. Ignorancia invencible puede hacer que dos bandos se crean justos; conocido el error, hay obligación de restituir. El derecho no es coartada del poder, es freno.
¿Se tocan o se repelen?
Convergencias. Guerra como mal; rechazo frontal de causas espurias (religión, gloria, expansión, lucro); moderación del vencedor; finalidad última: paz. Vives lo grita con pathos; Vitoria lo presupone y por eso estrecha tanto el paso.
Diferencias. El foco: Vives trabaja en primera persona (pasiones, intenciones, humildad), Vitoria en primera plural (república, justicia, bienes comunes). Y en la injuria discrepan de acento: Vitoria la admite como título único; Vives la sospecha, porque nadie es juez imparcial de su propia causa. Dos pedagogías complementarias: formar el corazón y ceñir el poder.
Por qué nos habla hoy
Tecnología y distancia moral. Vives ya vio el riesgo de matar sin exponerse; hoy, drones o misiles reeditan el dilema. La ética no es un adorno “posterior” a la técnica; es su condición de legitimidad.
Polarización y cultura. Las letras no inmunizan: también los letrados riñen por comas. No basta instrucción; se necesita educación emocional y moral. El humanismo sin conversión es retórica.
Derecho internacional y límites. En Vitoria se adivinan claves que hoy codificamos: autoridad, causa estricta, proporcionalidad, protección de no combatientes, y un ius post bellum sobrio: reprimir el abuso del triunfo. Todo con un hilo conductor: la paz como criterio de verificación.
Política y carácter. El derecho sin virtud se pervierte; la virtud sin derecho se queda en buenos deseos. La síntesis que propone Vilarroig es nítida: idealismo humanista (Vives) junto a realismo escolástico (Vitoria) para pensar la paz en serio.
Coda final
El artículo no azuza bandos: enseña a mirar. Vives desactiva el autoengaño con disciplina interior; Vitoria encorseta el uso de la fuerza con reglas y restituciones. Es una ética que no huye del mundo ni se rinde a él: paz exigente, corazón convertido y poder limitado. Idealismo sin ingenuidad; realismo sin cinismo
*Resumido del artículo: Vilarroig Martín, J. (2025). Vives y Vitoria sobre la guerra. Humanismo y escolástica. Razón Y Fe, 289(1466), 141–161. https://doi.org/10.14422/ryf.vol289.i1466.y2025.006