Lógica mundana y lógica teísta ante el enigma del universo

(Por Manuel Béjar) La ciencia nos ofrece un conjunto de sugerentes propuestas especulativas acerca de la realidad fundante de nuestro universo que no deberían pasar desapercibidas para la filosofía. Asumimos que la metafísica del universo sigue hoy siendo enigmática y pasamos a analizar la lógica de la fundamentación del universo. Se ha interpretado de diferentes modos a lo largo de la historia. Es enigmático el fundamento físico del universo. Es también enigmática la emergencia de la vida en el universo. Veremos que la creación obedece a una lógica que verse como puramente mundana; pero el universo enigmático hace también posible una lógica teísta para entender su fundamento. Todo ello apunta a la existencia de una realidad más allá del tiempo (metarrealidad) cuyo estado ontológico es profundamente incierto. La discusión de la apertura de la razón a esa dimensión que llamamos metarrealidad, será abordada en posteriores artículos que irán completando poco a poco nuestro punto de vista.

Nos hemos descubierto formando parte de una realidad desbordante. A cada instante nos hacemos conscientes de una parte imaginada de la realidad, nuestro mundo tal como lo percibimos. Esta experiencia es tan potente que nos sentimos como si fuéramos un centro privilegiado para observar esa realidad que se nos presenta y envuelve. Así son los hechos. Hay una realidad que se nos impone y que podemos conocer parcialmente formando nuestras propias imágenes conscientes. De la información recibida por sus biosensores cada mente consciente construye un relato imaginado de la realidad.

Constatamos la existencia de una realidad física de objetos, más o menos estables, con una consistencia estructural que los hace perdurar en el tiempo, ya sea efímeramente o durante miles de años. Esta realidad existe en el tiempo, en una dimensión temporal que fluye sin cesar hacia el futuro y nos desvela el devenir de los muchos objetos presentes en nuestro mundo. Entre tantos objetos físicos sabemos distinguir cuáles gozan de mayor complejidad y parecen beneficiarse de una cierta autonomía frente al mecanicismo físico. Son los seres vivos. Es sorprendente que la vida se haya abierto paso en un mundo físico, pero la realidad es evidente: hay vida en lo físico y en cada viviente existe una enorme diferenciación física. La inmensa diversidad biológica es evidente. No hay dos seres vivos idénticos y es notorio lo diferente que llegan a ser dos individuos vivos de distinta complejidad biológica.

Es un hecho que la vida se ha manifestado con potencia en la Tierra. Tal es la intensidad que resulta difícil pensar nuestro planeta como un sistema físico sin rastro de vida. La vida se abre paso en el mundo físico y se reafirma en su empeño por perdurar en el tiempo luchando contra las amenazas del entorno. Anticiparse a las hostilidades del medio es crucial para la supervivencia. Por ello, quizás lo más llamativo es advertir cómo en lo biológico se consigue activar una dimensión sensorial que permite a los seres vivos hacerse cargo con eficiencia de su realidad. Lo viviente, surgido originariamente en un mundo puramente físico, es capaz de sentir parcialmente la realidad y ejecutar un conjunto de respuestas que mejoran sus opciones de supervivencia en el entorno.

En su riqueza física y complejidad biológica la realidad no deja de sobrecogernos. Pronto descubrimos que lo que vivía ayer hoy yace inerte y pronto empieza un proceso de desestructuración biológica dirigido sin retorno hacia lo puramente físico. Finalmente la vida vuelve irreversiblemente a su origen físico. Con mayor o menor dilación lo que fue un ser vivo queda finalmente indiferenciado de su entorno físico. La vida surge de lo físico y retorna sin alternativa a lo físico. La vida está siempre limitada por lo físico. Sin lo físico no hay vida, pero la vida no encuentra en lo físico un fundamento definitivo. Vivir requiere de un soporte físico, que es siempre perentorio y en consecuencia la vida carece de un fundamento físico para existir indefinidamente.

LA NATURALEZA ENIGMATICA DEL UNIVERSO

Es enigmática la naturaleza física del universo y es enigmática la emergencia evolutiva de la vida y la conciencia en su interior. A estos dos capítulos comenzamos a referirnos.

El enigmático fundamento del universo físico

La experiencia de la existencia de un universo que nos integra en su propio devenir cósmico es tan sorprendente como enigmática. El universo está ahí, nos acoge y nos envuelve en su proceder dinámico. Pero su existencia real nos impele a pensar su suficiencia, es decir, en aquello que lo fuerza a ser real. ¿Es el universo autosuficiente? ¿Son sus procesos sostenidos físicamente? ¿Se basta el universo a sí mismo para existir necesariamente?

En la actualidad nuestro universo se acelera a ritmos crecientes probablemente por el efecto impulsor de una realidad desconocida que suele denominarse energía oscura. Nadie conoce su naturaleza, pero es evidente que algo hace que los cúmulos galácticos se separen unos de otros a velocidades crecientes. En la actualidad vivimos en una era dominada por la materia. En el pasado, antes de que la materia estructurada en cúmulos dominara el universo, existió una era de radiación de mayor importancia a medida que nos aproximamos al origen del universo.

En un pasado remoto las estructuras físicas como las actuales no podrían haber existido, pues rápidamente habrían sido destruidas por la elevada densidad energética del universo primitivo. Bajo estas condiciones se desharía cualquier estructura material como las presentes hoy en nuestro mundo físico, incluido cada átomo individual. Sin duda la estabilidad física del mundo físico en el presente no fue igual en tiempos pasados. Los átomos no son eternos. Ni existieron en el pasado remoto ni existirán por siempre. En la era de la radiación primaba lo campal, lo holístico y cualquier rastro de estructura material prácticamente se comportaba como pura energía, pues su masa era despreciable para todos los efectos prácticos. Esto es, a pesar de la existencia de materia en el pasado, el universo se comportó como si fuera un todo de radiación, un campo de radiación constituido por partículas sin masa efectiva.

El universo hubo de expandirse durante casi medio de millón de años para que se relajaran las condiciones energéticas y pudieran combinarse por primera vez núcleos y electrones en estructuras atómicas. Los átomos surgieron en el final de la era de la radiación. Una consecuencia de la formación primigenia de estos átomos es la liberación de la radiación electromagnética que pudo propagarse libremente hasta nuestros días. Este fenómeno se conoce comúnmente como el eco del nacimiento de nuestro universo. Se trata de una energía liberada tiempo después del big bang, cuyo registro en la actualidad es la prueba indirecta más importante de nuestro vigente modelo cosmológico. Hoy es posible detectar esa energía como un fondo de radiación debilitada de microondas presente en todo el universo. Es el rescoldo enfriado por debajo de 3K que se originó casi medio millón de años después de que se iniciara la expansión del universo. Esta débil luz invisible prueba que el universo no es eterno, sino un sistema en actividad física de menos de quince mil millones de años. En el futuro esta radiación de fondo se debilitará más hasta ser imperceptible. Entonces, nuestro universo parecerá haber sido por siempre eterno, pues se habrá borrado cualquier señal que delate su origen en el tiempo.

Al descartar que el universo físico siempre estuviera ahí, con la estabilidad y consistencia del presente, se nos presenta todo un horizonte enigmático. ¿De dónde procede la energía que dinamiza la expansión del universo? ¿Es posible entender físicamente un estado previo al big bang? ¿Hay alguna evidencia científica de los fundamentos del mundo físico? Todas estas preguntas podrían abordarse desde la hipótesis de la existencia de una realidad fundante más allá de lo físico.

La ciencia no parece ofrecer respuesta alguna a estos grandes interrogantes sobre los fundamentos de nuestro universo. En física no cabe hablar de creación (ni destrucción) de la energía. La energía se da por supuesta y se asume su degradación, pero ninguna ley describe la posibilidad de crear energía, a excepción de la energía oscura cuya naturaleza aún desconocemos. La física estudia la materia que manifiesta actividad física, esto es algún tipo de acción que requiere de energía y duración. Sin tiempo o sin cambio energético simplemente no puede haber física. La física no se ocupa de la materia sino de lo que puede conocerse de la materia a través de su actividad física en el tiempo mediante variaciones energéticas. Lo que puede la física afirmar acerca de la materia está basado en su actividad física. Nada más. Más allá de la actividad física el estudio de la materia le corresponde a la filosofía. Por este motivo carece de sentido físico preguntarse qué había antes del tiempo y el conocimiento científico nos proyecta necesariamente hacia una realidad metafísica que fundamente la dimensión temporal de la materia tal como se despliega en nuestro universo físico.

Sin argumentación empírica sobre el estado previo al big bang, la ciencia no puede sentenciar con su rigor metodológico cuáles son los fundamentos de esta liberación fontanal de energía. En definitiva, la ciencia es metafísicamente neutra: no puede esclarecer cómo se ha originado el big bang, pues no hay explicación de cómo se libera la energía que dinamiza nuestro universo. Para quienes se sienten atraídos por los modelos inflacionarios, resulta llamativa la respuesta común que suele concederse por sus partidarios ante la pregunta de qué había antes de la era de inflación: más inflación, suele responderse y, así, ilimitadamente. No parece una explicación definitivamente convincente.

La física ha brillado por sus éxitos para entender y controlar la actividad física de la materia, pero ha descubierto que esta actividad no ha existido siempre y que necesariamente necesita un fundamento. En física se da por supuesta la actividad física de la materia y no hay en sus leyes fundamento alguno de por qué existe esta actividad. Podría decirse que la materia es el fundamento de la actividad física, pero entonces habría que preguntarse por si la materia –más allá de su actividad física y por consiguiente fuera del ámbito experimental propio de la ciencia– posee una razón de ser en sí misma. Esto supone plantearse si resulta razonable pensar que la materia bien pudiera tener en ella su propio fundamento. A este respecto la física no puede posicionarse, pues se trata de un ejercicio que supera los límites de su metodología científica. Por este motivo, decimos que la física es metafísicamente neutra, porque es incapaz de otorgarse su propio fundamento. Evidentemente existen tentativas que ofrecen propuestas para fundamentar lo físico en la propia materia, pero ninguna de ellas se sigue necesariamente de los datos y leyes de la física. Eso sí, todas estas propuestas apuntan hacia posicionamientos metafísicos basados en la autosuficiencia de la materia y su potencial para constituir el orden físico de nuestro universo.

Por su propia metodología la ciencia no puede posicionarse metafísicamente. En ciencia, no hay una patencia de verdad metafísica, porque la ciencia no puede esclarecer la autosuficiencia del universo y, en consecuencia, siempre quedará la duda científica acerca de los fundamentos metafísicos del universo. ¿Ha surgido de la nada nuestro universo? Sin duda, la ciencia se reconoce deudora de este enigma filosófico y fuerza racionalmente un trabajo metafísico para tratar de fundar la suficiencia de la realidad física. Esta fundamentación parece no poder realizarse sin postular la existencia, más allá de lo físico, de una metarrealidad que trasciende lo empírico. Ahora bien, este postulado no puede ser nunca asumido por la ciencia canónica, pues es imposible dotar de autoridad empírica al ejercicio puramente racional de pensar cómo debe de ser esta realidad metafísica. Sin embargo, sí valoramos positivamente hacer el esfuerzo intelectual para construir filosóficamente una teoría físico-metafísica acerca de la metarrealidad que soporta el universo. De otro modo renunciaríamos a conocer qué fundamenta la realidad.

El enigma científico de la emergencia de la vida y la conciencia

La ciencia ha ido construyendo la imagen de un devenir cósmico donde van surgiendo estructuras de mayor complejidad sistémica que el orden de partículas y campos de la física. Parece ser que una vez relajadas las violentas condiciones energéticas del universo primitivo se formaron gravitacionalmente estrellas con planetas orbitando en su región de habitabilidad y surgieron las primeras estructuras biofísicas que hicieron posible la vida en algún lugar de nuestro universo.

En el planeta Tierra la vida ha sido fecunda y paulatinamente ha ido poblando el globo con una gran diversidad de especies. Es imposible negar la evidencia de que el universo ha producido la vida humana y que, en consecuencia, vivimos en un universo antrópico; esto es un universo que reúne las condiciones suficientes para que exista la humanidad. Resulta evidente que vivimos en un universo con cierta afinidad por la vida. Podría ser que la vida sea un fenómeno exótico en el universo. Pero su existencia, aun suponiendo que sea una realidad local, exige entender la ontología de la materia que la hace posible.

El problema que encuentra la ciencia es la dificultad para construir una teoría científica sobre cómo se origina la vida en un mundo que la mayor parte del tiempo fue un universo inerte, puramente físico. Puesto que la vida ha surgido de un universo físico es planteable que lo vivo surja de un orden material estrictamente físico. Pero ¿cómo puede aparecer la vida desde lo no viviente? ¿Existe una cierta generación espontánea de lo vivo desde la pura materia inerte? La ciencia no ofrece una respuesta con garantías de este proceso que aconteció naturalmente en la gran evolución cósmica.

En nuestros días sabemos más acerca del universo primitivo que de los procesos biofísicos al comienzo de la vida. Contamos con la tecnológica de los aceleradores de partículas para recrear las condiciones físicas del universo unos instantes después del big bang, pero no existe un laboratorio donde se reconstruyan empíricamente los procesos biofísicos que originaron los primeros seres vivos. El fenómeno de la vida, entendido como producto evolutivo del gran proceso cósmico a partir de un fondo de materia en pura actividad física es uno de los grandes enigmas pendientes de resolución científica. Todavía en nuestros días la ciencia se halla muy lejos de poder construir un ser vivo de un modo artificial. Podemos ya construir un átomo artificial, pero aún es hoy impensable crear vida en el laboratorio desde principios puramente inorgánicos. Solo sabemos manipular la vida ya existente, hasta el punto incluso de hacer de ella algo que improbablemente hubiera llegado a existir si no hubiese sido por la inteligencia humana. La ciencia es capaz de diseñar un nuevo ser vivo en el laboratorio a partir de otro ser vivo previo, pero aún no puede construir un ser vivo prescindiendo ab initio de una biología original. Los seres vivos diseñados por la biología sintética son el resultado científico de una obra de ingeniería genética iniciada siempre a partir de un viviente. Aún no hemos sido capaces de hacer realidad lo que el universo de materia consiguió hacer tiempo atrás; esto es, originar el primer viviente desde un fondo material totalmente inerte. A esto nos referimos con generación espontánea de la vida: la vida en su origen surge en un soporte físico inerte. No sabemos cómo, pero en el pasado debió de producirse la transición de lo puramente físico a lo vivo.

Es enigmático que la materia pueda organizarse y experimentar procesos que hacen de ella un organismo con vida. Desconocemos el modo de explicar cómo surge la vida y esto la convierte en un fenómeno aún más sorprendente. Pero, la falta de conocimiento hace incrementar nuestra sorpresa. La vida natural, surgida de arcanos procesos de la materia se ha ido desarrollando, creciendo en complejidad y manifestándose como materia viva, con sensibilidad, consciente e inteligente.

La sensibilidad como facultad de los seres vivos para notar algunos cambios físicos a partir de biosensores y las disposiciones conductuales consecuentes con una reacción emocional que prepara rápidamente al organismo para ejecutar una acción de respuesta adecuada a un cierto estímulo son sin duda hitos muy importantes en la evolución histórica hacia sistemas psíquicos más complejos capaces de generar conciencia. Cuando la mente cobra parcialmente conciencia de su realidad psíquica sensitivo-emocional surgen los sentimientos, que entendemos como imágenes conscientes de la sensibilidad previa. La conciencia se nutre de estos sentimientos y se refuerza transformando las disposiciones inconscientes para la supervivencia en habilidades que mejoran estas destrezas instintivas, optimizando el nivel de respuesta y economizando el coste energético.

La nueva mente consciente se centra en la consecución de metas. Para ello se sirve de toda la maquinaria inconsciente y se eleva sobre ella hacia la consecución de objetivos. De este modo la mente consciente refina el ya sofisticado mecanismo precursor sensitivo-emocional. Sin duda la evolución ha logrado combinar con eficacia este novedoso modo consciente de la vida, junto con los primitivos reguladores automatizados de los primeros seres vivos. La clave es entender que no se rompe con lo previo; al contrario, se sirve de ello y se mejora. Gran parte de lo que los seres conscientes somos es consecuencia de redes de neuronas que genéticamente se han coordinado para promover comportamientos dirigidos por disposiciones inconscientes. Este inconsciente genómico es el responsable de la uniformidad característica del comportamiento de especies como la humana y muy probablemente el promotor del comportamiento social. Ahora bien, ¿cómo explican las neurociencias la emergencia de la conciencia sobre un soporte de materia, físico, que ha desplegado su potencial para transformarse en materia viviente y sentiente?

De inmediato lo más prudente es reconocer nuestro desconocimiento acerca de la naturaleza de la conciencia. El tránsito de lo físico a lo biológico es tan enigmático como la emergencia de la sensibilidad-conciencia en un orden biológico primitivo de reacciones físico-químicas de marcado corte mecanicista. ¿Por qué el mundo físico se hace consciente? No lo sabemos. La explicación neurocientífica es tan limitada que solo ofrece un correlato neural de la conciencia, esto es, una composición de las partes cerebrales que se detectan activas durante una experiencia consciente mediante diferentes técnicas de neuroimagen. Si la sensibilidad, la respuesta emocional y la conciencia surgen en el orden biológico, forjado sobre un soporte material en actividad física, resulta evidente el supuesto de que las causas de la vida y del psiquismo animal deban darse en el mundo natural de materia, en continuo proceso evolutivo. No concebimos otra alternativa plausible.

Ni la vida se origina espontáneamente de algo distinto a la materia, ni la conciencia se manifiesta ajena a un soporte material: la vida y la conciencia son fenómenos emergentes en el mundo material. La vida y la conciencia no se presentan como fenómenos ajenos al orden material de la física. Al contrario, cada ser vivo posee un soporte físico material, lentamente fraguado en la gran historia cósmica por interacciones físicas que han desplegado en la materia nuevos niveles de realidad física. El individuo vivo es un sistema de gran complejidad biológica capaz de regularse con cierta autonomía del medio. Goza de sensibilidad y capacidad de respuesta emocional, condicionadas por factores deterministas ante cambios muy definidos en las condiciones físicas ambientales. Y además, encontramos seres vivos que han despertado a la conciencia, esa recién llegada que permite la producción de sentimientos e imágenes acerca de la realidad percibida, y es capaz de trascender las limitaciones del puro determinismo físico.

Es un hecho que la sensibilidad biológica surge en el mundo físico. A partir de esta evidencia fenomenológica, nos parece razonable suponer que la materia del universo físico tiene una ontología que hace posible la emergencia de la sensibilidad y la conciencia. Si la sensibilidad-conciencia surgió en el orden biológico, y la vida necesita de un soporte físico, es razonable pensar que sus causas están presentes ya en la misma materia que constituye todo el universo físico. Pero, ¿qué ontología primordial, o modo de ser real de la materia, permite la emergencia de la sensibilidad, la conciencia y la inteligencia en un mundo dominado por la actividad física?

Entender la ontología de la materia es principal para explicar el origen de la actividad física, de la vida y de la conciencia. La ciencia debería poder describir el proceso que permite producir vida y conciencia en la materia, atendiendo a las propiedades fenomenológicas de la experiencia psíquica consciente. Pero la realidad es que en la actualidad no puede hacerlo y podría renovarse su impulso investigador si previamente se le ofrece una proyección de esta problemática fundamental de la materia sobre una nueva idea metafísica del universo, coherente con la lógica del proceso evolutivo.

La nueva metafísica que proponemos enfoca una perspectiva del ser humano que trasciende el puro determinismo y se proyecta hacia una dimensión ontológica que despliega las potencialidades de la materia más allá de su actividad física. Nuestro planteamiento concibe la materia como una realidad que no se limita a lo físico. Partimos de la posibilidad metafísica de que puede existir materia sin actividad física. Nos referimos a una materia metafísica sin posibilidad de ser detectada físicamente, salvo cuando manifiesta su actividad física. Se trata de una materia que comparte la misma ontología que la materia en actividad física –es por tanto en este sentido la misma materia de los físicos–, pero que no manifiesta propiedad empírica alguna. Es materia en el sentido de una realidad en el orden del ser. Es materia que subsiste fuera del tiempo, eterna y con potencial para entrar en actividad física y hacer posible el universo que conocemos. Pues bien, esta concepción de la materia que planteamos permite fundamentar metafísicamente tanto el origen del mundo físico (la materia entra en actividad física) como la emergencia de la conciencia en las estructuras físicas (la materia en actividad psíquica resuena sobre lo físico).

El estudio científico del universo no es concluyente en su explicación de cómo se origina la realidad física, finita y temporal, capaz de desplegar el potencial de sensibilidad-conciencia que de facto ha acontecido en la gran historia cósmica. La ciencia no ha encontrado las causas que han motivado el big bang, la expansión cósmica y toda su evolución hacia ordenaciones complejas de la materia en estructuras físicas, algunas de ellas compatibles con la vida y muy especialmente con la vida consciente e inteligente. En ausencia de una razón científica para explicar el origen de la materia y su potencial para desplegar la vida y la conciencia, se exige buscar más allá de la ciencia una explicación racional de por qué ha ocurrido toda esta realidad física, biológica y psíquica. Las limitaciones de la ciencia son una invitación a descubrir la lógica de la creación. Y en este artículo aceptamos esta invitación de la ciencia para pensar filosóficamente el origen del universo y la sensibilidad-conciencia manifiesta en algunos seres vivos. Este es el sentido que pretendemos al referirnos a la lógica de la creación: la lógica de una razón suficiente que permite la emergencia de la sensibilidad-conciencia en un universo físico soportado ontológicamente por una metarrealidad de materia eterna.

LA LÓGICA DE LA CREACIÓN

Por creación no entendemos necesariamente el acto creador consecuente con un plan divino, sino la causa, ya sea divina o puramente mundana, de que la materia entrara en actividad física y desencadenara todos los procesos de la materia que han configurado el universo en toda su complejidad física, biológica y psíquica. Entendemos que, si de hecho se ha producido un universo de vida, debe haber una razón suficiente para explicar cómo ha devenido la emergencia de la conciencia. Entre los pensadores más inteligentes encontramos a creyentes y ateos; y cada cual argumenta lo mejor posible cómo puede fundamentar su lógica de la creación del modo más creíble. Así atendemos a las explicaciones que ateos y creyentes han ofrecido para explicar el origen del mundo y de la mente humana. Unos confían en que Dios es el fundamento del universo, su creador y sustentador. Otros prefieren no añadir una realidad divina a su explicación metafísica y confían en que el universo contenga su fundamento en el propio orden físico.

El problema que se evidencia ante estos presupuestos metafísicos antagónicos, cada uno con una lógica de la creación bien construida, es por qué ambos ofrecen una explicación de la realidad en su nivel fundamental tan racional y plausible. Si la lógica de los ateos y la lógica de los creyentes permiten explicaciones tan verosímiles acerca de la creación, entonces ¿por qué son dos lógicas con fundamentos ontológicos tan distintos? ¿No debiera más bien existir una única lógica de la creación? Suponiendo la existencia de una sola lógica de la creación, ¿sería posible entender la existencia de planteamientos tan antagónicos para fundamentar la realidad? Trataremos la problemática más adelante. La respuesta que iremos ofreciendo a estas cuestiones pasa por entender estas dos lógicas, la lógica mundana asumida por los ateos y la lógica teísta de la creación preferida por los creyentes, como interpretaciones clásicas de una misma y única lógica de la creación.

La hipótesis metafísica de un Dios creador que fundamenta toda la realidad es tan lógica como la hipótesis metafísica de una materia autosuficiente. Sin embargo, poseyendo cada una en sí misma una coherencia lógica fuerte, no son lógicas compatibles al modo clásico; porque en el fundamento de la realidad está Dios o el puro mundo sin Dios, y no hay lugar para una tercera posibilidad. Esto es evidente desde una lógica clásica: en el fondo ontológico de la materia hay una ontología divina o una ontología sin Dios. El planteamiento que vamos a desarrollar no sigue una lógica clásica excluyente: hay Dios o no lo hay. La lógica de la creación que aquí planteamos es compatible tanto con el teísmo como con el ateísmo, porque se construye desde una metafísica que no se identifica completamente ni con Dios ni con un puro mundo. Quedará este planteamiento clarificado cuando asumamos posteriormente una indeterminación metafísica. En lo que sigue pasamos a analizar por separado las lógicas clásicas de creyentes y ateos, para posteriormente desarrollar la lógica de la creación que conduce necesariamente a la existencia de una metarrealidad en incertidumbre ontológica.

La lógica mundana del universo

Los ateos defienden la validez de la lógica mundana del universo porque consideran que el universo posee la suficiencia en su propia naturaleza; es decir, que el universo se basta para permitir su existencia como universo físico. Para argumentar el presupuesto metafísico de un puro mundo que se confiere a sí mismo su existencia, la lógica del ateísmo se centra en una terminología variada que orbita principalmente en torno a tres conceptos: azar, infinitud y espontaneidad.

Desde la lógica mundana el universo es producto del azar. Se entiende como algo que surge sin plan divino ni más razón de ser que la propia autosuficiencia de su ontología puramente mundana. La idea de azar siempre hace referencia a la repetición de un gran número de sucesos iguales. ¿Por qué al lanzar un dado regular de seis caras finalmente muestra el número cinco sobre su cara superior? Decimos que este suceso se debe al azar, sin una razón de fondo. Igualmente podrían haber surgido otros resultados, pero el azar ha determinado un suceso entre los posibles sin suponer que se deba a la ejecución de un plan subyacente. Simplemente decimos que el resultado es fruto del azar. Si repetimos un número suficientemente grande de veces el lanzamiento, entonces por probabilidad podemos predecir la frecuencia de los resultados: como el dado cúbico era regular cada posible resultado acontecerá aproximadamente una de cada seis veces que se repita el lanzamiento.

Supuesta esta concepción del azar, a nuestro parecer afirmar taxativamente que el universo surge por azar es una simpleza. Nada puede explicarse por azar si se trata de un suceso aislado. Por tanto, cuando desde la lógica mundana se focaliza el empeño en explicar que el origen de nuestro universo se debe al azar, se debe presuponer la existencia de otros universos. Hace falta, por tanto, argumentar cómo puede explicarse desde la lógica mundana que nuestro universo sea el resultado de un proceso azaroso coherente con la teoría de la probabilidad. De existir realmente muchos universos alternativos al nuestro pudiera entenderse que, por azar, uno de estos universos desarrollara las condiciones suficientes para que acontecieran los procesos físicos y biológicos que, mediante una evolución ciega, hubiesen conformado el universo antrópico que observamos. De ser posible continuar la explicación de los fundamentos de la realidad con la lógica de los ateos, entonces habría previamente que saber cuántos universos existen.

Tomando como referencia algunas interpretaciones de la física cuántica, estos científicos sugieren la existencia de un número muy elevado de universos. La introducción del azar como razón suficiente para explicar el origen de nuestro universo antrópico implica la existencia de una multitud ilimitada de universos que, salvo el nuestro, no pueden ser observados. Esta propuesta metafísica se conoce como la teoría de los múltiples universos o del multiverso y resulta bastante socorrida para buscar una explicación al carácter especial del único universo observable. Si se piensa que hay otros muchos universos se difumina entonces la singularidad de nuestro universo, se desdibuja la idea de que el universo antrópico obedezca a un plan divino y la teoría de la probabilidad puede ser aplicada en la explicación del origen del universo por azar. Ahora bien, no deja de ser una especulación metafísica; basada en ideas de la física cuántica bien comprobadas teórica y experimentalmente, pero aplicadas a una realidad especulativa de múltiples universos alternativos sin posibilidad de ser detectados.

Cada uno de los múltiples universos tiene un ajuste determinado por el azar. Del mismo modo que el azar determina el resultado del lanzamiento de un dado, el mismo azar determinaría las condiciones físicas de un universo emergente. A cada universo se le concede una determinada constitución cósmica distinta de la acontecida en el nuestro. Así contaríamos con una gran colección de universos, cada uno con una configuración particular de entre todas las posibles. Podrían existir universos con condicionantes físicos incompatibles con la vida, existirían universos cuya física primordial les impediría perdurar en el tiempo lo suficiente siquiera para que surgiera cierta estabilidad física estructural y debiera de haber universos con una física desconocida. Múltiples serían las opciones, pero entre ellas al menos hay un universo antrópico, el nuestro.

Originariamente el concepto de multiverso no se construyó para explicar el aparente milagro del universo antrópico singular donde se ha producido la vida y la conciencia. Más bien, resulta del intento de los cosmólogos para privar a nuestro universo de las fronteras espaciales y temporales. Es decir, partiendo de la motivación de explicar el universo antrópico sin necesidad de un origen, surge la idea de la existencia de otros muchos universos alternativos. La pretensión inicial de quienes explican nuestro universo sin recurrir a un origen en el tiempo es clara. Sin necesidad de un origen en el espacio y en el tiempo, nuestro universo habría de entenderse como un universo autosuficiente, que encuentra en él mismo la razón de ser para todo lo que ha producido. De este modo Hartle y Hawking pensaron cómo estirar los límites de la física para idear un modelo de universo que prescindiera completamente de la idea de un primer instante convergente con la idea de creación.

La motivación inicial de que el universo fuera autosuficiente y se debiera prescindir de una hipotética creación fuera del tiempo ha forzado el postulado de la existencia de universos alternativos. La consecuencia resultante de privar de origen al universo para dotarlo de autosuficiencia es sorprendentemente la generación de toda una colección ilimitada de universos. Al pretender la suficiencia en su modelo cosmológico ha surgido espontáneamente una teórica colección de universos alternativos inobservables. Resulta paradójico que para explicar cómo puede nuestro universo antrópico ser un sistema autosuficiente al que le bastan sus propios límites físicos se imponga la existencia de otros universos.

Cuando se proyecta la teoría física hacia la consecución de un universo autocontenido en sus propios límites espaciotemporales se deriva una realidad alternativa de universos independientes de nuestro mundo. La consecuencia metafísica del modelo Hartle-Hawking es bien interesante, pues estos científicos han descubierto la existencia de una realidad más allá de nuestro universo que fundamenta nuestra realidad física. Se evidencia por tanto en su modelo la existencia de una entidad metafísica, una metarrealidad, que produce la emergencia de todos los universos. Los científicos han descubierto por la razón la existencia de una realidad fuera de lo físico, una metarrealidad o ser originario de la actividad física, que produce una serie ilimitada de universos. Nuestro mundo se corresponde con uno de este vasto número de universos. Así contaríamos con una gran colección de universos, cada cual con su configuración particular de entre todas las posibles.

Esta es la idea básica del multiverso en la que se apoyan los científicos partidarios de aplicar la lógica mundana a la creación. Se aparta el problema del origen del universo con un rodeo por los límites de la física y espontáneamente surge la necesidad de apelar a múltiples universos. Tratando de construir un modelo autocontenido de universo aparecen nuevos universos. Esta es la paradoja. De acuerdo con el modelo de universo autosuficiente, existen en consecuencia otros universos autosuficientes. Con la pretensión de encerrar a nuestro universo dentro de los límites de la física, se predice finalmente la existencia de nuevos universos más allá de la física observable. En adelante analizaremos más filosóficamente qué implicaciones tiene esta paradoja en la existencia de la metarrealidad.

En tanto que se presupone la existencia de una buena colección de universos para explicar mediante teoría de probabilidades la realidad de nuestro universo antrópico –si hay tantos universos, alguno será un universo antrópico como el nuestro–, habría también que considerar la posibilidad de que dos o más universos recibieran por azar la misma determinación y provocaran dos cosmos idénticos. Esto es posible por azar. ¿Y si en vez de dos fueran tres o cientos? ¿Y por qué no todos por igual? Si por azar existe el universo que nos ha producido y en el que nos ha tocado vivir, por azar también podría haber un multiverso formado por una ilimitada colección de universos idénticos al nuestro. Para salvar esta dificultad se añade un nuevo ingrediente al postulado metafísico del azar. Hay que seguir contando con el azar y ahora también con una infinitud de universos. El infinito ofrece mucho más juego que una colección finita de universos.

Partiendo de un ser que puede dar de sí una colección infinita de universos ya todo es posible. Todo cuanto puede existir existe de veras, salvo Dios porque seguimos analizando la lógica de la creación en clave puramente mundana. Al ser infinito el potencial del ser para producir universos, entonces se hace posible que haya surgido un universo antrópico como el nuestro y su existencia no necesita ya de un diseño inteligente. Bastaría decir que se ha producido por azar. Por azar, partiendo de una metafísica capaz de producir infinidad de mundos, explicamos por qué al menos un universo de tantos posibles se identifica con nuestro universo antrópico. Su existencia no implica ajustabilidad –no se hace necesaria la hipótesis de que exista una inteligencia que ajuste las condiciones físicas originarias para que se produzca necesariamente nuestro universo antrópico–, pues en la metarrealidad se producen todos los universos posibles y, en consecuencia, también un mundo antrópico como el nuestro. Así en la lógica mundana se debilita la hipótesis de que Dios hiciera un ajuste fino en las condiciones físicas de nuestro universo para completar su plan divino de creación.

¿Qué ocurre entonces con la posibilidad de que por azar haya más mundos como el nuestro e, incluso, idénticamente igual que el nuestro, si partimos de una metafísica capaz de producir una infinidad de mundos? La respuesta es mucho más paradójica. Si la metafísica es infinita, entonces ahora no solo es posible que haya un número elevadísimo de universos idénticos al nuestro, sino que puede haber infinitos universos exactamente iguales que el nuestro como también una infinidad de mundos con matices diferentes. Resulta paradójico.

Suponer que el multiverso produce una infinidad de universos diferentes para explicar la existencia de nuestro universo antrópico sin necesidad de recurrir a un origen, es un principio coherente con la teoría de probabilidades; pero igualmente habría que hacer presente la posibilidad de una infinidad de mundos idénticos al nuestro, siguiendo la misma lógica. Entonces, para explicar nuestro universo antrópico sin referencia a un origen, se exige aceptar al menos como tentativa –pero con la misma legitimidad que se postulan una infinidad de universos distintos– que exista toda una infinidad de universos como el nuestro. Para explicar el origen del universo que nos produce de un modo autosuficiente, hay que suponer la existencia de otros mundos autosuficientes como el nuestro. Esto resulta aún más paradójico. Diríamos que el fundamento que dota de autosuficiencia a nuestro universo antrópico es la gracia del multiverso.

A nuestro modo de ver, la lógica mundana que pretende buscar la razón de ser del universo dentro de sus propios límites ha descubierto la existencia de una realidad metafísica fuera de los límites físicos. Referirse a otros universos o al multiverso es un ejercicio de explicación de la realidad que sobrepasa las limitaciones de la ciencia. Bajo el objetivo de fundamentar físicamente el universo como una realidad que se dota a sí misma de la suficiencia para llegar a existir, se sigue en consecuencia la necesidad de postular otros universos alternativos. Y este postulado más allá de lo físico es un presupuesto metafísico. Entonces, si la consecuencia de construir un modelo autocontenido de nuestro universo sin necesidad de un origen en el tiempo que lógicamente condujera a pensar en una realidad metafísica creadora exige también un elemento metafísico, la existencia de la metarrealidad se hace evidente. Bien la necesitamos para explicar el origen en el tiempo de nuestro universo antrópico como si aconteciera una creación cósmica, o bien la debemos postular como consecuencia del intento de explicar nuestro universo como una realidad autosuficiente.

Abundando en la idea del azar prevista en la lógica mundana cabría también pensar la posibilidad de que nada se hubiera formado. El planteamiento teórico de una nada absoluta es desolador. Pero el hecho es que al menos existe un universo. Ahora bien desde la lógica del azar habría que contemplar también a la nada como la única realidad existente. Sin embargo, la idea de que nada existiera no es un presupuesto científico, pues la ciencia debe explicar los hechos observados y la realidad observada contradice la posibilidad teórica de la nada. Puesto que no es coherente suponer la nada absoluta con el hecho observado de que al menos existe un universo físico, entonces los defensores de la autosuficiencia de nuestro universo sugieren la idea de una creación espontánea. Es así como manejan expresiones del tipo ruptura espontánea de la simetría, fluctuación espontánea o generación espontánea de universo alternativos.

Junto a la infinitud y el azar, el concepto de espontaneidad completa la tríada característica de la metafísica defendida por quienes consideran autónomo a nuestro universo y descartan tanto un ajuste fino, como una creación consecuente con el proyecto divino. El azar determina las condiciones físicas que diferencian entre sí al conjunto de universos existentes, la infinitud nos asegura por probabilidad la existencia de un universo antrópico y la espontaneidad garantiza que haya un multiverso en lugar de la pura nada. En física existe una realidad física conocida como vacío cuántico donde es posible aplicar los conceptos de infinitud, azar y espontaneidad: hay una infinidad de estados de vacío, donde espontáneamente surgen fluctuaciones que, por azar pueden llegar a sintetizar partículas elementales.

Al defender que nuestro universo surge espontáneamente lo primero que nos preguntamos es, ¿y de dónde surge? Se habla de que el punto de partida es la nada: nuestro universo surge espontáneamente de la nada. Los físicos manejan un concepto de nada muy distinta de la nada de filósofos y matemáticos. En física se prefiere hablar de vacío, antes que nada. De entrada, el vacío está repleto de energía. Ahora bien, la energía en términos absolutos no es un concepto propiamente científico. En ciencia se habla de variaciones energéticas o diferencias de energías entre un estado final con respecto a otro estado inicial. A diferencia de la energía absoluta, estas variaciones de energía sí son detectables empíricamente. De la idea de energía en absoluto, absolutamente nada puede comprobarse mediante un experimento. Por eso, el presupuesto de que la nada o estado de vacío está repleto de energía es una asunción metafísica. Se acepta que el estado de referencia fundamental, el cero o estado de vacío, es un nivel energético de referencia a partir del cual poder cuantificar las variaciones energéticas susceptibles de ser comprobadas empíricamente.

Entonces, ¿qué se entiende por surgimiento espontáneo de la nada en la terminología propia de una metafísica construida desde los presupuestos científicos y exclusivamente desde una realidad puramente mundana? Si se asume una realidad metafísica de energía entonces puede plantearse que el universo físico surge como una fluctuación en esta energía absoluta, como un proceso de formación de la espuma cuántica en la superficie del inmenso mar de energía. Las fluctuaciones del vacío son consecuencia de la incertidumbre cuántica y manifiestan la incesante actividad física de la materia. No se trata de meras elucubraciones teóricas: las fluctuaciones del vacío son reales y se dejan sentir experimentalmente en fenómenos tan conocidos como el efecto Lamb y las fuerzas de Casimir.

Pues bien, estas fluctuaciones hacen inviable la existencia de la nada, pues al menos hay una actividad física elemental. Nos referimos a la actividad fundamental del propio vacío cuántico. Podemos vaciar de partículas un sistema, anular los campos físicos, reducir su temperatura ligeramente por encima del cero absoluto y aun así, quedaría un remanente de actividad física en la materia constituida por el vacío cuántico. Entonces, no existiría manera de notar su existencia porque el sistema se habría vaciado de todo –desaparecen los agentes mediadores entre el vacío y el mundo macroscópico–, menos de lo que no es posible desprenderse en absoluto. Sería un sistema material en actividad física fundamental sin posibilidad de ser observado. Materia en un estado de vacío cuántico. Este estado de vacío no se puede identificar con la nada. Es materia con una dinámica gobernada por las fluctuaciones cuánticas y la energía asociada a este vacío cuántico no puede ser calibrada físicamente, pues solo se permite sentir su influencia en la actividad de otros órdenes materiales: modificación de los estados energéticos de un átomo, síntesis de partículas de materia y antimateria con una energía determinada, fuerzas debidas al vacío cuántico…

La materia puede estar gobernada por las fluctuaciones de vacío cuando apenas hay algo más que la propia naturaleza cuántica del vacío. Visto en retrospectiva deducimos que las fluctuaciones cuánticas al comienzo del universo debieron dominar la dinámica de las primeras estructuras físicas. En el origen del universo existirían ya estas fluctuaciones cuánticas propias de un estado de vacío, dinámico e inestable, que se desvanecería en favor de un nuevo estado de vacío liberando una enorme cantidad de energía en el big bang. Esta energía fontanal silenció la débil actividad del vacío cuántico y permitió que la actividad física se definiera a partir de las cuatro interacciones fundamentales de la naturaleza. Pero, ¿por qué acontece esta transición entre estados de vacío? Más allá del origen de nuestro universo se ha hecho evidente la existencia de la metarrealidad que podemos intuir como una realidad muy próxima a un estado cuántico de vacío, caracterizada por una actividad no detectable directamente pero que se evidencia indirectamente en algunas estructuras físicas emergidas en nuestro universo.

La metarrealidad operaría al modo del vacío cuántico. En el vacío cuántico existe una actividad física que solo se advierte indirectamente. La metarrealidad tendría una actividad metafísica comparable a la del vacío cuántico y que solo se manifiesta a través de la existencia de realidades físicas surgidas en ellas. Nuestro universo se entendería como el producto de esta actividad metafísica que, una vez silenciada por la energía fontanal del big bang, deja paso a un universo de materia en actividad física. De este modo, en el fondo de toda actividad física de la materia permanece la ontología de la metarrealidad y su actividad metafísica, pero prácticamente silenciada en su totalidad por la actividad de las interacciones físicas. Por su ligazón a esta metarrealidad el universo puede llegar a ser. Y por la parcial independencia de su actividad metafísica el universo consigue su propia singularidad. Esta actividad metafísica es la actividad propia de la metarrealidad que solo se evidencia empíricamente en el mundo físico de un modo indirecto.

Regresando a la teoría del multiverso, los universos son posibles porque surgen de la metarrealidad generadora y cada uno consigue ser a su modo mediante la exhibición de un tipo de actividad física que silencia el vacío cuántico de la metarrealidad. Aquí se hace relevante la idea de espontaneidad. Lo que verdaderamente hay detrás de esta idea de espontaneidad en física es el principio filosófico clásico de necesidad. Necesariamente ha de surgir el ser físico de la metarrealidad, porque no cabe la posibilidad de que exista la pura nada. El ser es necesario por la naturaleza metafísica del vacío cuántico. Expresado con nuestra propia terminología diríamos que la metarrealidad no puede hacer simplemente nada y necesariamente ocasiona los procesos que sitúan a la materia en actividad física. El estado cuántico de vacío de la metarrealidad presentaría una elevada simetría y espontáneamente sería rota para producir nuevos estados de vacío consecuentes con la emergencia de universos en actividad física. La física no puede ofrecer una razón más profunda. Filosóficamente diríamos que la espontaneidad con la que surgen realidades físicas en la metarrealidad es debida a la necesidad metafísica del ser. El ser de la metarrealidad desencadena espontáneamente los procesos que conducen a la emergencia de estructuras físicas.

En síntesis, la lógica de la creación espontánea del puro mundo a partir de un vacío cuántico hace inviable la alternativa de una nada absoluta y necesariamente se exige la existencia de un multiverso infinito, del cual por azar se constituye al menos un universo antrópico. Es la lógica de quienes metafísicamente tratan de fundamentar el universo físico en una realidad ilimitada, autosuficiente y confinada en sí misma: lo que viene a ser un puro mundo donde todo es posible, salvo Dios. Este modelo autocontenido de universo es un esfuerzo teórico soberbio sin éxito para probar la autonomía de nuestro universo, pero muy relevante porque la consecuencia verdaderamente implicada en su estudio es la necesidad de que exista una realidad más allá de lo físico. El multiverso es un modo de concreción clásica de esta realidad metafísica, pero, como veremos, no es el único modo posible. Sin pretenderlo, el modelo de un universo sin origen deduce necesariamente la existencia de la metarrealidad. Como veremos esta metarrealidad puede concretarse en alguna de las metafísicas clásicas, ya sea un multiverso o una divinidad. Dios y el multiverso son las consecuencias ontológicas derivadas de la lógica de la creación. Por el momento, pasaremos a exponer la lógica de la creación en interpretación teísta, después de haber analizado ya la interpretación de la lógica de la creación en clave mundana.

La lógica teísta de la creación 

Desde el posicionamiento metafísico que todo lo sustenta últimamente en Dios, la lógica teísta de la creación construye un relato bien distinto. Dios existe y desde el teísmo sí es necesario un ajuste divino de las condiciones iniciales, pues es Dios quien con su conocimiento absoluto proyecta un diseño con la física imprescindible para que la creación puede desplegar su potencial en la emergencia del universo antrópico y singular. En la lógica teísta no hay lugar para el azar, pues en Dios no cabe la incertidumbre. Más bien, la realidad del universo antrópico y singular obedece a un plan divino diseñado previamente al comienzo del mundo. En el origen Dios ajustó con una finura sobrenatural las condiciones iniciales y parámetros físicos para que su obra llegara a ser el universo antrópico y singular de nuestra experiencia. Dios bien podría haber elegido otra situación de partida que originara un universo diferente, pero su elección fue determinada por su inteligencia y voluntad. ¿Por qué Dios creó el mundo que disfrutamos?

Se dice que Dios pudo crear muchos mundos y de formas muy diferentes, pero eligió el mundo que hace posible la existencia humana. Algunos identifican este universo antrópico y singular como el mejor de los mundos posibles. Pero Dios pudo haber hecho otro mundo similar o marcadamente distinto al nuestro. Entendemos, pues, desde la lógica teísta que Dios dispuso de diferentes alternativas para configurar el universo. El ser creado pudo hacerse de múltiples y diversas maneras. Ante tanta mutabilidad en las posibilidades del proyecto divino, la lógica teísta no admite el azar como causa de la concreción definitiva, sino que entiende la creación como el resultado de una elección deliberada de la inteligencia divina tras un finísimo ajuste en las condiciones físicas al comienzo de nuestro universo, que ha permanecido estable por más de diez mil millones de años.

La mutabilidad del ser originado en la creación implica en la lógica teísta un ajuste muy depurado de toda la física. Para conseguir que la materia creada alcance a constituir el universo antrópico y singular se necesita un refinadísimo plan originario. Desde la lógica teísta solo Dios puede haber programado la materia en las condiciones especiales necesarias para dotarla de la actividad física concretísima que determina justamente la intensidad de sus cuatro fuerzas físicas fundamentales para generar galaxias y estrellas, algunas con sistemas planetarios capaces de originar vida, vida consciente e inteligente. Dios pudo crear muchos universos alternativos. Que eligiera finalmente el universo antrópico y singular de nuestra experiencia se entiende como un indicio a favor de su existencia y de su buena voluntad con el ser humano. Que además exista la inteligencia humana en nuestro universo se entiende también como una prueba de que el ser humano ha sido creado a imagen del Creador, salvando las distancias ontológicas. Dios crea un universo antrópico porque piensa en la condición humana como destinatario principal de su obra creadora.

Desde la lógica teísta el ser humano solo puede confesarse criatura de Dios. Lo contrario resulta ilógico. El ateísmo se entiende fuera de toda lógica, como una perspectiva intelectual miope que no alcanza a ver a Dios como fundamento de la creación. Al igual que en la lógica mundana, el infinito desempeña un rol muy relevante en la lógica teísta. Dios es infinito, por definición. Lo contrario no es asumible. Nadie cree con lógica en la posibilidad de que un ser finito pueda hacer un universo como el nuestro. Cuando ocasionalmente se habla o se dice creer en un dios finito, se explica que su finitud es consecuencia de su limitación para conocerlo todo y su impotencia para hacer un mundo sin mal. Se tratan de explicaciones muy limitadas y con ciertas carencias lógicas, que tienen como principal motivación dar cuenta de por qué hay mal en el mundo. El mal del mundo es un verdadero problema, cuya comprensión no pasa por hacer de la ontología divina una realidad finita.

Un creador que inicia la obra del mundo a partir de la nada, necesariamente ha de ser un ser infinito. Ante la nada solo lo infinito puede determinar algo finito. Esto no puede negarse por lógica. En matemáticas el producto de cero por infinito es una indeterminación, porque el resultado puede ser cualquier cosa. Esto quiere decir que no es posible encontrar una respuesta general al resultado de multiplicar cero por infinito. Se hace imprescindible estudiar cada caso para comprobar cómo se determina en un resultado nulo, finito o infinito. Si nuestro universo no es la nada (resultado nulo), ni infinito (persiste la radiación de fondo) y lo entendemos carente de autonomía, es decir, necesitado de un soporte metafísico no mundano; entonces su fundamento ontológico ha de ser infinito y, por añadidura, la lógica teísta lo identifica con Dios. Dios es el único ser infinito, el verdadero Creador, aquel que puede hacer algo de la pura nada. Es decir, quien puede crear un universo finito operando sobre la nada con su ser infinito. Y, además, debe programar su creación con exquisita finura para que finalmente su obra permita el disfrute del ser humano.

Tanto la lógica mundana como la teísta hacen uso de una realidad infinita para explicar el origen de nuestro universo. La lógica teísta lo fundamenta todo en Dios y en su plan divino de creación. Por el contrario, la lógica mundana renuncia a usar la idea de una divinidad a cambio de recurrir al azar como causa última. En la lógica teísta el azar no es la causa del universo antrópico y singular. Desde la lógica mundana no se asume la realidad de Dios y no hay lugar para una divinidad, pues el azar y la necesidad se bastan para originar una infinidad de universos. Lo infinito es muy relevante en ambas lógicas: ninguna se desprende del infinito, pero lo interpretan de manera distinta. La infinidad de Dios puede hacer realidad nuestro universo al igual que el azar sobre infinitos universos producirá el universo antrópico y singular de nuestra experiencia. En la lógica mundana que exista nuestro universo implica la existencia de una infinidad de universos alternativos determinados por azar. Y, en la lógica teísta que exista el universo antrópico y singular implica la existencia de un Dios infinito que determina su creación con inteligencia y voluntad. El binomio multiverso-azar infinito de la lógica mundana y el binomio inteligencia-voluntad infinita de la lógica teísta funcionan de manera equivalente en cada explicación del origen y fundamento del universo.

Después de mostrar la relevancia del infinito pasamos a analizar cómo la idea de espontaneidad también está presente en la lógica teísta. Como sabemos, en la lógica mundana el concepto de espontaneidad se identifica con la necesidad de que la metafísica infinita produzca necesariamente nuevos universos y, por azar, al menos uno de tantos se corresponde con nuestro universo. Desde la lógica teísta la espontaneidad se comprende de forma distinta. Dios no produce espontáneamente universos, sino que le basta crear uno, según su plan divino, para hacer posible la existencia de la humanidad. Siempre se ha dicho que Dios crea el mundo desinteresadamente y por amor. Pues bien, es el amor el que impulsa a Dios espontáneamente –sin mediación temporal– a iniciar la creación del universo.

Es voluntad de Dios que el mundo sea una realidad física y por ello nuestro universo existe de facto tal como es. Dios así lo quiere y la voluntad de Dios es causa de que el universo se haga realidad. Ahora bien, en la lógica teísta cabe la opción de pensar en la posibilidad de que Dios, en su absoluta libertad, buenamente no hubiera querido hacer el mundo. Evidentemente no es lo que debe de haber ocurrido según la lógica teísta, pues existe todo un universo finito que necesita a Dios en su fundamento. Pero lógicamente es plausible considerarlo como hipótesis contrafáctica. Bien Dios pudo no haber querido hacer el mundo y, en consecuencia, el mundo no sería lo que hoy es realmente. No hay necesidad en Dios para crear el mundo, como no hay necesidad de que Dios cree espontáneamente universos. Lo que obedece a la lógica teísta es que, una vez pensado el plan de ajuste fino de la creación con infinita inteligencia, el amor de Dios a su obra motivó espontáneamente su voluntad para crear el universo. De la espontaneidad, en este caso no se sigue necesidad de ser. En Dios no surgen espontáneamente universos por necesidad ontológica. Dios tuvo libertad para decidir no hacer el mundo. Y en el sentido atribuido en la metafísica mundana, la espontaneidad quedaría supeditada a la libertad divina para consumar o truncar un proyecto de realidad universal. En la lógica teísta se entiende que, una vez Dios decide hacer el mundo según su proyecto deliberado, el universo físico surge espontáneamente, sin más causa que la voluntad de un Dios todopoderoso, conmovido por el amor a su plan de creación.

Ahora bien, la idea de espontaneidad también aparece como un aspecto esencial e irrenunciable en la lógica teísta. El concepto de espontaneidad como necesidad de ser también se aplica de un modo nuclear en la metafísica de la divinidad. Dios es el ser espontáneo. Es decir, Dios es el verdadero ser que necesariamente ha de existir. Dios no necesita de ningún soporte para fundamentar su existencia divina, pues Dios surge espontáneamente, en el sentido de que posee la suficiencia para fundamentar en sí mismo su existencia. Dios no puede no haber sido Dios. Por la espontaneidad de la metafísica divina, carece de toda lógica preguntarse por los fundamentos de Dios, tal como cuestionamos los soportes metafísicos de nuestra realidad física. Nuestro universo está fundado en una metafísica divina y Dios no precisa de otro fundamento ulterior, pues surge espontáneamente, es decir, Dios es su razón de ser, la suficiencia en sí mismo.

En la lógica mundana se presupone un multiverso infinito donde espontáneamente se producen nuevos universos. En la lógica teísta se presupone un Dios infinito que existe espontáneamente. El fundamento ontológico de la realidad en la lógica mundana es la metarrealidad infinita (el multiverso) que posee en sí misma el fundamento de su existencia y el potencial para producir espontáneamente nuevos universos. El fundamento ontológico de la realidad en la lógica teísta es una metarrealidad infinita (Dios) que tiene en sí misma el fundamento de su existencia y posee la inteligencia para producir deliberadamente nuestro universo. Así son las lógicas del teísmo y el ateísmo que explican el origen del mundo desde presupuestos metafísicos opuestos. Cada una fundamenta el mundo sobre un orden metafísico bien distinto: la lógica mundana encuentra la metarrealidad del multiverso y la lógica teísta identifica esta metarrealidad con Dios. Dos opciones, en definitiva, la autonomía de un puro mundo o un mundo acompañado por Dios.

En lo que sigue pretendemos pensar estas lógicas de la creación desde una perspectiva que no implica presupuesto alguno a favor ni en contra del teísmo o del ateísmo. Podríamos referirnos a una metafísica blanca que entendemos como un punto de partida del planteado por ateos y creyentes. Nuestra motivación es mostrar que tanto la lógica teísta como la lógica atea se sirven de una única lógica de la creación para interpretar el fundamento de nuestro universo al modo de Dios o de un puro mundo. Queremos expresar las similitudes lógicas de las argumentaciones propias de teístas y ateos, enfatizando que, en el fondo, ambos comparten una misma lógica de la creación, interpretada por unos y otros de formas bien distintas. Ateos y creyentes, cada uno a su modo, han descubierto la necesidad lógica de partir de una metafísica del ser: los creyentes identificando esta metafísica con el ser Creador y los ateos redefiniendo la plenitud ontológica del vacío cuántico en términos de un multiverso generador de múltiples universos. En lo que sigue exponemos la lógica de la creación que conduce necesariamente a la existencia de una metarrealidad capaz de producir el universo de nuestra experiencia y es compatible con las interpretaciones teísta y atea de la realidad.

Artículo elaborado por Manuel Béjar, licenciado en física, doctor en filosofía, Profesor en la UPComillas, y colaborador de la Cátedra Francisco José Ayala de Ciencia, Tecnología y Religión, de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería, Universidad Pontificia Comillas, Madrid.

 

 

 

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